Recuerdos del futuro presente

Maikel José Rodríguez Calviño
15/7/2020

Memorias pendientes es el título de la muestra personal de Adrián Fernández Milanés que por estos días acoge el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam. Inaugurada antes de la cuarentena, la propuesta reúne un amplio número de instantáneas y piezas tridimensionales que el joven escultor y fotógrafo ha realizado durante los últimos veinte años.

Con curaduría de Lisset Alonso Compte, la exposición incluye dos series fotográficas: Archivo (2001), que recoge las primeras impresiones analógicas en blanco y negro ejecutadas por el artista, y Memorias pendientes (2020), compuesta por sus más recientes manipulaciones digitales. A ella se suman varias esculturas en madera y acero al carbono estrechamente vinculadas con el proyecto Monumento al Hombre Incompleto: conjunto escultórico-instalativo exhibido entre diciembre de 2018 y enero de 2019 en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales (CDAV) y, con posterioridad, durante la tercera edición del proyecto Detrás del Muro, incluido en la XIII Bienal de La Habana.

 El Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam acoge por estos días la muestra Memorias pendientes, de Adrián Fernández. Fotos: Cortesía de Adrián Fernández Milanés
 

Adrián suele interesarse por los límites de la representación, lo cual implica una exploración constante del alcance y las fronteras del arte en cuanto reflejo de lo concreto-sensible o construcción de su propia realidad. Este interés por vincular lo tangible con lo imaginario, lo orgánico con lo artificial, los objetos y sus contextos ya está presente en sus series De la posibilidad estética del vacío (2010), Del ser o el parecer (2012) y El umbral de la incertidumbre (2016-2017), expuestas en nuestro país. Ahora, con Memorias pendientes, explora, cuestiona y desarticula al extremo esos límites en la figuración/percepción de lo fotografiado, propiciando un rejuego de sentidos entre su credibilidad como sujeto que representa y el escepticismo de los veedores, quienes somos catapultados a escenarios virtuales, fabricados milímetro a milímetro mediante tecnología digital, pero de un verismo estremecedor.

El ejercicio curatorial parte de objetos cotidianos, integrantes de los paisajes urbanos, que el artista ha fotografiado mediante procedimientos analógicos. En este conjunto de instantáneas de pequeño formato, tuberías, antenas, fragmentos de cercados y tejidos de acero son despojados de todo sesgo narratológico al ser transformados en líneas, superficies o formas de composiciones abstractas despojadas de todo referente, algo similar a lo propuesto en Del ser o el parecer, donde se diluyen los límites entre artefactos y contextos al violentar los contrastes entre fondo y figura, provocando el extrañamiento del espectador, quien no sabe a las claras dónde terminan las flores en el búcaro y comienzan las flores del mantel.

 “En las grandes piezas que integran Memorias pendientes Adrián opta por construir una realidad fotográfica encaminada a suspender la incredulidad del espectador”.
 

Ahora, con Archivo, las características y funcionalidades de los artefactos retratados son nuevamente puestas a un lado en un ejercicio compositivo de precisión geométrica. Debemos acercarnos para comprobar que, efectivamente, estamos ante imágenes de cosas palpables, tangibles, construidas con una función específica, pero que, en virtud del arte y sus estrategias de representación, han sido estetizadas hasta el punto de hacerlas irreconocibles de un primer vistazo.

Si en las series antedichas Adrián se había limitado a construir la realidad fotográfica a partir de objetos hábilmente manipulados, en las grandes piezas que integran Memorias pendientes opta por construir una realidad fotográfica encaminada a suspender la incredulidad del espectador. La simulación alcanza aquí niveles sorprendentes: identificamos fácilmente lo que vemos, y su verismo es tal que nos cuestionamos su corporeidad. Esos enormes restos de edificaciones (¿vallas, fachadas, carteles?) que se alzan, imponentes, silenciosos, sobrecogedores, en playas, desiertos, bosques y acantilados de cualquier parte del mundo, ¿existen en realidad o fueron “fabricados” por el artista? En caso de que existan más allá de su representación, ¿para qué los construyeron?, ¿quiénes los edificaron?, ¿por qué los abandonaron? ¿Acaso solo existen en el campo de lo posible, aunque luzcan tan reales? Las preguntas no tardan en aparecer mientras visualizamos esas huellas raídas, colosales, sumergidas en la desolación. Durante el visionaje, experimentamos un proceso de movilización de nuestra subjetividad, de nuestras habilidades perceptivas y capacidades de asombro que, a mi entender, constituye el gran obsequio de la serie.  

