El otorgamiento del Premio Nacional de Literatura de 1995 a Jesús Orta Ruiz es un acto que nos honra y que estimula a un considerable sector del arte, de la poesía nacional y de nuestra cultura popular tradicional. Desde 1989 al menos, el Indio Naborí venía siendo uno de los finalistas más connotados del referido premio anual, y como “nunca es tarde si la dicha es buena”, este año finalmente lo ha obtenido. El Jurado, presidido por Ángel Augier, Premio Nacional de Literatura de 1991, e integrado por Gustavo Eguren, Virgilio López Lemus, Waldo Leyva Portal y Rafael Acosta de Arriba, deliberó en una sola ronda durante diez minutos. En todos queda la alegría de saber que la justicia y el buen arte habían triunfados juntos esta vez.

Desde la década de 1940 comenzó a ser conocido como el Indio Naborí y en ese mismo decenio se situó como el improvisador más importante, de mayor popularidad y brillantez con que contaba la canturía cubana. Desde entonces es reconocido como legítimo representante vivo de la tradición lírica más antigua de Cuba: la de la décima, que, al obtener este Premio por su poeta más brillante del siglo, cuenta con poco más de dos centurias de ininterrumpida tradición. Durante los últimos años se ha repetido, pero pocas veces se ha dejado escrito, que Orta Ruiz es el decimista cubano más representativo del siglo XX, y este rango le pertenece por igual entre las poesías de expresión llamadas “culta” o escrita y “popular” u oral.

Jesús Orta Ruíz, Alicia Fernán, declamadora, y Eloina Pérez, esposa del Indio. Imagen: Aldo Mederos, tomada de Cubaperiodistas

Este poeta no se conformó con el aplauso que merecían sus ingeniosidades decimistas de los años cuarenta y su enorme popularidad de la década siguiente por su voz y sus calidades de artista del pueblo. Él le imprimió a su estrofa de preferencia nuevos aires estilísticos, superó el gastado canto del paisaje al modo cucalambeano, incorporó a la décima una libre y peculiar tropologización, una abierta elevación cualitativa de la estrofa cantada y una mejor vinculación entre las para entonces ya demasiado distanciadas décimas escritas por poetas de notoriedades nacionales o internacionales, o repentizada (de la oralidad) por poetas populares muchas veces anónimos. Con Orta Ruiz apareció el poeta que propició la conjunción entre la escritura y la oralidad, el necesario “puente” que viniera a dejar muy claro que la tradición de la décima cubana es una sola, manifestada por diversas vías, calidades e incluso soportes expresivos tan variados, que aún hoy día sigue evolucionando. Desde lo popular, Naborí fue acreciendo su cultura para la poesía, mejorando sustancialmente en sus logros poéticos de un libro a otro y, ya en la mitad de la década de 1950, se manifestaba un pleno poeta que ofrecía libros singulares y a la par llenaba estadios deportivos cuando se organizaban recitales y controversias, que con seguridad han sido los espectáculos poéticos a viva voz más concurridos de la historia de Cuba.

Pero nuestro Premio Nacional de Literatura tampoco se quedó en tales lauros. Su constante afán de superación y sus propios dones como poeta, le condujeron a que alcanzara mucho mérito cuando escribía sus versos incluso fuera del molde del octosílabo. Gradualmente, Orta Ruiz llegó a ser uno de los más sobresalientes poetas cubanos de nuestra época, en la que los ha habido muy buenos y universales.

Durante los últimos años se ha repetido, pero pocas veces se ha dejado escrito, que Orta Ruiz es el decimista cubano más representativo del siglo XX, y este rango le pertenece por igual entre las poesías de expresión llamadas “culta” o escrita y “popular” u oral.

El estudio de su obra poética nos inclina a dividirla en tres grupos creativos esenciales y diferenciables:

Primero: La obra de literaridad más acentuada, por la que ha hecho notables aportes a la poesía cubana en décimas, en otras estrofas o moldes líricos y en versos libres, y cuya indudable valía puede comprobarse en libros como Estampas y elegías (1955), donde se incluyen las “Elegías a Noel” y el excepcional poema “La fuga del ángel”, escrito en décimas tan brillantes como las del Siglo de Oro, y que debe considerarse dentro de lo mejor de la tradición elegíaca cubana, larga y valiosa; esta calidad se hizo sostenida en Boda profunda (1957) y más tarde en el versolibrismo de Entre, y perdone usted (1973), libro en el que hizo gala de un tono conversacional que dominaba en la poesía de Cuba en esa década; este libro alcanzó muy buena crítica y comentarios, entre ellos de Eliseo Diego, quien lo consideró como un poemario esencial. En los años siguientes, Orta Ruiz nos entregó un nuevo volumen muy depurado: Entre el reloj y los espejos (1990), y luego el magnífico Con tus ojos míos (1994), Premio de la Crítica de ese año. Este sector de la obra poética de Orta Ruiz, quizás el mejor, alcanza un rango lírico de altos valores dentro de la tradición de la mejor poesía cubana; recuérdense sólo sus antológicos diez sonetos de “Una parte consciente del crepúsculo”.

