Petrushka, un títere en el ballet

Rubén Darío Salazar
10/11/2016

Pasado el furor de los días del 25 Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso”, pienso con ilusión en el vínculo entre el exquisito arte de los movimientos y el teatro de figuras. Siempre he dicho que los títeres pertenecen a una manifestación que posee todas las condiciones para moldearse a cualquier acción cultural y salir siempre enriquecida. Eso sucedió un 13 de junio de 1911 en París, Francia, exactamente en el famoso Théatre du Chatelet. Los Ballets Rusos de Sergei Diagilev estrenaron Petrushka con la coreografía de Mijail Fokin, decoración y vestuario de Alexander Benois, libreto de este último con Stravinski y música del propio Igor Stravinski.


Fotos: Cortesía del Autor

Un ballet inspirado en Petrushka, el héroe popular tradicional ruso, hermano de otros títeres como Punch, de Inglaterra; Pulcinella, en Italia; Monsieur Guignol y Polichinela, de Francia, o Kasper, en Alemania, habla claramente del atractivo mayúsculo del universo de los retablos para coreógrafos, diseñadores y músicos pertenecientes al arte de vanguardia en el siglo XX.

Conformado como ballet en un acto y cuatro escenas, se habla de  Petrushka como la obra de equilibrio perfecto, de arte total, que mezcla música, coreografía e historia, cuyo encanto es notorio en todas las partes. Donde el compositor ruso Stravinski colocó pulsaciones de ritmo atrevidamente sincopadas, Fokin, otro maestro ruso, ideó para el  muñeco antihéroe gestos y expresiones intensamente dramáticas, y Benois creó un ambiente plástico de belleza inolvidable.

La fábula se ubica en los comienzos del siglo XIX, en la ciudad de San Petersburgo, Rusia. Al abrirse el telón se ve una plaza llena de los sonidos de una feria de carnaval, con juegos, vendedores de globos, dulces, gente de clases sociales diferentes y, por supuesto, la presencia imantadora de un teatro de títeres. El titiritero, nombrado acertadamente El Mago por sus creadores, anuncia su espectáculo. Al abrirse el teatrino se ven tres muñecos: el Moro, galán de tez oscura y expresiva mirada; la Bailarina, delicada, coqueta y distinguida (un personaje que alguna vez asumió brillantemente nuestra prima ballerina assoluta Alicia Alonso en su abultado repertorio), y Petrushka, un muñeco vestido con un traje multicolor, cuya pasión por la bailarina se denota en su rostro apasionado y triste.

Amor y dolor se unen en el personaje títere, rechazado una y otra vez por la vanidosa muñeca que prefiere al otro pretendiente. En el espectáculo se habla de vida, amor y muerte, como en las obras clásicas de la escena o en otros ballets donde también las figuras son el centro del argumento a desarrollar, como en La caja de los juguetes, de Claude Debussy, donde el Soldado, la Muñeca y un celoso Polichinela viven una apasionada aventura. 


 

Entre los principales intérpretes de Petrushka está el bailarín ruso Vaslav Nijinski. De su trabajo se comenta la perfección tanto en la pantomima como en la acrobacia, además de que dejó en claro que fue ese su papel preferido, pues era un drama bailado que exigía de sus condiciones histriónicas y físicas el mayor esfuerzo.

En los años 80 tuve el placer de asistir al estreno en la Isla de la coreografía de Fokin, por el Ballet Nacional de Cuba. El espectáculo con una estética cercana a la obra original, fue también el espacio que posibilitó al bailarín Fernando Jhones demostrar su clase interpretativa, junto a los otros artistas presentes en las tablas del majestuoso coliseo teatral Federico García Lorca, en la capital.

Igor Stravinski volvió en 1920 a musicalizar otro ballet inspirado en el teatro de títeres. Titulado Pulcinella, como el muñeco italiano de barracas y plazas napolitanas, la pieza también supo de éxitos y aplausos por mucho tiempo. Pasan con rapidez por mi mente otros títulos como Coppelia, la muchacha de los ojos de esmalte, con música de Leo Delibes, un ballet donde los muñecos son protagonistas de importancia, junto al amor y su fuego ardiente, o el conocido dueto Muñecos, del cubano Alberto Méndez.

¿Quién dijo que cuando se habla de títeres no se habla de vida? Petrushka es el homenaje por excelencia a un arte milenario que no ha conocido de silencios y olvidos por más que algunos subvaloren a los muñecos, producto de la ignorancia, el desconocimiento o la insensibilidad. Pasados los días de furor balletístico en La Habana, mi mente viaja al alma del títere ruso, despedazada por un amor no correspondido. Cada día intento mitigar ese dolor inaguantable, apostando por el crecimiento de un género tan misterioso como sugerente, tan atractivo como desconocido.