San Isidro en la hora actual de Cuba

José Manuel Lapeira Casas
29/11/2020
"Llamadme anacrónico, pero nunca quiera pasarme por la cabeza la idea de que el alma de la nación llama a la violencia, a la fragmentación, al enfrentamiento entre compatriotas y a la destrucción de lo que tanto sacrificio y sangre ha costado a lo largo de nuestra historia". Foto: Internet
 

La Habana de hoy no es un lugar para andarse con ignorancia o ingenuidad. Quien se adentra en sus entramados sociales más complejos ignorando esta premisa corre el riesgo de creer lo que le quieran contar. Una vez elaborada la mentira y difundida, la rueda de la manipulación hará el resto del trabajo atendiendo a los intereses que se muevan detrás de ella. El show mediático ocurrido en San Isidro, y que hasta la fecha ha acaparado los titulares de los principales medios de oposición, es una buena muestra de ello.

Aquella imagen de que la simple mención del hecho equivale a meterse en camisa de once varas no hace más que reafirmar las dimensiones que ha alcanzado el espectáculo. Es innegable que la actuación de los roles protagónicos ha sido magistral, la puesta en escena aún mejor y al fondo del teatro se escuchan los vítores de los más devotos seguidores. Sin embargo, se ha cometido un error de cálculo estratégico. No se trata de un circo, sino de una escaramuza política donde se entrelazan los destinos de una nación y su gente y, a pesar de eso, no encontraron ni siquiera la sutileza para modificar el viejo guion de siempre.

El show, y sí, prefiero referirme a show antes que a huelga porque tiene más elementos de lo primero que de lo segundo, aunque sus promotores aleguen lo contrario, lamentablemente ha cumplido la mayoría de sus objetivos. En un esquema macabro de emulación, el Movimiento de San Isidro se anota puntos para aspirar al Vanguardia y recibir como estímulo algunos favores adicionales en el financiamiento que reciben directamente del gobierno norteamericano. Al mismo tiempo, haciendo gala del más hermoso espíritu de internacionalismo proletario, le sirven de base material de estudio al discurso de personajes como Marco Rubio y Almagro para hacer lo propio dentro de los esquemas políticos en los que se mueven.

No obstante, lejos de sobrecumplir el plan, uno de sus objetivos no ha sido alcanzado y lo saben. Sus fuerzas no son suficientes para promover el tan anhelado cambio de régimen y las sucesivas administraciones estadounidenses siguen lanzando monedas a un pozo sin fondo. Quizás, fieles a la naturaleza de los mercenarios, los menos interesados en este cambio sean ellos mismos, temerosos de perder en el proceso a la gallina de los huevos dorados que siempre ha provisto y continuará suministrando. Si algo se mueve ahora mismo en La Habana, los del movimiento oportunamente se lo adjudicarán, pero siempre desde el conocimiento de que no se mueve por causa de ellos.

Por otro lado, la teoría sociopolítica aporta un poco de luz al asunto y contribuye a desarticular la farsa. Desde ese punto de vista, un movimiento que aspire a ejercer una presión efectiva sobre las máximas autoridades del gobierno y sus instituciones debe contar con una militancia activa y productiva a la sociedad, y un programa articulado con principios o aspiraciones emanados de los más diversos sectores del pueblo. En el caso de San Isidro, no cuenta con una ni otro. Aprovechando la coyuntura, se apropian de la incertidumbre de la población con respecto a los inminentes cambios socioeconómicos que sucederán para darle connotaciones populares a sus reclamos, cuando en la realidad sus miembros nunca han incluido en su discurso los reclamos y anhelos de las mayorías que dicen representar.

Se trata entonces de una disfunción que muchas lecturas parcializadas o con poca profundidad se empeñan en desconocer. Se dicen representantes de sectores populares, pero no resulta muy difícil hallar fisuras dentro de esa afirmación. Me niego a creer que la voluntad del pueblo de Cuba sea la de apoyar el discurso de un presidente extranjero caracterizado por la discriminación y el desprecio profundo a este país y todo lo que significa. Llamadme anacrónico, pero nunca quiera pasarme por la cabeza la idea de que el alma de la nación llama a la violencia, a la fragmentación, al enfrentamiento entre compatriotas y a la destrucción de lo que tanto sacrificio y sangre ha costado a lo largo de nuestra historia. Quienes se empeñan en titular a lo que sucede en San Isidro como un movimiento tal vez nunca entiendan la entrega de aquellos jóvenes que, hace más de 60 años, salieron a dar su vida bajo la bandera del 26 de Julio.

Lo más preocupante de todo no son los seguidores, sino aquellos que, al pronunciarse, reconocen sus discrepancias con los accionares del Movimiento pero, aun así, encuentran nexos para situarse en concordancia con esos mismos accionares. Si bien es digno reconocer que algunas respuestas dadas a la situación no han sido del todo efectivas, tampoco es el momento de las catarsis y de las incoherencias a la hora de ver las cosas como son. Esos pasos en falso son precisamente lo que esperaban al momento de iniciar la función, y esta se retroalimenta de ellos. Aunque es completamente genuina y revolucionaria la preocupación por el bienestar de otro ser humano, solo quisiera recordar que hay mucho de lo que sucede a puerta cerrada que no conocemos y forma parte de esa manipulación que busca confundir, en una similitud para nada despreciable con los llamados desde la otra orilla a la acción, a la espera de alguna punta de lanza dispersa que se preste al lema de: “Has lo que yo digo, no lo que yo hago”.

