Salvador Allende y su dramática hazaña (I parte)

Hassan Pérez Casabona
11/9/2020

Una de las experiencias más descollantes del resurgir revolucionario que sobrevino en nuestra región, luego del arribo al poder a fines del decenio del sesenta de gobiernos militares nacionalistas como los de Perú y Panamá, fue la victoria de la Unidad Popular en Chile, encabezada por Salvador Allende Gossens.

Perteneciente a una familia con larga tradición en la política de la nación austral —su abuelo, el doctor Allende Padín, fue senador radical, vicepresidente del senado y fundador de la primera escuela laica de Chile, mientras que su padre y tíos fueron militantes del Partido Radical en la época en que dicha organización estaba en la vanguardia—, se decidió a estudiar medicina, lo que le permitió trasladarse a la capital desde su natal Valparaíso.

Salvador Allende, fiel amigo de la Revolución Cubana. Fotos: Internet
 

Al regreso a su terruño trabajó como asistente de Anatomía Patológica, al tiempo que se dedicaba a fundar el Partido Socialista de Valparaíso una vez concluidas las jornadas laborales. Más tarde tuvo que abandonar esta agrupación, a partir de contradicciones generadas por limitaciones en la estrategia de lucha adoptada por la misma. El propio Allende explicaría tiempo después:

Por ejemplo, yo era tan marxista como ahora en el año 1939, y fui, durante tres años, ministro de Salubridad de un gobierno popular (…). Expulsado del Partido Socialista entré en contacto con un Partido Comunista que estaba en la ilegalidad. Y así nació el embrión de aquello que es hoy la Unidad Popular: la alianza socialista-comunista. Un pequeño grupo socialista que yo representaba y los comunistas, que estaban en la ilegalidad.[1]

Aun antes de que el dirigente se instalara en el Palacio de La Moneda, el 4 de noviembre de 1970, comenzaron las acciones de la rancia oligarquía nacional en contubernio con el capital financiero norteamericano, en aras de abortar la sui generis experiencia de transformación social.[2]

Independientemente de las maquinaciones en su contra, la figura querida del sexagenario revolucionario, nacido el 26 de junio de 1908, se agigantaba por días, no solo en el ámbito interno, sino en todo el orbe. En Cuba, de manera especial, Allende despertó simpatía desde antes, producto de sus visitas a nuestra tierra luego del triunfo. Una de esas ocasiones fue en 1967, cuando tocó tierra antillana para expresar la indignación por el asesinato del Guerrillero Heroico, Ernesto Guevara.

Fidel alertó a Allende acerca del inminente peligro fascista representado por un sector
de las fuerzas armadas chilenas.

 

En la Plaza de la Revolución José Martí, cinco años después, confesó:

Vine por vez primera en enero de 1959, y prácticamente todos los años, hasta 1968, concurrí a Cuba para estar junto a su pueblo (…). Creo que tengo derecho que me honra de decir que fui amigo del comandante Ernesto Che Guevara. Guardo un ejemplar de su libro Guerra de guerrillas, que me dedicara fraternalmente. Con su espíritu amplio, me decía con su letra dibujada por la fraternidad: “A Salvador Allende, que por otros medios busca lo mismo. Afectuosamente. Che”. En mi patria vivimos con inquietud las horas duras del guerrillero que entregara su vida por la emancipación de los pueblos latinoamericanos. Como amigo que comprende la magnitud de su sacrifico, cumplí el deber de acompañar a los que fueron sus compañeros en la lucha, hasta Tahití, para que pudieran volver después, a su patria (…). Aquí en Cuba, apareció el hombre, síntesis del pueblo: Fidel Castro.[3]

Allende, convencido de lo genuino de su proyecto transformador, se expresaba con tal nitidez que, como ocurre invariablemente en casos similares, los privilegiados de siempre sintieron peligraban sus prerrogativas hegemónicas. El dirigente chileno, por su parte, no escondía los retos asociados a un empeño de esa envergadura:

Las bases políticas de mi gobierno están afianzadas con la presencia en él, de los partidos que lo integran: laicos, marxistas y cristianos, que se han comprometido ante la conciencia popular y ante su propia conciencia (…). Para nosotros, la revolución no es destruir, sino edificar (…). Tenemos como meta construir el socialismo. Pero sabemos que el socialismo no se impone por decreto.[4]

En la prestigiosa Universidad de Guadalajara, poco después, Allende realizó una explicación sin medias tintas sobre la esencia de la explotación imperialista hacia nuestros pueblos. Por cierto, en dicha casa de altos estudios tapatía, uno de los principales anfiteatros de conferencias lleva el nombre del insigne revolucionario chileno.[5]

Porque ¿qué es el imperialismo, compañeros jóvenes? Es la concentración del capital en los países industrializados que, alcanzando la fuerza del capital financiero, abandonan las inversiones en las metrópolis económicas, para hacerlo en nuestros países y, por lo tanto, este capital que en su propia metrópoli tiene utilidades muy bajas, adquiere grandes utilidades en nuestras tierras.[6]

