Presencia de Gustavo Aldereguía (III y final)

Norberto Codina
14/10/2020

La participación de Gustavo Aldereguía[1] en la huelga de marzo de 1935 le significó la separación de su cargo como director del Sanatorio Antituberculoso Nacional La Esperanza, donde se había consagrado con gran entrega y profesionalidad.

 Vista aérea del antiguo Sanatorio La Esperanza, ubicado en Arroyo Naranjo.
Fotos: Tomadas de Internet

 

Con esa prosa suya que hace valedera la máxima de que “el estilo se parece al hombre” —en la versión criolla de su par Raúl Roa (“mi estilo se parece a mí como yo a él”)—,[2] escribiría sobre estos hechos: “Trabajé todo el tiempo como si fuera a ser director toda la vida y viví siempre como si tuviera que irme todas las mañanas, con las manos limpias y la frente alta, satisfecho de haber cumplido mi deber”.[3]

Durante el tiempo que ejerció como rector del hospital, se dedicó a aplicar sus ideas reformadoras a los métodos para erradicar la terrible enfermedad, aunque solo fuera en la medida de sus limitadas posibilidades y siempre bajo la máxima del afamado médico canadiense William Osler: “La tuberculosis es un problema social con un solo aspecto médico”.[4] Esta comprensión tan suya de la higiene social, de la que indiscutiblemente fue un precursor en Cuba “por su concepción materialista dialéctica, lo va a acrecentar con el estudio y el ejercicio de la medicina interna en general y de la tuberculosis en particular”.[5] En 1930 había publicado Estudios sobre Tuberculosis, un compendio que incluye ocho de sus trabajos más importantes, donde toman cuerpo las claves de su pensamiento militante de izquierda y de eminente científico.  Reclama un futuro mañana, como “la eterna esperanza, la afirmación más rotunda de la humanidad hacia mejores destinos. (…) Es la ruta a seguir en medio de la noche, puestos los ojos en la fraternidad humana”.[6]

Un testimonio de cómo su atención clínica iba más allá del método que la enfermedad requería lo brinda Paloma Altolaguirre Méndez,[7] exiliada con sus padres, los conocidos escritores españoles Manuel Altolaguirre y Concha Méndez. Acerca de Aldereguía expresa: “Una vez me enfermé del pulmón. Fue algo bastante grave, que requirió de un tratamiento especial recetado por nuestro médico de cabecera, el Dr. Gustavo Aldereguía, un médico cubano comunista que daba consulta gratis a muchas de las familias españolas refugiadas en La Habana. Curiosamente, entre los papeles de mi madre se conserva un documento firmado por él, que, más que una simple receta farmacéutica, encierra una extensa recomendación en cuanto al régimen de vida que mis padres deberían imponerme (…)”

Pensado en los quebrantos de su salud, debido a la guerra civil, el escrito es dedicado a “Paloma Altolaguirre, por mediación y al cuidado más formal de sus papás”,  y enuncia que “cuando se han sufrido tan tempranamente los traumas psíquicos a que la niña ha vivido sometida durante tanto tiempo, es tarea de los padres, y tarea difícil, dedicarse a velar, apaciguando en el tiempo, la huella, a veces indeleble, que tales procesos determinan”. Y más adelante dictamina un pormenorizado régimen alimenticio, abundante en frutas, cereales, lácteos y vegetales, sin dejar de tomar en cuenta las limitaciones económicas de la familia para poderlo llevar a la práctica.  

Desde temprano Gustavo adquiere nombradía de polemista temido, “y muchos de sus artículos, no publicados por la prensa timorata de la época, son dados a la estampa en folletos pagados de su propio peculio”[8].  En su casa encuentran refugio seguro perseguidos políticos, como los exiliados latinoamericanos Carlos Aponte, Esteban Pavletich, Luis Bustamante, entre otros. Confronta sin ambages la mediación intervencionista personificada por Benjamín Sumner Welles y Jefferson Caffery, así como los sucesivos desgobiernos de Fulgencio Batista, y los corruptos de Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás.

