Provincializando el imperialismo estadounidense: José Martí, Nuestra América y el internacionalismo revolucionario

Aaron Kelly
28/1/2021

En su visionario llamado a la unidad continental, una unidad expansiva que se expresa como solidaridad en la multiplicidad, para luchar contra el creciente imperialismo estadounidense, José Martí vio al provincialismo complaciente como la barrera más grande para una conciencia revolucionaria despierta en Nuestra América:

Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar.

José Martí vio al provincialismo complaciente como la barrera más grande para una conciencia revolucionaria latinoamericana. Foto: Obra de Kamyl Bullaudy, cortesía del artista

El éxito de la tradición hemisférica revolucionaria encarnada por Martí y continuada en Cuba hoy nos permite invertir sus términos rectores con suprema ironía histórica: la arrogancia imperialista ha asegurado que es el gigante con botas de siete leguas cuyo provincialismo metropolitano se confundiría con todo el mundo.

Desde el principio, una de las insistencias reverberantes del llamado de Martí a nuestra América fue la necesidad de desafiar el desliz narcisista del discurso yanqui, en el que Estados Unidos se refirió a sí mismo como Estados Unidos y alentó al resto del mundo a hacer lo mismo. Estados Unidos no es el mundo; ni siquiera en toda América. Es tan urgente hoy, como en los tiempos de Martí, afirmar la necesaria lucha antiimperialista que impedirá que Estados Unidos destruya todo el planeta a su propia imagen. Es la metrópoli imperialista la culpable del provincialismo más parcial, un pensamiento de aldea imperial, que presupone su hegemonía como buen orden universal, que identifica al capitalismo como sinónimo de realidad.

Por tanto, es apropiado que Fidel haya abrazado a Martí como “el más universal”. Martí ya había percibido las contradicciones y fisuras en los valores supuestamente universales que encarnaba la tradición yanqui: su democracia delimitada ya estaba construida sobre el genocidio, la esclavitud y el racismo, y la desigualdad de clases. La libertad, digna de su propio nombre, sería una libertad universal compartida equitativamente por todos. En otras palabras, un individuo no pagado por la servidumbre de muchos en beneficio de unos pocos. Martí sabía que sólo la acción revolucionaria podía crear una democracia tan plenamente igualitaria y que la verdadera libertad es un diálogo  de muchas voces y no el monólogo de los poderosos. Con la misma certeza que los revolucionarios franceses enviaron ejércitos para destruir a Toussaint Louverture y la Revolución Haitiana, revelando así el provincialismo metropolitano de su propia construcción racializada de la hermandad y los límites por los cuales entendía la libertad, una fraternité que solo encontró su significado empobrecido monopolizando los derechos y al excluir y deshumanizar a otros que reclamaron esos derechos como suyos, también la libertad estadounidense, desde su colonialismo fundacional hasta su imperialismo global actual, limitó su asignación de derechos estrechamente a la falta de libertad de los demás. Desde el principio, la democracia yanqui intentó confundir el tañido de los grilletes de hierro con la campana que tocaba su propia libertad.

Desde el principio, la democracia yanqui intentó confundir el tañido de los grilletes de hierro con la campana que tocaba su propia libertad. Foto: Internet

Incluso cuando Martí reconoció la promesa republicana anterior de los Estados Unidos, en su ensayo “El funeral de los mártires de Haymarket: un drama terrible”, dio testimonio profético de su inversión dialéctica, su colapso en la tiranía misma que su auto-mitología afirmaba haber reemplazado: “Esta República, por el culto desmedido a la riqueza, ha caído, sin ninguna de las trabas de la tradición, en la desigualdad, injusticia y violencia de los países monárquicos.” Así como Adorno y Horkheimer diagnosticaron la dialéctica de la ilustración más ampliamente, la degradación de la razón moderna en su propia mitología y su necesidad sistémica de dominar todo lo heterogéneo a su lógica cada vez más instrumental, por lo que la crítica de Martí a la hegemonía estadounidense discernió su impulso patológico de rehacer el mundo a su propia imagen, una imagen necesariamente mítica que buscaba reescribir la violencia necesaria para dominar el mundo entero en nombre de la libertad universal. Pero Martí sabía que la única consecuencia plenamente universal de tal proyecto imperialista es el horror gigantesco y no la gran libertad: “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: —y mi honda es la de David”.

En todo caso, el único universalismo que ahora proyecta el imperialismo yanqui sobre el mundo no se encuentra en grandes principios o logros democráticos, sino simplemente en la forma mercenaria del “mediador universal” de su sistema económico: el capital mismo. Aunque los contrarrevolucionarios buscan recuperar a Martí de la síntesis de sus ideas en los valores actuales de la Revolución Cubana, para convertirlo en un yanqui sustituto que crea el mito del individualismo democrático con Emerson y Whitman, es el imperialismo estadounidense el que ya ha degradado esa mitología: los únicos vestigios que quedan de lo que una vez fue una tradición filosófica de trascendentalismo en los Estados Unidos son los esfuerzos yanquis por trascender el derecho y la justicia internacionales, o por depositar los dólares atesorados de los multimillonarios de los fondos de cobertura en cuentas bancarias más allá de los límites de la legislación fiscal. En lugar de la imaginación humana, el imperialismo estadounidense solo permitiría la especulación financiera; reemplazaría la capacidad o el arte o la poesía de remodelar el mundo con los algoritmos cambiantes de los programas de computadora que monitorean los mercados globales. Cuando un sistema imperialista no puede permitir una visión de nada diferente a su propia lógica, ninguna alternativa al capitalismo o su dominación, entonces se vuelve, al final, una tiranía. Donde una vez Whitman pudo proclamar, “Yo contengo multitudes”, y esto podría entenderse como una celebración de una diversidad cultural hospitalaria en la tradición republicana, el imperialismo ahora, irónicamente, interpreta esas palabras antes poéticas como una declaración meramente prosaica y fáctica sobre la prisión de EE. UU., su  sistema nacional y las políticas exteriores yanquis en todo el mundo.

