Rubalcaba, danzones para el siglo XXI

Pedro de la Hoz
26/5/2017

Cuando Guillermo González Camejo, reconocido en el ámbito artístico como Guillermo Rubalcaba, grabó para el sello cubano Producciones Colibrí el disco titulado Danzones, estaba lejos de suponer que sería su último legado. En el verano de 2015, la musicóloga y productora Ana Lourdes Martínez lo convocó para que dejara constancia de su larga experiencia danzonera y el artista apeló a los suyos, “los muchachos de la charanga”, como solía decir, en su mayoría veteranos —aunque en la flauta, instrumento clave en el género, fichara a un joven talento del cual tendremos que hablar más adelante—, para aventurarse nuevamente en un estudio de grabación.

foto del cantante cubano Guillermo Rubalcaba
Guillermo González Camejo, reconocido en el ámbito artístico como Guillermo Rubalcaba. Foto: Internet

Ana Lourdes verificó que la veta danzonera de Rubalcaba se hallaba intacta y pedía a gritos revelarse en toda su intensidad en la segunda década del nuevo siglo. Rubalcaba renovó sus ímpetus y en pocas sesiones —dos tomas por pieza cuando más— plasmó las diez obras del álbum y el bonus track luego pactado. Todo transcurrió como si se tratara de un divertimento, entre la experiencia acumulada y la complicidad de Rubalcaba con sus músicos. El soporte técnico estuvo asegurado al confiar la productora en la maestría y la sensibilidad del ingeniero Maykel Bárzagas y encargar el testimonio fílmico al experimentado cineasta Ángel Alderete.

En la mañana del lunes 7 de septiembre de 2015, lamentablemente, falleció el maestro. No tomemos, sin embargo, este álbum de danzones bajo un signo luctuoso. Lo que escuchamos es lo que siempre gozó y quiso compartir Rubalcaba con su gente, lo que aprendió de raíz y llevó a alturas inusitadas.

Había nacido en Pinar del Río, ciudad capital de la más occidental de las provincias cubanas, el 10 de enero de 1927 y antes de cobrar consciencia de su ser, escuchó música. Su padre, Jacobo González Rubalcaba, era ya uno de los más destacados músicos de la región y en su haber autoral contaba con un danzón que trascendió a su época, “El cadete constitucional”.

En ese ambiente Guillermo, como sucesor de la dinastía paterna —ya no sería González Camejo para el arte, sino sencillamente Rubalcaba—, estudió violín, aprendió el saxofón y se internó en los secretos del piano; muy joven halló un modo de vida y expresión en las orquestas pinareñas más renombradas hacia la medianía del siglo pasado, entre ellas la de Felito Ruiz, donde calificó como violinista.

Se trasladó definitivamente a La Habana en 1959 en busca de nuevos horizontes, atraído por una oferta de Enrique Jorrín, uno de los máximos propulsores del chachachá. Pero como los electrones libres, saltaba de una a otra órbita en años caracterizados por una intensa actividad musical nocturna. Su dominio del piano lo llevó al territorio del bolero y el filin para algunas presentaciones de Blanca Rosa Gil y Elena Burke en clubes habaneros, mientras que como violinista pasó temporadas con las orquestas de Pancho el Bravo y Barbarito Diez. Entre tantas vueltas ocupó una plaza de segundo violín en la orquesta de la Radio y la Televisión, y en las noches, por tres años (1964 – 1967) lideraba un combo en el club Barbaram, frente al Zoológico, en el cual durante un tiempo tocó la guitarra-bajo Juan Formell, quien ganaría nombradía universal como compositor y fundador de la orquesta Los Van Van.

A Jorrín le gustaba el oficio pianístico de Guillermo, de modo que lo reclutó nuevamente de cara a los conciertos en la Expo Universal de Montreal 1967. De regreso grabaron en el estudio de Radio Progreso.

