Para desmontar la homofobia nuestra de cada día

Norge Espinosa Mendoza
24/9/2018

“Hoy no solo se discute un artículo, un decreto, una Constitución, sino la idea de un país en el que el derecho a ser no debe faltarle absolutamente a nadie.”

El artículo 68 que aparece en el Proyecto de la nueva Carta Magna cubana parece haber opacado todos los demás, aun cuando, por supuesto, a lo largo del documento aparezcan puntos no menos álgidos de la sociedad cubana, y se cuenten entre sus artículos temas que merecerían igual o mayor intensidad de discusión. El reacomodo del término matrimonio, que en la redacción de la Constitución que ahora se propone queda definido como “la unión voluntariamente concertada entre dos personas con aptitud legal para ello, a fin de hacer vida en común”, abre las puertas a un largo proceso que, de aprobarse tal cual, podría derivar en el matrimonio entre personas del mismo sexo, con lo que Cuba sería otro país que diera ese paso en favor de la comunidad LGTBIQ, derecho conquistado a fuerza de una larga lucha y no poca persistencia por los integrantes de ese segmento en naciones como Dinamarca, Irlanda, Francia, el Reino Unido, España, Colombia, Argentina, Brasil, Canadá, Estados Unidos y Sudáfrica. Bastó ello para que salieran a flote los recelos que años y décadas de homofobia bien enraizada han mantenido entre nosotros, y no pocas veces con argumentos tan pedestres como penosos, lo cual ofrece una radiografía de la sociedad cubana que, al menos ahora, como resultado de la propuesta, ha terminado por quitarse la máscara.


Foto: Internet

 

Desde el 2008, cuando el Centro Nacional de Educación Sexual organizó las primeras acciones a gran escala para saludar en Cuba el Día Mundial de Lucha contra la Homofobia, se han movido piezas en el tablero y se han anunciado cambios y progresiones que no en todos los casos han sido cumplidas. La institución que rige Mariela Castro ha puesto en la agenda pública una serie de cuestiones que, hasta el momento en que empezaron las campañas en este formato para socializarlas, eran discutidas a media voz, medianamente toleradas o sencillamente ignoradas. No hay que ser ingenuo y creer que todo empezó ese 17 de mayo de 2008 (fecha que sigue al calendario internacional que elige ese día para el festejo, y que jamás pretendió, como ha dicho algún obtuso, arrebatar esas 24 horas al campesinado cubano). En momentos previos, otras fuerzas desde la cultura, otros activistas y creadores, movilizaron interrogantes y cuestionamientos.

“Tener conciencia de la historia y de sus errores evita no solo repetirlos, sino que, además, nos hace entender, a cabalidad, de qué manera pueden resarcirse, hasta donde se pueda, esas agonías.”

No olvidemos el impacto de un filme como Fresa y chocolate, estrenado en 1993, por mencionar solo uno de los acontecimientos que removió la idea de cómo ver al homosexual en un paisaje revolucionario, basado en el relato de Senel Paz que logró reconocimientos internacionales. Tampoco sería válido olvidar que pese al éxito taquillero, a su eco en la sociedad cubana y hasta su nominación al Oscar, el filme tardó más de una década en ser exhibido en las pantallas de la televisión, todavía el medio legitimador por excelencia de ciertas verdades en nuestro país. Con todo ello, se fueron incorporando a la galería social de la Isla otros rostros: desde el travesti y el enfermo de VIH/sida hasta el del prostituto. El quiebre de una realidad que demostró no ser tan infalible nos hizo repensar el país, y en la lucha por mantener entre todos una idea de Cuba más inclusiva, se siguen enfrentando la realidad, la ficción y la historia.


