¿Para qué sirven las vanguardias?

Yosvani Montano Garrido
7/4/2017

El movimiento cultural que generó la Ilustración europea abrió paso a la modernidad y fraguó la primera hegemonía capitalista. Sistemas de conceptos, reflexiones económicas y tratados políticos fueron evidentemente renovadores. También los responsables de colocar el poder en las manos de la burguesía. Merecedores del calificativo de “revolucionarios”, aspiraron a situar al hombre en el centro del proceso, mas la humanidad sigue viendo retrasada esa aspiración hasta nuestros días.

Visto desde el presente, aquellas “avanzadas históricas” comenzaron a cambiar la sociedad planetaria.Tiraron de las riendas del futuro y provocaron saltos importantes en los contextos que le sirvieron de alimento. Apostando por la innovación y por la “libertad individual” en primera instancia; encontraron en su carácter experimental el abono que les permitió distinguirse y trascender.

En barcos colonizadores y desde el viejo continente, llegaron a las “tierras descubiertas” aquellos referentes ideológicos. Desde entonces nunca hemos escapado al dilema de la América que es nuestra y la que aparenta serlo. Las ideas del progreso y sus grandes enciclopedias, pronto se enriquecerían con los matices de un entramado social que desconocían sus autores. De la defensa ante la explotación colonial emergieron las bases de una auténtica cultura regional.


Foto: Internet

Cuba no fue la excepción. El sentimiento por una nación propia encontró de a poco espacio en el pensamiento y la acción de los que se sintieron de manera más temprana cubanos. Juventud, ilustración, suicidios de clase, lucha armada, polémicas ideológicas; resultaron recurrentes en el nacimiento de la primera “vanguardia criolla”.

Aquellos hombres situándose como troncos se convirtieron en iniciadores. Asomó la capacidad de una ideología propia. Mirar más y de manera más profunda hacia los retos sociales de la época, inspiró la lucha por alcanzar la independencia.

El siglo XX sorprendió a los cubanos en encarnecidas batallas contra un experimental neocolonialismo.Se situaron nuevamente voces significativas con la capacidad de inspirar y convencer a otros. Carisma, liderazgo intelectual, ideas provocadoras y saltos considerables sobre los problemas de su época, sintetizan las cualidades de una larga lista de protagonistas de aquella nueva vanguardia que sin poder mirar hacia los políticos, intentaba tocar el corazón de los patriotas de siempre.

Durante medio siglo, generación tras generación sacudiría las energías del pueblo. Fue sin embargo el triunfo revolucionario de enero de 1959 el que situó en Cuba una avanzada culta, revolucionaria y auténticamente cubana en el poder. Rebeldes que no sobrepasaban los 35 años de edad emanaron en símbolos de la sociedad. Oratoria, valentía y ética fueron los más notables pretextos para lograr conquistar a las grandes mayorías de la población.

Encabezar y no conducir, marchar con las mayorías y no delante de ellas, se tornó la aspiración principal. En medio de agresiones constantes, había que superar las catástrofes de sentido que dejó a su paso la deformación neocolonial. El primer reto de aquellos inexpertos fue enfrentarse a las supervivencias del régimen anterior.


Universidad de La Habana. Foto: Internet

Para aspirar a estar en la primera fila ya no eran suficientes los méritos de la guerra, había que ejercitar el razonamiento y ampliar los referentes teóricos. “El país pensaba ya mucho, nada se podía hacer en él sin ganarle el pensamiento”. Para ello había que comprender las múltiples maneras en que se expresaba la cultura popular, dialogar con las tradiciones y las nuevas formas de entender el mundo. Los resortes del nuevo modelo exigían sensibilidad por la sabiduría y naturalidad en las acciones.

En los momentos más ásperos, la dirección exigió el estudio dentro de las filas de revolucionarios que conducían los diversos frentes. Tras jornadas agotadoras de trabajo, la lectura, la discusión y la defensa del criterio propio; figuraban como bálsamo para recuperar las energías perdidas.

Fueron años de conceptos claros y definiciones comprendidas por la gente común. Tareas específicas y metas para cada sector de la sociedad alimentaron una participación ciudadana sin precedentes. El año 1962 marcó la toma real de la universidad por la Revolución. Las élites recibieron un ultimátum: o se integraban o perecían. En su mayoría fueron integradas.

Favorecer la universalización del conocimiento y del argumento facilitó difuminar las barreras entre lo político y lo intelectual. Supuso que profesores y estudiantes se encontraran descubriendo el subdesarrollo del país. Nuevas carreras, perfiles y facultades universitarias se dieron a la tarea de curar desde la ciencia y la razón. Las filas de los “primeros” comenzaron a ensancharse.

Superada la etapa de miseria y precariedad con la que trabajan en la vieja república los artistas e intelectuales, la creación artística proyectó nuevas maneras de entender la sociedad. Contenidos, formas, esencias y mensajes se correspondieron con una conciencia social que aspiró a ser diferente.

Libros oliendo a tinta, trazos de pinceles, insuperables rodajes fílmicos, movimientos danzarios, nuevos estilos arquitectónicos; se fueron abriendo paso entre loscubanos que, liberados por la Revolución, se ubicaban como protagonistas deseosos de comprender su realidad. Algo estaba cambiando, el pueblo aspiraba a convertirse en vanguardia.

Períodos de excepcional comunicación política favorecieron el eco de polémicas serias.Los nuevos medios de prensa se encontraron en más de una ocasión en el papel de facilitadores de encarnecidos debates que hacían partícipe a la ciudadanía de los problemas, los caminos y las visiones. También decisores de cuáles debían ser los métodos para luchar y resistir.  Discurso tras discurso, se ratificó la importancia de lo dicho por Martí: “en política lo primero, es aclarar y prever”.