El crucial propósito revolucionario cubano de la vida y obra de Martí lo convierte en el depositario generoso de una tradición propiamente universal de antiimperialismo y democracia. Uno de sus logros más destacados es su capacidad de pensar y actuar de formas distintas a las del imperialismo estadounidense, a pesar de su hegemonía y la atracción gravitacional de su lógica de lo mismo. Como deja claro Martí en Madre América, su proyecto emancipador rechazó la lógica auto-idéntica de dominación que haría de la historia un monólogo monótono desde la época colonial hasta la imperialista:

¡Y todo ese veneno lo hemos trocado en savia! Nunca, de tanta oposición y desdicha, nació un pueblo más precoz, más generoso, más firme. Sentina fuimos, y crisol comenzamos a ser. Sobre las hidras, fundamos. Las picas de Alvarado, las hemos echado abajo con nuestros ferrocarriles. En las plazas donde se quemaba a los herejes, hemos levantado bibliotecas!

Descolonizar la mente, como dice Ngũgĩ wa Thiong’o, es pensar de manera diferente a los opresores, pensar de manera radical más allá de los límites de sus marcos filosóficos e históricos… Foto: Internet

El aspecto más vital de lo que el gran escritor keniano Ngũgĩ wa Thiong’o llama descolonizar la mente, es pensar de manera diferente a sus opresores, pensar de manera radical más allá de los límites de sus marcos filosóficos e históricos. En resumen, ser mejor que tus enemigos. No hay mayor ejemplo de esa dinámica descolonizadora que la Revolución Cubana de 1959, que continuó y sintetizó las ideas de Martí. Como dijo Fidel en 1955: “Eduqué mi mente en el pensamiento martíano que predica el amor y no el odio”. El poema más famoso de Martí resume memorablemente la gracia y la fuerza necesarias de tal compasión:

Cultivo una rosa blanca

En julio como en enero,

Para el amigo sincero

Que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca

El corazón con que vivo,

Cardo ni oruga cultivo;

Cultivo la rosa blanca.

¿No son los héroes de las Brigadas Henry Reeve con sus batas de médicos estas rosas blancas, ofrecidas a amigos y enemigos por igual durante la pandemia global? Así como Bush rechazó vergonzosamente la oferta de ayuda cuando Fidel fundó la Brigada Henry Reeve, después del huracán “Katrina” en 2005, hoy Cuba sigue siendo mejor que su adversario de las botas de las siete leguas. La valiente labor humanitaria de Cuba se realiza a pesar de las sanciones de Estados Unidos que son ilegales según el Derecho Internacional y que privan a los cubanos de suministros médicos básicos, alimentos e ingresos. Estados Unidos también ha amenazado con castigar a los países que se han valido de la ayuda cubana durante esta pandemia global en curso. No hay contraste más marcado e ilustrativo que entre una misión universal de ayuda humanitaria y la mezquina vanidad de la hegemonía imperial.

No hay contraste más marcado e ilustrativo que entre una misión universal de ayuda humanitaria y la mezquina vanidad de la hegemonía imperial. Foto: Internet

La Revolución Cubana es como la imagen redentora de Versos Sencillos: “Y salir de los escombros / Volando las mariposas”, del diamante emergiendo de la oscuridad: “Antes que luz es carbón”. Su internacionalismo finalmente ha hecho posible una historia de emancipación verdaderamente universal que transforma una lógica histórica oscura y adormecedora cuya única intención es la opresión y no el progreso. Geográficamente, Cuba es una isla pequeña; pero políticamente, es un país tan fuerte que es capaz de soportar la carga de la esperanza de todo un planeta por un mundo mejor. Fidel dijo de Martí: “Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro”. Así también la Revolución lleva en su corazón las doctrinas de Martí, Fidel, El Che y todos los revolucionarios cubanos. Todos los revolucionarios cubanos son apóstoles de un futuro que abrasa la promesa vacía de la democracia imperialista y su monotonía histórica, y revela vibrantemente a la humanidad un futuro brillante radicalmente diferente al provincialismo metropolitano fatalistamente vinculado al imperialismo capitalista, un futuro brillante que nos atrae a todos. para luchar ahora por su construcción. Si la pesadilla invernal de Martí en su prólogo a Versos Sencillos fue la imagen de un águila imperial sosteniendo las banderas de todas las naciones con sus garras, su visión de esperanza antiimperialista en Nuestra América vio el espíritu del Gran Cemí de los pueblos taínos ascendiendo a horcajadas sobre su cóndor, para sembrar las semillas de la libertad futura. Así como Martí, con razón, quiso en sus versos morir de cara al sol, así también su legado permite a todos los pueblos salir de la traicionera oscuridad y de la ignorante complacencia de la metrópoli imperial, y sentir el cálido beso del sol en nuestros rostros. Para los que amamos el vuelo del cóndor del Gran Cemí y nos decidimos a luchar por un conjunto de valores realmente humanos Martí vive: ¡patria es humanidad!