Premios de poesía en La Gaceta (selección)

La Jiribilla
28/4/2017

Caridad Atencio (La Habana, 1963)

 

Desplazamiento al margen

Si pactas con el dolor traspasarás el límite, fuerza/ debilidad, valor y miedo. No seré sin moverme. La verdad no nace como un flujo. Me castiga. A la pelota de aire la aprietas con tus manos, incluso con tus uñas y no revienta. Yo me pudro. La mente se ha enarcado tanto que gravita. El ojo como si se lo hubieran arrancado y todavía lo tuviera ahí. ¿Qué hacer con una relación viva? Hay que abrirte. Te asfixiaría con una sola mano.*

Levamos la cabeza del ahogo que antes era asombro. Extirparte en lo adentro con cuerda inmanejable. Tomada en cuenta con un desdén magnífico te interrogarás con una anulación. Propia enemiga tú, sabrás hacerte daño, la manera más rápida de ir más lejos.

El vientre que gotea como un ojo se escuda en un abismo.

Ya volverán por mí, me falta una obsesión.

Rozaba los objetos del insomnio,

el gesto zigzagueante en la antesala.

Sé que le presto sangre al lado muerto.

Clavada en mi señal yo recupero el mundo,

sobredivido la permanencia íntima.

 

El estupor refleja el fondo de la noche,

la crueldad con que una nube tapa la luna.

 

Dormido sangrarás.

empujo tu pequeña cabeza

en dirección inversa a la carroña:

−el pacto de asistir

         Acaso divisable borrado por el filo−.

 

Esclava de mi libertad,

vivo lo que hay después:

La imperfección de lo legítimo.

El hueco de la permanencia.

 

Vestida y sin rostro

le estaba torciendo el cuello a mi niño.

Una puñalada en la boca

con los dedos abiertos sobre los ojos,

aunque las venas se salen de mis manos.

 

“Oí tu voz llamándote a ti mismo”.

Vi vasijas de sólido llenándose de agua.

Y lo pesado se fue al fondo

convirtiendo su vuelo en un crujido.

 

Comiendo por la partidura

Los esclavos no sienten horror.

 

El carácter está perforado.

 

Abierta para la experiencia amarga,

no sabes si vendrán o si es preciso.

Respirando encerrada conseguirás la vida.

Venir del mismo punto te impulsará en nuevas direcciones.

Ya sin brazos o ansias se esparcirá el secreto:

Ellos aún creen en cantidades congeladas.

 

Le queda todavía un sitio más

¿Aprende de la fiera?

No leen en las pruebas que les lanza la vida.

Sin fin se desencajan.

Salta en el signo,

salta en tus imperiosas necesidades

como un huésped que cuelga.

Aferrados al hielo,

qué temor le hará venir.

 

Sangra mi cabeza, pero seduce.

Un perro que arranca su rabia o alguien que entrega su silencio. Así te hablaba. Con el cuerpo y una secuencia oblicua. “¿No es mejor abortar que ser estéril?” ¿No deseabas una cabeza encima de mi traje sin poros?

“Más nunca te vas a embarazar”. Todo era ilógico, hasta el cuidado que ponía en evitarlo. Todo se estremecía conmigo yerta o al revés. “Los labios sellados con sus costuras de hilo rojo.” Ella me dice que una monja carmelita guía mi mano.

Hacia un rincón miraban las dos caras, que eran una sola proyectada en el tiempo. Una cuerda la descuido, como en juego, pendía de los dedos de la joven. Y se hacía un nudo voluntario, elegido en los de la mujer. En la primera imagen las manos descansaban sobre el pecho firme. En la segunda, apretaban los brazos, volviéndose su propia protección.

Con una cuchilla raspan tu identidad. La idea se mueve como hierro desaceitado. Descubres una voz a tu nombre, “en medio del más delicado baño de sangre” un secreto dentro de un secreto. Ahora soy un peso, un árbol trasplantado. De un golpe acaricio mi cráneo. Del espíritu las puertas de metal cerraron bruscamente, tragando vibración, cada segundo.