La Revolución no podía ser muda, ni tampoco abstracta. Personificarla en hombres y mujeres con capacidad de inspirar, tenía que ser una prioridad. Darle voz, rostro y manos era el equivalente para lograr que la población formara parte y se sintiera reflejada en aquel liderazgo que entre inexperiencia, juventud y equivocaciones aprendía a desempeñarse mejor.

El dilema como en otros períodos se presentó entre fundar o destruir, la opción seleccionada: la primera. En la urgencia de los desafíos los referentes a imitar fueron escasos. Los consejos emanaron casi siempre de la reflexión colectiva, las metas, del análisis plural y las maneras de entender los contextos, del contacto permanente con la realidad. El permiso, la complacencia, el conservadurismo o la rutina no encontraron espacio en un liderazgo para el que esperar nunca fue una alternativa.

En el campo de la institucionalidad la creación de nuevas organizaciones para la participación, intentó dar un cuerpo organizativo a la energía de las masas. Desde entonces se insistió en que el formalismo, el burocratismo y la suplantación de la creatividad colectiva no podrían ser herramientas para el trabajo de aquellas plataformas.

En el recurso de la ética y la cercanía permanente con las masas tendrían que descansar los resortes para un comprometimiento permanente entre dirigentes y “dirigidos”, sin olvidar que estos últimos serían siempre los protagonistas. Las organizaciones no surgían para dirigir políticamente, sino para que el pueblo se expresara y construyera la política a través de ellas.

Medio siglo después, es preciso como nunca abrirse paso ante la tempestad. Andar con muchos, pensar como primeros, caminar sostenidamente hacia la utopía y olfatear antes los peligros. Conocer, fundar, entender en la autenticidad, en la creatividad y en la sabiduría; los recursos fundamentales para como lo hicieron otros: mirar más y con mayor profundidad, siempre con ojos propios.


Universidad de las Artes (ISA). Foto: Internet

Los crecientes retos de la posmodernidad aventuran a enfrentar enemigos ocultos, a sensibilizar, seducir, repolitizar, reconstruir el amor hacia el trabajo con fines colectivos, desarrollar conocimientos verdaderos y a mantener la confianza en el proyecto. Consolidar esperanzas, entender la utilidad de las vanguardias y energizar sus desempeños, es fundamental.

En ellas descansa la posibilidad de devolver permanentemente la magia al Socialismo, de rediseñar la mística revolucionaria y sostener un debate teórico de enfrentamiento al capitalismo neoliberal. También en sus hombros descansan recursos para un diálogo nuevo con emergentes sectores de la sociedad cubana.

Es necesario no olvidar que cuando se es joven se descubren con recelo las primeras ganas de entender el mundo. La confusa realidad de la que formas parte invita a una aventura en la que dilucidar verdades y desafiar lo establecido ocupa el centro de la actividad. La inquietud reta al pensamiento y la rebeldía se disfruta como una parte esencial de nuestras vidas. Trazos de una cosmovisión que se descubre a medias y desencuentros conceptuales; proyectan una armonía entre lo que se es y lo que se aspira a hacer.

Rutas largas o peligrosos atajos apuestan por la continuidad o desafían con la ruptura. Con energías principiantes se formulan las primeras metas y aparecen los proyectos que nutren una experiencia de vida en ampliación. Los desafíos sociales aguardan por nuestra impronta. Una renovación de lenguajes e ideas advierten que una generación se ha fraguado y con ella expectativas, creencias y apuestas por el futuro. 

Reconstruir sueños y expectativas de manera plural puede ser un camino para que los más jóvenes entendamos que en cuestiones de liderazgo social, más importante que ser, es pretender y esforzarse.  Para que anhelemos ser los primeros, no para subir más fácil ni acceder más rápido en la vida; sino para aportar con inteligencia y crecer como seres humanos más pronto.

Tenemos que curar anemias, prevenir amputaciones y cuidar para que no emerjan alzheimer sociales que olviden y desconozcan una historia hecha por un pueblo que logró estar a la altura, precisamente porque no abandonó el reto de hacerse vanguardia. En ese empeño comprender con profundidad que no bastan decretos, nombramientos, ni discursos oficiales para lograrlo, puede atajar consecuencias mayores.

La salud política de la Revolución depende del ejercicio constante que impone la rebeldía juvenil. Requerimos esforzarnos por distinguir, jerarquizar y colocar en nuestras primeras filas soldados que aun con la frescura de los años no parezcan marchitos de entusiasmos. Es imprescindible recomponer nuestros escenarios de formación para que alimenten la creatividad, el análisis arriesgado, valiente y autónomo, la polémica juvenil en torno a los rumbos, los ritmos y las metas.  Intentar desde esos pilares que sean cada vez más coherentes los intereses del individuo con los desafíos de la sociedad.

No bastan vocablos como continuidad, preservación o disciplina. Son ellos sin lugar a dudas conceptos importantes; pero pueden quedar en segundos planos ante la urgencia de lo nuevo, la irreverencia de la edad y frente al desafío de crear que hace útil a una generación. Por eso han de fundirse con lo nuevo, nunca entablar competencias que a los efectos revolucionarios siempre resultan estériles.

Nuevas vanguardias tenemos que consolidar. Nutridas de un arsenal que invite a “pensar formando” como decía Varela, a marchar “con todos y para el bien de todos” como pretendió Martí y a “emanciparnos por nosotros mismos” como juramos ante la partida física de Fidel. Que no renuncien nunca a incorporar, que solo dejen atrás a los incorregiblemente contrarrevolucionarios. Que no parcelen, que no aíslen ni privilegien. Que ganen su derecho a caminar con el pueblo haciendo suyo el deber de conocer, pensar, actuar y comunicar con el único fin de servirle mejor.