Durante demasiado tiempo nos empecinamos en afirmar que leer en formato digital era casi como no leer; los argumentos con bastante frecuencia se centraban en lo sensorial: que si sentir el contacto con el papel era insustituible, que si la relación con el objeto era más nutricia que la que establecemos con la frialdad de la pantalla, más otras que en realidad no podríamos calificar de argumentos de valor, pero defendían a pie juntillas el derecho a la existencia física de las publicaciones ante la “amenaza” de lo virtual. Estaba en su apogeo un dilema generacional que, visto hoy, resulta de poco interés dado el arrollador paso con que se han impuesto las publicaciones digitales. Valdría aquí la paráfrasis: ¿quién que es, hoy, no es digital?

Portada de la revista Signos, fundada por Samuel Feijóo en 1969. Foto: Tomada de Verbiclara-Word Press.com

No hay términos medios, según parece muy pocas revistas emblemáticas de nuestra vida cultural sobrevivirán con galanura al embate de esa nueva forma de consumo que las ha puesto a la defensiva, aunque a decir verdad, el aspecto económico en nuestro país —en mucha mayor medida que el despliegue arrasador de lo digital— ha sido determinante en la recesión revistera que vivimos.

El vastísimo universo de las revistas cubanas, junto al libro, hoy más que nunca recibe con descomunal bravura el lastre de sus altos costos. Las razones las conocemos, pues pese a una voluntad del Estado por proteger las publicaciones en formato de papel, el bloqueo y nuestra obsolescencia industrial, más un esquema de comercialización alejado de la posibilidad de recuperar los costos las han hecho inviables. La merma de la demanda, a su vez, con la drástica reducción de la oferta consolida la crisis que cada vez se acentúa más como círculo vicioso. Ya nadie va a los estanquillos en busca de las demandadas revistas de antaño, porque sabe que no las encontrará.

“Valdría aquí la paráfrasis: ¿quién que es, hoy, no es digital?”

A mi entender sería bueno no perder de vista que en nuestra vida cultural algunos de los más trascendentes procesos se han desarrollado teniendo como epicentro revistas y periódicos: Revista Bimestre Cubano, Orto, Antenas, Orígenes, Ciclón, Islas, Signos, La Gaceta de Cuba, Casa de las Américas, El Caimán Barbudo, entre otros órganos, han cimentado núcleos estructuradores de movimientos y exposiciones de fondo sobre los diversos rumbos y tendencias que en Cuba proponían las promociones puestas a construir una identidad cultural a tono con las más profundas esencias de la nación.

Las mejores revistas que conocimos en la Cuba prerrevolucionaria son hijas de grupos de intelectuales adscritos a una estética común, o a propósitos programáticos encaminados a proponer (mejor exponer) rutas para un posible devenir de los procesos creativos en un contexto donde las individualidades resultaban determinantes y las políticas públicas no favorecían la existencia de estos órganos.

Resulta de interés lo expresado por Norberto Codina, director de La Gaceta de Cuba durante varias décadas, en entrevista concedida al periódico Juventud Rebelde:

Por lo general, las publicaciones culturales se han forjado alrededor de un núcleo, una falange sectaria, con la intencionalidad de vencer obstáculos y difundir una determinada concepción de la cultura hacia un público lector que se pretende a su imagen y semejanza. El maestro Pedro Henríquez Ureña enunció, pensando en lo que una publicación debía ser, y cito de memoria: “La existencia de un grupo en alta tensión intelectual”. Fórmula que durante mucho tiempo tuvimos colocada en la puerta de nuestra oficina.[1]

Tras el triunfo revolucionario las más importantes revistas se acogieron (en verdad, la mayoría nació) a los patrocinios institucionales. Más que voceras de estos mecenazgos devinieron relato de idearios que, alimentados por políticas culturales, aspiraban destacar la amplitud de los empeños colectivos a la hora de proyectar los roles de la cultura dentro de un proceso mayor de reivindicación social. No obstante la lógica grupal jugando su papel decisivo; el ejemplo de El Caimán Barbudo en su primera etapa, con su pugnaz ejecutoria, ilustra los propósitos del llamado coloquialismo; Islas y Signos no pudieron ser más representativas de la individualidad de Samuel Feijóo en sus búsquedas de lo popular; Casa de las Américas por un lado y La Gaceta de Cuba por otro, con enfoques más ecuménicos se erigieron voceras, la primera de los procesos de esa inmensa región que llamamos “nuestra América” y la segunda de un movimiento nacional que si bien contaba con una base de intelectuales formados en los avatares de la seudorrepública, tenía su mayor potencialidad en quienes se iban haciendo visibles al amparo de los beneficios de las políticas inclusivas de la Revolución.

“En nuestra vida cultural algunos de los más trascendentes procesos se han desarrollado teniendo como epicentro revistas y periódicos”.

