“Vive sencillamente para que otros puedan sencillamente vivir”
Mahatma Gandhi

San Antonio de los Baños, 29 de noviembre: nace, en 1942, Rodolfo Chacón, y en 1946, Silvio Rodríguez. Ambos, además de amigos, son músicos que han enriquecido la cultura cubana: el primero, traduciendo la canción en poesía; el otro, convirtiendo la poesía en canción. Como a Silvio todo el mundo lo conoce y de Chacón se habla menos, quiero hablar de este último.

Chacón es un hombre tan admirado por su talento como admirable por su sencillez. Tercer hijo de una pareja, se dice que su madre cantaba como una soprano coloratura mientras lo traía en el vientre, y que luego de parirlo, no cantó más. Ya que buena parte de su familia vivía en Tampa, Florida, donde su abuelo materno había sido tabaquero, en 1956 sus tíos se lo llevaron a vivir allá con apenas 13 años de edad. De allí regresó en 1961, después de Girón. De vuelta a Cuba trabajó en la textilera de Ariguanabo como estibador, en transporte, de bodeguero… Me cuenta que un día llegó a cargar 1000 sacos de cemento recién fabricado, es decir, bien caliente, para ganarse 40 pesos —el saco era a cuatro centavos—, lo que le costó largar la piel del pecho y el abdomen, y una semana de reposo. Siendo bodeguero, un buen día se presentó a una convocatoria para aficionados al canto, y en 1968 comenzó su carrera profesional.

A la derecha, en Madama Butterfly, de Puccini, a finales de los 60. Fotos: Leonor Menes Corona

Como tenor, Chacón hizo papeles pequeños y protagónicos en operetas, zarzuelas y óperas. En una ocasión en que una soprano y un tenor, en el terceto de El murciélago, entraron fuera de tiempo, consiguió elegantemente enmendar el error con su interpretación. La sutileza no se le escapó al director de la orquesta, que era nada menos que Gonzalo Romeu. Cuando Chacón le preguntó: “¿Qué tal me fue, maestro?”, este le respondió: “El maestro eres tú”. Todavía se escuchan los aplausos del público en el teatro Karl Marx, cuando encarnó el personaje de Fernando junto a la soprano Alina Sánchez en la zarzuela María la O. Su técnica, me dice, le debe mucho a ella y sobre todo a su gran profesor, el barítono Ramón Calzadilla, quien le enseñó a pasar la voz por los resonadores y empujarla con el abdomen para que la garganta no sufriera, y le legó un ejemplo de humildad e inteligencia. En la ópera aprendió a amar a Verdi, sobre todo su Rigoletto, y, entre otros grandes, la voz del tenor sueco Björling.

Rodolfo Chacón Saínz en los años 80.

Este cubano —que admira a Chopin, lee con pasión a Jack London y tiene a Tagore como su poeta favorito— cantó en el show de Tropicana, viajó con él por América, Europa y Asia, y formó parte del quinteto Vocal 5. Para mí resulta inolvidable su papel como padre del protagonista de la ópera trova Donde crezca el amor, de Angelito Quintero, presentada allá por 1985 o 1986 en el Teatro Nacional.

“Chacón es un hombre tan admirado por su talento como admirable por su sencillez”.

Quien lo conoce de cerca sabe que Chacón es un showman, un ser dotado para cantar lo popular y lo lírico, no importa si se trata de Sindo Garay o de Puccini; en español o en inglés; lo mismo da si es un tema de Rodrigo Prats o de Elvis Presley; se conduce en escena con abolengo y hace chistes a la cubana hasta que uno se revuelca de la risa. Él les saca a las palabrotas el veneno y las dice con total desenfado. (Aquí callo, por razones obvias, su interjección preferida). Esta característica suya, junto a su práctica frecuente de ejercicios físicos y de asanas del yoga, le otorgaron una presencia física y una frescura envidiables que los años y la pandemia del Coronavirus le han querido arrebatar.

En Italia, encarnando en 1993-1994 un personaje de La viuda alegre.

Ya que no está en su naturaleza ser hipócrita, su sinceridad natural ha sido pasto de incomprensiones. En su caso, como en otros que conozco, suelo preguntarme dónde están ahora los que lo criticaron, y como no hallo más respuesta que un silencio espeso, me vuelvo hacia él y lo admiro más. Casi a sus 80 años sigue aportando su sabiduría a los jóvenes, aquí, en su país.

En el exterior del mausoleo que guarda los restos de Dante, en Rávena.

