Orishas en La Habana nuevamente: cuando “lo urbano” alguna vez fue serio

Emir García Meralla
22/3/2018

Muchos de los que asistan a su presentación este sábado, a las 12:00 pm, en el Parque Almendares, no habían cumplido su primer año de vida cuando el grupo Orishas actuó por vez primera en La Habana, sin  embargo, su brújula musical viene signado por “lo urbano”, ese supuesto género musical que se ha entronizado en el gusto de los cubanos hoy —sin distinciones de edad, sexo, o profesión—,y no deja de generar controversias a partir de determinados postulados estéticos que le definen, los cuales han polarizado no solo a la sociedad, sino a las mismas familias.

Los Orishas
 Una real fusión entre la música cubana, el rap y los elementos electrónicos. Fotos: Internet
 

Cierto es que cada generación tiene una estética que le define y esta última expresa también su proyección futura. Es decir, determina patrones de conducta y comportamiento tanto social como individual, los cuales habrán de incidir en la huella que esa generación dejará a las que le suceden. Desde mi punto de vista —así lo asumo—, es tal vez la música el eslabón vinculante entre los grupos sociales, que muchas veces trasciende el marco de la generación que involucra, y también el resorte que activa las memorias colectivas. Hay suficientes ejemplos y me permito citar algunos notables: nuestros abuelos aún añoran sus bailes en los Círculos Sociales y el sonido de las orquestas de moda en esos tiempos; ellos atesoran la música de Los Beatles, el mozambique y las emisoras de radio. Las canciones de la Nueva Trova y el sonido de Los Van Van fueron el eslabón que unió a sus hijos, quienes además amaron los temas de Michael Jackson, la música disco, los boleros de Roberto Carlos y “las tribunas” de los carnavales y las bandas de rock inglesas.

Mi generación fue hija musical de Irakere, “el baile del Juanito”, la misma Nueva Trova —Carlos Valera será nuestro paradigma—, el hip hop, inicialmente conocido como “cotorreo” cuando se interpretaba en español, y la llegada de NG La Banda de la mano del rock argentino. Pero, heredamos de nuestros padres y abuelos parte importante de la música que les acompañó, y por demás nos identificó como parte de un núcleo social. El ciclo sonoro de esta generación fueron la timba, Polo Montañez y Los Orishas, como el pináculo más alto de una tendencia musical que para ese entonces comenzaba y que en estas tierras tuvo actores como SBS (¿se acuerdan de aquello de Chupa pirulí?) y Cubanito 2002. Ello, aderezado con el sabor de proyectos como el Buena Vista Social Club, La vieja trova santiaguera y Compay Segundo.

Estos acontecimientos ocurrían antes de que “el error del milenio” y el fin del mundo según los mayas definiera los tiempos futuros. El siglo XX terminaba y las dinámicas que se habrán de imponer tendrán como primera expresión musical y social “lo urbano”, y como trasfondo que lo sustente teóricamente el surgimiento y desarrollo de “las tribus urbanas”. En otras palabras, se abrieron las puertas para que los marginales y lo marginal tomara la sociedad por asalto.

¿Urbis et orbis, de verdad?

Tal vez el anterior enunciado, tomado a la iglesia católica, no sea el adecuado para intentar acercar una definición de lo que hoy se nos pretende imponer como “lo urbano” desde la música, pero a falta de algún otro casabe…

Dejemos por sentado que urbana es toda aquella música que se genera y expresa fundamentalmente en las urbes, es decir, las ciudades sin importar su desarrollo, cantidad de habitantes y otros elementos de peso. Es por ello que el jazz, el tango, el son, la salsa, la rumba, la bossa nova, el vals, el rap, el R&B, entre otras, son músicas netamente urbanas y ellas expresan y representan los grados de desarrollo que ha alcanzado la humanidad y cómo su impronta fue moldeando generaciones y, con ellas, un modo de vida de ciertos grupos sociales que ideológicamente se identifican. Pero ellas son anteriores a la globalización y las redes sociales.

Medianamente aclarado el punto, propongo nos acerquemos al fenómeno de lo urbano y sus expresiones en la vida musical cubana hoy. Entonces se imponen preguntas obligadas: ¿en qué momento comenzó a ser esta tendencia importante dentro de la sociedad cubana? ¿cuáles son sus orígenes? ¿cuánto de música totalmente cubana hay en lo que hoy se nos vende como “género urbano”? ¿dónde comienza lo realmente auténtico?  ¿hasta qué punto debemos validar tal expresión y a sus representantes?

Podemos ubicar el punto de partida, en el caso cubano, en la convergencia de dos grupos sociales con gustos distintos por la música y que aparentemente no encajaban dentro de los patrones musicales y culturales de fin de siglo: raperos y amantes de la música electrónica. La gente de “la moña” (raperos) mayoritariamente provenían y provienen de los barrios de la periferia y el centro de la capital, es decir, aquellos que alguna vez fueron los “cheos” por sus gustos musicales, y que en su momento les definieron como “repa”, en franca alusión a vivir en repartos.

Por su parte, los cultores y seguidores de la música electrónica conformaron un grupo bastante heterogéneo en el que coincidían y exigían, alguna que otra vez, vivir en los barrios de mayor estándar social y económico; en su mayoría eran estudiantes universitarios o de especialidades técnicas de alto perfil como la informática, y ostentaban esas condicionales. Ellos se autodefinieron como “los mikis”.

