Querido César, tú también eras, en resumen, todo lo posible

Ricardo Riverón Rojas
7/4/2020

El fallecimiento de César López nos sitúa, de golpe, frente a una nueva orfandad. Van muriendo nuestros padres tutelares, los que construyeron con la poesía un ámbito; los que siguen marcando ruta. Desde que en su natal Santiago de Cuba la cercanía con Frank País –amigo personal– moldeó sus metáforas juveniles, hasta los días de madurez, no cesó de cantarle a un sitio que dentro de los límites simbólicos de una ciudad provinciana (metonimia a la inversa) expandió al país hacia el universo. Sus Libros de la Ciudad –pero no solo ellos– son, sobre todo, la crónica lírica de un sinnúmero de grandezas no siempre visibles.

Uno de los grandes poetas cubanos del siglo XX. Foto: ACN
 

Somos huérfanos porque, poeta ya consagrado, César se proclamó –lo proclamamos– padre de quienes, inéditos, balbucientes, desconocidos, provincianos, siempre tuvimos sus certeros –a veces crudos– pero siempre amables, juicios al alcance del texto. Incansable viajero, no quedaron provincias, ni territorios adonde fuera invitado que no lo vieran, jovial y ágil, en sus talleres literarios, ferias, concursos, mínimas celebraciones, porque evidentemente apostó por el talento fertilizado, sin hacer concesiones ni expedir boleto hacia consagraciones espurias. Padre sin paternalismos, siempre nos dijo por dónde ir sin perder de vista los árboles ni el bosque.

Miembro de un grupo generacional que enfrentó retos y desaguisados, pero también consagraciones y restauraciones, nunca se encerró en la amargura, sobre todo por fidelidad a aquellos orígenes y aquellos afectos que lo definieron para siempre del lado de su pueblo. Revolucionario como el que más, con la poesía como arma y proclama, supo remontar todos los obstáculos y vincularse a los más altruistas proyectos de crecimiento humano que le proponía la época. Esa grandeza, a mi modo de ver, queda perfectamente expresada en el fragmento XXXV de su libro Ceremonias y ceremoniales:

Aquel que en el silencio de la noche
exagera, rumiando, la soledad, la angustia,
está perdido de antemano. Se hunde.
Nada comprende y algún día
se hartará de los gritos, de los mismos tormentos,
no podrá ver siquiera la mano que se extiende.
No importa que la mano hoy enarbole el arma
ni que en su tiempo duro
le pegaran muy duro con palo y una soga,
el problema consiste en saber quién le pega
o quién puede, futuro,
amor, frente a la vida, acariciar viviendo.
[1]

En los últimos tiempos mermó notablemente su presencia pública. Lo vi por última vez en el congreso de la UNEAC de 2014, ya muy disminuidas sus facultades físicas. La edad y la salud le impidieron continuar con aquellas dinámicas de participación que lo caracterizaron.

Sé que se prepara su poesía completa. Aunque lamento que no la viera publicada, comprendo que en buena medida no la concibió para sí mismo, sino para seguir ejerciendo, de alguna manera, su labor de maestro-padre.

Con la pérdida de César López se acentúa nuestro proceso de deforestación poética. Los que quedamos en pie, ¿seremos capaces de mantener erguida, con dignidad, la palabra? Lo intentaremos, con toda seguridad, más aún porque allá, en los mismos principios de la poesía cubana de estos últimos tiempos, junto a Guillén, Nogueras, Retamar, Carilda, Eliseo, Cintio, Lezama, Guillermo, Novás, Escobar, estará César dictándonos su lección: «Para recorrer cualquier camino del mundo / todo importa, / desde el principio»[2].

Notas:
[1] César López: XXXV en Ceremonias y ceremoniales, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1988, p. 55.
[2] César López, (sin título) en La búsqueda y su signo, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1989, p. 42.