No olvidemos que, entre agosto de 1971 y enero de 1972, los oligarcas la emprendieron frontalmente contra el proceso allendista. Durante ese período se sucedieron las acciones desestabilizadoras, lo mismo empleando consignas por el supuesto “desabastecimiento” o la denominada “degradación de la democracia”, que creando grupúsculos fascistoides que ejecutaban sus fechorías, al estilo del movimiento Patria y Libertad. Es en ese contexto que se produce la extensa gira del Comandante en Jefe a la hermana nación, quien comprobó de primera mano el extraordinario apoyo a la experiencia emancipatoria. Se trató de un periplo histórico, de enorme trascendencia, el cual se convirtió en símbolo de amistad entre dos pueblos con vínculos de larga data.[7]

Durante su permanencia en el país, entre el 10 de noviembre y el 4 de diciembre de 1971, el Primer Ministro antillano y su comitiva celebraron diversas reuniones de trabajo con la máxima autoridad chilena. El compañero Fidel recorrió diferentes regiones del país, recibiendo en todas ellas masivas y calurosas manifestaciones de afecto popular. Además de Santiago, la delegación cubana visitó las provincias de Antofagasta, Tarapacá, Concepción, Llanquihue, Magallanes, O´Higgins, Colchagua, Aconcagua y Valparaíso, donde tuvo la oportunidad de dialogar con las autoridades regionales, civiles y militares; con las organizaciones obreras, campesinas, y estudiantiles, así como con representantes de entidades religiosas y culturales.

Fidel Castro durante su periplo por la nación chilena. Foto: Tomada de Cubadebate
 

La intensidad del periplo conllevó igualmente numerosas intervenciones del líder caribeño, aclamado en cada espacio por donde se trasladó. En las distintas intervenciones que realizó, Fidel abordó cuestiones de hondo significado, las cuales preservan absoluta vigencia. Con su especial sentido para aquilatar de forma profunda múltiples situaciones, se percató de la singularidad de la experiencia revolucionaria chilena y, al mismo tiempo, de las enormes amenazas que se cernían sobre ella. Fidel se adentró en múltiples cuestiones vitales. Acerca de las fases por las que había transitado hasta ese momento la Revolución Cubana explicó:

Ahora bien: si a mí me preguntan qué está ocurriendo en Chile, sinceramente les diría que en Chile está ocurriendo un proceso revolucionario (…). Un proceso todavía no es una revolución. Un proceso es un camino; un proceso es una fase que se inicia (…). Al triunfo de lo que nosotros llamamos la Revolución… Y esto fue motivo casi de discusiones de tipo gramatical (…). Pero el primero de enero no había triunfado la Revolución. Se había abierto un camino, se había creado una posibilidad, se iniciaba un proceso (…). La Revolución tiene distintas fases.[8]

Once días más tarde, en la ciudad de Santiago de Chile, sostuvo un intercambio con 80 sacerdotes, exponentes de un movimiento a favor del socialismo. En el medular encuentro Fidel declaró lo siguiente, refiriéndose a lo que podía —y no podía— llevar adelante una revolución, a la hora de encontrar solución a las dificultades tan agudas por las que atravesaban nuestros pueblos:

Puede resolver las cosas más apremiantes, más difíciles, más duras: los que están sin jubilación, los sectores que tienen menos ingresos; se resuelve el problema de escuelas, de hospitales, de agua. Pero de ninguna manera puede satisfacer las ansias de consumo que se originan en comunidades pobres acostumbradas a ver las películas italianas, inglesas, francesas, americanas; a ver una propaganda todos los días en el periódico: “¡Compre un Buick!”, compre tal cosa, compre una motocicleta, compre esto.[9]

Allende, retornando a su figura, fue capaz de derrotar las maniobras de los oligarcas, al extremo de que en marzo de 1973 su Unidad Popular obtuvo una nueva victoria en las urnas. Ese respaldo de los electores precipitó, en la opinión de numerosos analistas, el artero golpe de Estado perpetrado por el jefe del ejército Augusto Pinochet. De manera particular, determinados sectores de élite dentro de las estructuras militares comenzaron a actuar in crescendo contra la experiencia socialista.

Última foto conocida de Salvador Allende, durante el ataque al Palacio de La Moneda. Fotos: Internet
 

Si bien es cierto que Allende creyó en todo momento en la posibilidad de desarrollar su propuesta dentro de los preceptos institucionales establecidos (intentando que los niveles de conflictividad fueran mínimos), a la larga ello supuso una visión un tanto idealista y romántica, la cual desconoció una de las cuestiones centrales relacionadas con su ejecutoria.

Era inevitable, ante la hondura de las medidas adoptadas por él —que tocaban la yugular de poderosos intereses de la más rancia oligarquía—, la respuesta violenta de la contrarrevolución. Quedaba sentado así, desde la arrancada, la naturaleza de una confrontación de la cual solo era posible salir airoso dotando a las amplias masas populares, que respaldaban su programa, de la posibilidad y capacidad de defenderse en todos los planos, principalmente en el de las armas. Ello, por desgracia, y atribuible a una u otra razón, no sucedió.  

