“La grandeza es sencilla…”
José Martí[1]

Quien lee a Martí y no se transforma, no lo entendió. Pero aquel que siente cómo su palabra penetra caracol adentro y estalla, en lo más recóndito del alma, cual bengala que ilumina las entrañas del espíritu, ese, no vuelve a ser ya el mismo. Y si la palabra del Maestro viene flotando en labios de otro maestro, la epifanía está garantizada. Entonces, como el alpinista que contempla el paisaje a sus pies desde la cumbre de la montaña, uno comprende el consejo de los Upanishads: respeta al Ser que habita en el ser. Sentimiento místico que también embarga a la ciencia, pues ¿quién no se estremece ante la hipótesis de que el átomo sea un sistema solar en miniatura?

“(…) todas esas publicaciones no hicieron más que reflejar, en grado creciente, la luz del hombre Sol que le nació a Cuba”.

A mediados de enero de 2023, en el Instituto Internacional de Periodismo, Pedro Pablo Rodríguez[2] nos recibió como alumnos y nos despidió como amigos. Nos recibió, para hablarnos durante cinco días sobre José Martí el periodista y, sobre todo, el director de publicaciones. Nos despidió, contagiados de amor por una obra a la vez delicada y poderosa.

Y ese precisamente es el vocablo que podría resumir este curso: amor. PP ―que así lo llaman los que le quieren bien y saben de su devoción por Pepe― subrayó que, aunque suele citarse el parlamento de Abdala sobre el “amor a la tierra”, Martí jamás basó su prédica en el odio: Martí es amor.

PP, que conoce al dedillo la biografía martiana y que conjuga en sí mismo idénticas dosis de humildad y fervor, nos contó acerca de los sueños y las frustraciones de un joven que asumió el oficio de escribir como el deber de servir a una América, básicamente hispana, que empezaba a reconocerse como un continente distinto de Europa y de la América sajona.

Nos cuenta PP que, en una época en la que apenas se distinguía entre revista y periódico, en la que las rotativas comenzaban a desplazar a las imprentas artesanales y en la que la prensa escrita se transformaba en un negocio capitalista, Martí se las ingenió para convertir sus publicaciones en palomas mensajeras que portaban un discurso de raíz americana y resonancias universales. Nadie como él supo fundir lo ajeno con lo propio y lo utilitario con lo ético.

Pedro Pablo Rodríguez, un maestro predicando la palabra del Maestro.

Según PP, Martí estuvo al frente de seis empresas editoriales:

La primera de ellas, La Revista Guatemalteca, proyectada durante su estancia en el país del quetzal, nunca llegó a salir debido al rechazo de Martí a ciertas arbitrariedades e intrigas que provocaron, al final, su partida de Guatemala.

De La Revista Venezolana apenas salieron dos números, que se enfocaron en crear una conciencia latinoamericana. Sus editoriales son verdaderos ensayos modernistas, que trascienden lo meramente literario y van esbozando un programa a gran escala. Pero su elogio a Cecilio Acosta molestó al presidente Antonio Guzmán Blanco, lo que obligó a Martí a abandonar un país que, por ser el de Bolívar, nunca se pudo sacar del corazón.

La América era un periódico de anuncios comerciales, propiedad de una agencia de seguros, que se hacía en Nueva York y que circulaba en español por todo el mundo hispanoamericano. En enero de 1882, le pidieron a Martí ser su director, y desde ella diseñó una política editorial latinoamericana, aprovechando su alcance estratégico. Manuales para montar un gimnasio casero o instrucciones para usar un rastrillo, textos sobre el telégrafo o el origen geológico de la Isla de Cuba conviven allí con ensayos sobre una exposición de los pintores impresionistas o una semblanza sobre Wendell Phillips. En La América, Martí demostró cómo se le puede cambiar el signo a un vehículo del capital para convertirlo en voz, no solo de mercancías necesarias, sino de un ideal trascendente. Él convirtió La América en nuestra América. Esta publicación, además, le aportó una experiencia que sería clave para empeños futuros: reconocer el impacto de la imagen visual en las publicaciones periódicas, cosa que aprovechó posteriormente para ilustrar, con bellos grabados, su revista infantil.

En La América, Martí demostró cómo se le puede cambiar el signo a un vehículo del capital para convertirlo en voz, no solo de mercancías necesarias, sino de un ideal trascendente. Él convirtió La América en nuestra América.

Y de La Edad de Oro ¿qué no se ha escrito? Concebida por un hombre que habló como padre a todos los niños de Hispanoamérica, La Edad de Oro fue una especie de Ismaelillo continental. En ella el periodismo y la literatura, la prosa y la poesía, la ciencia y el arte, la historia y la filosofía, la utilidad y la belleza se trenzan, sin que uno pueda decir dónde empieza uno y dónde termina la otra. Martí escribe en Martí. Por eso La Edad de Oro desborda los esquemas y solo es clasificable como un texto martiano. En ella el espíritu extraordinario del cubano campeó por sus respetos y se derramó, como una bendición, hasta que una petición impropia, la de escribir acerca de cuestiones religiosas, lo obligó a renunciar a ella.