Las instantáneas de Archivo se alejan de todo interés narratológico, despojando a la realidad del dónde, el cómo y el cuándo, al abstraerla y liberarla de su referente inmediato. En cambio, los impresionantes paisajes de Memorias pendientes nos catapultan de lleno al campo de la fabulación, impulsándonos a elucubrar motivos, determinar razones, articular justificaciones, construir historias. No tardan en emerger futuros distópicos, advertencias solapadas, vestigios de un colapso futuro que cada vez parece más inminente. Antes, con la representación cuasi abstracta de esas antenas, de esos fragmentos de cercados, la realidad tangible había sido despojada de todo referente hasta convertir su representación en un ejercicio compositivo de purismo geométrico; ahora se ha construido un referente que, si bien no existe en la esfera de lo concreto-sensible, nos hace dudar, cuestiona nuestra credibilidad, nos seduce, inquieta, perturba, estremece, asusta; que nos muestra un futuro común, adaptable a cualquier escenario geográfico: un futuro soñado, pero no por ello menos posible.

“En Memorias pendientes Adrián explora, cuestiona y desarticula al extremo esos límites en la figuración/percepción de lo fotografiado”.
 

Luego, el artista no se detiene en la atroz advertencia; para él no es suficiente construir realidades virtuales que nos propone como representaciones de algo terrible, y explaya en el espacio fragmentos de esas titánicas construcciones. Así, lo imaginado abandona la planimetría del sueño distópico para tomar toma cuerpo: los objetos ocupan un espacio físico y lo hacen debidamente protegidos, encapsulados, como si fuesen artefactos de incalculable valor histórico y estético que deben ser resguardados a toda costa.

Esas esculturas de acero al carbono, también reunidas bajo el elocuente titulo de Archivo, constituyen vestigios arqueológicos del futuro, de la pesadilla, de la hecatombe: son fragmentos de una realidad por venir que fueron depositados cruelmente en nuestro presente para su conservación. Y es que el tiempo juega un papel fundamental en esta muestra donde pasado, presente y futuro articulan un tejido premonitorio y perturbador que, al final, nos conmina a perpetuar, como si fuesen preciados tesoros, las huellas del horror y la destrucción, los vestigios de la desidia y el belicismo, en un sordo homenaje a nuestra propia necedad.

Cierra la propuesta una gran instalación sin título que reproduce una suerte de almacén donde han sido resguardados fragmentos de las construcciones ya mencionadas. Se le ha prestado aquí particular atención al ambiente del espacio, interés igualmente desplegado por el creador en la puesta en escena de Monumento al Hombre Incompleto para la sala L del CDAV.

“Los impresionantes paisajes de Memorias pendientes nos catapultan de lleno al campo de la fabulación”.
 

Memorias pendientes constituye un paso de avance en la trayectoria creativa de Adrián. A dicho logro se suman la polisemia de las piezas seleccionadas (solo he señalado algunos de sus posibles caminos discursivos) y el regodeo en cuestionamientos implícitos sobre los procesos creativos y de percepción del arte, el carácter ilusorio de la representación y los engañosos procesos de decodificación de la imagen. En cuanto ejercicio curatorial, no resta mucho por señalar: la muestra goza de una selección atinada y museografía coherente que nos conduce de lo simple a lo complejo, de la realidad fotográfica abstraída a la simulación fotográfica de la realidad, con lo escultórico como colofón.

Al mismo tiempo, la propuesta devela y aglutina las obsesiones de su protagonista, quien forma parte de una interesante nómina de jóvenes artífices cubanos interesados en lo paisajístico-arquitectónico que incluye, por citar algunos ejemplos, a Alejandro Campins (recordemos su excelente muestra Miedo a la muerte es miedo a la verdad, exhibida durante el pasado noviembre en el propio Centro Lam) y Octavio Irving Hernández, cuya exposición Land[e]scape puede apreciarse por estos días en Artis 718.   

Vayamos, con Memorias pendientes, al encuentro con el rastro atroz, el recuerdo imposible, el canto deshilachado de la humanidad, cuyos restos yacen en todas las utopías fracasadas, en los viejos anhelos de una modernidad frustrada, cuyo espectro nos acosa tras la veladura de lo posible. Vayamos con cuidado: tras esas construcciones titánicas aguardan verdades que tal vez no querremos escuchar.