Entre estos dos polos se podría ubicar un tercer grupo que califica en lo que los estudiosos de los fenómenos sociales definieran como “las tribus”, es decir, rockeros, emos y otros cuyos intereses puntualmente tenían puntos de contactos con los antes mencionados. Y como complemento ideológico estaban los contenidos que las grandes empresas del mundo del entretenimiento impulsaban a través de series, sagas de películas y la industria del video clip. Por su parte, las generaciones precedentes estaban más concentradas en la consecución de metas en las que ellos, o no formaban parte del corpus, o eran los beneficiarios en última instancia. La redefinición de lo urbano estaba en marcha, solo faltaba dar el empujón para que sus caminos se cruzaran. Mikis y repas en la misma orilla y uniendo intereses por medio de la música.

Para este momento ya existía un fuerte movimiento de creadores de música electrónica y el movimiento de rap cubano había logrado establecerse como un frente dentro de la música popular cubana a partir de la colaboración de algunos de sus integrantes con reconocidos músicos y directores de orquestas como fueron los casos de Edesio Alejandro y José Luis Cortes y NG La Banda. Sin embargo, la sociedad en su conjunto no tuvo la claridad para reaccionar a tiempo ante estos acontecimientos y prestar la debida atención, incluso para arroparlos; todo por una muy sencilla razón: la clave estaba ausente de sus creaciones, se les consideraba epígonos de corrientes musicales foráneas, y es que ciertamente en sus comienzos las dos expresiones se centraron en repetir y asumir patrones internacionales. La globalización se abría camino a pasos agigantados en los barrios de La Habana y de toda Cuba.

Y mientras esto ocurría malecón adentro, otro fenómeno se estaba abriendo paso a nivel internacional y, aunque era totalmente cubano, no había tenido su génesis en la Isla. Se trataba del cuarteto Orishas, una real fusión entre la música cubana, el rap y los elementos electrónicos. Se trataba de una mezcla de rap cubano (su origen está en el grupo Amenaza), con una voz sonera y un productor francés de música electrónica agrupados por el genio de uno de los percusionistas cubanos más importante de todos los tiempos: Miguel Díaz, o simplemente Angá.

Orishas sabían que debían ser diferentes. 
 

Los integrantes de Orishas sabían que debían ser diferentes, es decir, originales, si pretendían triunfar en un mundo sumamente competitivo y difícil, donde los intereses comerciales no pasan cerca de las costas cubanas, entonces qué mejor que tomar el aporte africano desde la impronta religiosa, el netamente cubano, con el toque sonero y arroparlo con el glamour de la electrónica aportada por un francés.

Y mientras Orishas marcaba la diferencia con textos coherentes, contando las historias cubanas desde una perspectiva universal, acá en la Isla las cosas funcionaban, y funcionan de modo distinto por una razón muy fundamental: un reduccionismo creativo, hijo de una orfandad social, hija de una mentalidad marginal que se ha convertido en el motor social de la música urbana, y que involucra a diversas generaciones. Algo que socialmente, aunque podía existir, no era determinante. Lo vulgar y enajenante se convirtió en fuerza mayoritaria a la hora de contar una historia, acompañado de limitados recursos musicales, a pesar de que el recurso humano para dar “luz sonora” existía; solo dos casos parecían escapar a la corriente por la originalidad que presentaron y era el dúo santiaguero Kola Loca, y Los Cuatro.

Los primeros supieron hacer uso de la guaracha como eje de su trabajo, lo que los diferenció totalmente del resto de los cultores del movimiento musical que define lo urbano: el reguetón. En el caso de Los Cuatro, su propuesta partía de asimilar la vanguardia rumbera conocida como guarapachangueo y mezclarla con un acertado trabajo de trombones, muy al estilo del ritmo mozambique de Pello el Afrokan, con fuertes dosis de elementos electrónicos, pero, sobre todo, apropiándose de elementos provenientes de la música cubana y universal. Parecía que lo urbano dentro de la música cubana tenía su propia expresión, que venía a complementar la propuesta de Orishas, pero pudo más el mundo marginal que la intención estética y, poco a poco, estas dos formaciones fueron cediendo espacio a la corriente mayoritaria: más marginalidad para ser más aceptado.

La isla bella…

Tal vez este sábado sea la hora de recomenzar a escribir, de una vez por todas, la historia del movimiento cubano de música urbana. Se hace necesario. Quince años después Orishas tiene La Habana a su merced. Hay una generación, o dos se pudiera decir, que les desconoce, o simplemente saben de ellos por sus padres, los mismos que han combinado, muchas veces a regañadientes, sus gustos personales, con la imposición de terceros, de que esto es lo que gusta. Los mismos demiurgos que vergonzosamente hablan de cubanía musical, desconociendo que en esta Isla decir música, por encima de alguna tendencia, implica tener presente el arsenal sonoro que les puede diferenciar de la corriente, de las modas y los diretes del mercado.

Los Orishas, lo mismo que aquella música que definió a nuestros abuelos, a nuestros padres y a muchos de nosotros, han soportado el paso del tiempo, no han envejecido. En ese espejo deben mirarse los que desde la marginalidad rutilante y otros dolores de cabeza indeseados, pretenden alzar un templo a la ignorancia.