 

 

 

Rito Ramón Aroche (La Habana, 1961)

 

Las fundaciones

 

Nacimiento

 

Del lado opuesto al de las tuberías.

¿Calor se ha dicho?

También arbustos.

Chatarra cubierta por enredaderas.

¿se anuncia la expresión      −deforme?

Nadie diría: qué mal presiento.

Diría: farol en alto, farol     casi en el árbol.

Y en los días lunares/ que vi pasar/ que nunca

Habría creído   del lado opuesto   que así fuera.

 

¿Y si aparece?

 

Y si aparece aún, dinos, delimitábanse.

Donde se deposita.

                              Dónde.

Delimitábanse, fechas, las descripciones, dinos

Bajo qué sobras.

¿Más cercana una tibia (y dúctil) escaramuza?

Frías, frías las manos. Tensión     lo de ese algo

En qué piel      si ya no esperas

Lo de ese algo dúctil, en que piel, dinos, se deposita.

 

Santa Emilia

 

Ignoro     si te interesa decidir

suerte

a poco menos ganchuda

lejos     de los arrebatadores de cadenas por las ventanillas

o monederos

 

Absolut raanva

 

Si pueden

                  Bajo algún toldo derruido

                                               si de veras

de sustancias que anuncian   de

otro aliento−      sin contagiarse

vanos de brillo, secos

bajo algún toldo sin         extorsiones

pero (¿solo al principio?)  vanos.

Encontrábanse mal, música, si se encontraban.

 

Nada de azul

 

Nubes que se hayan ido innúmeras

                                    yo diría su aliento

que es lo que veo hacer grises

                                    en el descenso todo

eso  durante        carga

                            sobre el reloj y el zinc

veo      si tanto ha verdecido   −si.

 

 

Los beneficios

 

Pensando que la muerte puede ser (y es) en todos diferentes.

Manera en que bendice al mundo el dueño. Es mi vecino.

Aprovechamos del instante escurridizo, un día

como sus ojos. Anhelamos     del higo el fruto, el té.

si de las hojas. También   si de naranjas/ últimas

que he preferido. Baja    la uva en la cerca.

El dueño, un médico sin muchas pretensiones. Adiós

del médico entre dientes. Y antes:

Mejor se ven en la rama. ¿Al irse es esto que masculla?

¿Y en el suelo? −¿Aunque se pudran? Preguntaría alguien de

nosotros−.

No se va. ¿Se escurre? Cuántas veces lo he dicho: es mi vecino. 

 

 

 

Luis Yuseff (Holguín, 1975)

 

El dolor de la resurrección

 

Estoy en el instante en que no me aferro más a la vida,

pero llevo conmigo todos los apetitos y las insistentes titilaciones del ser.

No tengo más que una ocupación: volverme a hacer.

Antonin Artaud

 

I

Imperios exhumados por el ojo de Dios que hace doblar las campanas

    en los secretos monasterios del aire

imperios de raíces que crecen adventicias desde las entrañas

de la madera a la móvil estancia del viento

 

imperios que se suceden en la luz como astros de minúscula

    naturaleza

empobrecidos por los nuevos advenimientos.

 

imperio del cuerpo que vuelve de la tierra y se asume

en un levantamiento de a poco

de ir despertando por densidades

por los poros más oscuros

por la ranura donde el gas de vida hace sus inauguraciones

desde el pecho a las venas azuladas

apretando brazos/ piernas/ corazones/ suspiros

 

imperio del cuerpo que ha comenzado a descongelar

    la respiración

con una excitación de fuego desprendido de la matriz original

por la mano que ya se mueve

que ya es una promesa sobre el esqueleto de la rosa:

resurrección de la rosa: dolor de resucitar

 

manos que han de volver contra la madera

pues le han correspondido los oficios y la gracia de retomar

los pies que le llevaron a las celebraciones del deseo

las manos con que alimentó el hambre exudada por la boca

    de cantar

las manos que dieron abrigo a la furia y a la paz

manos como senderos entre montañas

manos para beber de las escasas capas del verano

manos para abrazarse a la fe:

 

elegidos los que asisten a la resurrección de la rosa/

advenimiento del cuerpo

celebraciones entre el humo del incienso y el clamor y el jolgorio

y la preñez de la vida por vivir

 

ahora que vuelves dolor de la resurrección

cuando nada de lo que miras

nada de lo que celebra es conocido:

 

las especies de las cumbres revolotean sobre tu cabeza

hay una música transpirada por los oboes

que punzan gravemente la mañana

como esas espigas que fueron acariciadas en otro siglo

por el dedo virgen

y que ahora empujan al cielo sostenido

por los arcángeles mudos

 

suena el oboe gravemente y hay una hendija

por donde se filtra la brisa de la muerte extrañada

sonríes entre el vino más reciente

te levantas del sueño: alguien ha puesto sobre tu manta

una corona de buenaventura

 

te ha elegido la posteridad del instante y ahora

agradecidos −convencidos del milagro−

ante los brazos de los otros

descubres junto a las puertas del amor de Dios

que no existe una sola razón

para permanecer cimbreante en la planicie de los vivos.

 

II

 

esa sábana inmóvil para pegar mi ojo contra el muro

esa sábana inmóvil cubriendo la cinética de la no vida

esa sábana como una reja

a través de la que miro y veo la bestia que salta

de tumba en tumba

alimentándose de cadáveres y flores nuevas.

 

III

 

Lo bajaron sin hablar lo bajaron como a un tronco de árbol como a una casa de fiesta lo bajaron sin contar con nadie −salvo la resignación− lo bajaron entre flores rojas abriendo en su piel demasiado blanda lo bajaron entre anillos de rosas lo bajaron como a un mendigo que pide un poco más de vida lo bajaron sin fe sin religión sin un Dios sin la esperanza de volverlo a ver lo bajaron pensando que había agua brillante en lo profundo pero era desierto y era domingo toda la semana lo bajaron unos brazos oficiosos que no podían entender lo que estábamos dejando allí tan solo que daba miedo pensarlo.

 

 

 

José Luis Fariñas (La Habana, 1972)

 

Breve introducción a la nada

 

El peso del abismo tiende a cero y el círculo previsto se desborda;

los gusanos recorren la escudilla,

se pierde lo guardado y se salva lo dado por perdido.

Juana García Abás

 

I

 

Los jardines huelen a vísceras quemadas

y no alcanzan las ceibas para tanta culpa.

Es tarde para despertar a los dioses.

La plaga se extiende sobre nuestro rito de baja resonancia

y solo queda en pie el ruido de la clausura

en el túmulo que se rebela fuera de las órdenes

donde rigen los partos de la demencia.

Es inevitable correr por el campo minado

como un perro entre fantasmas distraídos;

la desmemoria llenará los cuencos

hasta oxidar los engranajes esenciales.

Quien hila el misterio pertenece a otro caos,

aunque su lenguaje se parezca a nuestras noches

y no cese el fuego en la semilla.

Reina la nevisca en el ojo de los nombres y la cacería se evapora,

es demasiado grande el espanto de las fieras.

Busca tu hilo de agua y sanarás sin la mancha del poder

que ata sin éxito los cabos sueltos de todas las desgracias.

 

Soy testigo de esta miel oscura que libera las piezas abovedadas.

Yo, que ni sonrío ni lloro para no interrumpir la primavera,

juego con mil y una cartas en blanco al fondo de una biblioteca

    municipal

de bombillas rotas y ejemplares de estraza haciendo el polvo.

Las cosas que mi alma no quería tocar son las que ahora

    me sostienen.

Soy Job restaurando la luz ante los conos truncos de la gloria.

 

II

 

Esperas ver el entierro del demonio en Tierra Santa,

con tu nostalgia por los santos aterrados de Rila,

y no sabes qué elegir ni qué dejar de entre todas las miserias.

