R. F. R. cumple 90: algunas preguntas

Víctor Fowler
8/6/2020

Siempre hay un centro, un núcleo fuerte, una dirección que organiza la totalidad del movimiento; como si se tratase del blanco en busca del cual la flecha avanza, desde cualquier punto en que nos detengamos, aquello o eso está allí. ¡Qué imagen tan bella la de la flecha en el aire y la punta, la punta aguzada que desea penetrar!

A Roberto le agradezco ser uno de los que completó mi educación colonial, de los mejores maestros que he tenido. No se me esconde que este es un punto grave; de hecho, el más grave y tal vez hasta el único o el último, definitivo. Habitante y ciudadano de esta pequeña islita, a través del análisis de vida y obra de sus mejores hombres de-veló ante mis ojos la contradicción fundamental: ¿cómo vives en el último territorio de un antiguo imperio colonial que, a la misma vez, resulta ser la primera posesión apetecida por los poderes que organizan el nuevo mundo imperial que sustituye al otro extinto?

 “A Roberto le agradezco ser uno de los que completó mi educación colonial,
de los mejores maestros que he tenido”. Foto: Cortesía de Laidi Fernández de Juan

 

Esto fue lo que Roberto nos enseñó, en ese bello texto que es “Martí, en su Tercer Mundo”, cuando escribió que hubo en la vida del cubano una “tarea concreta” y que esta fue “rechazar, en la teoría y en la práctica” que —a nombre de la anunciada oposición entre civilización y barbarie— hubiese “derecho natural” alguno con el cual pudiese el hombre europeo justificar el “apoderarse de la tierra ajena perteneciente a la barbarie, que es el nombre que los que desean la tierra ajena dan al estado actual de todo hombre que no es de Europa o de la América europea”.

Para mostrarnos la esencia de esa “tarea concreta” que recorre la vida de Martí, el ensayista Fernández Retamar ha necesitado citar un fragmento de un texto escrito por Martí en 1884 (“Una distribución de diplomas en un colegio de los Estados Unidos”). Desde aquel texto, hasta nuestro presente, han pasado más de cien años. Lo primero, y más evidente, es preguntar(nos) si continúa siendo cierta esa estructura de mundo según la cual unos son “civilizados” y otros “bárbaros”. Lo segundo, si también se mantiene la partición de vidas y destinos alrededor del empleo y las consecuencias del verbo “apoderar”; es decir, si unos se apoderan y otros son drenados. Lo tercero, sustituir el contenido de “tierras” (que solo parece hablar de expansión en su más crudo sentido territorial) por “recursos naturales” (propio de nuevas formas de dominación y control). Lo cuarto, preguntar a Martí por qué el hombre europeo de su tiempo tenía la necesidad de “justificar” (¿justificar ante quién?) el apoderamiento de aquellas tierras a las que consideraba “bárbaras”.

Las palabras imponen límites y al emplear la expresión globalizante “hombre europeo” Martí reconstruye la dicotomía civilización-barbarie, pero apuntando al verdadero problema: una zona del mundo con menor desarrollo tecnoeconómico acaba de ser descubierta y ello “despierta” el hambre de tierras (y recursos) en los europeos y crea las condiciones de posibilidad para las campañas de expansión. Pero, si solo hay “civilizados” y “bárbaros”, ¿cuál es el tribunal ante el que se necesitaría ofrecer justificación y por qué y para qué?

Aquí está la parte acaso más espectacular porque ese genérico agente activo de la conquista, “el hombre europeo”, está obligado a justificarse ante sí mismo para poder seguir viviendo convencido de que su “civilización” no es la “barbarie” real; de hecho, para poder seguir viviendo sin enloquecer o autodestruirse moralmente, está obligado a mentir sin descanso sobre la verdad de lo que es, hace y representa.

A Roberto le agradezco haberme inquietado e impulsado a preguntar y preguntarme: ¿de dónde vengo? ¿quién soy? ¿cómo me ven los otros? ¿qué significo? ¿qué valgo? ¿para qué existo? ¿cuáles son mis gestos? ¿qué fue, qué ha cambiado y qué se mantiene? ¿qué son mi voz y mi escritura?

Por esto es que introduje ese guión enfático en el momento de emplear el verbo “de-velar”; es decir, “quitar un velo, lo que antes nos impedía ver a plenitud la figura, paisaje o realidad”. Siguiendo este camino, equivale a “des-cubrir” o “re-velación”.

Me queda una pregunta: ¿alquien puede capturar una flecha en el aire, pero sin detenerle el movimiento, sino progresando hacia la misma dirección? Si consiguieras hacerlo una sola vez, ya te estarías desplazando junto con la flecha, o en ella; pero, ¿hay alguna manera de hacerlo todos los días?

Gracias, maestro.