Ramiro Guerra y sus discípulos

Marilyn Garbey Oquendo
29/7/2016

 

El magisterio de Ramiro Guerra dejó huellas imborrables entre sus discípulos. Hombre de recio carácter, famoso por su rigor, protagonizó numerosos sucesos que forman parte de la historia aún por escribir de la danza cubana. Para celebrar los 94 años del maestro se recogen algunas de las anécdotas que tuvieron lugar en los años fundacionales del movimiento de danza moderna en Cuba.


Fotos: Archivo La Jiribilla

 

Eduardo Arrocha, diseñador, Premio Nacional de Teatro:

“El trabajo con Ramiro fue muy interesante, todavía conservo algunas de las propuestas que le hice, con los análisis rigurosos y detallados que él realizaba. Tanto es así que cuando le diseñé Chacona —siglo XVI español— quería que aquello tuviera la pesadez y el envaramiento de la corte española de esa época, pero permitiéndole la extrema libertad de movimiento a los bailarines, y entre los dos fuimos buscando la forma de hacerlo. Recuerdo que en una de las propuestas originales estaban las llamadas mangas perdidas, que eran independientes del brazo. Ramiro estaba en contra de esas mangas, yo luché tozudamente para mantenerlas y él me dijo: `cuando el bailarín concluya el movimiento, la manga seguirá moviéndose, y a mí lo que me interesa es el movimiento del bailarín, no las mangas´. Para mí, representó una enseñanza y a partir de ahí fui más riguroso en el trabajo”.

Eduardo Rivero, bailarín y coreógrafo, Premio Nacional de Danza:

“Siempre me preguntaba por qué Ramiro era tan cruel conmigo, tan fuerte en cuanto a la disciplina. Me decía: la tiene cogida conmigo. No me dejaba ni moverme, ni soplarme una mosca de la cara. Esto que digo no es mentira, una vez hice un gesto y me gritó: `Fuera de la clase, aquí no se puede estar haciendo muecas ni musarañas´. Después entendí que Ramiro estaba formándome, de una manera muy fuerte. Entonces pasó a ser mi Dios, como sucede en la India, donde los maestros y los padres son como dioses. Es alguien que venero, lo amo entrañablemente”.

Luz María Collazo, bailarina, actriz y profesora:

“En los 60 se me abrieron muchas puertas, como las del modelaje para fotógrafos y en las pasarelas; no me consagraba a la danza como exigía Ramiro, que era muy severo. La vida de la bailarina chocaba con la de la modelo y por esa razón tuvimos muchas contradicciones. Por el período de la filmación de Soy Cuba, Ramiro se encontró con uno de los productores y le dijo: `No sé por qué escogieron a Luz María para la película, porque ella no es actriz´. Él se molestaba conmigo, pues yo salía constantemente de la Compañía, pero me soportó. Me proponía un personaje y cuando notaba mis ausencias me pasaba al coro, después me reponía en el personaje”.

Isidro Rolando, bailarín y coreógrafo, Premio Nacional de Danza:

“Ramiro fue el maestro más exigente que tuve. Siempre sentí que me respetaba y creo que ese respeto estaba dado por mi nivel de entrega en el trabajo, eso él lo consideraba mucho. A veces era intolerante, pero los que trabajaban no tenían problemas con él. Con Ramiro los trabajos más fuertes fueron Suite Yoruba, Orfeo Antillano y Medea y los negreros. Cuando empezamos a bailar Suite Yoruba le hizo cambios, eran suites separadas que unió en los intermedios utilizando el material de Historia de un ballet [1]. Fue el primero en usar multimedias. Llamábamos a la obra Suite rodillas porque soltábamos la piel de la rodilla repitiendo escenas con las diferentes solistas”.

