A mi padre, seguidor de los célebres Leopardos de Santa Clara,
que vio jugar en el mítico estadio La Boulanger

En abril de 1936, y desde su exilio político en Nueva York, el periodista Pablo de la Torriente Brau escribía:

Tiene el team [New York Cubans] una pujanza extraordinaria en el batting, en el pitching y en el fielding. Y, en cuanto a “estampa”, casi puede asegurarse que ningún otro team, ni siquiera en las Mayores, podrá comparársele. Tiene un promedio de peso de 174 libras y otro de estatura de 5 pies 11 pulgadas. Es un verdadero team de gigantes. Martín Dihígo, tan alto como el campeón del mundo de boxeo, será el capitán de una novena cubana que se dará el pisto de vestir uniformes tan lujosos como los que visten los más conspicuos teams de las Grandes Ligas…

Aquel New York Cubans tuvo su sede en el estadio Dickman Oval, en Harlem.

Viene al caso lo anterior porque —además de ofrecer al lector la oportunidad de recrearse en la tan vívida prosa periodística de Pablo de la Torriente— el 19 de octubre de 2021, en vísperas del Día de la Cultura Cubana, se declaró oficialmente al beisbol como Patrimonio Cultural de la Nación.

Presente en cuanta manifestación cultural pueda imaginarse (la literatura y el periodismo en todos los géneros, las artes plásticas en la totalidad de sus manifestaciones, la música, el teatro, la cinematografía, la fotografía, las ciencias sociales…), el beisbol, la pelota como aquí decimos, está enraizada en el alma del cubano, en su habla e idiosincrasia, y es no solo el pasatiempo nacional, es la gran fiesta nacional, de la que participan en diálogo y debate abierto, y por igual, el cirujano eminente y el bodeguero de la esquina.

“El beisbol, la pelota como aquí decimos, está enraizada en el alma del cubano, en su habla e idiosincrasia, y es no solo el pasatiempo nacional, es la gran fiesta nacional”.

Esta historia comenzó a escribirse el 27 de diciembre de 1874, fecha de celebración del primer encuentro oficial de beisbol, en el estadio Palmar de Junco, Monumento Nacional, en la ciudad de Matanzas. De entonces acá han transcurrido numerosos capítulos de una historia que esplende en nuestros días.

Peloteros hubo en las filas mambisas. El beisbol ha constituido a lo largo del tiempo un elemento aglutinador de la sociedad porque, amigo lector, los peloteros negros eran buenos, pero tan buenos, que —“a pesar de los pesares”— se abrían un espacio en el espectáculo, que al menos en Cuba no los soslayó, pues ellos brillaron en la Liga Cubana de Beisbol Profesional.

Desde las primeras décadas del siglo XX visitaron Cuba equipos de las Grandes Ligas, de peloteros exclusivamente blancos que realizaban giras de preparación y exhibición. En La Habana enfrentaron a equipos nuestros con inclusión de peloteros negros.  

El pitcher del club Almendares José de la Caridad Méndez, llamado el Diamante Negro, eslabonó una cadena de 25 ceros frente al club Rojos de Cincinnati, de las Grandes Ligas.

El 15 de noviembre de 1908 el pitcher del club Almendares José de la Caridad Méndez, llamado el Diamante Negro, comenzó a eslabonar una cadena de ceros frente al club Rojos de Cincinnati, de las Grandes Ligas. Esta cadena de ceros la extendió hasta 25 entradas (uno de los juegos fue de siete innings) contra el Cincinnati. Es dato fidedigno que el dueño del equipo visitante, asombrado ante tal hazaña, exclamó que ojalá se pudiera pintar de blanco a José de la Caridad, para llevarlo de vuelta consigo a las Ligas Mayores.

Otro suceso memorable tuvo lugar en noviembre de 1920, en ocasión de la visita del club Gigantes de Nueva York, que trajo en su nómina al celebérrimo jonronero George Babe Ruth, el Bambino, aceptado como el más grande beisbolista de todos los tiempos. Los desafíos se celebraron contra los clubes cubanos Habana y Almendares, en el desaparecido estadio de este último. Si bien Ruth era la gran atracción, en el juego del 6 de noviembre el héroe fue el cubano Cristóbal Torriente, jardinero central, quien logra conectar un doble y ¡tres jonrones! en el espléndido triunfo del equipo Almendares 11 x 4 contra los Gigantes neoyorquinos… con Babe Ruth incluido y todo.

