¿Qué nos mantiene a flote en la cuarentena?

Mairyn Arteaga Díaz
27/5/2020

Katia es la filóloga del grupo, la que convierte los hechos más insignificantes en sucesos dignos de memorar, y los toma de base para escribir unos textos extensos, intensos e impecablemente bien redactados que inundan el chat a cada rato y nos mantienen absortas durante algunos minutos. Katia es, por tanto, una especie de fuerza bienhechora que inocula energía positiva y, por estos días, esa energía es más que necesaria.

Desde hace casi dos años el yoga ha venido a formar parte de mi agenda y en estos instantes es una presencia que también salva. Un grupo en Santa Clara hace de las prácticas su centro para compartir costumbres, socializar, autoapoyarse. Terrazas del Viento se llama y, ahora urgido por las nuevas circunstancias, ha replegado su accionar a los medios tecnológicos.

Somos unas once mujeres y un hombre, que, a través de WhatsApp, nos comunicamos y mantenemos viva la experiencia dentro del espacio virtual. El momento físico de la práctica lo realiza cada uno a su modo y tiempo, desde su casa. Es una especie de aliento que se envía a los otros con la certeza del reencuentro después de todo.

Terrazas del Viento es una amalgama de temperamentos, personalidades y raciocinios que, lejos de entrar en contradicciones —como pudiera sucederle a un grupo tan heterogéneo—, se complementa en las diferencias y el espíritu grupal se arma con porciones del de todos.

Fotos: Cortesía de Terrazas del Viento
 

Además de Katia, la filóloga, la que nos asigna roles a las demás; está Luna, la profe-fundadora que ahora, desde Córdoba, en Argentina, nos envía sus buenos deseos y alguna que otra orientación para seguir. Su mérito fue encontrarnos y darnos las herramientas para que ya sin ella, al menos presencialmente, pudiéramos valernos en total independencia. Viéndolo así, hizo un estupendo trabajo.

Está también Lilian, la doctora valiente que alterna cada veinticuatro horas en un centro de aislamiento para contactos de pacientes con Covid-19; está Leslie, egresada de cultura física y las más volátil de todas; está Maité, la psicóloga infantil; las hermanas Orozco, trovadoras santaclareñas: Yaily y Yaíma; está Irvin, matemático de profesión; Nailen, logopeda; Amanda, estudiante de Psicología; Diana y Bibiana, de las más nuevas integrantes; y estoy yo, a quien Katia ha nombrado la comunicadora oficial del grupo. No podía ser de otra manera.

Lo cierto es que, durante la cuarentena —obligatoria o voluntaria—, Terrazas del Viento nos ha sorprendido más humanos y nos ha dado ánimos para mantenernos en la línea de la cordura, todo lo cuerdos que podríamos estar antes de que el nuevo Coronavirus desatara su furia. Así, además de las experiencias con el yoga, el grupo se convierte a ratos en clase de cocina, en laboratorio de agricultura familiar —con lección incluida de reciclaje de desechos sólidos—, en confidente, en psicólogo que nos despeja los días, en hechicero que limpia el aura.

“Qué bien que aquí se sabe de la magia de usar su trozo de pan y su pez para ser multiplicado y repartido a los demás… y claro que no lo digo en sentido literal”, escribía Katia una de estas veces.

Decía también:

Hay algo valioso que emana de cada una y uno, un talento descubierto o que se desarrolla, un recuerdo de un instante feliz, un acto de bondad o un mensaje para reflexionar o hacer reír. Es este nuestro sentido de ser y existir como grupo, ahora que descubrimos que disfrutar la práctica del yoga, a solas o en comunidad, es tan importante y placentero como pensar y actuar en coherencia con una filosofía o estilo de vida que se alimenta de las energías colectivas. Aplaudo que sintamos eso y lo demostremos con derroche de ese espíritu… y sé que vamos por más. ¡Hay tanto potencial!

Este mayo, Terrazas del Viento cumplirá dos años de presencia en Santa Clara, un tiempo en el que se ha fortalecido y ha sumado —siempre la suma como leitmotiv—. Se ha dicho que conectar mente y cuerpo, calmar a la primera y fortalecer mucho más al segundo, constituyen premisas para hábitos de vida saludables y armónicos; son prácticas que pueden contrarrestar el estrés, la ansiedad y así un cúmulo de enfermedades que vienen aparejadas con estos padecimientos. Hoy, cuando precisamente el estrés y la ansiedad nos vienen con el necesario quedarse en casa, para algunos, el yoga es ese asidero que nos mantiene a flote, incluso en los peores días.

 

Nos llega al chat una meditación guiada de Luna para empezar mejor las mañanas y más tarde fotos de unos muchachos que, en La Habana, han emprendido su camino en el yoga a partir del aislamiento; en Cuba, además de en Santa Clara, hay grupos de yoga en la capital, Cienfuegos y Ciego de Ávila. O sea, que nuestro entusiasmo es acompañado desde otros puntos de la Isla.

Cuando queremos compartir algo, el más mínimo logro en unos días a veces medio grises, agarramos el teléfono y lo gritamos en el chat del yoga; igual con las dudas, preocupaciones, o cuando encontramos eso que sabemos le arrancará una sonrisa a alguno.

Por el momento, hemos celebrado cumpleaños, hemos aplaudido a las nueve de la noche, hemos visto crecer las plantas de los otros y hemos saboreado virtualmente infinidad de recetas. Los pronósticos son de grandes celebraciones cuando acaben estos meses surrealistas que nos han tocado, pero el solo hecho de saber que nos tenemos, es suficiente.

Y seguimos creciendo, que es, al final, lo más importante.