Años después de su salida de lo que es hoy Danza Contemporánea de Cuba, Ramiro admitió su mano dura en el trato con los bailarines:

“Teníamos una clase de cultura general, leíamos un libro de Carpentier, o íbamos a ver una película de Godard, y luego hablábamos de la película y del libro. Usaba todos esos ganchos que eran muy valiosos para mí porque yo estaba al tanto de lo que ocurría. Mis bailarines fueron creciendo en una atmósfera cultural muy fuerte. Tengo un capítulo en el libro que se llama “Los años de la ira”, porque yo era muy duro con los bailarines”.

De la primera función del Conjunto Nacional de Danza Moderna se recuerda un hecho:

“La primera función fue maravillosa. Hubo uno que cogió Changó y tenía que cambiarse de ropa para la segunda obra. Me dijeron: Fulano está arriba cogido por Changó. Fui al camerino y le dije: Changó, suelta a tu hijo, porque de lo contrario queda cesante la semana que viene. A los cinco minutos estaba vestido con la ropa de la obra que venía a continuación”.

 

Con las bailarinas el maestro tuvo momentos de confrontación como este:

“Salimos de viaje un par de veces y en el extranjero sucedían muchas cosas. Una vez, en que aquí no había nada de nada, cayó en sus manos una revista de moda parisina con unos sombreros maravillosos y cuando llegamos a la Unión Soviética vi que todas las mujeres del Conjunto tenían sombreros, pero las de allí no. Le dije a Clara Luz, que era la responsable de las muchachas, que se quitaran los sombreros. Me pedían la cabeza por eso, pero se los quitaron”. O como el que se narra a continuación:

“Convencí a Elena Noriega para que hablara con las muchachas sobre el asunto de la menstruación, porque hoy la tenía una y mañana la tenía otra, y así no se podía trabajar. Ella las convenció de que eso no les impedía bailar”.

El Teatro Nacional ha sido la sede de la compañía nacional de danza desde enero de 1959 hasta hoy, pero cuando Ramiro llegó a ese lugar con sus bailarines aún estaba en construcción:

“Al empezar en el Teatro Nacional, el piso era de cemento y no había puertas; cuando hacían las diagonales se iban y yo les gritaba para que volvieran, a grito pelado”.

Sobre sus estrategias para fomentar un ambiente propicio a la creación contó:

“Hice Ceremonial de la danza porque Maurice Béjart vino aquí, vio la clase y me dijo: `óyeme, pon eso en el escenario, que eso es un espectáculo′. Cuando empezaba la clase les decía que estaban en un mundo bello, les pedía que se relajaran y luego decía: `ya empezó la clase, estamos en otro mundo′. Les daba como media hora de relajación, de yoga, para que rompieran con el mundo cotidiano. A partir de ahí se hacía la clase, que no se podía transgredir porque era como un ceremonial”.

Pero Ramiro reconoce los vínculos de afecto y de respeto que lo atan a sus discípulos:

“…logré que ellos me respetaran, y nos queríamos, teníamos una relación muy buena. Llenábamos el Teatro Mella, que era sobre todo para la danza y el folclor, durante tres semanas (de martes a domingo). Solo descansábamos los lunes. Llenar el Mella fue importante porque dar funciones con el teatro vacío es terrible para un bailarín”.

En tiempos en que se abusa de la palabra maestro, celebrar a quien es reconocido por sus discípulos como una luz en sus vidas, se impone como deber. Ramiro Guerra abrió muchos caminos para la danza en Cuba:  coreógrafo de obras maestras como Suite yoruba o Medea y los negreros, inspirador del estilo de danza moderna cubano, propició la formación técnica y humanista de los bailarines que le acompañaron en esa misión. Muchos de ellos  han creado, también, una obra de gran relevancia artística.

 

Todos los testimonios forman parte de entrevistas concedidas a la autora para Habana Radio, en 2005, 2006 y 2012.

Notas:
  1. Historia de un ballet es un documental de José Masip a partir de Suite yoruba, coreografía de Ramiro Guerra que narra el conflicto entre Changó y Oggun, personajes que asumieron Santiago Alfonso y Eduardo Rivero. Tras el estreno del audiovisual, en 1962, Ramiro incorporó al montaje secuencias de la obra de Masip.