Pato-logias de Donald

Fernando Buen Abad Domínguez
16/11/2016

Todo parece dispuesto para hacer chistes fáciles —y en serie— sobre Donald Trump, su historia, sus exageraciones, su manera de hablar, su peinado y, en suma, su rol político disfrazado de empresario “no político”. Todo se antoja para un banquete de ironías y gracejetas a granel con la certeza plena se quedar bien con muchos y recibir carcajadas y aplausos cómplices.

Pero visto bien, el asunto tiene ninguna gracia. Más bien lo contrario. También se antoja fácil un recuento burlón de bravuconadas, insultos, majaderías y denostaciones proferidas por Trump, con alma déspota y petulancia gerencial. Podría escribirse uno y otro episodio de comedia surrealista, y podría resultar negocio duradero emprenderla con “caricaturas” de todo tipo aprovechando la fuente interminable de autoritarismo imperial que transpira el nuevo presidente yanqui. Sería muy exitoso porque sería fácil. Pero el asunto es muy amargo.

En su dialéctica, la fase superior del capitalismo yanqui produjo un “líder” sui generis en el que se coagulan todas las peores expresiones del liderazgo burgués que, contra muchos pronósticos, resultó exitoso para sus fines y calamitoso para los nuestros. Trump es un producto acabado de cierta generación ideológica que tras la guerra fría se dispuso a consolidar la leyenda de un mundo “sin Estado” o, mejor dicho, con Gobierno tarado, a fuerza de domesticarlo con servilismo de clase y amnesia política. Trump es artífice y producto de esa aventura neoliberal irresponsable.

Es hijo y artífice de un sistema económico dispendioso y depredador, que se revuelve en moralinas mesiánicas para mentir, impúdico e impune, a los cuatro vientos. Es un Frankenstein de ideas y de gestos, fabricante y fabricado en la refriega del poder militar burgués y domesticado por el poder financiero trasnacional que aún conserva la nostalgia de un glamour excéntrico basado en la ostentación y los oropeles. Dorado todo, bañado todo con el “mal gusto” del exhibicionismo de base mediocre que convierte en líderes a personajes patológicos, dueños de carisma bizarro y contradicciones morbosas.

Donald es obra del capitalismo, es su divisa visible y la envidia de muchos que no se exhiben igual porque no quieren o porque no pueden. Envidia de no pocos. Ética y estética del autoritarismo y la barbarie, en la prepotencia de un empresario que se comporta como hacendado prestado a eso que ellos llaman “política”. Nada chistoso.

 

Fuente: Red EDH Cuba