Te reclinas, los hongos de la fe te hacen una guerra de telas

   húmedas;

la madre del viento te lanza a tu próxima orilla

para recibir la arena que ni salva ni mancha ni promete.

Ella sabe que tu renacimiento no será avisado;

sin tambores ni vinos volverás en tu cesta negra

y como un rey de pan ázimo dislocarás la danza

      de los antepasados.

No reces ni renuncies, porque estar salvados

    es este desgranarnos

y quedar latiendo entre almas hasta inundar la nada

mientras el infierno con su techo a mil aguas envejece

en el resinoso oleaje de sabios y traidores.

No llores, porque es tiempo de resurrección;

hay cielo despejado detrás de la ceniza en vuelo

y será preciso que te inclines ante tu cadáver oloroso a rebaños

para que seas solo un poco menos infeliz que tus barqueros.

Temerás la sabiduría de las nieves cifradas y de los gestos

    más tenues,

esos que daban un errado sentido a unas manzanas secas

y a tu última moneda que todavía gira buscando su tercera cara.

No te ocultes, no creas en refugios insumergibles;

La ballena está herida de muerte pero nos espiará

    por toda la eternidad.

Nosotros también yacemos en la playa; la herida

   que nos ha elegido

vino de lejos dejándonos a solas, el vaso canope a la espalda,

acostumbrándose a nuestro hedor controlado a golpes.

En el pecho traemos pergaminos sin mácula

donde nadie se atreverá a buscarnos,

y evitamos las alturas donde nacen los cambios

por temor de ver la aparición de los primeros trazos imborrables.

No duermas, la lluvia nunca cesa. No hay paz ni vuelo perfecto.

Tu estirpe se mece al sereno, su murmullo resume en paz

    todas las guerras

Pero no es a ti a quien buscan; en tus entrañas algo pesa

     demasiado.

Es a otro al que codician, el que tú serás en el principio,

y no les importa cuánta santidad padezcas hoy;

buscan la gracia perdida, el sedimento que extrae sus frutos

    de la muerte.

Es día de aquelarre y hay consenso para romper las imágenes

    sagradas

pero el silencio es más fuerte.

Desentiérrate y articula tu queja hasta liberarte de la sed

     de renuncia,

recuerda que el combate a ciegas es nuestro único recurso

contra el miedo a renacer de este lado de la esfinge,

cree en la contienda que nos gasta entre cuatro paredes de altura

    indefinida;

ni hoy ni ayer serás el enemigo que esperas.

Irrumpe sin reservas en el altar de tus pasos y desordena

     tu secuencia

Estás solo en este combate; no habrá otro dragón para ti más

      que tú mismo

ni otra lanza más que tu paciencia.

Sacude las ramas del árbol de tu suerte y acuna tu carga

     de almas larvales;

aunque sus frutos te sepulten y te decepciones, habrás alcanzado

     la meta.

Vuélvete hacia la carne de tu espíritu, hacia ese verbo de oscura

     Firmeza

para que no tarde en calar tus huesos.

No eres sino polvo del polvo viniendo de la danza maldita

y del abandonado abrazo de la estación de los vencidos

en la que se dispensa la flor de la harina aunque falten oraciones,

se oculten o no los cuchillos del festín entre mármoles

     nunca bien lavados

y aunque las treinta monedas circulen por tu casa

    como agua fresca.

 

 

 

Marcelo Morales (La Habana, 1997)

 

El mundo como un objeto

 

I

 

¿Cuántas veces amaste, sin que ese acto tuviera

   la menor consecuencia?

el círculo de la vida seguía conteniéndote,

las horas en el tiempo continuaban,

y tú detrás de alguna mesa, creías visualizar un centro,

el estado de abandono en que existen los objetos,

    cuando el miedo a ese vacío,

se hace sereno.

Inmóvil como el cuerpo de una taza, como la tarde misma.

 

¿Cuántas veces, en la radio, escuchaste esas palabras,

cuando el terror a la muerte rompía tu existencia?