¿Y qué decir de esta nueva camada de intelectuales por cuenta propia? ¿Qué diría Virgilio, Lezama o cualquier otro de los intelectuales que padecieron el quinquenio gris si tuviera la oportunidad de presenciar a esta casta indefinida de pensadores? Probablemente estarían retorciéndose ante una perspectiva donde la cultura y los símbolos de la cubanía son ultrajados en pos de defender criterios personales radicales bajo el seudónimo conciliador de “lucha”. Quienes fundaron la primera república en los campamentos mambises lo hicieron después de comprender la necesidad de la independencia para dejar ser al cubano lejos de cualquier interés que frustrara su idiosincrasia, y eso es lo que ningún intelectual debe perder de vista desde la concepcion de su obra. La producción artística debe problematizar, señalar formas de ser mejores, ayudar a construir un proceso posible y emancipador, pero aquello que irrespete las bases y principios fundacionales deja a un lado su función formadora de pensamiento para convertirse en una clara señal de anticubanía y, precisamente, de esa antítesis parte la noción de lo que no debe ser vulnerado.

Los activistas de San Isidro también omiten una aspiración a sus coletillas. Junto a las libertades de pensamiento o de expresión deberían añadir también un derecho a la libertad de responsabilidad. Resulta más coherente así porque, aunque no se diga explícitamente, eso es lo que se quiere. No asumir responsabilidad por lo que se dice o hace, o evadirla, deja mucho que desear de la conciencia y las convicciones de la persona que invoque este derecho en cualquiera de las circunstancias.

Con respecto a lo sucedido en los alrededores del Ministerio de Cultura, resulta inevitable resaltar lo necesario de propiciar diálogos y acuerdos como el alcanzado, para que sirvan estos como mediadores entre la voluntad del gobierno y la ciudadanía que se encuentra en todo el derecho de manifestar su sentir. Lo inadmisible empieza cuando se le quiere conferir un carácter politizado que pondera intereses contrarios a ese mismo diálogo. Que alguien quiera ser escuchado por las instituciones representativas no implica la declaración universal de una postura contraria a la Revolución, como nos han querido vender desde ciertos enfoques de la noticia. Más bien, quiero confiar en que aquellos que pronunciaron su opinión acerca de actitudes nocivas y tendencias que interfieren con ese ideal de la república con todos y para el bien de todos hayan sido motivados por el espíritu transformador imbricado en la sociedad cubana desde sus inicios, y sepan ser consecuentes con él para discernir donde termina la lucha legítima y empieza el oportunismo.

Y me pregunto por qué esos mismos jóvenes que se manifestaban ante el Ministerio no hicieron saber de la misma forma enérgica su repudio ante la Sección de Intereses de los Estados Unidos cuando la embajada cubana en Washington fue tiroteada durante un claro acto de terrorismo internacional e irrespeto a lo que representa este país ante el mundo. De esa jornada nos quedó una imagen imposible de borrar en la memoria de la Patria: la estatua de Martí agujereada por las balas. Ese mismo Martí que es invocado por unos y otros a la hora de presentar sus reclamos. Si el Apóstol nos enseñó que cada hombre debe tener el derecho de pensar y expresarse sin hipocresías, también marcó con su ejemplo la coherencia de palabras y actos a la que debe aspirar todo aquel que quiera gozar del caro bien de la libertad.

Contrario a lo que muchos comentarios malintencionados afirman, el hecho de ceder no es un síntoma de debilidad dentro del poder revolucionario. Es, más bien, la concreción política de una intención de acercamiento por parte de la dirección del país que intenta reconectar con las bases de esa fuente inagotable de sabiduría que es el pueblo. No por ello seremos menos revolucionarios, al contrario. Solo es una forma de cimentar un valor tan primario como la unidad a lo interno de esos sustratos sociales que creen en el proyecto socialista en Cuba, y abogan por la solución pacífica y pertinente de los problemas atribuidos a cualquier modelo de desarrollo en las condiciones actuales.

A pesar de esto, deja mucho que desear todavía algunos abordajes superficiales que condujeron a que el pretexto de esta manifestación de voluntad popular fuera una clara farsa que ya había sido previamente desmontada. Gústenos o no, este país se construye entre todos los que lo sentimos como propio y buscamos formas de hacer por él, y es por estas razones que nos encontramos ante un punto de partida para nuevos tránsitos hacia soluciones de problemáticas de la Cuba actual. Para alcanzar un acuerdo conciliador, la primera barrera ética a superar será la reproducción simbólica del discurso desgastado que ya ha probado en más de una ocasión dificultar más de lo que soluciona. Solo deseo recordar a los que veneran el ruido que este, por sí solo, no resuelve nada si no es acompañado del pensamiento y las ideas que le confieran forma.

No nos dejemos engañar. La Revolución debe continuar evolucionando en el tiempo para cambiar todo lo que debe ser cambiado y en el momento en que se entregue a la comodidad estática dejará de serlo, sin importar quien lo permita o de donde proceda la orden. También resulta necesario encaminar procesos para derrumbar trabas e incomprensiones que atentan contra la salud del proyecto. En la hora actual de Cuba los esfuerzos de todos deben estar enfocados hacia el bando de los que construyen y aman, incrementados si tenemos en cuenta la compleja situación que nos ha impuesto la pandemia y de la cual debemos reponernos con una dosis doble de sacrificios y constancia. Si todos entendemos nuestro papel dentro de esa construcción, la obra, sin dudas, será invencible y siempre se encontrará abierta a sumar a aquellos dispuestos a luchar por la Cuba que soñamos. Llamadme utópico, pero espero que un día nos encontremos más ocupados en construir para el futuro que en crear movimientos inexistentes y seguirle el juego a quienes odian y destruyen.

Estudiante de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.