A fines de 1993 viajó por Italia con una compañía que contrató a varios cantantes cubanos para interpretar tres operetas: La viuda alegre, La Scugnizza y Al cavallino bianco. Su afinadísimo oído y su voz limpia y poderosa, más otras circunstancias que no vienen al caso, lo llevaron a representar incluso tres papeles en una misma función: el suyo, el del protagonista cuya voz dobló, y el de un corista. Eso, en el canto lírico, es una hazaña. De regreso a la Isla en 1994, la crisis económica impuso una distancia infranqueable entre La Habana y su natal San Antonio de los Baños, y golpeó en el corazón al Teatro Lírico. Algo tenía que hacer Chacón si quería sobrevivir sin falsearse; algo que le permitiera no renunciar a sí mismo en medio de circunstancias tan difíciles. Y lo encontró: aprendió a ser él mismo a través de otros.

A la entrada del teatro Alighieri, en Italia, donde cantó entre 1993 y 1994.

“La mejor manera de encontrarse uno mismo
es perderse en la ayuda a los demás”.
Mahatma Gandhi.

Todo es un ciclo invisible: hecho olas, el tiempo quiebra la roca para que surjan playas; hecha arena, la roca dibuja horas para que nazca el tiempo. Y así, en ese fluir constante, nacemos y morimos para seguir viviendo.

En 1996, Chacón dio sus primeras clases de canto. Pero fue en 2002 cuando, recordando aquella romanza de Cecilia Valdés y con el apoyo de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, sobre todo de Omar Felipe Mauri, creó su proyecto cultural bajo el nombre evocador de Dulce Quimera. El tenor, aún joven y en plenitud de facultades, se iba transformando, no sin dolor, en maestro de canto. Digo maestro de canto porque así lo subraya él, insistiendo en que su labor formadora no se reduce a lo lírico. Chacón está convencido de que incluso un niño debe aprender la técnica italiana de canto, para cuidarse la voz y sacarle el máximo. El resultado avala su criterio: cientos de alumnos suyos han ganado concursos en Cuba y en otros países, entran al Teatro Lírico sin problemas, y sobre todo mantienen vivo el rico repertorio de la canción cubana y mundial.

Chacón dando clases de canto en su casa (febrero de 2022).

Chacón mantiene viva entre los jóvenes la canción cubana. Sus alumnos cantan, por solo citar algunos ejemplos notables, a Rodrigo Prats (“La rosa de Francia”, “Soledad”, “Espero de ti”), Ernesto Lecuona (“Siboney”, “Damisela encantadora”, “Siempre en mi corazón”, o la zarzuela María la O), Eliseo Grenet (“Tabaco verde”, “Las perlas de tu boca”), Adolfo Guzmán (“Te espero en la eternidad”, “Libre de pecado”), Gonzalo Roig (“Quiéreme mucho” y la zarzuela Cecilia Valdés), Manuel Corona (“Longina”), Sindo Garay (“Perla marina”) y Luis Casas Romero (“El mambí”). Pero también interpretan a Puccini (“Nessun dorma”, de Turandot, o “Recondita armonia” y “E lucevan le stelle”, de Tosca), Verdi (los dúos de La traviata o “La donna è mobile” y “Questa o quella”, de Rigoletto), Donizetti (“Pour mon âme”, de La fille du régiment) y Mozart (“La reina de la noche”, de La flauta mágica). Chacón no solo enseña la técnica del canto, también repertoriza a sus alumnos, es decir, los prepara para dominar la música cubana y la antología italiana y para presentarse en el Teatro Lírico de Cuba. A pura voz, sin tocar instrumento musical alguno, les hace la introducción y el puente para que se habitúen a la prueba.  

Chacón enseña lo universal a través de lo cubano, y lo cubano a través de lo universal. Para él no hay pueblo pequeño ni universo inabarcable. Sabe, por experiencia propia, que a menudo lo popular se vuelve clásico y, lo clásico, popular.

“Chacón enseña lo universal a través de lo cubano, y lo cubano a través de lo universal”.

A lo largo de estos años su academia ha sido ambulante, aunque sin llegar a lo peripatético. Quiero decir que ha pasado por locales del Estado, que, dicho sea de paso, suelen estar en mal estado; por la casa de buenos vecinos que le han abierto sus puertas, o por su propio hogar, donde su familia lo ha apoyado sin reservas. No por azar la familia es un valor sagrado para él, pues es consciente de que sin su esposa Idarmi no existiría Chacón. Me consta que, cuando la ocasión lo permite, al final de una función él le dedica el tema de Adolfo Guzmán que los identifica: “Te espero en la eternidad”.

Al dar clases Chacón también es un espectáculo: estudia a cada alumno, detecta sus defectos, le indica cómo superarlos y lo elogia cuando los supera. Jamás les pide que imiten, pues quiere que se descubran a sí mismos. Igualmente se tira bocarriba en un sofá para explicar la respiración diafragmática, que enseña ejercicios para relajar la mandíbula, que hace escalas… El canto, como él suele decir, es muy difícil, porque es muy abstracto. ¿No dijo Robert Bresson que es preciso “traducir el viento invisible a través del agua que lo esculpe al pasar”?[1]

Juanito Espinosa era capaz de tocar de memoria cualquier partitura y de adaptarse instantáneamente a los cambios de tono de cualquier cantante.

