Reguetón: ¿Gusto o intereses?

Javier Gómez Sánchez
8/3/2018

Pensemos en la historia. La década del 90 estuvo dominada por la salsa cubana o timba, que se escuchaba en las fiestas y en la radio de forma bien delimitada con la música disco. En el 2000 ya la timba de NG La Banda no estaba en su auge mayor, pero agrupaciones nuevas como Carlos Manuel y su Clan, Bonny y Kelly, Arnaldo y su Talismán, refrescaban la escena salsera y le daban sus últimos momentos de mayor popularidad. Algunas orquestas como La Charanga Habanera, los infaltables Van Van y Adalberto Álvarez y su Son, se mantenían. Otros como Manolín Álvarez, El Médico de la Salsa, e Isaac Delgado —quien terminó retornando a Cuba— decidieron continuar sus carreras en el extranjero, como luego haría también Carlos Manuel.

El inicio de los 2000 marca la entrada en Cuba de un ritmo nuevo, que al sonar complacía tanto a los aficionados al hip hop como a los bailadores salseros: el reguetón. Incluso su capacidad de crear un ambiente de atmósfera sensual, lograba atraer más, porque al sonar hacía liberar sobre la pista uno de los instintos más primarios del ser humano: el sexo.

Durante el 2004 ya prácticamente no hubo una fiesta en Cuba donde no sonaran los boricuas Don Omar, Daddy Yankee y Tego Calderón. El éxito fue arrasador, las discotecas ponían cada vez más temas de reguetón, casi desapareciendo la salsa y otros géneros.

Pronto numerosos grupos cubanos de hip hop comenzaron a utilizar backgrounds reguetoneros y a simplificar sus letras. La rima y la poesía urbana fueron desapareciendo. Durante años, los grupos de hip hop habían realizado su música de modo mayoritariamente aficionado; casi ningún artista de hip hop podía vivir de su música, con pocas presentaciones en espacios pequeños y alternativos, prácticamente sin ninguna grabación discográfica. Muchos raperos comenzaron a ver que abandonar el hip hop puro y fusionarlo con otros géneros era lo que podía abrir las puertas del logro económico.

Pero casi ningún grupo de rap en la Isla podía contar con los arreglos musicales y la orquestación que requería una fusión con la salsa, así que echaron mano a algún DJ de los mismos que los acompañaban en sus actuaciones raperas, para que hicieran fondos similares a los boricuas, o usaran backgrounds ya pregrabados, a los que adaptaban sus propias letras, cada vez más reducidas a unas pocas líneas repetitivas. Pronto muchos grupos comenzaron a lograr con el reguetón lo que nunca habían podido con el hip hop: vivir de la música. La razón era sencilla: el reguetón se bailaba, el hip hop no. Y casi todos querían bailar reguetón.

Comenzaron a surgir no ya raperos convertidos al reguetón, sino intérpretes que se daban a conocer directamente con el género, que dejaba de ser algo nuevo. Comienzan a escucharse nombres como Elvis Manuel, El Insurrecto, Baby Lores y El Chacal, que hacían llenar las discotecas habaneras con un público que los identificaba y los seguía.


La capacidad de crear un ambiente de atmósfera sensual logra atraer más. Foto: BBC

 

Pero no fue solo el gusto de un sector por un nuevo ritmo musical —que ya comenzaba a lanzar letras cada vez más agresivas— lo que determinó su extensión, sino motivaciones mucho más pragmáticas. A diferencia de la salsa, con agrupaciones de más de una decena de músicos, el reguetón con solo un DJ y un par de vocalistas podía ser presentado en lugares con escenarios pequeños, y con pocas exigencias de audio. Los antiguos night clubs, creados en la época del filin y el bolero, y que se habían convertido en discotecas, con el reguetón volvieron a poner música “en vivo” en sus reducidos espacios. Lo mismo ocurría con las giras nacionales y al extranjero. El reguetón estimuló ingresos fáciles hasta en lugares que estaban descapitalizados y quienes los administraban estaban más interesados en los beneficios que en el valor artístico de lo que estaban promoviendo.

