¿Qué es la Patria? ¿Quién se atreve a definirlo? ¿Es una construcción afectiva, intelectiva, geográfica? ¿Qué presuponemos cuando se habla de ella: fulgor, sacrificio, obligación, nostalgia, ideal, goce, devoción, poesía? No exploramos obviedades, queremos anclar en la hondura.

Son frecuentes las citas martianas sobre el tema, “Patria es humanidad” es una de ellas. Aparecida en la sección “En Casa” en el periódico Patria, el 26 de enero de 1895, esa “humanidad” no equivale a orbe, a mundo; sino a la condición de obrar desde lo humano. Martí no entendía la Patria de otro modo.

“Al fin, la patria somos todos. La patria es su gente”. Foto: Alejandro Leonardo Benitez Guerra/ Cubasí

A veces, pasamos de largo, sin reparar en los razonamientos que le suceden a esa célebre frase del genio de Paula: “(…) ni se ha de permitir que con el engaño del santo nombre se defienda a monarquías inútiles, religiones ventrudas o políticas descaradas y hambronas, ni porque a estos pecados se dé a menudo el nombre de la patria, ha de negarse el hombre a cumplir su deber de humanidad, en la porción de ella que tiene más cerca. Esto es luz y del Sol no se sale. Patria es eso”.

El primer pedazo de patria que asoma bajo el sol es la familia, es el barrio, son los amigos. En consecuencia, esa patria íntima, ese patriotismo primigenio se lastima ―creo que es la palabra exacta― cuando un entorno que nos es tan caro, se deja al margen de las oportunidades. Que sea muchas veces un sentimiento que se rumia a la callada, no resulta menos lacerante. Entonces, el sol comienza a apagarse un poco.  

Se aprieta el alma cubana cuando uno se asoma a la vida de Félix Varela ―una vida de servicio―, quien desde las aulas del Seminario, o desde las cuchilladas del exilio, ejerció su apostolado patriótico y humano hasta el último de sus días. ¿De dónde sacó fuerzas el padre Varela, cuyos hábitos parecían colgar más de su energía interior que de su enjuto cuerpo? ¿Cuántas veces la luz de su pensamiento no iluminaría las tinieblas de la distancia?

Son frecuentes las citas martianas sobre el tema, “Patria es humanidad” es una de ellas. Aparecida en la sección “En Casa” en el periódico Patria, el 26 de enero de 1895, esa “humanidad” no equivale a orbe, a mundo; sino a la condición de obrar desde lo humano. Martí no entendía la Patria de otro modo.

En su célebre artículo “Patriotismo”, en el temprano siglo diecinueve, Varela apuntó con lucidez: “Al amor que tiene todo hombre al país en que ha nacido, y al interés que toma en su prosperidad les llamamos patriotismo. (…) La consideración del lugar en que por primera vez aparecimos en el gran cuadro de los seres (…) nos inspira una irresistible inclinación, y un amor indeleble hacia nuestra patria. En cierto modo nos identificamos con ella, considerándola como nuestra madre (…)”.

Esa patria-madre tendió alas, siguió cobijándolos cuando las circunstancias les impulsaron más allá de las fronteras cubanas. Varela fundó en Filadelfia, luego en Nueva York ―solo él sabe con cuantos riesgos y desvelos― el periódico El Habanero. Comenzó a hablar de independencia a la Isla sumida en una aparente “tranquilidad”. Murió en San Agustín, Florida, en su celda monacal, sin posesiones materiales: lo poco que tenía lo había dado a sus feligreses.

Martí, ya se sabe, convocó a la emigración cubana en Tampa, Cayo Hueso, en la metrópoli neoyorquina, y fundó, con el apoyo de sus clubes, el Partido Revolucionario Cubano y su órgano, el periódico Patria. No hay casualidad alguna en el nombre de aquel periódico. Esa palabra era el resumen de todas las ansias, la encarnación de todas las aspiraciones, el sustrato perfecto para la unión, para “la fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas”.

No por sabidas dejan de admirarnos tales historias, fraguadas en la lejanía. ¿Acaso el patriotismo se mide en kilómetros cuadrados? ¿Se pierde cuando bajo las plantas no se pisa la cálida tierra antillana? ¿O la patria va ―resguardada como luz inapagable― en el pecho de cada cubano de ley?