Otra de las limitaciones de la Unidad Popular es que dicha entidad no supo identificar a tiempo el peligro inminente que significaba no depurar los mandos castrenses. Proceder en correspondencia con la gravedad de la situación creada, en una esfera de este alcance, habría implicado entregar la jefatura de las principales unidades e institutos a oficiales verdaderamente comprometidos, si bien de menor graduación.

Esta problemática, desafortunadamente, se ha repetido más de una vez en el panorama regional. El propio Comandante Hugo Rafael Chávez Frías, con toda su experiencia y ascendencia militar, confesó que, en un primer momento, a la Revolución Bolivariana también le sucedió. 

Sobre Allende, habrá que afirmar en cada recuento que su viril resistencia, en defensa de la Constitución, es un ejemplo cimero de convicción revolucionaria y fe en los ideales de lucha asumidos. En el otro lado tampoco podrán olvidarse las imágenes dantescas de los rockets “made in USA” que bombardearon La Moneda.

Ataque a La Moneda, durante golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.
 

El historiador estadounidense James D. Cockcroft reseñó así aquellos terribles acontecimientos del martes 11 de septiembre de 1973:

El presidente se dirigió al palacio presidencial (…). Allende cargó con una bazuka e hizo un disparo directo a un tanque que avanzaba (…). A las 2 de la tarde el palacio era un cascarón bombardeado y humeante […]. La noche anterior los golpistas ordenaron que varios centenares de oficiales “constitucionalistas” fueran ejecutados (…). El golpe hizo honor a su nombre en clave: “Plan Yakarta”, tomado del golpe dado en Indonesia que dejó a más de 300 000 supuestos “comunistas” muertos.[10]

William Blum, quien renunció en 1967 a su puesto en el Departamento de Estado por oponerse a la política de su gobierno hacia Vietnam, y que más tarde se convirtiera en uno de los fundadores del Washington Free Press, declaró:

El papel de Estados Unidos en ese día decisivo está hecho de sombra y sustancia (…). Washington no reconoce otra herejía en el Tercer Mundo aparte de la independencia. En el caso de Salvador Allende la independencia traía un atuendo especialmente provocativo: un marxista electo constitucionalmente que continuó honrando la Constitución (…). Solo podía haber una cosa peor que un marxista en el poder: un marxista electo en el poder.[11]

 

Notas:
[1] “Allende por Allende”, en Salvador Allende en el umbral del siglo XXI, Frida Modak (Coord.), Plaza y Janés Editores, México, 1998, pp. 1-7. Ver en Fascismos paralelos. A 30 años del golpe de Estado en Chile, Jorge Timossi (Selección), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, pp. 14-20. 
[2] Sergio Guerra Vilaboy: Historia mínima de América Latina, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2003, p. 337.
[3] Fascismos Paralelos. A 30 años del golpe de Estado en Chile, pp. 57-58. 
[4] Salvador Allende: “Discurso en el Congreso Nacional de México”, 1 de diciembre de 1972, en Salvador Allende y América Latina, Casa de Chile en México, Distrito Federal, 1978, pp. 103-116.
[5] La Universidad de Guadalajara, precisamente por su vocación de servicio a las causas integracionistas, fue la sede del XIII Congreso Latinoamericano y Caribeño de Estudiantes (CLAE) en el invierno de 2002. Al evento concurrieron más de 2500 jóvenes de todo el continente. Cuba envió una nutrida delegación de casi 200 delegados e invitados, entre los que sobresalían estudiantes de varias naciones matriculados en las diferentes instituciones docentes de nuestro país. Entre las personalidades que acompañaron a la entusiasta comitiva se encontraban el Comandante Faure Chomón Mediavilla y el Ministro de Educación Superior en ese entonces, el doctor Fernando Vecino Alegret, quien alcanzó los grados de capitán en la Sierra Maestra.
[6] Salvador Allende y América Latina, p. 121.
[7] René González Barrios: Chile en la independencia de Cuba, Casa Editorial Verde Olivo, La Habana, 2007.  
[8] Fidel Castro Ruz: “Conversación con los estudiantes de la Universidad de Concepción”, Chile, 18 de noviembre de 1971, en Cuba–Chile, Editora Política, La Habana, 2009, pp. 275-295.
[9] Fidel Castro Ruz: “Reunión con sacerdotes revolucionarios”, Chile, 29 de noviembre de 1971, en Cuba–Chile, Editora Política, La Habana, 2009, pp. 309-310.
[10] James D. Cockcroft: América Latina y Estados Unidos. Historia y política país por país, Siglo XXI Editores, México y Argentina, 2001, pp. 624-625.
[11] William Blum: Asesinando la esperanza, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2005, pp. 259-260.