Presencia de Gustavo Aldereguía (II)

Norberto Codina
25/9/2020

El conocido retrato de grupo donde aparecen reunidos los principales colaboradores de la Universidad Popular José Martí —figuras que marcarían la vida intelectual y política de la nación en los años sucesivos— fue tomado, para mayor simbolismo, en la escalera del Palacio de los Torcedores en Centro Habana, que en aquel entonces funcionaba como una de las sedes de dicha universidad popular. Esta constituye una de las pocas fotografías conocidas donde se ve juntos a Julio  Antonio Mella y Rubén Martínez Villena. A ambos líderes estaría estrechamente vinculado Gustavo Aldereguía, quien los acompañaría en eventos cruciales de sus respectivas vidas.

Parte del claustro de la Universidad Popular José Martí, donde aparecen Mella y Villena.
Foto: Tomada del periódico Trabajadores

 

Esta relación tiene su inicio durante el I Congreso Nacional Estudiantil, al que Gustavo asiste, a pesar de haberse graduado un lustro antes, como invitado de la Asociación de Estudiantes de Manzanillo —región de sus natales y uno de los principales epicentros revolucionarios del país—, sumándose tempranamente a la revista universitaria Juventud, fundada y dirigida por Mella. En esta época participa en las reuniones del emblemático Grupo Minorista, integrado por intelectuales y artistas de ideas progresistas y de izquierda, entre ellos compañeros de la Universidad Popular como Marinello, Villena, Tallet, Antiga, y otros como Emilio Roig de Leuchsenring y Elías Entralgo, además de personalidades simbólicas como Enrique José Varona, o nombres ya reconocidos en el ámbito académico como Fernando Ortiz.  

Cuando Julio Antonio sostuvo huelga de hambre en diciembre de 1925 —como acto de protesta al ser víctima de una falsa acusación durante el machadato—, Villena fue su abogado y Aldereguía ejerció como su médico de cabecera. Este último también presidió el Comité Pro-Libertad de Mella, donde junto a nombres representativos de la vida cubana se incluirían varios exiliados latinoamericanos como los venezolanos Salvador de la Plaza y los hermanos Gustavo y Eduardo Machado, fugitivos de la dictadura de Juan Vicente Gómez.  En su doble condición de médico y amigo constituyó un puntal decisivo en el cuidado del atleta postrado debido a la huelga, así como en su liberación y posterior salida clandestina del país. Después mantendría con el compañero de ideas una estrecha comunicación, solo interrumpida por el asesinato de Mella.

En 1927 “se había incoado el primer proceso anticomunista y entre los mandados a detener estaban, además de Rubén y de algunos estudiantes y líderes obreros, Alejo Carpentier, Martín Casanova, José Antonio Fernández de Castro, Alfonso Bernal, Sarah Pascual, Gustavo Aldereguía, José Zacarías Tallet”.[i] Pese a lo aleatorio de las personas requeridas —proceso que involucró, junto a unos pocos comunistas y varios “compañeros de ruta”, a otros que para nada lo eran, como los exiliados apristas perseguidos por la dictadura peruana—, en el caso de Gustavo esta acusación no era sorprendente, pues en su expediente policial se registraba, entre otros antecedentes de “propaganda comunista”, el haber organizado con Eusebio Hernández la mencionada Asociación de Amigos de Rusia, acción que sirvió para colectar y enviar dinero en socorro de la naciente Revolución de Octubre, cercada por las potencias occidentales. A propósito del veterano mambí, Raúl Roa reconocería a Eusebio como “gran figura de nuestra gesta emancipadora y espíritu sobremanera progresista”[ii].

Sobre los dramáticos años treinta de la lucha antimachadista, signados por la rebeldía, los fracasos y la feroz represión, escribiría uno de sus protagonistas: “El gesto impar de Peraza, la inverosímil resistencia de Arturo del Pino en Luyanó y la famosa proeza de los expedicionarios de Gibara iluminan el desastre y renuevan la fe”[iii]. Roa calificará esa voluntad irredenta que marcaría el ideario de la época con el título de unos de sus artículos: “El espíritu de Gibara”.

El 17 de agosto de 1931 se produce uno de los eventos más importantes de la lucha insurreccional de aquellos años, lo que se ha recogido en la historia como la expedición de Gibara. Promovida por la Junta Revolucionaria de La Habana y el Comité Revolucionario de Nueva York, el 12 de agosto partió de esa ciudad el buque Ilse Wormauer con 37 expedicionarios a bordo y un alijo de numerosas armas y municiones para los futuros combatientes que se sumarían a la causa.

