Palabras verdaderas de Alberto Rodríguez Tosca

Norberto Codina
30/3/2021

Y me dijo: Escribe;

porque estas palabras

son fieles y verdaderas.

San Juan, El Teólogo. El Apocalipsis.

De Alberto Rodríguez Tosca, la artemiseña Editorial Unicornio —en coedición con Cubaliteraria— ha dado a conocer en versión digital su compilación de cuentos Mi reino por una pregunta. Este fue un proyecto que el autor acarició en más de una ocasión, y que en la recta final de su vida se convirtió en parte de sus obsesiones; de ahí que fuera tema recurrente con algunos amigos como sus entrañables panas colombianos Juan Manuel Roca, Claudia Arcila y Luz Dary Peña, quien finalmente lo llevaría a cabo. Tuve el privilegio de participar de estas complicidades junto a su familia e interlocutores afines, devenidos albaceas literarios. Por eso este libro me resulta tan particularmente cercano.

Alberto Rodríguez Tosca (1962-2015) es considerado una de las voces literarias más relevantes de su generación.
Foto: Cortesía del autor

Aunque reconocido como una de las voces más importantes de su generación —un imprescindible de la poesía cubana de las últimas décadas—, su singularidad en la narrativa no deja de tener luz propia, pues esta no fue su única incursión. Ya en 2017 la Editorial Oriente publicó con carácter post mórtem su noveleta Numerio Negidio. El hombre que se persignaba con la mano izquierda. Y desde hace unos cuantos años duerme en Letras Cubanas —alguna vez estuvo en su plan editorial— una novela inédita, Los infiernos del paraíso, libro que lamentablemente no se ha publicado, pues, como diría Stefan Zweig, parece que “los muertos nunca tienen la razón”. Seguramente Juan Manuel, Claudia, Luz o su sobrina Liem conozcan de algún otro texto o fragmento narrativo que se traspapeló en algún morral o computadora.

De sus cuentos podría repetirse con justicia lo que la editora de Numerio… comenta sobre esa pieza: cómo en su prosa, que tiene una visceral condición poética, el escritor “maneja una gran cantidad de intertextos que se nos ofrecen de manera armónica, tamizados por el sentido del humor y el estilo del autor”. Esta correspondencia fue consustancial a todo lo que escribió, incluyendo sus muchos años como guionista, director de radio, periodista, o a la hora de impartir talleres, clases y conferencias.

En Albertico, salirse de las pautas de lo convencional, desandar el hastío en su condición intrínseca de la vida, apostar por las representaciones del presente generadas por la condición perturbadora y curiosa del descreimiento que, como aparente paradoja, lleva implícito el humanismo más auténtico, son todos signos de su arte poética y su existencia. Melancólico por naturaleza, siempre sensible a esa disposición del ánimo que solapaba con su ironía, Rodríguez Tosca no cesa de explorar lo hermoso en sus revelaciones más subjetivas. La pregunta rotunda o balbuceante. Creo que siempre se planteó como individuo y como creador este desafío: ¿cómo vivir en la sociedad si no se ha cultivado como reducto la plenitud de la soledad? Como su admirado Rimbaud, ser el otro yo. La soledad para seducir a la muchedumbre, en la comunión de la resistencia.

Nos educamos durante mucho tiempo en la creencia de que teníamos todas las respuestas —o por lo menos una para cada pregunta—, y de golpe nos quedamos sin el despeje para la más elemental interrogante. “Mi reino por una pregunta”, cuento de hace casi cuatro décadas, se plantea de manera categórica ese desafío. Creo que en los deudos de la poesía, la historia, la filosofía, la eticidad, o simplemente el vivir, no debemos renunciar a cosechar más preguntas que respuestas, lección que nos legó Albertico.

En la nota de presentación, la compiladora de este volumen desanda la ruta previa de estos cuentos, recopilados “conforme a las indicaciones del autor en los días previos a su fallecimiento”. Unos fueron fragmentos de novelas hasta entonces inéditas, como los relatos “Diálogo de todos o fe de bautismo”, “El fuego griego”, “Stephen Hawking y Dios”, “La raza nueva”, “La víspera”, “La Nebulosa de Andrómeda” y “La postrimería”. Otros aparecidos en compilaciones, como “Mi reino por una pregunta”, incluido en Obligados a carabina, iniciativa de la que formé parte junto a Jorge Domingo Cuadriello, y que en 1986 promovió a un grupo de jóvenes cuentistas vinculados a la provincia entonces conocida como Habana Campo (Alberto siempre estuvo orgulloso de su condición de artemiseño). Asimismo, “Alacranidad” —premio en un encuentro nacional de talleres literarios, si la memoria no me traiciona— apareció en la canónica El submarino amarillo (cuento cubano 1966-1991), recopilación realizada y prologada por Leonardo Padura, y que publicara la Universidad Autónoma de México en 1993.

Otros cuentos como “Relato del cuentista adolescente” y “Carta de George Berkeley a Samuel Johnson” eran copias mecanografiadas. Como recuerda su buena amiga Luz Dary cuando se esbozó la idea de este volumen en el verano de 2015 en una habitación del hospital Hermanos Ameijeiras, donde Alberto luchaba con su enfermedad y a la vez trajinaba febrilmente en su laptop, en algún momento comentó, cuando ya se acercaba el final: “Luego veremos el orden en que irán”. Luz abunda al respecto: “El autor no es responsable de cualquier desatino en la secuencia propuesta. (…) Es posible que en el futuro aparezcan otros cuentos suyos, dada la costumbre del escritor de compartir los textos inéditos con los amigos”. Quizás, una vez subsanados los imponderables y avatares de la tecnología, hallemos algún día en alguna computadora otros textos. Se cumplirá así la palabra de San Juan, El Teólogo, que cita Albertico, hereje por naturaleza —vocación que atraviesa toda su obra—: “Dios quitará su parte del libro de la vida, /y de la santa ciudad y de las cosas /que están escritas en este libro”.

Cada uno de sus libros, y aun antes con el cuento “Mi reino por una pregunta”, que tal vez sea su texto más promocionado, así como los primeros versos de aquella experiencia seminal del taller, el volumen Todas las jaurías del rey y la compilación Obra poética, no hacen más que ratificar la escritura que conforma de manera legítima un todo orgánico. En apenas cinco libros —¡para que más!— se registra una voz ya perdurable en nuestra literatura, que se manifiesta como un discurso único, vital y estremecedor.

Cito en extenso el pórtico de este título: “¿Qué nota merecen los últimos textos de Alberto Rodríguez Tosca seleccionados en esa postrer voluntad para sus lectores? ¿Qué alegar si algunos de ellos formaba parte de una propuesta mayor que no alcanzó a terminar? ¿Qué decir cuando aún lo breve, lo incompleto, nos anega como si fuera el todo o un fragmento del infinito? ¿Acaso hemos cambiado? ¿Seremos todavía la misma raza de hombres obsesionados por una respuesta?”. Comparto estas preguntas, que como dudas y palabras verdaderas, me acompañan y creo haber escuchado antes. Albertico, en el Olimpo que merecemos los ateos, lo sabrá.