El ensayo se enfrenta a la vida con el mismo gesto que la obra de arte, es decir, inventando un destino al mundo, un camino.
Francisco Jarauta

No hay una fórmula única para escribir ensayos. Así como el género inicia cual tanteo escritural‚ se expande en un recorrido específico y libre según escritores existen. Se muestra la intimidad en un sentir ante algo del mundo —ante el mundo mismo—‚ que se pudiera sugerir también como el hecho de una experiencia del yo. De este modo‚ el ensayo‚ como receptáculo de una vivencia dentro de un consorcio‚ persigue conectar con otras personas legitimándolas o sorprendiéndolas. He ahí un inmenso desafío. El lector se familiariza con lo consabido‚ pero de vez en cuando gusta ser pillado en cuanto desconocía sobre él mismo. Si acontece el desconcierto sería antes del punto final. Pues el ensayo no se arriesga hacia su cierre‚ que puede ser en cualquier instante‚ o luego de las solturas o estrecheces de una razón‚ sino en su trayecto.

En la paz de estos desiertos revalida el propósito y logro del ensayo historiográfico‚ plástico y en especial representativo de que se le cuenta algo al lector”. Foto: Tomada de Editorial Cauce en Facebook

El tanteo y la expansión‚ como el empeño y el riesgo‚ revelan el incidente imprevisto de una aventura: el ensayo es viaje sin justificar o, al menos, ímpetu de la reflexión. No lo empujan las pruebas ni la búsqueda de la verdad. Francisco Jarauta al respecto expone: “Es tan solo una variación en la serie abierta de las aproximaciones, que posibilita recorrer no solo la distancia, sino también el otro rostro de lo percibido, aquella historia que nunca aconteció”.[1]

Esto de la “historia que nunca aconteció” parece un axioma para un género variable y audaz en forma y contenido como el ensayo. De ahí que no sea en absoluto un dilema que un ensayista como Roberto Méndez Martínez descanse por momentos en las referencias históricas para enseguida narrar. En efecto‚ el ensayar de Roberto es cortejo hasta apropiarse de las ganancias del relato reflexivo o‚ si se prefiere‚ de la reflexión que se relata. Estamos en los terrenos de la libertad. Desde los artículos primeros hasta los escolios‚ pasando por las crónicas‚ En la paz de estos desiertos (Editorial Cauce‚ 2008) revalida el propósito y logro del ensayo historiográfico‚ plástico y en especial representativo de que se le cuenta algo al lector. Cuando un escritor quiere acreditar un texto como ensayo a partir solo de noticias especulativas o lo que en realidad sucedió‚ el discurso‚ que ya surge fragmentado‚ poliédrico y hasta impuro‚ lo traiciona. Se evidencian entonces esos textos rígidos‚ a medio camino entre las nociones académicas y los acuerdos con la más simplona exactitud. No en balde Pedro Aullón de Haro‚ notable estudioso del ensayo y ensayista por excelencia‚ ha escrito:

Ni realidad o acción perfectiva y conclusa de la narración y sus consiguientes habilitaciones verbales, ni acción imperfectiva e inacabada de la descripción y asimismo sus consiguientes habilitaciones verbales del presente y la continuidad, y, por último, ni argumentación declarativa, confirmativa o refutativa fundada aristotélicamente en la prueba y la lógica del entimema son modalidades del discurso del ensayo.[2]

El ensayista no tiene que demostrar nada, y menos decir adiós a las ocurrencias del intelecto relacionante y a las ficciones del juicio creador. Al tanto se está en las piezas ensayísticas de En la paz de estos desiertos‚ donde por fortuna se cita para ilustrar e incluso lustrar‚ pero no lastrar; se cita por necesidad y no por necedad.

El ensayista no tiene que demostrar nada, y menos decir adiós a las ocurrencias del intelecto relacionante y a las ficciones del juicio creador. Al tanto se está en las piezas ensayísticas de En la paz de estos desiertos‚ donde por fortuna se cita para ilustrar e incluso lustrar‚ pero no lastrar; se cita por necesidad y no por necedad.

Veintitrés textos conforman un precioso volumen en que resaltan detalles y materias generales de Cuba aun cuando se encuentre un texto sobre María Zambrano‚ el cual se inserta muy bien en el conjunto por la presencia decisiva de la pensadora andaluza en la rica vida cultural de los años republicanos. Aunque la protagonista es la escritura‚ resaltan las asociaciones entre pintura y poesía‚ esta última con la música y el ballet.

En general‚ se advierten pasajes en En la paz… que luego fueron expandidos con variaciones hasta la llegada de otros libros. Confieso que en la primera lectura‚ hace más de diez años‚ me sorprendió el valor de los criterios con respecto a la poesía de Dulce María Loynaz en “Dulce en la memoria de una tarde”. Hoy sonrío‚ que es reír por lo bajo‚ en la complacencia de lo que me sigue provocando este texto. Aunque prefiero otros como “Fina ante su retrato”‚ “Ángel Gaztelu‚ la poesía y lo divino”‚ “Cincuentenario de La expresión americana”‚ “El salón independiente de Nicolás”.

Agradezco presentar En la paz de estos desiertos‚ libro que una vez tuve y perdí. Por el azar concurrente vuelvo a conectar con la escritura de Roberto Méndez Martínez‚ a quien admiré hace ya algunos años por sus textos cortos y luego por sus narraciones‚ ensayos y poesía. Nos une una amistad y el que pueda ya identificar su obra sin que él necesariamente la firme.

El tiempo ha sido testigo de mi constancia sincera: la literatura de Roberto deleita y vivifica en momentos duros. No es un escritor de autoayuda ni un bestseller. Está consciente de que no escribe para todo el mundo. Y eso está bien porque el hallazgo de una verdadera voz autoral no tiene que comulgar ni con populismo ni con popularidad. Inscribir un nombre en la cultura de una nación obedece a más de un camino. Lo sabe Roberto Méndez Martínez.

A los escritores como él no se les ocurre bajar al pueblo —como una vez se lo pidieron a determinados autores de este país— para complacer a la colectividad. Los escritores como Roberto tienen sus lectores específicos‚ los provistos de saberes de antemano o los dispuestos a no declinar ante la primera referencia erudita. Quevedo pedía que no caducara la valentía. Es una cuestión de insistencia placentera‚ como cuando en Desde la torre el español concluye: “En fuga irrevocable huye la hora;/ pero aquélla el mejor cálculo cuenta/ que en la lección y estudios nos mejora”.


Notas:

[1] Francisco Jarauta Marion: “Para una filosofía del ensayo”‚ en El ensayo como género literario‚ Vicente Cervera, Belén Hernández y Mª Dolores Adsuar (eds.)‚ Universidad de Murcia‚ 2005‚ p.36.

[2] Pedro Aullón de Haro: “El género ensayo‚ los géneros ensayísticos y el sistema de géneros”‚ en El ensayo como género literario‚ op.cit.‚ p.14.