Aldereguía no fue solo un destacado médico, sino un incansable luchador social y revolucionario.
Foto: Cortesía del autor
 

Desde los años cuarenta y cincuenta tendría su consulta, como reconocido médico que siempre fue, en una amplia casona situada en 23 entre 22 y 24, en El Vedado. Allí, a comienzos de la década del sesenta lo visité varias veces en compañía de mi madre. Recuerdo, en conversaciones con su nieto Gustavo Aldereguía Henríques, la manera natural del Doctor al compartir alguna observación con el muchacho de primaria que era yo entonces. Él disfrutaba del amplio espacio que formaba su despacho, que me imagino fue la sala original de la vivienda, rodeado de una nutrida biblioteca, donde junto a los volúmenes científicos convivían títulos diversos, como clásicos de la literatura y compendios de historia. Allí se encontraba la edición príncipe del Canto General de Pablo Neruda, que incluyó ilustraciones de Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, y donde según me alcanza la memoria se registraba un grupo de destinatarios singularizados, y en el capítulo cubano aparecían Juan Marinello y Gustavo Aldereguía, entre unos pocos privilegiados. Junto a Marinello, Nicolás Guillén, Fernando Ortiz, Carlos Rafael Rodríguez y otros, coincidiría con Neruda en el Congreso Continental por la Paz, celebrado en México en 1949.

“El viejo” era, como recuerda su familia, “un martiano de ley”, con la  costumbre de consultar las Obras Completas de Jose Martí que siempre tenía a la vista y que hacía leer a sus nietos. Sentado en su mesa de  trabajo, que poseía la forma de una media herradura, siempre atestada de libros y más de un diccionario, Aldereguía era en una sola pieza el polemista agitado y el profesor sereno que conocí. Entre sus recomendaciones para escribir estaba tener —como le oí decir— un “mataburro” a mano. Una vez me obsequió un título que consideró propio de mi edad, Don Pepe, de Rafael Esténger, una biografía breve y de prosa agradecida sobre José de la Luz y Caballero, ejemplar que todavía anda dando tumbos entre mis libreros. Lo hizo como quien ofrece una lección para aprender a valorar a los maestros. Más allá de esos fugaces y sosegados comentarios que compartió con el niño que fui, igual me tocó alguna vez, por puro accidente, ser testigo involuntario de un par de reacciones coléricas ante lo que consideraba mal hecho, o cuando percibía algún atisbo de deshonestidad. Sus exabruptos podían ser volcánicos: fieles a su pasado de “orador y polemista, con ceño adusto, voz ronca”. Así también lo recordaban sus nietos

Entre sus varias tareas presidió el Instituto Julio Antonio Mella, dedicado al estudio de su antiguo amigo, sus contemporáneos y la época que le tocó vivir. Dicha institución ocupaba un pequeño local en uno de los pisos del entonces Retiro Odontológico, hoy Facultad de Economía de la Universidad de La Habana. Por falta de tiempo y personal, el lugar, todavía un proyecto en ciernes, andaba, según creo recordar, manga por hombro, pues me llamaron la atención las cajas llenas de fotos y documentos sin clasificar. Al paso me enseñó varias imágenes de Mella. Me llamaron poderosamente la atención algunas donde este sirvió de modelo a la gran fotógrafa que fue su íntima amiga Tina Modotti. Cuando murió, al frente del Instituto lo sustituiría su compañera de la Universidad Popular, Sarah Pascual.

Se mantuvo trabajando hasta sus últimos tiempos, pese a que la salud ya no lo acompañaba. Falleció en el Pabellón Borges del Hospital Calixto García la madrugada del 7 de septiembre de 1970. Ya en la funeraria, su hijo Jorge llamó a Roa para darle la noticia y solicitar verlo de inmediato, aprovechando que Raúl estaba a unas cuadras en su despacho de la cancillería.  A la añeja y estrecha amistad que unió siempre a Aldereguía y a Roa, se sumaba la familia política del último, tanto el tío de su esposa, Pedro Kourí Esmeja —fundador de la Cátedra de Medicina Tropical y antecesor del Instituto de Medicina Tropical que lleva su nombre—, quien fuera compañero de Gustavo en el Ala Izquierda Médica, como su suegro, Juan B. Kourí.

