Si algún placer me ha reportado el ejercicio de la crítica, amén del goce estético que en sí produce y de ciertos reconocimientos cuyo objetivo fundamental consiste en la posibilidad de publicar un libro, ha sido el hecho de que personalidades a las que admiré mucho durante mis años de estudiante universitaria, por ser mis excelentes profesores, me soliciten humildemente que les presente un fruto de su pluma o que escriba sobre ellos. Tal es el caso que hoy me lleva a conformar algunas páginas sobre el profesor y ensayista Luis Álvarez, miembro de la Academia Cubana de la Lengua. Era nuestro maestro de latín, asignatura que hacía mis delicias por comprobar con fruición la gran base que de dicha lengua pervive aún en nuestro idioma, y por aprender lo suficiente con las máximas latinas que en cada clase nos presentaba, seguidas de amplia disquisición sobre el tema. Comenzaba el primer año de la licenciatura en Filología, y luego de la agotadora carrera de resistencia de las pruebas de eficiencia física sentí un cansancio milenario que me hizo caer en las duchas del Abrantes: se confirmó mi sospecha, tenía hepatitis. A partir de entonces estuve como tres meses sin ir a la Facultad, acostada, copiando las clases que amablemente mis condiscípulos del Pre y de esta carrera Yamila Cabrera y Jesús Quirós me llevaban, hasta un día en que llena de miedo regresé para realizar tres trabajos de control en un día: Gramática, Filosofía y Latín, junto a otros compañeros que ya revalorizaban estas materias por segunda o por tercera vez. Salí airosa y con buenas calificaciones. El latín le quitaba el sueño a muchos de mis compañeros, a los cuales tuve que repasar luego. Debo decir que dicha materia no fue mi azote, como para muchos estudiantes de Letras, sino que pude percatarme, a través de las enseñanzas de tan especial profesor, de su gran importancia para los estudios humanísticos.

Luis Álvarez ha sido, hasta el momento, el principal estudioso de la colección poética martiana Polvo de alas de mariposa. Foto: Tomada de Radio Cadena Agramonte

Un profesor culto y agudo fue la primera imagen que recibí del acucioso y preclaro ensayista que me esperaba en sus ensayos o sus libros. Muchos años después volvemos a coincidir por nuestra pasión martiana, en la que sobresalen varios títulos de su autoría como pueden ser la acuciosa edición crítica del poemario Polvo de alas de mariposa, su aportador estudio sobre la oratoria en Martí o su reciente investigación sobre la visión martiana de la cultura.

La cultura rusa en José Martí es un novedoso ensayo que evidencia, además de la proyección universal de la cultura martiana, que sus textos sobre arte y literatura rusos son canónicos dentro de su obra. El instinto monográfico se apodera de estas páginas donde se realiza un viaje que va de un hito de su producción ensayística: “Pushkin. Un monumento al hombre que abrió el camino de la libertad rusa” de 1880, con la explicación de sus respectivos antecedentes en la obra del escritor, hasta su capital estudio del pintor Vereschaguin, pasando por todo un extenso capítulo dedicado al estudio del tema de la Rusia zarista en la obra de Martí, que comprende los horrores de dicho régimen, el análisis de las clases sociales y el estadio de desarrollo de la sociedad rusa en sus aspectos político, social, económico y cultural. Debe afirmarse asimismo que el ensayo rastrea en toda la obra de Martí los referentes a Rusia, su cultura y sociedad, en el que ocupa un lugar destacado el examen de las anotaciones recogidas en sus inestimables cuadernos de apuntes sobre la temática. El libro contiene también un capítulo introductorio donde se resume en esencia la estrategia a llevar a cabo en el estudio y los móviles últimos que impulsaron a Martí a estudiar la cultura rusa. En él se enfatiza en la relación entre identidad y universalidad en la obra del cubano, y se define a la búsqueda y consolidación de una identidad cultural en la literatura como la esencia de los momentos históricos que viven Rusia y América Latina.

La cultura rusa en José Martí es un novedoso ensayo que evidencia, además de la proyección universal de la cultura martiana, que sus textos sobre arte y literatura rusos son canónicos dentro de su obra”.