Los límites de la vida te atrapaban.

Entonces creías que el mundo era perfecto.

Que la misma lluvia caería para siempre.

La luz del mundo, rozaba la forma de su cara,

y tú tratabas de quebrar el tiempo, tratabas de quebrarlo.

 

El cuerpo del espacio te envolvía,

La luz de algo terrible te cegaba, la luz de algo perfecto.

Tú querías ser, tú querías ser, pero el hueco era profundo,

    tú querías ser,

tu querías ser, pero el ojo te negaba, trataba de arrastrarte

    a un infinito.

de arrastrarte a una sustancia, toda pura, menos tú.

 

II

 

Recuerda la condición profunda del espíritu,

los momentos en que viste tu rostro reflejado en un espejo

y te volviste muchas cosas y ninguna,

los momentos en que supiste que no eras,

los momentos en que supiste que lo único que no cambiaba,

era que todo cambiaba,

que lo único inamovible era que todo se mueve.

La ley,

Recuerda las mañanas en que hizo frío

y caminaste cerca de un muro y estabas solo

y estabas triste, y pensaste.

Querías eso que eras cuando no eras, tu Yo profundo, tu Yo,

los momentos en que supiste que a ti, no te quedaría nada de ti,

los momentos en que supiste que no tenías nada,

que no tuviste nunca nada,

y recuerda la pureza, la pureza del perfume,

y recuerda ese peligro,

porque el amor que te debió eternizar,

también, te llevó a la muerte.

 

 

 

Eduard Encina (Baire, 1973)

 

Lecturas de Patmos

 

Estaba en la isla llamada Patmos

Por causa de la palabra….

Apocalipsis, 1,9

 

La burbuja

 

Escribir desde Patmos indefine las orillas. El aire alumbra los temores que la razón nos resiste. Miedo a ser la mano por donde la sangre alcanza su forma o el puño exprimidor de las palabras como postes azules/ amargos

 

Uno intenta vivir salirse en la burbuja hacia los soles conquistados pero siempre es difícil acariciar la luz que nos pierde luz al fin vencida en su propio reflejo. Caer en el círculo conservar la aureola cuando los ciclones arquean las palmas y ya no encuentras sentido

 

Aquí la voz siempre al lado opuesto pero una vez perdida es laberinto ansia coagulada lienzo en el que la desidia muestra su mano casi transparente. Aquí la voz la nada en ti/ creciendo

 

De otro cuerpo el poema regresa a tu cuerpo y en Patmos un Ángel respira en el fondo de una escalera. Ángel muerto/ no dividido. Aquí la voz el negro milita en la aureola y escupe al canario que lo oscurece.

Aquí la voz ¿Saltas?

 

Duele mostrar el rostro y saberte en el juego de no elegir la lluvia o el pasaje. Única orilla certeza única y el otro estorba los olores que dios te dicta. Atrás quedan siempre los tatuajes por donde cruza el odio sacudiéndose la inercia. Atrás se borra el camino y comienzas a deshilarte en palabra única/ reflejo

 

Aquí la voz. Susto de no dormir. Burbuja al fondo de la escalera.

 

 

Los sellos

 

miré y vi un caballo blanco el agua del contramaestre el rostro de las yagrumas curando la tarde. preferí no abrir los sellos rabia del otro podría partir el arco y dejarme a la intemperie.

 

miré y vi un caballo rojo que se levantaba sobre la hierba un caballo de sangre y sol/ penco de la muerte bajo una espada demasiado grande.

 

miré y vi un caballo negro una balanza infiel para negar las posibles libaciones.   No estaban ya las sílfides ni los lanceros para borrar la levita que sostenía el aceite el vino.

 

miré y vi un caballo amarillo un caballo sin orejas saliéndose del lienzo una estrella que se hunde en la noche como un cuerpo de mujer.

 

después no quise ver más y varios caballos vinieron a mí en un carro de fuego. Una voz me dijo “ven”. no pude sostenerme en pie.