Por mi asimilación temprana de las películas recuerdo aquellos primeros seres sobrenaturales que acompañaron mi imaginación y que, de otras maneras, que es decir: bajo nuevas figuraciones o modalidades, continúan estando presentes. Ellos serían los vampiros, hombres lobo, dragones y sirenas. Los efectos especiales del maestro Ray Harryhausen serían los causantes de esos incipientes desconciertos con Simbad y la princesa y en especial Jasón y los argonautas. Luego vendría Willow, dirigida por Ron Howard en 1988, con los maravillosos Warwick Davis y Val Kilmer. Brujas y hechiceros, hombres convertidos en cerdos, entraban para mí en la categoría de criaturas fantásticas como también el terrible tiburón del clásico largometraje de Steven Spielberg.

El tiempo y una madurez que no me ha ensombrecido del todo ayudarían no obstante a discernir entre figuras folclóricas y mitológicas, personajes de espectáculos circenses y esas nuevas invenciones de la literatura y el cine, siendo el monstruo consumido y hambriento, que se ayuda a mirar con las manos para perseguir a sus víctimas, de El laberinto del fauno, uno de los más aterradores vistos hasta la fecha. Y hace no mucho, consiguió dejarme hechizado por encima de cuanto ha logrado el cine en visualidad, el centauro Quirón que nos presenta Pier Paolo Pasolini en su Medea.

Crítico de arte, narrador y ensayista Maikel José Rodríguez Calviño. Foto: Tomada de Artcrónica

Pero hoy no estamos aquí para rememorar una lista cinematográfica, sino para adentrarnos en un repertorio sorprendente —como tiene que ser— que lleva por título Monstruos: Pequeño inventario (Ediciones La Luz, 2018), del crítico de artes, narrador y ensayista Maikel José Rodríguez Calviño, un literato con numerosos reconocimientos y a quien no es preciso aplicarle todas esas segmentaciones que pomposamente a ratos solemos escuchar: fulano es poeta, periodista, crítico, ensayista, practicante de deportes extremos, coreógrafo y escritor. Soslayando algunas de estas ocupaciones, sigue resultándome alarmante que luego de mencionar varios géneros escriturales se agregue al final sobre alguien que es escritor, como si el crítico de artes y el ensayista no lo fueran. Lo otro es que se diga, por ejemplo, que Maikel Rodríguez es solo un escritor para niños o se dedique a secas a la literatura infanto−juvenil. No niego la adscripción a algunos géneros. Pero el escritor para niños, adolescentes y jóvenes es un escritor con todo lo que ello conlleva: la exigencia y  prudencia —no menosprecio— que representan los lectores en formación y ya con una cultura de oídas y visual tan fuerte si bien vertiginosa y fragmentaria como los de estos tiempos. Eliseo Diego cuenta aquella anécdota muy simpática de la niña que subestimó Onelio Jorge Cardoso con un cuento acerca de un pajarito que no se quiso comer un gusanito.

De manera que ha sido muy atinado que una editorial como La Luz haya abierto sus puertas a Rodríguez Calviño para conformar un libro con un complemento titular modesto e irónico: “pequeño inventario”. ¿En serio es pequeño el fruto de esta investigación? Un escritor no tiene que confesar el tiempo que le ha tomado hacer un artículo o un libro. Lo que de veras concierne es el resultado. Cantidad es calidad y aunque pudo haber pasado por alto, queriéndolo o no, algún monstruo, la representación aquí es variadísima. En honor a la verdad, para quienes estén detrás del detalle de una ausencia, Maikel ha trabajado como bestia o “como monstruo”, según la expresión popular no despectiva, con el alcance de prodigioso o colosal que sabemos el término comporta. Pero Maikel se defiende ante los reclamos concibiendo “Una carta para el autor”, documento tan ocurrente y eficaz “enviado” por la molesta mandrágora en una de las inolvidables estancias del libro.

“Leyendas y mitos (…) en el fondo no dejan de ser pistas agridulces y entretenidas de un intelecto todavía superviviente y con enormes ansias de perdurar”.