Comienza a verse una trayectoria en cada reguetonero, en la que el individuo graba una par de temas con un capital inicial, y luego, sabiendo poner dinero en las manos adecuadas, se logra que este sea incluido en la programación de algunos centros nocturnos y turísticos. Después, con el primer capital, se hace la inversión en videoclips y estos son introducidos en vías informales de distribución de contenidos a través de copias por USB, como el Paquete Semanal. El contenido no solo llega al público en la forma de un consumo privado, sino que a lo largo y ancho del país, miles de restaurantes, bares y cafeterías —estatales y privados— toman el contenido y lo proyectan a su clientela en incontables monitores de HD de gran tamaño. Una nueva forma de divulgación audiovisual y publicitaria, cuyo poder no debe ser dejado de tomar en cuenta.

Aprovechando la nueva política migratoria y el “deshielo” con Estados Unidos, algunos reguetoneros cubanos son lanzados desde Miami —capital de la latin music— y reexportados hacia Cuba con más dinero para invertir en videoclips y sobornos. El “caso Gilbertman” ilumina el ciclo económico de intereses en el featuring con otros reguetoneros isleños pero con dinero miamense, aunque los más inteligentes se asocian a figuras reconocidas de la música cubana y así garantizan su difusión. Dinero llama dinero.

El dinero puede lograr también la promoción por los medios radiales y televisivos, fenómeno conocido popularmente en Latinoamérica como “payola”, y que no debemos cometer la ingenuidad de pensar que no existe en nuestro país. Es un secreto a voces que para un artista que inicia su carrera, los “regalos” a algunos realizadores ayudan más a aparecer en programas de televisión. Por suerte, directores de radio y de TV con responsabilidad comunicacional y valores éticos arraigados, han apoyado la divulgación honesta de numerosos talentos del arte musical.

Puede que de la misma manera intenten ser incluidos en eventos locales o en conciertos de otros artistas y géneros, a veces con públicos muy distintos, algo que llega a generar la confusión entre los concurrentes y situaciones penosas para los organizadores.

Es lógico que existan intereses distribuidos en determinados sectores —luego de pasados unos años desde la promoción televisiva del vulgar tema “El Chupi Chupi” y la política de las instituciones culturales a partir de eso— de que se les vuelvan a abrir las puertas relajadamente de medios y escenarios al género musical que más dinero tiene para pagar por entrar y moverse en ellos.

Algunos pudieran inconscientemente favorecerlos, al pensar que se trata de “aceptar la conexión con lo foráneo”, “abrirnos al mundo”, “no tenerle miedo al mercado”, etc. Oponerse instintiva —y superficialmente— a la censura. Supuestamente dar libertad… ¿Qué tipo de libertad? ¿La libertad del mercado? ¿Para qué tendríamos instituciones culturales si es el mercado el que va a decidir? No nos confundamos, ni nos dejemos confundir.

Se ha vuelto un lugar común decir que existe una masiva identificación del público cubano joven o de extracción humilde, con los antivalores mayormente fomentados en la mayoría de las canciones y videos de reguetón. Pero habría que cuestionarse si no es su divulgación y amplificación deliberada la que termina induciendo hacia ese tipo de consumo.

El público venera de por sí el culto al disfrute, a la belleza, a los placeres de la vida y al goce de la pareja, a los que tantos artistas han cantado; pero si esos elementos se presentan intencionadamente asociados al dinero, a la vulgaridad, a la mujer como objeto sexual, a obtener y ostentar más sin importar cómo, entonces a la larga no solo se produce ese tipo de contenido masivo para el consumidor, sino que por inducción se fabrica masivamente un tipo de consumidor para ese contenido.