Lo que comenzó siendo un trabajo esporádico, se convirtió en un ejercicio permanente, al punto de que al correr unos pocos años el colectivo se conoció bajo el rubro de la Charanga Típica de Rubalcaba.Sin embargo, 1968, a partir de marzo, no fue un año propicio para la música bailable. La vida nocturna feneció bajo el imperativo de la llamada ofensiva revolucionaria, que interrumpió las presentaciones en centros nocturnos. El país se volcó hacia los preparativos de la zafra azucarera más grande de la historia y en medio de tales jornadas épicas, que se prolongaron hasta mediados de 1970, la orquesta de Jorrín se paralizó.

Fue en el segundo semestre de ese año cuando Rubalcaba, sin proponérselo, reencauzó su vida profesional. Odilio Urfé, pianista, musicólogo y pertinaz promotor de las tradiciones musicales cubanas, dirigía a la sazón el Seminario de Música Popular en la antigua Iglesia de Paula, en la habanera Avenida del Puerto, y había fundado allí la Charanga Típica de Conciertos, dedicada a animar veladas didácticas. Como por sus responsabilidades institucionales no podía siempre cumplir con la agrupación, convenció a Rubalcaba para que alternara el piano en la Charanga. Lo que comenzó siendo un trabajo esporádico, se convirtió en un ejercicio permanente, al punto de que al correr unos pocos años el colectivo se conoció bajo el rubro de la Charanga Típica de Rubalcaba, o simplemente como la Charanga de Rubalcaba, especializada en el repertorio danzonero.


Foto: Internet

A estas alturas conviene saber que por entonces el danzón había dejado hace rato de ser el baile nacional. Es más, solo se bailaba en ciertos círculos. Ni siquiera el chachachá estaba de moda. Comenzaba, eso sí, una renovación de los estilos soneros, con Los Van Van por un lado, Rumbavana y Los Reyes 73 por otro, y la explosión de Irakere. El jazz, el pop y el rock influían en la evolución sonera. Al final de la década, Adalberto Álvarez, al frente de Son 14, le daría un vuelco a la tradición de los conjuntos soneros aproximándola a las corrientes salseras. El danzón, se decía por esa época, era “cosa de viejos”, aunque su impronta se hiciera ostensible en algunas piezas instrumentales de Emiliano Salvador y Sergio Vitier con el Grupo de Experimentación Sonora del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), y Chucho Valdés firmara con Irakere el danzón “Valle de Picadura”.

Cuando se produjo el nuevo boom de la música tradicional cubana durante la última década de la pasada centuria, Rubalcaba estaba en su justa sazón. Rubalcaba se empeñó en airear las sonoridades danzoneras sin desdibujar el canon. Retomó piezas emblemáticas y compuso nuevas obras en las que recicló temas populares de reciente factura o melodías que llegaban a los oídos cubanos mediante películas y telenovelas. Concedió a la flauta y el violín libertades improvisatorias que él mismo, con fruición, aplicaba a sus solos de piano.

De modo que cuando se produjo el nuevo boom de la música tradicional cubana durante la última década de la pasada centuria, Rubalcaba estaba en su justa sazón. El sello español Eurotropical le hace un disco. Emprende giras internacionales con la banda Afrocubana All Stars. El cantaor flamenco, quien había recompuesto su imagen sonora con los pianistas Bebo y Chucho Valdés, llama al pinareño para continuar sus proyectos. Entretanto se fue consolidando la Charanga de Rubalcaba.

El danzón a la manera de Rubalcaba, tal como se escucha en este álbum que marcó la culminación de su carrera, está asumido desde una perspectiva fresca, desenfadada pero rigurosa. Le hace honor a un género que nació en la década de los 70 del siglo XIX. La historiografía musical sitúa su punto de partida en 1879, con la creación de “Las alturas de Simpson”, por el cornetista matancero Miguel Faílde, pero lo cierto fue que su configuración, a partir de la contradanza, estaba en el ambiente.