Foto: Internet

 

Para los miembros de la comunidad LGTBIQ de la Isla, la cosa no ha sido fácil. Creer ahora que lo poco y lo mucho que la visibiliza hoy se logró sin dolor ni pérdidas, es tan ingenuo como acaso insultante para quienes fueron las víctimas de períodos de silencio y hostigamiento contra gays y lesbianas. Tendremos que resolver esa huella dolorosa con la historia, a fin de poder calibrar el trauma y el dolor de muchos que pertenecen a esta Cuba en la cual los errores de las UMAP, la parametración y otros instantes no menos amargos les hicieron sentirse fuera de ese mapa que la Revolución dibujaba sobre el país. Tener conciencia de la historia y de sus errores evita no solo repetirlos, sino que, además, nos hace entender, a cabalidad, de qué manera pueden resarcirse, hasta donde se pueda, esas agonías.

Que la nueva Constitución cubana vaya despejando el camino para que la comunidad LGTBIQ alcance nuevos espacios y derechos debería asumirse como un paso en esa dirección. Sin embargo, la reacción de grupos eclesiásticos y de voces de la gente “de a pie” que saltaron ante la propuesta, da la medida de lo mucho que falta por hacer, y de cuánto hemos subestimado el peso de una tradición machista y homofóbica que, por supuesto, no se deshace de un día para otro ni con un spot televisivo que repita, en tono didáctico, que discriminar a otros y otras por su preferencia sexual no es lo correcto. Si en nuestra cultura no faltan artistas de talento y verdadero compromiso (compromiso de obra y de fe, no simple compromiso de vitrina que hace sonreír a algunos cuando las cámaras y los reflectores están encendidos), creadores que han asumido en su creación personajes LGTBIQ para mostrarlos en sus contradicciones y matices más vívidos, más allá de la zona que esas obras han ido dilatando queda en pie un cúmulo de estereotipos, convenciones y recelos que ahora se han desbordado, y que funcionan como síntoma de esa distancia a veces tan grande que media entre lo que creemos de nuestra realidad, y lo que ella en sí misma es capaz o no de devolvernos.

“Desterrar la discriminación es también cosa impostergable, contra cualquier minoría, y en ese sentido, desde la nueva Constitución y más allá de ella, se hace imprescindible actuar y avanzar.”

Los argumentos de quienes se oponen al matrimonio, según el nuevo vocabulario de la Constitución, van desde un desconcierto en cierto modo comprensible ante lo progresivo de la medida, hasta el insulto y la obcecación más inútil. A alguien escuché hablar de la Carta Magna como “la Constitución de los maricones”. Esa misma persona decía, a voz en cuello y ante quien quisiera oírle, que él no se oponía a que ese “tipo de gente” tuviera más derechos, pero “y los míos para cuándo”. Creer que otorgar a un grupo de personas, dentro del radio de acción de una sociedad, un derecho que otro grupo mayoritario ya posee es perder terreno, o que tal cosa arrebatará a los más numerosos ciertas garantías, es pensar desde un egoísmo y un desconocimiento descomunal de las fuerzas legales que una sociedad verdadera debe tener como pilares. Que los homosexuales y las lesbianas puedan casarse en Cuba no va a retardar la solución que el gobierno del país tendrá que implementar a otra clase de situaciones sin dudas impostergables, puede que ni siquiera logre acelerarla: esta Constitución no va a resolver de la noche a la mañana los problemas de transporte, economía o vivienda. Lo que sí le dará a esos ciudadanos es la dignidad de quien sabe, incluso si nunca deseara hacer uso de ella, que no se le niega la posibilidad de un acto que en su vida puede proveerle de muchas otras defensas. En la Cuba de hoy, como en tantos sitios del mundo donde esta legislación no está aún vigente, si un homosexual pierde a su pareja por fallecimiento, también podrá perder los bienes que acumularon en su vida común. Los crímenes de odio, los ataques contra gays, lesbianas, travestis, que se producen y de los cuales no siempre se tiene la debida noticia ni el seguimiento preciso, los cometen personas que se creen impunes ante esos a los que atacan, justamente porque creen que ningún decreto los protege de tales agresiones. Desterrar la discriminación es también cosa impostergable, contra cualquier minoría, y en ese sentido, desde la nueva Constitución y más allá de ella, se hace imprescindible actuar y avanzar.