Tal vez el auge que durante varias décadas hizo que de alguna manera las validaciones y consagraciones tuvieran al universo de las revistas como espacio natural, se redirigió hacia el del libro en la misma medida en que nacían y se consolidaban editoriales, primero en la capital y luego a lo largo del país, proceso con clímax en la primera década de los dos mil. Si anteriormente publicar en Bohemia daba categoría de autor, en determinado momento, rebasada la década de los setenta, mientras no se publicara un libro no se podía aspirar a obtener ese estatus; fue un proceso gradual en el que en determinado momento las antologías jugaron ese papel, pero finalmente el libro de autor acabó imponiéndose a todo lo demás, como carta de garantía profesional.

Portada de El Caimán barbudo no. 402. Foto: Tomada del sitio de El Caimán barbudo

El primer golpe a las revistas lo asestó el Período Especial de los noventa, momento en que desaparecieron muchas de ellas mientras otras debieron acogerse a una periodicidad que hizo polvo la inmediatez. Esa nueva dinámica pulverizó las polémicas centradas en asuntos cercanos al obligar a que las revistas sobrevivientes (o malvivientes) se proyectaran hacia perfiles reflexivos mientras los periódicos —también seriamente afectados por la falta de papel— decidieron reservar sus escasas páginas para los reporteros de plantilla, rara vez para sus colaboradores. Fue ese, según creo, el momento en que se atenuó hasta prácticamente desparecer la crítica en esas plataformas mientras las reseñas devenían loas, pues se decidió, por consenso subconsciente, dedicar esfuerzos y páginas a lo que valiera la pena elogiar.

“El primer golpe a las revistas lo asestó el Período Especial de los noventa, momento en que desaparecieron muchas de ellas mientras otras debieron acogerse a una periodicidad que hizo polvo la inmediatez”.

Algunas revistas, como La Gaceta de Cuba, supieron sortear esa disfunción al explorar temas de escasa o nula presencia en otras publicaciones, lo cual la invistió de interés, como en otro perfil sucedió también con Temas. Incluso en torno a La Gaceta… se estructuró un movimiento de colaboradores que supieron imprimirle una dinámica que la hizo centro de profundas discusiones. Son conocidos también sus dossiers sobre problemas que estaban maduros para el debate y no afloraban por ningún sitio. En realidad, el alejamiento de la mayoría de las revistas cubanas de la inmediatez hizo que mermara notablemente su papel dinamizador y conjurador de algunos desaguisados en materia de aplicación de la política cultural, por lo que muchos se quedaron en la oralidad de los coloquios.

La existencia de revistas provinciales (hijas en alguna medida bastardas nacidas a finales de la década de los noventa) que en buena medida terminaron pareciéndose demasiado unas a otras, tampoco suplió el papel discutidor que se había perdido con la página cultural de los periódicos y los efímeros suplementos culturales de los ochenta. Aun así la dinámica de los grupos como gestores y sostenedores de algunas revistas, en el caso de las que entendieron con más responsabilidad su papel, movió el piso a algunas comodidades institucionales atrincheradas en el discurso apologético que, si bien hacía justicia a la generosidad estatal, una buena parte malinterpretaba, con recelos ideológicos, determinados enfoques críticos.

Portada de La jiribilla de papel no. 70, de 2007. Foto: Tomada de internet

Existen en Cuba, ya a estas alturas, varias publicaciones y sitios digitales de probado rigor donde afloran temas de todo tipo, prácticamente sin censura. Esta misma para la cual escribo ahora es un ejemplo, como lo son: Cubadebate, Cubasí, Cubaliteraria, Cubarte y unos cuantos blogs, entre ellos Segunda Cita y La Pupila Asombrada para citar solo dos. Ejercen una influencia que, para fortuna nuestra, lleva su mensaje a áreas que en la era del papel no tocábamos. Sin embargo, no me parece que estructuren, con el calor del intercambio persona a persona, movimientos capaces de marcar rumbos estéticos renovadores, pues esa discusión cara a cara que vivieron nuestros antecesores de Orígenes, El Caimán Barbudo, Ámbito y Huella (suplementos culturales de Holguín y Villa Clara respectivamente), entre otros, no ha sido sustituida en toda su plenitud de matices con los intercambios por las redes que son hoy nuestra plataforma de discusión. Por eso sigo coincidiendo con Norberto Codina cuando en la entrevista citada reclama la coexistencia de ambos formatos atendiendo a las posibilidades de cada uno para influir, de acuerdo con las preferencias de lectura de cada cual, en el diseño de ese país posible que solo en los dominios de la cultura define las dimensiones soñadas.

“Ejercen una influencia que (…) lleva su mensaje a áreas que en la era del papel no tocábamos. Sin embargo, no me parece que estructuren, con el calor del intercambio persona a persona, movimientos capaces de marcar rumbos estéticos renovadores”.


Notas:

[1] Norberto Codina Boeras: “Norberto Codina y todo aquello que no debemos olvidar”, entrevista realizada por Emilio L. Herrera Villa para Juventud Rebelde, [en línea, 29 de enero de 2022, fecha de consulta 31 de enero de 2022, disponible en https://www.juventudrebelde.cu/cultura/2022-01-29/norberto-codina-y-todo-aquello-que-no-debemos-olvidar

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