Sus estudios del poemario inconcluso Polvo de alas de mariposa me llevaron a la crucial aventura de escribir un libro sobre este no tan conocido poemario martiano que constituye un eslabón legítimo dentro de su poesía. Un camino a seguir, una esencia a revelar en el conocimiento de la poesía de José Martí, ha venido a constituirse, con el paso de los años y el crecimiento de la bibliografía sobre su lírica, Polvo de alas de mariposa, colección en la que, al decir de los hacedores de la edición crítica correspondiente a 1985, “ocurre, en tono menor, una situación análoga a la de los Versos libres: existe un índice manuscrito, pero son mucho más los versos estilísticamente correspondientes a ese título”.[1] Su génesis coincide con un período de agostamiento del Romanticismo, que abarca la década de 1870 a 1880 en el que Martí “vuelve los ojos ahondadores al cimiento de la gran poesía hispánica”,[2] como lo prueba la riqueza métrica y rítmica del poemario. Catalogada con acierto por el acucioso ensayista Luis Álvarez como la cuarta colección poética cuyo índice elaboró Martí, en una zona de su obra con cuya publicidad él se ha mostrado más cuidadoso,[3] se distingue en ella la existencia de un estilo y un tono unitarios y la preeminencia de un tema o varios temas sobre otros, así como el carácter autónomo y logrado de la mayoría de estos poemas.

El ensayista ha sido, hasta el momento, el principal estudioso de dicha colección. El primero que llamó la atención de la valía y carácter autónomo del poemario. En “Pro captu lectoris: los versos mínimos de José Martí”, el investigador reconoce al conjunto como poemario, insiste en llamarlo colección, siguiendo la pauta que le brinda la “Nota editorial” de la Poesía completa, Edición crítica de 1985. Caracteriza las singularidades de este cuaderno en relación con otras agrupaciones líricas martianas, y fundamenta la necesidad de estudiar Polvo de alas de mariposa y asumirlo como una unidad independiente cuando afirma:

Polvo de alas de mariposa, por el solo hecho de haber sido en algún momento encarada por Martí como unidad poemática, es también imprescindible, con independencia del tono lírico predominante en ella, y aun de la consideración de que sus versos sean de una estatura cualitativamente distinta, o, para decirlo llanamente, valorada como inferior en significación y trascendencia.

Un profesor culto y agudo fue la primera imagen que recibí del acucioso y preclaro ensayista. Foto: Tomada de Claustrofobias

El también profesor universitario propone una nueva ubicación del libro dentro de la Poesía completa de Martí, y lo coloca a continuación de los Versos sencillos, en su calidad de colección unitaria, precediendo a todos los poemas sueltos o circunstanciales de Martí. Se detiene en los pormenores de la gestación del poemario, en la que juega un papel muy importante el “Cuaderno de apuntes 6” que recoge una parte de aquellos textos, y profundiza en los nexos estilísticos en cuanto a métrica entre el poemario y la serie “La pena como un guardián”. La caracterización métrica del conjunto ocupa buena parte del estudio donde se clasifican los textos en tres modalidades estróficas presentes, es decir: madrigales, pavanas y epigramas. Álvarez también es el responsable de la edición de Polvo de alas de mariposa en forma de libro — según él la primera del cuarto poemario martiano en su plena independencia y perfil específico— que data de 1994, y de su prólogo, que, aunque está basado en el ensayo aquí comentado, profundiza en otros aspectos igual de importantes, tales como la procedencia del título del libro, la idea del verso natural y su manifestación en esta colección, y algunos elementos que comparte dicha entrega con otros poemarios martianos. Hace referencia a la autenticidad de estos versos y a la diferencia respecto al yo romántico, y su condición de fruto novedoso del Modernismo. El tono es diferente al resto de sus libros poéticos, y poderosamente lírico como deliberadamente coloquial, por lo que puede hablarse del carácter experimental de esta colección, fruto de un período transicional. El carácter experimental de la colección viene dado también por su brevedad, como acertadamente apunta Luis Álvarez, pues son “poemas mínimos, que oscilan en general entre cuatro y doce versos. En ellos se presentan diversas combinaciones métricas” estudiadas con acierto por este ensayista.[4] En el libro Martí une versos de arte menor y arte mayor, a diferencia del resto de sus poemarios esto explica que el tono de la estrofa, la segmentación y el ritmo del cuaderno sea distinto. Lo que explica, con primicias y acertado fundamento, Luis Álvarez cuando afirma en el prólogo a la edición de 1994 del poemario:

La primera cuestión es de carácter eminentemente rítmico, en lo que se refiere a la estructuración métrica. Martí fue muy preciso en lo que pudiérase llamar la peculiarización métrica de las otras tres colecciones. Como se sabe, Ismaelillo se asienta especialmente sobre heptasílabos y pentasílabos. A su vez, los Versos sencillos conceden predominio extraordinario al octosílabo. Por último, los Versos libres se concentran en el endecasílabo. Esta separación entre los versos de arte menor y los versos de arte mayor, en un poeta tan audaz y creativo como Martí, podía estar pendiente de una orquestación de metros diversos: y es eso justamente lo que marca las estructuras rítmicas de Polvo de alas de mariposa, donde se reúnen, en una sucesión rigurosamente gradual, trisílabos, tetrasílabos, pentasílabos, hexasílabos, heptasílabos, octosílabos, eneasílabos, decasílabos, dodecasílabos y alejandrinos. El poeta crea, entonces, un poemario de impalpable sinfonismo, de osada libertad versal. Pero ello se produce sin anarquía: el despliegue melódico resulta represado con mano firme en una colección donde, de manera sorprendente, el poeta vierte su voz en tres tipos (y solo tres) de composición lírica: el epigrama, el madrigal y la pavana, como si quisiera mantener un acerado equilibrio entre la extrema diversidad métrica y una consciente y victoriosa organización de los ritmos de este tipo en una trÍada de modos de entonación temática […] Esto convierte al poemario en especialísimo no solo en el conjunto de la poesía martiana, sino también en el panorama de la creación lírica de su tiempo.

Al asumir tal objeto de estudio retomamos los presupuestos esbozados por el ensayista Luis Álvarez cuando afirma que:

Urge, entonces, una nueva lectura de ese libro: filológica, primero, con el fin de recuperar su integridad posible; axiológica, luego; para aquilatar la entraña de su diapasón peculiar, de su riqueza estética interior, enlazada con las de Ismaelillo, Versos libres y Versos sencillos, pero también diferenciada de la entonación de estas colecciones.

Dentro de su amplio saber sobre la literatura martiana destacan dos ensayos sobre esa cumbre poética y vital que constituyen los Diarios de campaña. Nos referimos a “José Martí a caballo y en la mar[5] de 1995 y a “Los sentidos añadidos en la literatura de viajes caribeños de José Martí: apuntes para una espaciología en la literatura martiana”, este último escrito junto Nadiezda Proenza Ruiz,[6] de 2018. Ambas obras poseen sus vasos comunicantes, y los nuevos conocimientos que aporta el primero se colocan como punto de partida para develar lo caribeño en sus Diarios de campaña.

Dentro del amplio saber de Luis Álvarez sobre la literatura martiana destacan dos ensayos sobre los Diarios de campaña. Imagen: Tomada de Internet

El ensayo de 1995 constituye un inusual acercamiento donde el Diario de Montecristi a Cabo Haitiano es leído como texto dedicado a María y Carmen Mantilla, señalando en él todo el propósito didáctico y formador de Martí de crear en las jóvenes una visión del mundo latinoamericano que las incline hacia su verdadera identidad. Por eso compara fragmentos de este con las cartas a María Mantilla, y con los propósitos de La Edad de Oro. En tal sentido se develan los elementos que implican la relación de este Diario con María Mantilla, entre los que se encuentra el hecho de que Martí le encarga a María que haga una historia de su viaje a partir del Diario que él escribe, por eso el despliegue paisajístico no deriva de una expansión poetizadora e impremeditada: es preparación de una perspectiva, referencia tangible —sobre todo en la enumeración de una lujosa arboleda tropical— a la materialidad del mundo hispanoamericano desconocido por la niña: por eso este Diario entraña una especial energía enfilada a la vez al raciocinio y al sentimiento profundo. Concluye su original acercamiento apuntando que se debe releer el Diario de Montecristi a Cabo Haitiano para descubrir el límpido tallado de un viaje interior por el universo espiritual latinoamericano, al cual Martí invita no solamente a sus dos muy jóvenes lectoras, sino quizás, impensadamente, a todo adolescente de América.

“El estudio del espacio caribeño en Martí permite comprender mejor las estrategias estilísticas de su discurso”.

