¿Quién es Milton Fornaro?

Laidi Fernández de Juan
14/1/2017

A propósito de su participación en el Jurado del Premio Casa de las Américas 2017

Hace diez años, cayó en mis manos una antología de cuentos de uno de mis escritores favoritos: O. Henry, hoy tan pasado de moda que nadie se atreve a mencionarlo. Era la segunda vez que una editorial uruguaya, Ediciones de la Banda Oriental, publicaba a tan paradigmático cuentista. El primer volumen de O. Henry, titulado La cuadratura del círculo, de 1980, fue seleccionado por el fundador de dicha casa editora, Heber Raviolo.

escritor uruguayo Milton Fornaro
Fotos: Cortesía de la autora

Lo cierto es que, además de deleitarme con los cuentos reunidos en Un cosmopolita en el café (2006, por la Editorial ya citada), me impresionó el prólogo. Confieso que era la primera vez que escuchaba el nombre del prologuista: Milton Fornaro. “El hombre que hacía cuentos de la nada”, título de su prefacio, es un verdadero ensayo sobre el cuento como género literario. Particularmente llamó mi atención el siguiente párrafo:

[…] El cuento desde sus inicios se diferenció de las otras artes en que no tuvo un origen solemne. En su génesis, no pretendió otra cosa que entretener a los hombres. Eso explica su humanidad y su libertad. La tragedia, por ejemplo, fue un arte de dioses para dioses, que pretendía que los hombres se asemejaran a los dioses. Como anotó acertadamente el cubano Eliseo Diego: El cuento es un arte de plebeyos que nos deja donde estábamos sin otra aspiración que la de darnos una vuelta en redondo, sacándonos de nosotros por un instante (p. 11).

Desde ese lejano 2006, empecé a admirar a Fornaro solo por su ensayo al frente de Un cosmopolita en el café, sin saber que más tarde sería el asesor de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura, durante la presidencia de José Mujica.

Nueve años después de haber leído el citado ensayo, tuve la dicha de conocer a Milton Fornaro en la Feria del Libro de Montevideo,yla alegría de que me regalara varios de sus libros. Fue entonces cuando supe realmente quién era: nacido en Minas, en 1957, ha mantenido una inquieta actividad cultural y una militancia de izquierda que lo ha llevado por caminos no siempre calmos. De hecho, ha escrito ─por solo mencionar los libros más difundidos─Si le digo le miento, de 2003, que obtuvo el premio internacional GrinzaneCavour-Montevideo; Murmuraciones inútiles, merecedor del Premio Nacional de Literatura en 2005, y su novela Un señor de la frontera,queen 2009 resultó finalista del premio Planeta-Casamérica. Fue cofundador de revistas de humor político (una de ellas, El dedo, clausurada por la dictadura militar), autor de teatro yguionista de televisión para el programa humorístico Plop. En el año 2009 fue condecorado con el premio Juan José Morosoli por su trayectoria. En breves palabras: estamos ante un infatigable trabajador de la cultura. En aras de reducir mi comentario, me limitaré a Cadáver se necesita (inútil sin experiencia), novela publicada por Ediciones de la Banda Oriental en el año 2012, y que fuera adaptada a la televisión, logrando ser nominada a los Premios Emmy Internacional.


 

Al decir de Jorge Albistur, el protagonista de esta novela, Ramón Mendoza, es el primer detective privado de la literatura policíaca uruguaya. Descrito por el autor como un fracasado irreductible, un perdedor nato, solitario (acude al cine para disfrutar la penumbra y la ajenidad), pésimo amante y aficionado a la bebida barata, resulta, al mismo tiempo (o por las mismas razones), un ser que despierta ligera conmiseración. Todo el tiempo es engañado, burlado de sí mismo, hasta que, efectivamente, se necesita su cadáver para lograr el entendimiento de la maraña en la que resulta imbricado.

La trama de la novela, nada estridente ni ambiciosa, fluye con el ritmo que exige su propia estructura:un crucigrama, un acertijo de vocabularios. Como un juego macabro, Ramón Mendoza va trazando el camino de su tumba con la lógica de un razonamiento al que solo él y su patética existenciason ajenos. El lector puede perderse en algún momento, si no capta con suficiente prontitud el laberinto de palabras que encabeza cada capítulo, pero solo nosotros, los que vemos el mapa completo, somos responsables de completar el rompecabezas.

Divididas en trece definiciones “Horizontales” y doce “Verticales”, las acciones llevan el ritmo de un acróstico: sin prisa, alternando los tiempos, combinando los ambientes, saltando de aquí para allá, entre policías corruptos y extranjeros sospechosos de traficar, entre empleados, secretarias y habitaciones de desigual nivel, la novela dura muy poco: losuficiente para narrar la vida de un hombre “bueno para nada”, que termina “muerto por todo”.

Intencionalmente, Fornaro no muestra con claridad el momento en el cual se desarrollan los acontecimientos. ¿Qué época es esa, cuando ya no existe la dictadura y aún se persigue a los fantasmas revoltosos? ¿O es en pleno tiempo de represión? El investigador Mendoza, además de ineficaz, resulta un ejecutor asqueante: “Le bastaba leer la prensa que en aquellos años había sido de izquierda, progresista o liberal para rastrear nombres. […], desgraciados que terminaban con sus huesos en alguna sala de torturas antes de ser ejecutados o de acabar en una prisión” (p. 42). La ambigüedad en términos temporales es a propósito. Como si cosas así fueran posibles en cualquier régimen, en toda época.

Ojalá se publique en Cuba esta novela (u otro libro de Fornaro, aprovechando su próxima visita), que transcurre “En cualquier lugar muy sucio y hediondo” ─título del segundo capítulo de la sección “Horizontales”─, y que posee el atractivo de la buena literatura en función del género negro, policial, de suspense o de intriga, como prefiera llamársele. No es azarosa la cita de Raymond Chandler que da inicio a Cadáver se necesita (Inútil por experiencia): “No hay trampa tan mortífera como la que uno se prepara a sí mismo”.