Agradezco profundamente la oportunidad que se me brinda para hablar de alguien tan querido. He sido honrada con la responsabilidad de presentar más de un libro suyo, lo cual, si bien me enorgullece, me deja medio despalabrada, la verdad. Porque después de elogiar su maravillosa, magistral y aleccionadora capacidad de cronista, luego de afirmar que estamos ante el más melancólico de nuestros escritores costumbristas, y de aseverar que se trata de uno de los mejores cultivadores de dicho género literario en nuestro país, me queda poco que añadir.

Me van a perdonar que me remita a la persona y no a su obra, ampliamente reseñada, como ya expliqué. Empiezo por señalar que jamás he sido beneficiada con la publicación de un libro, ni siquiera de un folleto, ni de una letra, mejor dicho, por la editorial Capiro, criatura parida, acunada y mimada durante muchísimos años por el homenajeado de hoy, lo cual significa al menos dos cuestiones insoslayables: los responsables de dicha casa editora, desde sus inicios hasta el sol de hoy, poseen muy buen gusto, y en segundo lugar, no cumplo ningún compromiso como retribución. No obstante, entiendo que haya sido incluida en este panel, porque le debo, sí, le debo muchísimo al niño aquel del central Carmita, sitio que jamás hubiera conocido si no fuera por los increíbles cuentos que nos hace quien no pudo entrar en la universidad pero que ni falta le hizo, el obsesivo contable que aprendió y enseñó, y además, asistió a talleres literarios con el más alucinado folclorista de todos los tiempos, llamado Samuel Feijóo, a quien admiré y amé.

Sus aportes a la cultura cubana son indiscutibles. Foto: Tomada de Cubarte

Acudo entonces a los afectos que heredo, esos que el destino me ha asignado sin merecerlos. Conocí a Riverón de la mano de mi padre, como es fácil inferir, de manera que doy fe de cuánto se divertían ambos, del cariño imbatible que se profesaron, y que humildemente sigo cultivando, no por obligación testamentaria, sino porque he sido conquistada, sin remedio. La rara mezcla suya de humorismo con nostalgia, de seriedad antigua con jocosidad moderna, y, sobre todo, su lealtad sin límites, hacen de la amistad con Rive la verdadera fiesta que es. No puedo precisar cuándo empezamos a llamarnos hermanos, fecha que carece de importancia, como es lógico; pero es una verdad irrefutable el hecho de que nos unen lazos de la hermandad que vale, esa que surge no gracias a vínculos de sangre, en los que nunca he creído demasiado, sino de esos lazos invisibles que aseguran que siempre, siempre, el uno estará allí por si se derrumba la otra, quien a su vez, tiene alistada la malla que sostendrá al equilibrista si cae, en la acrobacia que es la vida.

Hasta donde mi memoria alcanza, este señor y yo hemos intercambiado, entre varias cosas, analgésicos para mi migraña, salbutamol para su asma, en trasiegos entre farmacias de Santa Clara y de La Habana, violando alegremente todo lo establecido; trabajos comunes a los que hemos llegado gracias a la recomendación del primero que lo logró, y de los cuales nos vamos juntos si uno de nosotros decide renunciar, o algo le incomoda a cualquiera de los dos. Los revisteros ya sabrán a estas alturas que Rive y yo somos una dupla, para bien y para mal, para nuestras posibles chispas, y también para nuestras majaderías.

Estamos ante el más melancólico de nuestros escritores costumbristas, y uno de los mejores cultivadores de dicho género literario en nuestro país.

Debo añadir otras deudas, como la que contrajimos los cronistas de la Isla desde la primera vez que nos convocó a reunirnos, aunque se pusiera furioso al final, cuando nadie entendió su sistema métrico para contabilizar los votos. ¿Verdad, Iliana Pérez Raimundo? Aquella tabla de Excel que solo Riverón era capaz de crear, incomprensible al cabo, también integra el largo anecdotario que nos une. Yamil, otro hermano, no me dejará mentir si digo que además de Arístides, y del inolvidable Tony Pérez, el Rive está tan presente en mi vida, que llegamos al colmo de celarnos. Su sensibilidad, siempre a flor de piel, amerita cuidados especiales. Será muy humorista, muy chispeante, muy ingenioso y muy irreverente para la mofa constante, pero ojo, se lastima en un dos por tres, y se esconde para soltar pucheros donde nadie lo ve, como un duende por las sombras.

Obviamente, no es gracias a mi cariño la razón por la que se le dedica la Feria del Libro en esta santísima ciudad a Ricky, como le dice Marilyn, sino debido a sus indiscutibles aportes a la cultura cubana, pero eso ya todo el auditorio lo sabe. No pretendo, por tanto, originalidad alguna, me limito a celebrar este jolgorio en su honor, y me incorporo a rendir tributo, desde mi personalísima perspectiva, a este hombre bueno, en el sentido machadiano, a quien solo me faltaría decirle: querido, créeme, en esta ciudad ríe la vida cuando tú estás.

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