Sobre Viña del Mar: ¿Por qué de Cuba es Gente de Zona quien “arrasa” en ese festival que en nada o casi nada le ha abierto las puertas a la música cubana? ¿Cuántos cubanos podían haber arrasado todos estos años y ahora mismo en ese festival? Un evento que precisamente, en su diseño de proyección cultural hacia América Latina, estaba, y sigue estando, excluir todo lo que sea representativo de Cuba.

¿Con qué fue incluida y premiada excepcionalmente Danay Suárez, en su interpretación de hip hop de indudable talento? Con una canción religiosa antiaborto (Ojo, que es legal en Cuba, el país de la intérprete, como parte de una política y una concepción social), en un momento en que el festival se producía paralelo a un debate legislativo en Chile sobre la interrupción del embarazo y poderes de gran influencia en la sociedad chilena estaban interesados en utilizar el evento en contra de su legalización.

Por otro lado, los cubanos aún estamos a la espera de que los artistas de nuestro país sean promocionados en la industria internacional por el valor de su propia obra, y no solo por aparecer últimamente calzando con su interpretación de acompañantes, la actuación de artistas de otras nacionalidades como el verdadero producto que esa industria se interesa en vender.

En Cuba, el featuring pareciera ser el vehículo ideal para intentar validarse artísticamente, accediendo a medios y escenarios a los que jamás llegarían con el grueso de su obra. Es por eso que con el reguetón, el lanzamiento de combinaciones musicales es cada vez más frecuente, siendo los interesados en validarse no pocas veces los más solventes para asumir los costos de grabación musical y audiovisual, en lo que parecería ser una buena oportunidad para todas las partes.

Pero tristemente puede ocurrir que en vez de que sean los aspirantes quienes vean cumplidas sus expectativas, sean los artistas de valía musical y social los que se vean disminuidos. Porque el featuring puede llegar a ser, ante el público, un arma de doble filo.

El capital acumulado permite la producción de videoclips más costosos, aunque más baratos de realizar en Cuba que en Miami, contratando a los mejores realizadores. La producción de videos de reguetón se ha convertido en una industria dentro de la propia industria del videoclip.

El individuo que logra introducirse en el mercado del reguetón y ha acumulado el valor comercial suficiente para ser promocionado en los escenarios de Miami, es recibido por una maquinaria que lo presenta como un exponente de la música cubana actual. Programas televisivos “payoleados” hacen su parte con entrevistas y presentaciones. El contenido generado se sube a YouTube y se hace llegar a Cuba a través del Paquete, buscando ejercer sobre la audiencia un efecto de “reflejo del éxito”.

No se debe dejar de notar que este paseo triunfal por la pasarela miamense se vio acentuado en la medida que las instituciones culturales cubanas decidieron, ante una escalada de la vulgaridad, ejercer un control sobre los contenidos musicales emitidos en radio y la televisión.

Mientras, en medios más politizados, se insiste en el tema presentándolo como un símbolo del supuesto fracaso de las políticas culturales de la Revolución. Algunos disfrutan hacer visible en Cuba el asunto del reguetón porque representa todo lo contrario a la educación cultural de un pueblo.

A diferencia de la mayoría de los géneros musicales cultivados en Cuba, el reguetón no expone ningún logro de la formación académica que ha brindado el sistema educativo creado por la Revolución. Es por eso que resulta tan conveniente en Miami. Porque cuando un salsero o un jazzista cubano es entrevistado en programas de la TV miamense, muchas veces menciona que estudió en la ENA, en el ISA, o que descubrió su vocación por la música cuando estudiaba ingeniería en la CUJAE. Había que ver en los días del llamado “Intercambio Cultural”, que facilitó la presentación de artistas cubanos en Estados Unidos, la incomodidad, la crispación disimulada, la molestia contenida que eso provocaba en los presentadores de la televisión miamense. Pero un reguetonero, salvo alguna excepción, no los va a hacer sentir eso.

Es, política y culturalmente, compatible con la Cuba que Miami necesita. Por eso quieren representarnos con el reguetón, porque saben que no nos representa.
 

Fuente: La pupila insomne