El autor pudo optar por menciones en un cuadro de anchurosos y trasnacionales horizontes. Que ya, hacia las últimas páginas del libro, el glosario de deidades, personajes, acontecimientos, lugares, objetos y símbolos es de celebrar. Si a ello le sumamos la bibliografía, sería sin discusión un texto de deleitable consulta. Mas, conociendo de la inconformidad de Maikel con la mera mención, su volumen reporta otras repercusiones derivadas de sus curiosidades como lector y su cuidado y desenvoltura para con la escritura. Las páginas sobre las sirenas, por ejemplo, son harto esclarecedoras. Una vez que de una en particular ha indagado, aprovecha sus condiciones de ensayista narrador o viceversa y escribe:

Al otro lado del mundo, en el río Amazonas, habita una especie de delfín de agua dulce llamado bufeo o boto, que en las noches de Luna llena puede asumir forma humana y mezclarse con los habitantes de la superficie. Una vez disfrazados de personas, los bufeos participan en fiestas populares donde, enmascarados por la algarabía, la música y los bailes, enamoran a muchachas desprevenidas que luego arrastran hacia el río. Solo tienen un punto débil: cualquiera que sea su apariencia, el bufeo no puede ocultar el agujero por el que respira siendo un delfín. Este pequeño inconveniente le obliga a llevar un enorme sombrero que los humanos deben quitar si quieren identificar al impostor.

¿Qué hay detrás de la invención de tantos monstruos por la humanidad? Si ya para algunos la existencia de nuestra especie ha sido fortuita, mientras para la mayoría es un obsequio repleto de misterios de una entidad mayúscula, ¿por qué fabular con bestiarios o tratados que parecen complicar el paso breve y “natural” por el mundo? Los misterios son bien asimilados por el depósito histórico en un afán de aprendizaje y reconocimiento de cuanto hemos sido y vamos siendo. Pero también existe el propósito de subvertir lo habitual, el orden y lo correcto. Es respuesta a la uniformidad y resignación de un solo camino para entender quiénes somos y nos rodea.

“Cantidad es calidad y aunque pudo haber pasado por alto, queriéndolo o no, algún monstruo, la representación aquí es variadísima”. Imagen: Tomada de Cubaliteraria

Logros y frustraciones, anhelos y sueños…, ese diálogo entre la especie humana con la naturaleza, demanda adrede de lo simbólico porque la evidencia de existir no se satisface, así se asegure asimilar el mundo con una supuesta claridad total, con insuficiente tiempo incluso para la despedida sin más de lo que se alcanza a comprender. Leyendas y mitos, en que iconos y sus relatos ficcionales y excesivos se conectan, en el fondo no dejan de ser pistas agridulces y entretenidas de un intelecto todavía superviviente y con enormes ansias de perdurar. Reinventarse presume pactar con esos monstruos y demonios internos y externos que, a fuerza de muertes incesantes, activan la épica de exigirnos una vida mejor. Que con pretenderla es válido despertar aquellos mitos y leyendas, verdades de la imaginación en apariencia inútiles.

La ficha sobre el autor tiene a bien resaltar: “Escribe literatura fantástica y de terror para niños, adolescentes y jóvenes que oscilen entre 12 y 120 años. Ve fantasmas, monstruos y cosas extrañas por todas partes, y sus grandes pasiones son la literatura, el arte y los espaguetis”.Compruébelo el lector con este delicioso y ameno libro para releer y coleccionar, aunque no aconsejaría dejarlo abierto cerca de la almohada. Cualquier cosa pudiera pasar si de seres fenomenales se trata. Pero conviene arriesgarse.

Con el diseño de Frank Alejandro Cuesta, las ilustraciones de Osvaldo Pestana Montpeller y Noel Antonio Cabrera Fernández, la diagramación de Damaris Peña Feijoó y Alejandro Cuesta, y el trabajo complementario de Adalberto Santos en la edición y Mariela Varona en la corrección, Monstruos: Pequeño inventario confirma el excelente equipo de Ediciones La Luz. Enhorabuena, léase otra vez a Maikel José Rodríguez Calviño.