El maestro aprende de sus alumnos. Según me confiesa Chacón, dar clases le ha permitido superar problemas técnicos como el Si bemol. Entre sus buenas suertes menciona el haber podido contar con el talento y la entrega del pianista Juanito Espinosa, quien era capaz de tocar de memoria cualquier partitura y de adaptarse instantáneamente a los cambios de tono de cualquier cantante. Su muerte privó a Dulce Quimera de un gran profesional, y a Chacón, de un inolvidable amigo.

“Nadie puede herirme sin mi permiso”
Mahatma Gandhi

Lo que me sigue pareciendo increíble es que no existan registros discográficos de la voz de Chacón en Cuba. Probablemente las únicas grabaciones que se conservan sean las de la versión de María la O dirigida por Nelson Dorr, en la que cantó a dúo con la soprano Alina Sánchez, versión que fue Premio Egrem de Música de Concierto en 1992, y las de las películas La bella del Alhambra, de Enrique Pineda Barnet, y El recurso del método, de Miguel Littín. Ignoro si su actuación en la Plaza de la Catedral, cuando representó a Leonardo Gamboa de Cecilia Valdés durante la IX Cumbre Iberoamericana (1999), se conserva en audio o en video. ¿Enmendaremos esta situación algún día?

La voz de Chacón no está en los discos, sino en los corazones. Es eco, no silencio. Su magisterio de más de 25 años y su sello se adivinan en muchos niños y niñas, jóvenes y adultos que hoy se escuchan en nuestro país o en otros, gracias a que él fue capaz de transformar la amarga realidad de tener que interrumpir una carrera brillante en la dulce quimera de ser un maestro querido y respetado. Por eso es tan admirado como admirable. Otros dirán que “se enterró en un pueblito de provincia”; yo diré que floreció como un país. Hay hombres que son grandes porque son muchos resumidos en uno; Chacón es grande porque es uno multiplicado en muchos.

Chacón leyendo a su poeta favorito, Rabindranath Tagore.

Contaba Eduardo Galeano que un día Juan Carlos Onetti le dijo:

—Mirá, pibe. Si Beethoven hubiera nacido en Tacuarembó, hubiera llegado a ser director de la banda del pueblo.[2]

Pues bien, basado en el ejemplo de Chacón, voy a acotar algo a ese comentario: se puede nacer en Tacuarembó y ser Beethoven, solo hay que erguirse sobre esa circunstancia y saber que el reconocimiento puede demorar o llegar demasiado tarde. La geografía puede ser fatal, lo sé, pero yo creo en el hombre que la embrida y la cabalga, y creo en el fractal que, siendo parte, contiene el patrón del todo. Ser universal es cuestión de talla espiritual, no de lugar de residencia. Se nace aquí o allá, pero si se está dotado de grandeza, se es de todas partes.

“Ser universal es cuestión de talla espiritual, no de lugar de residencia. Se nace aquí o allá, pero si se está dotado de grandeza, se es de todas partes”.

Otra cosa es el reconocimiento que corresponde a las instituciones, que deben visibilizar y magnificar las singularidades invisibilizadas, que lo mismo en la capital o en cualquier otro sitio de la Isla enriquecen el patrimonio cultural de la nación y lo mantienen vivo.

Sufre, a veces, la luz, el acoso de las sombras y se resiente la sensibilidad del artista por las vulgaridades y la mediocridad, que se disfrazan y aprovechan la oportunidad para poner zancadillas. Pero quien vive para crear no se detiene en intrigas. Chacón es fe. Queja en jaque, el hombre hereda la estatura de las montañas que asciende. Y así, como una cordillera humana, se va formando la columna vertebral de un pueblo.

“Chacón es fe”.

No por casualidad las instituciones culturales del municipio y de la provincia han reconocido y apoyado el trabajo de este ariguanabense ilustre. Falta aún que las del país también pongan a este hombre en el sitial que merece, porque la voz de Rodolfo Chacón y su magisterio son, desde hace mucho, orgullo de la nación cubana.

Si con el Bosque Martiano de Felo el pueblo de San Antonio de los Baños ha echado raíces, con la Dulce Quimera de Chacón ha echado a volar. Raíz y ala, ala y raíz: ¡Eso es un pueblo con talla de país!


Notas:

[1] Citado por Eugenio Barba y Nicola Savarese en El arte secreto del autor. Diccionario de antropología teatral, “Equivalencia”, p. 147.

[2] Eduardo Galeano, “Onetti”, El libro de los abrazos, p. 159.

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