Que cinco iglesias protestantes se hayan unido en un documento que ve con temor esos posibles cambios, y que desde ese núcleo de fuerzas hayan activado una campaña que quiere defender la idea de una familia tradicional, también es un síntoma de esos recelos que antes mencionaba. Un síntoma más grave, porque siendo este un Estado laico, opone una visión de la fe religiosa a esas nuevas variables, y no duda en alzar la voz en tono preocupante acerca de cómo reaccionaría la niñez en caso de que, en las escuelas, se les hable del reconocimiento del matrimonio entre parejas del mismo sexo y otras cuestiones ligadas a ello. La idea de que enfrentarse a la propuesta es una forma de salvar a Cuba, como dice uno de los volantes impresos para esta campaña, induce cuestionamientos aún más graves. Al menos dos videos han circulado en las redes sociales, producidos desde el eje de esa misma campaña, en contra de las nuevas medidas. En uno, un grupo de jóvenes intenta oír música, pero no lo consigue porque no puede conectar los plugs de un equipo ya que estos son solo machos o hembras. El dilema se resuelve cuando conectan, claro está, macho con hembra, como metáfora reduccionista no solo de la procreación, sino de la familia misma. En otro, un padre se indigna al ver a su hijo (un personaje animado) dispuesto a salir hacia la escuela con los labios pintados. Tan encartonada es la animación del supuesto hijo como la pésima actuación del supuesto padre. Tan simplistas son las lecturas de esos audiovisuales como los temores que dispersan. Olvidan, al parecer, algo tan elemental como el nacimiento de hijos gays y lesbianas de matrimonios heterosexuales: la comunidad LGTBIQ no viene de Marte.


Cinco iglesias protestantes se han unido en un documento que ve con temor esos
posibles cambios en la Constitución. Foto: Cortesía del autor

 

También queda clara una cosa: esas iglesias y quienes se oponen al matrimonio igualitario tienen el pleno derecho de expresarse. Ahora bien, lo que también denuncian esas campañas es la incapacidad de respuesta que debería mostrar a los interesados en ellas los otros puntos de vista. Los reportajes televisivos han redundado, cuando informan sobre las asambleas donde se discute el Proyecto, en las reacciones negativas al artículo 68, como si solo ese punto mereciera debate. Reflexionando sobre este asunto tan complejo, el ensayista Víctor Fowler se quejaba de la escasez de reacción a los pronunciamientos de esos grupos eclesiásticos. “La respuesta mayoritaria al desafío ha sido la indiferencia y la mudez”, dice en su texto publicado en varios medios digitales. Es lo que pueden percibir muchos, ante el mutismo de instituciones y órganos de prensa que deberían al menos encontrar alternativas para rebatir tales maniobras. La página web del Cenesex, donde debería haber algo expresado al respecto, está aún en construcción y nada dice. La televisión, como digo, pareciera estar al otro extremo de la idea, a pesar de que esta cuenta incluso con el respaldo expreso del Presidente de la República con su postura a favor del matrimonio igualitario. Todo ello pareciera confirmar lo que señala Fowler, aunque no es tan así. En Facebook, por ejemplo, está activada la comunidad Por el matrimonio igualitario en Cuba, y activistas como el diseñador Roberto Ramos Mori, integrante del estudio profesional de tatuajes La Marca, mantiene una intensa polémica con los opositores a este artículo, y también sobre otros aspectos de las nuevas legalidades, como el decreto 349 sobre la actividad artística. Ello sugiere que es la hora de crear núcleos de opinión, mediante estrategias alternativas, para que la sociedad cubana movilice criterios en ese entrenamiento a favor del diálogo que mucho nos hace falta. Junto a activistas como él, no son pocos los que, desde dentro y fuera de la Isla, se expresan al respecto, chocando por lo general con las visiones cerradas de quienes solo replican con citas bíblicas, achacando al matrimonio igualitario, por ejemplo, el avance del envejecimiento poblacional de la nación, como si la solución fuera obligar a gays y lesbianas a tener hijos para resolver un asunto que tiene muchas otras aristas.