Rubalcaba revisita antiguos danzones clásicos: “Virgen de Regla” (1916), del contrabajista Pablo O’ Farrill, y “Masacre”, de Silvio Contreras, que rinde homenaje a la gente sencilla víctima de los desmanes de la tiranía de Gerardo Machado en los estertores del régimen en agosto de 1933; pero sigue el curso del género en la época de la revitalización de las formaciones charangueras de los años 50, como lo hicieron Enrique Jorrín (“Silver Star”) y el violinista Félix Reyna, líder de Estrellas Cubanas (“El niche”). En ambos casos el danzón deriva hacia el chachachá.

Más que una curiosidad resulta la inclusión de la obra “La mujer sin alma”, de Dora Herrera, como para recordarnos que hubo mujeres que nutrieron el género con su inteligencia y pasión. Dora fue hija de Doña Irene, fundadora de una charanga femenina en 1928 y ella misma notable percusionista.

Pero sin lugar a dudas el centro de gravedad del estilo danzonero de Rubalcaba se ubica en el territorio fertilizado por Orestes López, contrabajista, chelista y compositor que desde finales de los años 30 y por más de un decenio contribuyó, en el seno de las formaciones orquestales del flautista Antonio Arcaño y con la colaboración de otros destacados instrumentistas, a que el danzón viviera una nueva época de oro.


Junto a Rosita Fornés. Foto: Internet

Al respecto, la eminente musicóloga María Teresa Linares observó: “Esta creación colectiva (la de Arcaño), esta suerte de reunirse en un grupo de músicos geniales, en los que cada línea revestía particular importancia y la suma era un nuevo éxito, es lo que dio mayor impulso y relevancia a un género bailable cubano que desde 1879 venía siendo representativo de nuestra nacionalidad”. Pero, sobre todo, era el sentido de libre de la creación que implosionaba las estructuras prestablecidas del género y aprovechaba todos los materiales melódicos que circulaban en el ambiente sonoro, como lo prueban las obras de Orestes López incluidas en este fonograma: “Centro de la Libertad de Güira de Melena”; “Pueblo Nuevo”, que a no pocos recordará la atmósfera del ahora famoso Social Club Buena Vista; y “Cuando los años pasan”, que toma como pretexto la canción “As time goes by”, eternizada por el filme norteamericano Casablanca, para descargar de lo lindo. En ese tenor se mueve también la versión de “La vie en rose”, de Orlando Pérez, a partir de la canción inmortalizada por la francesa Edith Piaf.

Rubalcaba cierra el ciclo danzonero del disco con una obra de su propia cosecha, “El inquieto Joseíto”, en la que es consecuente con su estilo abierto y descargoso. Y regala “Rompiendo la rutina”, con el que el matancero Aniceto Díaz trató en su momento de reanimar el gusto por el danzón bajo el cuño genérico de danzonete.

Esta fiesta de la cubanía y de la imaginación no hubiera sido posible sin la interrelación virtuosa de los intérpretes nucleados por Rubalcaba: Wenceslao, Padilla y Arencibia conocen el lugar de los violines en el discurso danzonero; la base rítmica con Humberto Seijas en el contrabajo, Raúl Martínez en el güiro y Fidel Ortiz en las tumbadores, es segura e incluso, en el caso de la paila, con Eduardo López, Boniatillo, ingeniosa; el pianista Frank Droeshout le hace acertadamente “la media” al maestro; y los coros entran de manera natural. Quiero, sin embargo, destacar al joven flautista Alejandro Martínez Ramos, por reflejar con su sonido la herencia de quienes en otras épocas le dieron lustre al género con ese instrumento.

Al final Guillermo Rubalcaba cierra la tapa del piano, sonríe y nos convida a repetir la audición. Estoy seguro de que en cada visita que hagamos a este álbum, nos esperan nuevas sorpresas.