A la condición de estos Diarios como de campaña, pero que fueron escritos como Diarios de viaje, se vuelven a referir Luis Álvarez y Nadiezda Proenza en el trabajo aquí aludido, ahora para subrayar la presencia del Caribe en sus páginas. Aunque es un estudio que repasa otras obras de la literatura de viaje martiana, sus juicios más preclaros y más abundantes son sobre los Diarios de campaña. Su tesis es que Martí aprehende el espacio caribeño como geografía cultural, en cuya imagen prevalece su mirada acuciosa de observador culto y minucioso que se sabe rumbo a la patria, que es también en tal momento el campo de batalla. En tal sentido su concepto cultural del Caribe se caracteriza por la amplitud geográfica, racial e identitaria, ya sea desde las prácticas culturales que conforman la región, sus interconexiones de toda índole, o una particularísima comprensión del hombre caribeño. Se trazan perfiles de una comunicación continua que revela la porosidad de los límites entre el hablante caribeño y su espacio, y se concluye que Martí es un precursor de una perspectiva orgánica del Caribe, pues la noción de integración caribeña se gestó y fraguó en las primeras décadas de siglo XX. Seguidamente refieren cuáles son los planos del espacio literario en el texto, entre los que citan el plano de la descripción, que es el que se ocupa de la exposición de características; el plano del escenario, a través del cual se construye la escena donde tienen lugar los sucesos narrativos y dramáticos, o es la expresión de la subjetividad del poeta; y el plano de los sentidos añadidos, que es, en opinión de los investigadores, el que más se desarrolla en estos imborrables diarios. Dichos sentidos, teorizados por Slawinski, cobran una importancia perfectamente apreciable en Martí, y que se manifiesta de forma principalísima por el trabajo con la luz. Se demuestra que no hay crecimiento espiritual para el hombre fuera de la luz, pues Martí vincula la luz con la ética —une verdad y belleza— y concibe una relación entre la luminosidad de los espacios y la formación de un hombre pleno de virtudes morales. A medida que se acerca a Cuba, y ya por Cuba, el claror es creciente. Otros de los sentidos añadidos son las impresiones táctiles, sonoras y olfativas de la campiña isleña, donde los frutos y el agua ocupan un lugar preponderante. Es así que la fastuosidad isleña se evidencia a través del desborde sensorial que plasma en su prosa, donde el mar es el índice cardinal del Caribe, súmmum de índices sensoriales que se torna metáfora en el cuerpo de la prosa de Martí. El ensayo culmina reconociendo que el estudio del espacio caribeño en Martí permite comprender mejor las estrategias estilísticas de su discurso, no solo sobre la región en que nuestra isla se inscribe, sino también sobre su peculiar y profundo sentido de la patria. Ambos ensayos referidos a los Diarios de campaña permiten la contextualización del texto martiano en ese incesante viaje de hallazgos en que se constituye el rumbo por un texto canónico de la literatura escrita en lengua española.

La naturaleza culta de Luis Álvarez, y sus especiales conocimientos de la antigüedad clásica y la gran literatura, han permitido la existencia de un cuerpo sólido de aportes a la bibliografía martiana. En pro de la premura de nuestros actos o encuentros termino este homenaje con dos frases, que nos guiaron, nos guían o guiarán a él y a mí en este mundo de las letras, y que aprendí con él: Alea Iacta est: Ars longa, vita brevis.


Notas:

[1] José Martí. Poesía completa. Edición crítica, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1985, p. 9. Dicha edición estuvo al cuidado de Cintio Vitier, Fina García Marruz y Emilio de Armas, y sin dudas, como afirma Luis Álvarez, se erige en fundamento para el rescate de este poemario.

[2]  Ángel Augier. Acción y poesía en José Martí, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1982, p. 35.

[3] Ver Osmar Sánchez Aguilera. Las martianas escrituras, Centro de Estudios Martianos y Oficina del Historiador, La Habana, 2011, p. 50. Este ensayista atinadamente refiere una razón que bien puede erigirse como fundamento de la necesidad de mi objeto de estudio:

Una evidencia más: la imagen establecida de Martí, moldeada primero por él mismo, ha solido sobreponerse a la lectura de sus textos, dando como resultado no pocas veces la reducción de estos a confirmación ilustradora de aquella imagen, la que él quiso legar, la que entendió más necesaria a sus objetos centrales de vida. Aprovechando una metáfora de ascendencia astronómica, ese fenómeno podría representarse como un planeta con tanta fuerza gravitacional que termina por atraer a su propia órbita o hacer una extensión suya a cuanto cuerpo textual se le aproxime. De ahí que toda nueva lectura de Martí lo sea también, (e incluso tenga que serlo) de los modos de lectura que se han ejercido sobre su obra. Imposible acercarse a esa obra sin tener que ver, en un mismo acto, con los modos de lectura que han contribuido a fijarla como tal. (Osmar Sánchez Aguilera. “La “memoria de un guerrero”: José Martí, su escritura, su poesía (Apuntes de trabajo)”, Revista de la Universidad Cristóbal Colón, 27 (2011), Veracruz, p. 30.

[4] Luis Álvarez. “Pro captu lectoris: Los versos mínimos de José Martí” en Conversar con el otro, Ediciones Unión, 1990, La Habana, p. 27.

[5] Luis Álvarez Álvarez. “José Martí a caballo y en la mar”, en Revista Casa de las Américas, n. 201, pp. 96 – 106, oct – dic.

[6] Luis Álvarez Álvarez y Nadiezda Proenza Ruiz. “Los sentidos añadidos en la literatura de viajes caribeños de José Martí: apuntes para una espaciología en la literatura martiana”, en Anuario del Centro de Estudios Martianos, n. 41, 2018, La Habana, p. 217 – 227.