Segundo: La obra del poeta de ocasión, “por encargo”, de fuerte connotación político-partidista y de participación mediante la poesía en la vida social cubana de su momento; poesía de servicio que ha alcanzado muy amplia difusión y pertenece a la tradición de la poesía social de Cuba. Ejemplos claros de ello son sus libros Marcha triunfal del Ejército Rebelde y poemas clandestinos y audaces (1959), que reúne lo principal de su obra antibatistiana de la década de 1950, sumada a textos de saludo a la Revolución triunfante, y que incluye el poema político de mayor circulación en el propio 1959, que da título al poemario. Otras obras de esta vertiente son los libros en los que atiende a la historia de Cuba en versos, y que comenzó en De Hatuey a Fidel (1960), continuó con un libro sobre la Campaña de Alfabetización: Cartilla y farol. Poemas militantes (1962), aumentó con El pulso del tiempo (1966) y con Pase de lista en décimas a la medida de sus nombres (1973) y ha culminado con la selección de Al son de la Historia (1986). Escribió para los órganos de prensa un legítimo periodismo en versos, la mayor parte del cual no tiene fines estéticos sino más bien de noticia y celebración de sucesos y fechas. Para esta labor usó otros seudónimos, como Jesús Ribona, Juan Criollo y Martín de la Hoz, usados sobre todo cuando, bajo la dictadura de la década de 1950, necesitaba encubrir su muy conocido nombre ante poemas insurrectos.

Tercero: La poesía repentista, popular e improvisada en décimas, fenómeno típico de oralidad. El poeta conocido como Indio Naborí, para todas sus presentaciones públicas, ya había marcado entre 1939 y 1940 una nueva etapa de la evolución de la décima cubana, elevando la calidad estrófica y casi obligando al improvisador, cualquiera que este sea, a superarse aún más, para lograr rescatar a la tradición decimista del analfabetismo o el bajo nivel educacional. No se ha reunido nunca en un solo tomo la parte salvada de su labor repentista, de la que pueden tomarse como ejemplos sus dos primeros libros, Guardarraya sonora (1946) y Bandurria y violín (1948), así como algunos folletos de controversias de la década de 1950, de los cuales el más famoso es el de sus encuentros-controversias con Ángel Valiente, en el multitudinario “guateque” del estadio de Campo Armada.

Si bien la concesión del Premio Nacional de Literatura tuvo en cuenta sobre todo la alta valía del primer grupo creativo aquí descrito, el Jurado, del que me honra haber formado parte, valoró la resonancia de Orta Ruiz en los otros dos sectores de la evolución de la poesía cubana en los que él ha sido un maestro; es significativo que, por primera vez, y gracias a este poeta, se honra con un Premio de tal naturaleza a la tradición decimista, ligada a la identidad de la nación cubana. Los decimistas deberán recibir este premio con júbilo y emoción. Orta Ruiz nos ha ofrecido la posibilidad, probablemente irrepetible, de galardonar con el más alto reconocimiento literario del país a la décima de los campos y ciudades de la Isla, en este caso a través de su figura mayor del siglo, situando así a esta loable tradición en el nivel de reconocimiento que han alcanzado los mejores poetas cubanos de nuestra época finisecular: Nicolás Guillén, Félix Pita Rodríguez, Eliseo Diego, Dulce María Loynaz, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Ángel Augier, Roberto Fernández Retamar, Francisco de Oraá, Miguel Barnet y otros varios, con la dolorosa exclusión de Samuel Feijóo, a quien injustamente no le fue concedido.

“Los decimistas deberán recibir este premio con júbilo y emoción. Orta Ruiz nos ha ofrecido la posibilidad, probablemente irrepetible, de galardonar con el más alto reconocimiento literario del país a la décima de los campos y ciudades de la Isla…”.

Jesús Orta Ruiz ha sido asimismo periodista, divulgador cultural y ensayista, con estudios sobre la décima, centrados en su libro Décima y folclor (1980), y sobre momentos claves de la poesía en Cuba como el siboneyismo, el criollismo o la obra de Juan Cristóbal Nápoles y Fajardo, El Cucalambé. También esta labor ha sido meritoria, pero algo que debe ser subrayado es que la propia casa de Orta Ruiz ha sido durante muchos años un lugar de encuentro constante de todas las tendencias de la poesía cubana. En su honor, el 30 de septiembre ha sido propuesto como Día de la Décima Cubana. En Cuba y fuera de sus límites territoriales, el reconocimiento a su persona y obra aumenta con creces.

Si el año 1994 premió la obra del poeta, narrador y etnólogo Miguel Barnet, tan merecidamente, tan vinculado a los asuntos básicos de la identidad cultural cubana, en este año de 1995, centenario de tantos acontecimientos históricos del país, el Premio Nacional de Literatura recae en un hombre cuya obra está a la altura de su mérito personal, de su vida llena de valores éticos y de amplia entrega a la labor social. Mis palabras deberían ir cerradas de inmediato por un guateque, por una canturía, por un concierto en el que los poetas de Cuba, o algunos representantes de ellos, canten al cantor Naborí, al poeta Naborí, al amigo, compañero y digno cubano que es Naborí. El momento siempre es propicio para los decimistas, y no dudo que más de tres se preparen para hacerlo… A mí sólo me resta darle las gracias a Orta Ruiz por su vida fecundísima, a su esposa Eloína Pérez, por acompañar tan ejemplarmente la vida al poeta, y al Instituto Cubano del Libro del Ministerio de Cultura por habernos dado la ocasión de decir de nuevo que la justicia ha triunfado, ¡adelante la poesía!

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