Raulito Roa Kourí recuerda cómo en compañía de su padre visitaba al amigo de la familia cuando este ya estaba muy enfermo, y cómo los dos antiguos camaradas bromeaban todo el tiempo, olvidándose por un momento del trance de los padecimientos. Sobre las ocurrencias jocosas de Raúl en esos encuentros con su abuelo también me hablaron en su momento sus nietos Yoyo y Tavo, evocándolas con regocijo.

Tomando en cuenta esta fraternidad, Jorge Aldereguía le pidió a Roa que despidiera el duelo, a lo que este respondió emocionado que no se sentía capaz, pues esa muerte le era demasiado cercana, y le propuso a alguien que también admiraba a Gustavo, como Carlos Rafael Rodríguez, ofreciéndose a pedirle la triste encomienda. Fidel, al conocer de su fallecimiento y que se encontraba tendido en la funeraria de Calzada y K, llamó a José Miyar Barruecos, Chomi —en esa época rector de la Universidad de La Habana— para que se le rindiera tributo de cuerpo presente en su querida Aula Magna. Desde allí partiría a pie el cortejo fúnebre rumbo al Camposanto.

El Comandante en Jefe siempre tuvo en alta estima a Aldereguía. De ello da fe la siguiente anécdota. Durante el auge guerrillero desatado en la Sierra Maestra los últimos meses de 1958 —ya en vísperas de la ofensiva final—, el jefe rebelde quería tener a su lado a una figura como él, y le encomendó a Carlos Rafael, alguien que lo conocía bien, que lo contactara con el propósito de incorporarlo como médico a las tropas rebeldes. Pese a que Gustavo gozaba ya de 63 años, edad provecta en esos tiempos, siempre se contaba con su proverbial ímpetu. Sin embargo, este alistamiento fue imposible, pues justo en esas fechas estaba convaleciente de una intervención quirúrgica. Al triunfo de la Revolución, “el viejo” asumió con total entrega las diferentes tareas que se le asignaron, desde aquellas en el campo de la salud pública —sobre todo en lo referente al sistema nacional antituberculoso— hasta una breve etapa en la diplomacia como embajador de Cuba en la República Federativa de Yugoslavia. Cuando en el proceso de ingreso al Partido alguien —de esos “extremistas” que nunca faltan en cualquier época— lo cuestionó por su “origen pequeño burgués”, Osvaldo Dorticós tomó cartas en el asunto. Se lo hizo saber a Fidel, quien mandó a buscar un carné, lo firmó y llenó de su puño y letra. Ese documento se conserva, por su indiscutible valor histórico, en el Museo de Historia de la Medicina. Años después el líder de la Revolución inauguraría en Cienfuegos el Hospital Clínico-Quirúrgico Dr. Gustavo Aldereguía Lima, el primero de ese tipo en el país, y que llevaría ese nombre por iniciativa de un cienfueguero ilustre, su amigo de antaño y quien dictara su panegírico, Carlos Rafael Rodríguez.


 

En el discurso de inauguración, Fidel anunció la idea primigenia de lo que sería la figura del médico de la familia: “Teníamos que escoger un nombre para el hospital. Y creo que se ha escogido el mejor nombre, porque es el nombre de un médico ya fallecido, que fue una eminencia en su especialidad; pero no solo eso, sino un hombre de grandes cualidades, de gran historia revolucionaria, que fue compañero de Mella y de Villena; una eminencia en la especialidad de la lucha contra la tuberculosis. Un hombre de gran prestigio intelectual, de gran calidad científica, revolucionaria y humana, que falleció en años recientes, que pudo ver el triunfo de la Revolución y el triunfo de la causa por la cual había luchado durante mucho tiempo. Es el nombre del Dr. Gustavo Aldereguía Lima. Nada más justo que recordarlo en esta obra, y nada más honroso para el personal que prestará sus servicios en esta institución”.[9] 

