Piedras a los varones

Taimi Dieguez Mallo
9/6/2016

Sueño con niñas atropelladas por camiones de carga, aplastadas por las gomas que saben hendir el asfalto. También sueño con niñas comunes, interesadas en la televisión y  en el juego de los colores. Ellas  son mis hermanas menores.

Cruzo la calle y me gritan:

-¡Cuidado!

Un perro pasa frente a mí. Yo no lo veo, solo escucho que me gritan:

-¡Cuidado! Un perro.

Un perro y un camión de carga tienen igual peso, que no es el de una piedra o el de una montaña. Los perros se mueven por voluntad propia. Los camiones de carga absorben las almas de sus choferes y avanzan moliendo la tierra. Un perro dentro de una nube de polvo es un enviado del diablo.

Sueño con niñas atropelladas. Me les acerco para pintar mi cuerpo con sangre, para servirme de algún órgano como collar de perlas, pero ellas son una plasta de sexo y de corazón. Los camiones de carga se dan a la fuga. ¿Hacia dónde van? ¿Dónde descargan su mercancía y limpian sus gomas? Sus gomas son las manos del asesino.

Mis hermanas menores dicen que siempre maneja el mismo chofer: un hombre con tatuajes en los brazos y una medalla de la Virgencita de la Caridad. Juran con los dedos descruzado que eres tú. Soñar contigo me gusta, aunque tiene sus implicaciones médicas. ¡Psicólogos, terapias, calmantes! No debería soñar contigo. No deberías ser el asesino.  Les digo a mis hermanas menores que todos los choferes son muy religiosos y se tatúan el nombre de sus madres.

Ellas también cruzan la calle. Vamos juntas a la bodega. Vamos juntas a todas partes. Mis padres se sienten más tranquilos. Piensan:

-Si un hombre, un negro, intenta tocar a una de mis hijas, las otras pueden defenderla de aquello que les sobra a lo negros: oscuridad.

Entramos a un callejón para cortar camino. Unos niños disfrazados de animales nos hablan de otro mundo. La vaca con su ternera muge desorbitadamente y nos cuenta que en otro mundo no hay estrellas ni banderas ni camiones de carga. La ternera me enseña fotos de ella cruzando la calle como si anduviera por el prado. Nos olvidamos de la bodega y nos ponemos unos trajes de yeguas. Nos coge la noche jugando.

De regreso a la casa, somos atacadas por unos tipos blancos con estrellas en la frente. Al mando de ellos viene un negro. Mis hermanas menores hacen lo posible por defenderse, por ayudarme, pero los tipos blancos las desmayan con pañuelos tóxicos. Estoy sola con el negro.

-¡Ay, mi madre! – digo en un murmuro que él oye y saca toda su oscuridad. Me da fuerte. Me da calambre. Me da náuseas. Me da tanto que termina por gustarme. Pasamos la noche sudando el uno sobre el otro. Él no es un negro cualquiera. Tiene las extremidades largas, las manos grandes, las encías moradas, los ojos de un dios. Y no gime. Solo me escucho yo gritando, gritando, relinchando. En la mañana nos sorprende la policía.

Después del juicio, mis padres permutan para otro pueblo.

Aquí también ando junto a mis hermanas menores, pero ahora mi madre nos acompaña. No entramos a ningún callejón para cortar camino. Vamos a la bodega por la calle principal. Compramos el pan. El bodeguero acostumbra a darnos uno o dos panes demás. Mi madre le sonríe, mientras él canta:

-Toma chocolate, paga lo que debes.

Ella se va sonriendo hasta la casa. Yo me alejo nerviosa con un bombón entre la mano que aprieto y como a escondidas en el baño.

Cuando vamos a la cama, mis hermanas menores me preguntan:

-¿No te da asco?

No le tengo asco. Es gordo con pocos dientes y poco pelo. Suda mucho y padece úlcera estomacal, hemorroides e hipertensión, sin embargo, no le tengo asco. Sabe mirarme con la calma del ojo del ciclón. Sabe despertar mi cuerpo cuando dice mi nombre. Sabe tocarme y morderme. Se nos van las horas trancados en la oficina de la bodega. Yo sé que es feliz.

Mis hermanas menores se duermen confiadas. Mi madre no atina al descanso, salta sobre mi padre y piensa:

-Ese bodeguero de mierda me las va a pagar.