Los dirigentes de la expedición eran el teniente Emilio Laurent —su líder indiscutible—, el ingeniero Carlos Hevia y el periodista Sergio Carbó. Junto a ellos estuvo Gustavo Aldereguía como médico de la tropa. El 17 de agosto desembarcaron por Gibara, donde los vecinos mostraron su apoyo y se sumaron en parte a la toma de la ciudad. Sin embargo, rápidamente fueron asediados y atacados en tierra, aire y mar por fuerzas militares muy superiores —algunos historiadores hablan de una proporción de veinte a uno— y mejor armadas e instruidas, “lo que impidió que llegara el apoyo del coronel mambí Lico Balán, quien los esperaba con unos 200 hombres. Después de combatir durante tres días, tuvieron que dispersarse”.[iv]

En 1947 fue emplazado en el litoral de Gibara este hermoso monumento dedicado al revolucionario Emilio Laurent. Foto: Internet
 

Hubo varios muertos y numerosos heridos en combate, algunos prisioneros fueron asesinados, y los que no pudieron escapar fueron llevados a la prisión militar de La Cabaña. “Si la expedición de Gibara fue un fracaso militar, sirvió como detonante y catalizador de posteriores movimientos revolucionarios”.[v]

A manera de recuerdo imperecedero de esa aventura revolucionaria, “el viejo” tendría la huella de una cicatriz en el centro de la cabeza, consecuencia de ser uno de los heridos en combate. Aún hoy visualizo cómo él, que era calvo y cultivaba una melena tempranamente blanca, me señalaba con orgullo la hondura que en forma de pequeño socavón llevaba cual estrella, recordando la alegoría martiana. Para la ingenua curiosidad de mis pocos años fue esa una imagen imborrable. En la Villa Blanca de estos tiempos un policlínico le rinde tributo al llevar merecidamente el nombre de Dr. Gustavo Aldereguía Lima.

Herido y prisionero tras la fracasada expedición de Gibara, es encarcelado durante seis meses. Al salir en libertad se reincorpora tanto a su vida profesional como al activismo político, al que nunca renunció. Trabaja como especialista en la Quinta "Covadonga" –plaza de tisiólogo que originalmente ganó en los años veinte por oposición-, pero en agosto de 1932 es despedido al sumarse a la huelga médica contra los manejos arbitrarios en el campo de la administración de la salud[vi], y sufre su primer exilio político. A tenor de esos conflictos gremiales, no exentos de compromisos ideológicos, posteriormente en 1934 fundaría junto a los doctores Federico Sotolongo Guerra, Luís Díaz Soto y Pedro Kourí Esmeja, entre otros, el Ala Izquierda Médica.

Se desempeñaba como director del Sanatorio Antituberculoso Nacional La Esperanza —puesto que ocupó recién derrotada la dictadura—, cuando acogió y acompañó a Martínez Villena hasta su trágico fin, el 24 de enero de 1934. En esta institución lo ingresó en el pabellón Dr. Guiteras, frente a la casa que ocupaba como director, para poder atenderlo en todo momento del día y de la noche. Desde el comienzo de la enfermedad de Rubén, incluyendo cuando este pasó a la clandestinidad, más que el médico comprometido fue el amigo entrañable que tuvo a su cuidado al valioso y rebelde paciente. Estuvo con él durante los días tumultuosos de la huelga general de 1933, organizada y dirigida por Villena, y en ella se involucró el médico y revolucionario, ayudándolo en la lucha y cuidando de su precaria salud.

Aldereguía fue hombre de grandes cualidades científicas y humanas. Foto: Internet
 

En versos precursores Martínez Villena grabaría su destino: “Yo moriré prosaicamente, de cualquier cosa / (¿el estómago, el hígado, la garganta, ¡el pulmón!?)”.

El querido amigo moriría en sus brazos. De ahí que como testimonio y justicia poética, Manuel Navarro Luna perpetuara ese instante en “Presencia de los rumbos heridos” —que como él describe fue motivado por la visita que hiciera a Martínez Villena en su lecho de muerte. El poema inicia con las siguientes líneas: ¡Presencia de los rumbos heridos, aquel día…! /¿Usted no la recuerda Gustavo Aldereguía…? Y concluye de forma rotunda: ¡Presencia de los rumbos heridos, aquel día…! /Usted sí la recuerda Gustavo Aldereguía.

 

Notas:
 
[i] Raúl Roa: La revolución del 30 se fue a bolina. Ediciones Huracán, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1969, p. 309.
[ii] Ibíd., p. 298.
[iii] Ibid., pp. 222-223.
[iv] Francisca López Civeira: “Una insurrección en la memoria: 80 años después”, periódico Granma, La Habana, 17 de agosto de 2011.
[v] Rolando Aniceto: “La expedición de Gibara”, portal de Habana Radio, 21 de mayo de 2018 (versión digital).
[vi] Dr. Gregorio Delgado García. “Doctor Gustavo Aldereguía Lima: luchador e higienista social” (http://scielo.sld.cu/) “(…) se había negado a regresar a su antigua plaza de la ‘Covadonga’ en desacuerdo con la solución dada al conflicto por las directivas de las Quintas Regionales…”.