Como me lo recordó su nieto Gustavo, que junto a su padre fue invitado para la ocasión, Fidel repitió la visita en marzo de 2004, al cumplirse 25 años de fundado el hospital. El periodista, historiador e investigador cienfueguero Andrés García Suárez así lo reportó, evocando lo dicho por el líder de la Revolución en sus palabras inaugurales: “Es un nombre apropiado. Este médico de Mella y de Rubén Martínez Villena fue hombre de grandes cualidades científicas y humanas, militante comunista capaz de cumplir arriesgadas misiones, como la de trasladar a Mella hasta nuestro puerto y lograr su salida clandestina cuando era más buscado que nunca para asesinarlo por órdenes del tirano Machado. Fue orador proletario en varios Primero de Mayo en nuestra ciudad, y contribuyó en muchos lugares de Cuba a elevar la calidad de la medicina cubana incluso con los libros científicos que escribió. Por eso nada es más justo que honrarnos con su nombre en un centro que por estos días estuvo de aniversario”.[10]

Como testimonio gráfico de esa relación que sostuvieron Fidel y Aldereguía, aunque solo coincidieran en encuentros episódicos, existe una fotografía inédita, donde el líder revolucionario aparece compartiendo durante una pesquería con el veterano luchador. En la misma, recostados a la borda del yate, se encuentran de izquierda a derecha el médico —la camisa abierta,  acostumbrado ceño adusto y el inseparable puro—, el Comandante —sin camisa, sonriente, con otro tabaco en la mano—, y a continuación Cira, la prima menor de Gustavo, hija del tío Alfredo y que fuera como una hermana para él. Delante de ellos el Yoyo, uno de sus nietos, que entonces apenas tenía diez años. En primer plano, la otra persona que aparece es Pepe, el esposo de Cira. Se calcula que la imagen fue tomada entre 1964 y 1965. Muy dañada para ser reproducida con fidelidad, la foto ha perdurado como una reliquia familiar.

Fotografía inédita, donde el líder revolucionario aparece compartiendo durante una pesquería con Aldereguía.
Foto: Cortesía del autor
Notas:
 
[1] Existen pocas y dispersas fuentes para su estudio, de ellas la más importante es la del Dr. Gregorio Delgado, de donde parten otras como la del Dr. Reinaldo Pino Blanco. Agradezco a Raúl Roa Kouri, y sobre todo a Gustavo Aldereguía Henriques, en la memoria de su hermano Yoyo, la ayuda brindada; a lo que sumé mis recuerdos, muy vívidos pese al tiempo transcurrido.
[2] Raúl Roa: La revolución del 30 se fue a bolina. Ediciones Huracán, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1969, p. 9.
[3] Notas biográficas del Dr. Gustavo Aldereguía Lima tomadas del artículo “Doctor Gustavo Aldereguía Lima: luchador e higienista social”, del Dr. Gregorio Delgado García (http://scielo.sld.cu/), y del artículo “Dr. Gustavo Aldereguía Lima: apuntes para un enfoque histórico y social de su vida”, del Dr. Reinaldo Pino Blanco y colaboradores (medisur.sld.cu/index.php)
[4] Ob. cit.
[5] Ob. cit.
[6] Ob. cit.
[7] Rosa Miriam Elizalde: “Vine con el deseo de querer a las gentes”, La Jiribilla, no. 333, del 22 al 28 de septiembre de 2007.
[8] Ob. cit.
[9] Fidel Castro Ruz: “Discurso pronunciado en el acto de inauguración del Hospital Clínico-Quirúrgico de Cienfuegos, 23 de marzo de 1979” (http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1979/esp/f230379e.html).
[10] Andrés García Suárez: “Dr. Gustavo Aldereguía Lima y el Hospital de Cienfuegos” (http://www.5septiembre.cu/gustavo-aldereguia-lima-hospital-cienfuegos/)