Revolución y solidaridad

Hassan Pérez Casabona
4/1/2021

El 1ero de enero de 1959 es una fecha telúrica. El tiempo histórico que se abrió a partir de entonces en la Mayor de las Antillas, encarnó asimismo hondas repercusiones en diversos ámbitos geográficos. Esa jornada entraña además un profundo simbolismo. De un lado, es la síntesis en cuanto a los aportes de innumerables acontecimientos, figuras y procesos libertarios precedentes, cuyo legado cristalizó en aquella generación que no dejó morir a José Martí, el Apóstol de la independencia. Del otro fue puente hacia el siempre inacabado empeño de levantar una sociedad, cuyos horizontes estuvieran centrados en el anhelo martiano de “conquistar toda la justicia”, en aras de la “dignificación plena” de los seres humanos.

“El líder guerrillero estaba absolutamente convencido de que una revolución no se forja por decreto y que no bastaba destronar de forma categórica a un ejército bien adiestrado para que, por arte de magia, comenzaran a operar las transformaciones contendidas en el Programa del Moncada”. Foto: Tomada de www.fidelcastro.cu
 

Una semana más tarde, con las palomas sobre sus hombros en Columbia, la principal fortaleza militar durante el batistato, Fidel remarcó una idea, en medio de la alegría popular desbordante, que lo inquietaba desde que se lanzó a la lucha: lo más difícil sobrevendría justo cuando se consumara la toma del poder político; lo que se traducía, en un lenguaje práctico, a que quedaba mucho por hacer todavía. El líder guerrillero estaba absolutamente convencido de que una revolución no se forja por decreto y que no bastaba destronar de forma categórica a un ejército bien adiestrado para que, por arte de magia, comenzaran a operar las transformaciones contendidas en el Programa del Moncada.

Desde ese instante, en cada ámbito y en medio de una enconada lucha de clases en los años iniciales, se fueron haciendo realidad los propósitos raigales que dieron cuerpo a dicho alumbramiento. De igual manera se puso de manifiesto que se trataba de una osadía imperfecta, que exigía una permanente revitalización. El propio Fidel dijo décadas más tarde, el 17 de noviembre del 2005 en una estremecedora intervención que no olvidamos —en particular quienes lo acompañamos esa noche en el Aula Magna de la Universidad de La Habana—, que el principal error cometido era haber creído que alguien sabía algo sobre cómo llevar adelante el socialismo; máxime en las condiciones de una pequeña nación de economía atrofiada, en la vecindad de la mayor potencia imperial de cualquier época.

Estados Unidos, dicho sea de paso, no le perdonó al verde caimán dos pecados capitales en los que incurría tras la victoria rebelde: quebrar el sistema de dominación hemisférica concebido por sus élites —desde la visión monroista decimonónica hasta la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA), en 1948— y dejar flotando la idea de que era posible llevar a cabo alternativas emancipadoras a contrapelo de los dictados de Washington.

Los hechos demostrarían, bajo el escrutinio histórico, que se echó a andar una revolución más grande que lo soñado. Esa voluntad inquebrantable, que desbordó cualquier determinismo o análisis pragmático sobre la correlación factible entre base y superestructura, merece por sí sola el más robusto de los monumentos. No en balde García Márquez afirmó que Fidel (la Revolución) fue incapaz de concebir alguna idea (proyecto u obra) que no resultara colosal.

Ese singular sentido de la proporcionalidad, aderezado desde el espíritu carpenteriano de lo real y maravilloso, hizo que un pequeño archipiélago se erigiera en gigante, dentro del concierto internacional. No me es dado en estas breves líneas detenerme en los diversos afluentes que nutrieron la consecución de ese reconocimiento. Escojo solo un campo que condensa, quizás como ningún otro, el aporte más noble de estos años: la solidaridad.

“Solidaridad, en esa línea, nunca ha sido dar lo que sobra sino multiplicar hacia el otro lo que se tiene. Dicha convicción, la de extender la mano en todas las horas, en especial las que suponen correr riesgos en cualquier latitud, está en las antípodas de la estridencia”. Foto: Internet
 

Compartir —desde esa vocación guevariana de que se imponía crear al hombre y la mujer nuevos— no fue asumido como dádiva que propiciara excomulgar las penas, tampoco como pose para exhibir oropeles que derivaran en la obtención ulterior de jugosos dividendos. Ser solidarios para los cubanos se convirtió, en última instancia, en compromiso para contribuir a la solución de problemáticas de vieja data que afectan a la humanidad. Solidaridad, en esa línea, nunca ha sido dar lo que sobra sino multiplicar hacia el otro lo que se tiene. Dicha convicción, la de extender la mano en todas las horas, en especial las que suponen correr riesgos en cualquier latitud, está en las antípodas de la estridencia. En otras palabras, dar y recibir, como le ha correspondido a Cuba, se encuentra a una distancia sideral de lo fatuo. La petulancia, desafortunadamente, es una de las contaminaciones más acendradas a escala planetaria. De ahí el inmenso grano de arena que se coloca con cada brigada médica del Contingente Henry Reeve salvando vidas, o cualquier cargamento escolar colectado por los trabajadores más humildes, por solo citar dos ejemplos, para que llegue a las aulas de los infantes antillanos.

Nadie habría pronosticado el curso trágico que adoptaría el 2020. Una pandemia derivada de la COVID-19 puso en jaque a todos, de uno a otro punto planetario. Ese golpe que nos removió debería servir, en realidad, para replantearnos, hacia el futuro, la pertinencia de modos de vida que se han instaurado hasta los tuétanos y donde, por absurdo que parezca, las personas no constituyen el vórtice de dicho ordenamiento.

En honor a la verdad, las falencias de la sociedad contemporánea no son responsabilidad del SarsCov-2, sino del afianzamiento de un capitalismo neoliberal que, en su afán obsesivo por maximizar ganancias, deshumanizó todo lo que se puso a su alcance.

Esta crisis va más allá del ámbito de la salud. Sus gérmenes se remontan, para decirlo en las manifestaciones más recientes, desde el atolladero económico que sobrevino entre el 2007 y el 2009, y cuyas reminiscencias estaban lejos de desaparecer, aún antes de que se reportara el primer paciente en la urbe china de Wuhan, con una sintomatología neumónica desconocida. Vienen a mi memoria, por solo citar un ejemplo, las palabras de Hugo Chávez en la Cumbre sobre Cambio Climático de Copenhague, en diciembre del 2009, en la que denunciaba que en vez de salvar a las personas, la prioridad fue rescatar a los bancos y al resto de los mecanismos funcionales del capitalismo. 

“Celebrar este nuevo aniversario, en el 2021, es una oportunidad para seguir fundando”. Foto: Internet
 

En medio de ese complejo panorama la Revolución Cubana no se detiene. Consciente de los retos, externos y domésticos, planta batalla con la frente en alto. La envergadura de los desafíos no la paraliza. Por el contrario, las turbinas que nacen de sus inteligencias cultivadas despliegan toda su potencia para conjurar cualquier acechanza. Como el poeta, sabe que se hace camino al andar. Celebrar este nuevo aniversario, en el 2021, es una oportunidad para seguir fundando.