“Habrá que insistir no solo en las campañas de concientización sobre la discriminación sexual, violencia de género y reactualización del modelo de familia, sino también en la manera de educar al ciudadano acerca de sus derechos, de sus fórmulas legales para conseguirlos más allá de las viejas concepciones, y crear espacios de verdadera inclusión que no estén representados por letra muerta.”

Pero, por supuesto que las respuestas en las redes tampoco son suficientes. En Cuba dependemos aún mucho del diálogo vivo y febril, o de las proyecciones de la realidad que a veces se retardan en los medios oficiales para saber a qué atenernos. En la Cuba de hoy esos son los cardinales que el Proyecto también propone como materia a revisar. Las fuerzas en tensión están más claras, lástima que a ratos con pocos elementos sólidos para defender sus puntos de vista. Los atavismos, los estereotipos, no han sido desterrados, y está claro que, se logre o no el matrimonio igualitario, muchos persistirán. Y tampoco tenemos los canales abiertos a las fórmulas de un debate público que nos permita anteponer a las mentes más estrechas otra perspectiva de lo que debería cambiarse. Habrá que insistir no solo en las campañas de concientización sobre la discriminación sexual, violencia de género y reactualización del modelo de familia, sino también en la manera de educar al ciudadano acerca de sus derechos, de sus fórmulas legales para conseguirlos más allá de las viejas concepciones, y crear espacios de verdadera inclusión que no estén representados por letra muerta. Habrá que ganar en civilidad para ello, crecernos en ese sentido para empezar, desde ahí, a señalar otras posibilidades de entendimiento mutuo. Resulta preocupante que entre quienes se expresen en contra de la nueva posibilidad en Facebook y otras plataformas aparezcan profesionales, y hasta médicos, con posturas y expresiones regresivas que contradicen lo que, a la altura de estos días, deberían acompañarlos en sus desempeños públicos. Se trata de problemas que nos obligan a ir más a fondo.

Un niño o una niña no se hace homosexual o lesbiana por inducción. El origen de esa opción viene siendo discutido por décadas entre especialistas. Lo que no debe ser discutido es el derecho que esa persona tiene a no ser inferiorizada. A elegir, como un acto de libertad que nace desde su intimidad, pero se proyecta en muchos otros órdenes y se visibiliza en su acción dentro de una sociedad, qué quiere y cómo quiere ser reconocido. No se trata de una elección a capricho. No se trata, tampoco, de una cuestión que se resuelva fácilmente. Es aún muy fuerte, incluso en las naciones que han dado pasos de reconocimiento a la comunidad LGTIBQ, la oposición a tales posibilidades. Es en ese sentido donde la familia juega un rol fundamental, asimilando la naturaleza del deseo de cualquiera de sus integrantes y exigiendo, para ellos, idéntico nivel de respeto. Una familia unida en esa clave de defensa de todos los que la componen sí que puede salvar a un país. Porque asumirán ese reto, y los muchos que nos quedan por delante, desde la seguridad de quien no solo comparte un plato de comida y un techo, sino una fuerza que sobrepasa sangre y apellidos, fe y dogmas, políticas y desacuerdos, en la que ninguno debería quedar desamparado. Esa capacidad de compartirlo todo, incluso en los momentos más graves. Que todos tengamos la dignidad de amar al prójimo, como dicta la fe, desde esa armonía que debe ser el respeto, eso quisiera hoy en Cuba. Hoy no solo se discute un artículo, un decreto, una Constitución, sino la idea de un país en el que el derecho a ser no debe faltarle absolutamente a nadie.