Solo en Patria, que salía los sábados a un costo de cinco centavos, Martí halló su plenitud. Las cuatro columnas de cada una de sus páginas eran redactadas, casi todas, por él. Aunque allí publicaron también Sotero Figueroa, Gonzalo de Quesada, Fernando Figueredo, Juan Fraga, Fermín Valdés Domínguez, Enrique Loynaz y otros cubanos y puertorriqueños hasta llegar a dieciséis. La política de unidad martiana halló en ese periódico su medio ideal. ¿Puede decirse que los cubanos tuvimos patria, primero, en un periódico y, luego, en la geografía? Sí y no. Sí, porque cuando Martí publicaba su periódico, Cuba era una colonia española; no, puesto que ya existía Cuba, como patria, en aquellos que no se sentían españoles sino cubanos. Patria unió almas para sumar voluntades y multiplicar esfuerzos. Si el alma puede dilatarse hasta la anatomía de un pueblo, Patria fue el espíritu de Cuba. Aquí cupieron todos los que apoyaron la independencia, fuesen veteranos o noveles, blancos o negros, cubanos o puertorriqueños, civiles o militares, ricos o pobres, profesionales de la palabra o no. Llama la atención, no obstante, la ausencia en sus páginas de mujeres periodistas o escritoras. Con Patria, la voz de un hombre se convirtió en el clamor de un pueblo.

Como quien saca del horno ardiente el cristal de Murano, la idea brota coloreada, pulcra y transparente del taller de PP, aunque siempre él acote con modestia: —Martí lo decía mejor…―. Admira tanta devoción sin dogma, tanta fe sin dios, tanto sacerdocio sin hábito, fundados en el amor a un ser que rozó lo divino sin perder lo humano. Y justamente, por humanos, son admirables los seres extraordinarios, porque están sometidos, todos los días, a las tentaciones, a los dolores, a las miserias cotidianas, y se sobreponen a ellos. Yo creo en la pluma que contrapesa un saco de plomadas.

Más de una vez PP insistió en la necesidad de conocer la obra de intelectuales cubanos negros de la talla de Juan Gualberto Gómez y Rafael Serra; de estudiar los neologismos martianos; de detenerse en el periodismo de Martí, que, como él dice, contiene “la mejor prosa en lengua española de su época”; de comprender su estilo único, con sus párrafos kilométricos, sus guiones largos, sus puntos y coma repetidos, sus dos puntos que se contienen unos a otros como matrioshkas, sus subordinadas, sus múltiples Y griegas, que delatan su afán unitario incluso en la sintaxis…

Patria unió almas para sumar voluntades y multiplicar esfuerzos. Si el alma puede dilatarse hasta la anatomía de un pueblo, Patria fue el espíritu de Cuba.

Martí, repite PP, hablaba en imágenes, las cuales llegaban a ser, por momentos, cinematográficas. Articulando informaciones de varios medios, iba armando una visión del mundo como si fuese un teatro. No es casual que las crónicas martianas sobre los Estados Unidos se titulen “Escenas norteamericanas”. Y esta es una clave que no debe olvidarse en una época como la actual, en la que decenas de programas anodinos conviven con otros realmente inteligentes como las charlas TED. Quien consiga motivar con una idea sencilla y expresarla en imágenes precisas dotadas de sentido práctico, podrá impactar a la audiencia. Los medios están ahí, con sus técnicas y sus mañas, y hay que aprender a usarlos o nos aplastan quienes los usan para mal.

Si exceptuamos El Economista Americano, del cual —por el momento— no tenemos información, podríamos decir que la labor de Martí como director de publicaciones periódicas siguió las fases de la Luna: La Revista Guatemalteca, que jamás se publicó, se corresponde con la fase de Luna nueva; La Revista Venezolana, de la cual salieron apenas dos números, marcó la fase creciente; La América, que duró unos tres años y combinaba anuncios comerciales con vislumbres martianas, fue la fase de cuarto creciente; La Edad de Oro, que, aunque alcanzó solo cuatro números, fue concebida y redactada íntegramente por Martí, dibujó la fase gibosa; y Patria, que durante más de tres años actuó como la voz de la independencia cubana, brilló con todo el fulgor de la Luna llena.

Y es justa la metáfora porque, si las miramos con cuidado, veremos que todas esas publicaciones no hicieron más que reflejar, en grado creciente, la luz del hombre Sol que le nació a Cuba. Sí, un sistema solar cabe en un átomo.


Notas:

[1] “Escenas mexicanas”, Revista Universal, México, 13 de mayo de 1875, OO.CC., t. 6, p. 200.

[2] El doctor en Historia Pedro Pablo Rodríguez es investigador titular del Centro de Estudios Martianos y tiene a su cargo la Edición Crítica de las Obras Completas de Martí.

4