Oyendo el concierto de la libertad

Mauricio Escuela
8/8/2018

La cultura es un campo de muchas facetas, no debe vérsele como algo inmóvil. De manera que las fuerzas que componen el espectro de la creación pueden estar encontradas, representar distintos imaginarios y realidades, responder a cánones de disímil índole. La libertad le es consustancial al arte, pues en materia de estética todos los gustos devienen válidos. No obstante, cultura es también ideología.


Foto: La Jiribilla

 

Deslindar la idealidad, tarea de críticos y especialistas, viene a ser la piedra de toque de lo ideológico en el arte. Las instituciones solo organizan y anidan toda la dinámica que roe alrededor de la creación misma. Cuando se habla de legalizar determinadas actividades, de regular el consumo, no se trata necesariamente de un estándar. Por el contrario, el arte sin institución se abre camino con dificultad.

Recordemos los años duros de la República, cuando autores de la talla de Lezama Lima debían pagarse ellos mismos las publicaciones o esperar al mecenazgo de José Rodríguez Feo. En aquel entonces, el consumo cultural, girado hacia el mercantilismo y lo foráneo, hacía muy poco caso de las corrientes recogidas del suelo por el grupo Orígenes.

Duros procesos de marginación fueron sufridos por los artistas bajo los gobiernos republicanos, ya fueran los democráticos del período 1940-1952 o bajo la dictadura de Batista. De hecho, el mismo Lezama rechazó el mecenazgo estatal para su revista y prefirió el duro existir de la soledad. Si aceptaba aquella dádiva, seguro algo tendría que conceder y la revista no habría pervivido en su espíritu crítico.

La cultura es un campo de enfrentamiento, las idealidades responden a la estructura clasista y económica, Lezama y los suyos tuvieron la entereza de darle de lado a la censura. Ni siquiera Georg F. Hegel, el más grande filósofo de la modernidad, se sustrajo al mecenazgo cuando dejó de lado la dialéctica y puso un sistema que validaba al retrógrado Estado prusiano. 

Con la posmodernidad ha nacido una manera de vernos y de asumir el arte como cosas, no ya en su ente vivo; de manera que nada tiene importancia, todo se puede aplanar. Se trata de la filosofía de lo vendible, cada elemento tiene un precio. El neoliberalismo, que salió triunfante del enfrentamiento con el llamado socialismo real, impuso a partir de la década del 90 del siglo XX su visión light de las sociedades.

Ser culto importa menos que ser cool. Justin Bieber puede escupirle la cara a sus fans desde un balcón y ello resulta más importante que conocer de veras las interioridades de un concierto de Beethoven. En el forcejeo que existe entre la idea neoliberal y la idea socialista, la primera lleva las de ganar en este mundo. El dinero ha suplantado la vergüenza.

El siglo XXI trajo la guerra mediática hasta su extremo más alucinante, todo acontece  en los aparatos receptores de televisión. La toma de Trípoli, la caída del coronel Gadafi, ocurrió primero en un escenario montado a exprofeso fuera de Libia. Era necesario que el golpe recorriera las redes sociales, sin importar que fuese real o no. La vida que transcurre en el escenario paralelo, la ideología, se vende como más real que la realidad.

Desregular la comunicación, enajenarla de los grupos humanos, son las metas de las trasnacionales del periodismo. La libertad de expresión muere entre dólares y disparos mediáticos contra lo alternativo. En ese escenario, la cultura más que nunca se torna ese campo de batalla donde dos naturalezas se oponen: el hombre y la barbarie. En el caso de Cuba, uno de los últimos bastiones de la idea socialista, lo externo hace presión superior para cambiar paradigmas e imponerse.

Hacer el golpe de manera que este pase como algo natural cuando en verdad ocurre por obra y gracia de unos pocos bolsillos, ese es el legado de los tanques pensantes a las clases adineradas del capital contemporáneo. Regular la cultura desde instancias nacionales y grupales deviene entonces la némesis del proyecto imperial. El mercado necesita devorar el espacio vital, para dominarlo.

Quienes hoy traman contra la regulación de la cultura, lo hacen a partir de cánones ya hechos, de cosas, de ideologías externas asumidas. Tras la cortina de defender la libertad de expresión se esconde una oficialidad “otra”, cuya esencia es el mercado mismo; abrir las compuertas de un coto que el neoliberalismo necesita arrasar.

Detrás de dinámicas humanas aparentemente espontáneas, de concertaciones con rostro maquillado, está la ideología del poder. Con esto no se le debe cerrar la puerta a la libertad más sana, a esa que tiene que existir, sino crear las condiciones para su real establecimiento en un contexto global dominado por corrientes que todo lo quieren cosificar. No obstante, anotamos que los golpes suaves se esconden detrás de la noción de la libertad para acontecer sin contratiempos.

Regular no es coartar, sino establecer la libertad necesaria. Protegernos de los truenos, en medio de la tormenta, o de los disparos en el campo de batalla de la cultura, poner freno a la acometida del mercado desde la esencia más humana. Nadie censura más que el dinero mismo, ni resulta más dictatorial.

A pesar de esos bolsillos llenos, hay que generar las regulaciones que permitan la existencia de una cultura accesible al hombre, sea cual sea su condición. Muchos de quienes hoy se van tras concertaciones neoliberales serán mañana los primeros excluidos por el clasismo y la separación de los espacios.

Bajo el concepto de “hacer sociedades abiertas”, varios países cayeron en la dinámica de revoluciones de colores, que al final trajeron el mismo color para todos. Lo mediático sabe servirse de la cultura de masas para establecer la dictadura del pensamiento único, que es lo más antidemocrático que existe. Cuando los grupos humanos hacen resistencia, resulta lógico que el mercado, a través de su ideología y mediante dineros, genere concertaciones.

La libertad es la idea esencial del hombre, para esa naturaleza trabajamos los intelectuales y todo el que se pronuncie con certeza. La sociedad debe estar abierta, así como nuestras mentes, mas no de manera ingenua. En la batalla que toma cuerpo en la cultura, somos piezas genuinas o simples peones movidos por intereses estomacales. O dejamos que la realidad sea la película que quiere el poder, o hacemos realidad los sueños de un hombre más libre, consciente y dueño del futuro.

Que nuestra concertación sea como quiso Lezama con Orígenes, una forma profunda y secreta de entender la ciudad, el país, el planeta.