“El beisbol ha constituido a lo largo del tiempo un elemento aglutinador de la sociedad”.

Años después, la cita de Pablo de la Torriente Brau que da inicio a este artículo ilustra acerca del “fenómeno cubano” en las Ligas Negras del beisbol norteamericano.

A lo largo de las primeras seis décadas del siglo XX se jugó anualmente la temporada de pelota invernal de la Liga Cubana de Beisbol Profesional, con cuatro clubes e infinidad de seguidores, que entonces se denominaban fanáticos, probablemente a partir del inglés fans. Desde entonces, las superestrellas cubanas fueron contratadas por los equipos de las Ligas Mayores y empezaron a hacer historia también por allá, en el mejor beisbol organizado del mundo.

Salón de la Fama de Cooperstown, situado en el Estado de Nueva York.

Pertenecer al Salón de la Fama de Cooperstown, museo localizado en esa localidad del estado de Nueva York, es el sueño de todo pelotero, de cualquier nacionalidad y época. Pues bien, sépase que Cuba es el país de América Latina con el mayor número de representantes en el llamado Templo de los Inmortales o Salón de la Fama de Cooperstown, inaugurado en 1939 e integrado por un exigentísimo comité de selección y por votación de especialistas.

Ahí están, para honra nuestra, las placas con los rostros de los tres ya citados —José de la Caridad Méndez, Cristóbal Torriente y Martín Dihigo—, ninguno de los cuales jugó como tal en las Grandes Ligas cuando estas sólo admitían blancos, pero descollaron de tal manera que fueron exaltados al Salón de la Fama a partir de sus actuaciones en las Ligas Negras. Cada uno de esos cubanos merece un trabajo aparte que no prometemos, porque aunque entre los lectores de La Jiribilla seguramente abundan los amantes del beisbol, existen otras publicaciones especializadas para el tratamiento del tema.

“Cuba es el país de América Latina con el mayor número de representantes en el llamado Templo de los Inmortales o Salón de la Fama de Cooperstown”.

Se suman a los anteriores, Alejandro Pompez —exaltado al Salón en 2006— empresario nacido en Cayo Hueso en 1890, de padres cubanos, gracias a cuya instancia y laboriosidad, además de empeño financiero, se consiguió la inclusión de los peloteros cubanos con un equipo propio en las Ligas Negras donde brillaron los nuestros, junto a los norteamericanos discriminados. Pompez, al igual que los tres cubanos anteriores, accedió al Salón de la Fama a propuesta del Comité Especial de las Ligas Negras. 

Orestes Miñoso, Minnie (1923-2015) fue probablemente el pelotero más querido y admirado de la década del 50 en el beisbol cubano.

Figuran además el avileño Tany (Atanasio) Pérez, 1942, jugador descollante de los Rojos de Cincinnati, con 23 temporadas, de ellas 16 en los Rojos, Tany accedió al Salón de la Fama en 2000, con una amplia votación; Tony Oliva, pinareño, 1938, de los Mellizos de Minnesota, primer jugador en la historia de las Grandes Ligas en ganar el campeonato de  bateo en sus dos primeras campañas, en 1964 y 1965, y Orestes Miñoso, Minnie (1923-2015) natural de Perico, Matanzas, quien fuera probablemente el pelotero más querido y admirado de la década del 50 en el beisbol cubano, cuando brilló con el club Marianao, y además en las Grandes Ligas, siendo el primer jugador negro cubano y latinoamericano admitido en las Mayores y el primero en aparecer en una selección All Star. Sobre nombrado Mr. White Sox, llegó a jugar con más de 50 años. Oliva y Miñoso fueron incorporados al Salón de la Fama en 2021.

Un cubano más integra, a partir de 2001, la selectiva relación, el periodista y narrador deportivo Rafael Felo Ramírez (1923-2017), nacido en Bayamo, considerado entre los mejores narradores de béisbol de habla hispana, motivo por el cual recibió premios y condecoraciones, y se le bautizó como Lo mejor del Caribe.

Claro que para ser un ídolo del beisbol entre los cubanos no es necesario integrar el Salón de la Fama, este es solo un ejemplo para destacar la grandeza de los nuestros. Cientos, miles, de peloteros cubanos aficionados y no, brillantes, talentosos y muy queridos han tenido el poder de convocatoria de llenar los estadios desde 1874 a la fecha y con ello, juego tras juego, día tras día, hacer de la pelota un patrimonio cultural de la nación.