“Varela fundó en Filadelfia, luego en Nueva York ―solo él sabe con cuantos riesgos y desvelos― el periódico El Habanero”. Foto: Internet

Patria es el sonido del viento

Tengo un amigo que fijó residencia en otras geografías. Un día, me confesó, que se vio en una gran ciudad, frente a volcanes deslumbrantes… mas comenzó a extrañar sus pequeñas lomas, sus calles derramadas, el saludo de sus vecinos. Y escribió una de esas frases definitivas: “Patria es el sonido del viento”. Aquí volvió, a dejar sus huesos.

Fue similar reclamo ―reclamo cumplido― el que hizo la gran poeta Pura del Prado (Santiago de Cuba, 1931-Miami, 1996) a los suyos: “El día que yo me muera / se va a morir Cuba un poco / porque mi espíritu loco / tiene zumo de palmera (…) ¡Prométanmelo, soldados! / Cuando se rompa este hierro /¡No dejen en el destierro / Mis huesos abandonados / Llévenme para allá /Aquí no. ¡Qué va!”.

Para ellos, el suelo de la patria era la cobija perpetua.

¿Hasta dónde el patriotismo es lazo o es ala? ¿Algo tangible o una utopía inasible? ¿Tradición en caducidad en medio del mundo globalizado de hoy, o ánima del presente, todavía?

La palabra “patria” puede vaciarse de su sentido ontológico, de su definición más raigal. Puede trocarse en interesado utilitarismo. Sigo con Varela quien advertía acerca del falso patriotismo que “(…) consiste en que muchas personas, las más ineptas, y a veces las más inmorales, se escudan con él, disimulando el espíritu de especulación, y el vano deseo de figurar (…) Se finge a veces lo que piensa el pueblo arreglándolo a lo que debe pensar (…) y así suele verse con frecuencia un triste desengaño, cuando se ponen en práctica opiniones que se creían generalizadas”.

Cuando se alude al sentimiento patrio de manera epidérmica, cuando resulta mera palabra y no esencia, cuando se suplantan razonamientos y argumentos por la recurrente invocación al deber con la patria, cuando la conveniencia pretende vencer a la pertinencia, estamos en presencia del patrioterismo.

“Se aprieta el alma cubana cuando uno se asoma a la vida de Félix Varela (…) quien desde las aulas del Seminario, o desde las cuchilladas del exilio, ejerció su apostolado patriótico y humano hasta el último de sus días. ¿De dónde sacó fuerzas el padre Varela, cuyos hábitos parecían colgar más de su energía interior que de su enjuto cuerpo?…”

El patriotismo es ardor; el patrioterismo, alarde. El patriotismo es latido; el patrioterismo, pura exhibición.

Joel James entregó, con su ensayo Vergüenza contra dinero, toda una exégesis de nuestro tejido social y consideró como amenazas contra nuestro ser nacional, “(…) las acechanzas provenientes de fuera, o, las que son peores, resultado de excrecencias propias (…) las amenazas del abuso y la corrupción vengan estas amparadas por los discursos políticos justificativos con que quieran venir”.

La palabra “patria” es omnipresente en el discurso de las más diversas esferas de nuestro panorama económico-social. Francamente, se ha abusado de ella, se ha estirado a discreción, se ha desbordado. El universo mediático cubano es epígono de esa circunstancia, que flota en el aire de tal manera, que ya casi no lo advertimos. El inolvidable José Aurelio Paz, Premio Nacional de Periodismo José Martí, lo vio así:

“La Patria está en nosotros. El compromiso también, de modo que no es necesario estar acentuándolo constantemente en una prensa a veces cargante, a veces aburrida, que no hurga, como debiera ser, en el diapasón sonoro de la sinfonía que somos (…)”.

En esa sinfonía que somos ―cada uno en el ejercicio legítimo de su propia cuerda―, nos abrasamos con Cuba. Atentos a los que, más cercanos o más lejanos, se arrogan el derecho de esgrimir un patriotismo de ocasión, de barata encarnadura; o peor, un supuesto patriotismo que pretende camuflar intereses personales o espurios. Al fin, la patria somos todos. La patria es su gente.

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