Yo sueño contigo y con niñas muertas en la carretera. Tú detienes el camión de carga. Bajas porque crees que has atropellado a un perro. Miras el cadáver de la niña y vuelves a subir. Para ti solo es una plasta de sexo y de corazón. Te vas lejos. Mis hermanas menores me han dicho que hacia el mar. Me gritan:

-¡Cuidado!

Cruzo la calle. Entro a la bodega. La puta de la bodeguera no me quiere vender dos panes demás. Llamo a mi madre que se ha quedado entretenida con un perro hambriento. Mis hermanas menores la traen casi a rastras. A veces ella confunde a la puta bodeguera con el gordo bodeguero y se enfrenta.

Las dos mujeres se trancan en la oficina. Al término de una hora sale mi madre despeinada, con arañazos en la cara y sonriendo. Regresamos a la casa con nuestros panes demás y una jaba de azúcar blanca que nos ha salido gratis. Por la noche, la puta bodeguera, se aparece en nuestra casa y se lleva a mi madre a pasear en moto. Se la lleva con todas sus cosas.

Mi padre, rápidamente, permuta para otro pueblo. Aquí vivimos en un cuartico.Yo cocino y limpio. Mis hermanas menores van a la bodega. Mi padre se emborracha en la cantina.Llevamos una vida aburrida como en los hogares de ancianos. Dicen mis hermanas menores que cerca hay un callejón sin salida. Han entrado sigilosas y han vuelto a salir sin que nadie se interponga antesus pasos. Es un barrio oscuro.

Todos los días vamos a la escuela. Cuando acabamos las clases nos quedamos un rato en la calle. Yo espero verte pasar en tu camión de carga, que muera atropellada alguna niña. Sueño que me abres la puerta del camión, y me siento a tu lado. Me llevas a la playa. Entramos al mar para limpiar las gomas. Luego, con las gomas limpias, me cuentas la historia de cómo te hiciste rastrero.

De regreso a la casa, mis hermanas menores y yo, les tiramos piedras a los varones. Alguien grita:

-¡Cuidado!

Todos se esconden en sus casas:las madres, los hijos, los perros. Y cuando las madres esconden a sus hijos, algo los amenaza. ¿Qué peligro puede ser este? Caminamos por el pueblo desierto.Sentimos que nos miran a través de las ventanas. Los perros nos ladran detrás de las puertas.Siempre ocurre lo mismo. ¿Acaso somos el peligro?

Cuando llego a la casa me miro frente al espejo del cuarto.No sé si este sea mi verdadero rostro, mi verdadero cuerpo. He oído que la gente cambia, transmuta en otros seres. No me acuerdo bien cómo era años atrás. Ahora tengo los ojos pardos, la boca grande y colorada como un mamey y pecas en la nariz. Creo que las pecas son recientes. Mi cuerpo frente al espejo no importa demasiado.

Mis hermanas también se miran y yo las miro a ellas. No somos feas ni estamos enfermas, pero tenemos un halo sobre la cabeza. ¡Un halo de ángel! ¿De dónde habremos sacado esto? ¿En qué momento fuimos al cielo? ¿Estaremos en el cielo o en la tierra? Todo es confuso, sin embargo, todo es real.

Sueño. Sueño. Sueño.

Intentamos quitarnos los halos. ¡Hasta nos rapamos la cabeza!  No hay forma de hacerlo. Algo superior los mantiene sobre nosotras. No me acuerdo bien cómo era años atrás, pero nunca he sido un ángel. Para ser un ángel hay que morir muy temprano.

-¡Cuidado!

Ha entrado un camión de carga al callejón sin salida. Descarga un polvo amarillento que vienen a comerse los perros del pueblo. El chofer entra a una de las casas. Tiene un tatuaje a lo largo de su brazo izquierdo.Lleva en el cuello una cadena con una medalla de la Virgencita de la Caridad. Se parece a ti.

Me acerco al camión. Mis hermanas menores me acompañan. Los perros ladran como si fueran tiñosas quienes se acercan. Tú sales para ver qué sucede, pero no me reconoces. Estoy rapada. Ahora soy un ángel. También podría ser una plasta de sexo y de corazón. Te pido un autógrafo. Eres el único rastrero que conozco. Te conocí al cruzar la calle, ¿te acuerdas?

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