Ricardo Riverón, para no matar al zunzún

Mairyn Arteaga Díaz
24/8/2017

Ante la pregunta de si se pudieran hallar algunas similitudes entre su obra y la de Samuel Feijóo, Ricardo Riverón, escritor villaclareño, dice que matar a un zunzún a cañonazos es un abuso y que es una comparación desleal porque ni remotamente se acerca él a un hombre tan polifacético como Feijóo.

“Yo te podría decir que es un maestro universitario él, para un alumno de primer grado, yo; pero lo que sí nos iguala es la devoción por la cultura popular, por hacerla expresión viva, que pueda ser consumida por el lector, y decodificada, algo que es relativamente fácil porque son vivencias cercanas a los sujetos. Y en eso sí somos hermanos él y yo”.


Ricardo Riverón, autor de El ungüento de la Magdalena, volumen recopilatorio de la
terapéutica popular cubana. Fotos: Arelys María Echevarría Rodríguez

 

A Feijóo lo conocería Riverón allá por 1977, época en que el alumno asistía a los talleres literarios impartidos por otro discípulo feijosiano: René Batista Moreno, en Camajuaní.

Feijóo, recuerda Riverón, siempre andaba en la proyección de números de la revista Signos, que dirigía, y en una ocasión le pidió indagar sobre la medicina popular tradicional en el central Luis Arcos Bergnes, o Carmita, como se le conoce popularmente. De esa primera idea saldría lo que hoy es El ungüento de la Magdalena, volumen recopilatorio de la terapéutica tradicional cubana.

“Compendié la información entre mis vecinos del batey del central, cuando aquello a lápiz y papel, y logré un grupo de entrevistas que le entregué a René Batista, así manuscritas. Ese dossier nunca salió, Feijóo planificaba con mucha anticipación los números de Signos, enferma y muere y se le quedan varios temas en el tintero”.

De ahí en adelante la historia transcurriría así: en 1996, cuatro años después de la muerte de Feijóo, Ricardo Riverón comienza a dirigir la revista Signos; en 1997, olvidado ya de aquellos manuscritos, Riverón los reencuentra de la mano de René Batista y decide continuar el proyecto, ahora en busca del toque humorístico detrás de cada relato.

“En el 97 René me trajo los manuscritos y luego demoré otros 10 años en la búsqueda de nuevas anécdotas que ya no estaban entre mis vecinos, sino que recorrí otros puntos de Villa Clara”.

En 2007 el proyecto de libro gana el Premio Memoria, del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau; y en 2008 ve la luz la primera edición de El ungüento de la Magdalena, en dos mil ejemplares que se agotaron precipitadamente.

Una madre que lleva a su hijo a la consulta luego de cepillarlo y plancharlo la noche anterior, esto es, pasarle la plancha tibia para combatir la tos; una mujer que se cura de embarazos imaginarios, después de que su esposo le transmitiera una pesadilla; oraciones contra el mal de ojo y así otra retahíla de remedios, siempre con un trasfondo jocoso, conforman esta obra, único texto recopilatorio de Ricardo Riverón.

Yamil Díaz Gómez, también autor villaclareño, calificaría a El ungüento… como un volumen infinito, pues de alguna manera siempre aparecen en la terapéutica popular procedimientos nuevos que se suman a esta especie de glosario, disfrutable en cada una de sus letras.

“La gente que veía aquello, que leía las historias, venía a mí con otros relatos y ya yo no tenía que salir a investigar; así, cuando fui a hacer la segunda edición por la editorial Oriente, contaba con 29 narraciones más, salieron entonces otros cinco mil ejemplares que igualmente se acabaron.

“Ahora la editorial Ácana de Camagüey me propone hacer una tercera edición, y resulta que encontré alrededor de 15 historias y ya entregué ese número y tengo nuevas. Y así, es un libro del que no podré despegarme nunca”.

De Feijóo, pudiera decirse, conserva Riverón el apego al oficio de escribir y la rigurosidad para defenderlo, y las ganas de hacer y de sacar a la luz parte de esa tradición folclórica que caracteriza a la nación. El ungüento de la Magdalena da fe de ello de algún modo.

“Me di cuenta de que no era poner en el papel las cosas tal cual te las decían, sino que tenía que enriquecer esos parlamentos con una especie de archivo de expresiones populares que uno se forja y guarda en la memoria, venidas también de los campesinos, unos seres sabichosos capaces de sentar cátedra, amén de los estudios que puedan tener o no. Y ahí también hay algo de Feijóo”.

Con Feijóo, asegura Riverón, se crea una escuela, en el centro de Cuba, de cómo mirar hacia la cultura campesina, de cómo hacer para tratarla y ponerla como hecho público delante del consumidor; y en esa escuela, antes de él, hubo cultores más avezados como René Batista Moreno, por ejemplo.


Con Samuel Feijóo, asegura Riverón, se crea una escuela en el
centro de Cuba sobre cómo mirar hacia la cultura campesina
 

“Cuando entro en el mundo literario es que me encuentro estas afinidades; paradójicamente, yo venía de una posición casi de rechazo, pese a mi origen, pues estaba muy preocupado por la alta cultura, por la alta literatura, los clásicos…

“En el taller literario de Camajuaní es donde empiezo a sentir el sabor de esa tradición de los campos y cómo dentro de mí estaba todo lo que me halaba hacia ella. Entonces se forma el híbrido entre el que había leído los clásicos y el devoto de la cultura popular, que es también un híbrido feijosiano”.

Si Feijóo fue mi gran maestro, concluye Riverón, Signos fue la gran escuela donde pude pasar de la primaria y colocarme, todavía como discípulo, a la altura del profesor.

El ungüento de la Magdalena, entonces, la tesis de grado. La devoción por la cultura popular, el aval para pertenecer a ese grupo selecto, todavía hoy a un cuarto de siglo de la muerte de Feijóo, si no el más riguroso investigador de estas tradiciones, sí el que más empeño les puso y se preocupó por darlas a conocer.

Y entonces, sin temor alguno, el zunzún permanece libre, volando entre los cañones.