Santa Clara, mon amour

Ricardo Riverón Rojas
16/7/2019

Tengo un conflicto con Santa Clara: no soy su hijo y me siento como si lo fuera. Aunque eso no quiere decir que reniegue de mi condición de zulueteño. Zulueta es mi terruño, Santa Clara mi ciudad.

La ciudad que más amo acaba de cumplir 330 años; en medio de las celebraciones por el onomástico me fue conferida la distinción Huésped Distinguido, gesto que agradezco con hondura a quienes me creen merecedor de la caricia de la villa de Marta Abreu, que es también ciudad del Che. Sin embargo, la condición de huésped me provoca extrañeza.

Vista de la Cuidad de Santa Clara. Fotos: Internet
 

Es verdad que a Hijo Ilustre no puedo aspirar, pues no soy pilongo: mi bautizo no tuvo lugar en la pila de la iglesia mayor (cuando nací ya no existía) ni en la del Carmen, sitio fundacional. Pero, ¿cómo sentirme huésped de una ciudad donde he vivido 46 de mis casi 70 años?

Este rincón donde amo, río y lloro (angustias y epifanías mediante), donde nacieron mis hijos, tengo mi casa, están enterradas mi madre y mi hermana, he escrito casi todos mis libros, fundé una editorial y dirigí una de sus más importantes revistas, no es una locación donde pernocto y me alimento, constituye el espacio al que pertenece la parte más jugosa de mi alma; la parcela donde mi corazón, un día, dejará de latir.

Nací en Zulueta en 1949. Desde 1910 hasta 1976, mi pueblo natal disfrutó de la condición de municipio. Supongo que en ese período de 66 años tuvo facultades para entregar la condición de Hijo Ilustre, y que algún buen zulueteño (que no son pocos) la recibió. Pero esa posibilidad fue cancelada cuando, en alas de la nueva división político administrativa, pasamos a ser poblado del municipio de Remedios.

No tengo nada contra Remedios. Su historia y su cultura son auténticas y sólidas. Allí viven amigos y colegas que quiero y admiro. Incluso me consta que cuando la octava villa celebró, en 2014, los 500 años de su fundación, el poeta Luis Manuel Pérez Boitel insistió, en vano, para que me dieran la condición de Hijo Ilustre de Remedios. Menos mal que no le hicieron caso. Tengo memoria de elefante y por eso sé que en toda mi vida solo he dormido una noche en Remedios, hospedado en el hotel Mascote. Celebrábamos unas jornadas literarias y corrían los primeros días del presente siglo.

De haberse concretado la propuesta de Boitel (que le agradezco cálidamente), ahora yo sería Hijo Ilustre de una ciudad donde solo he dormido una noche y Huésped Distinguido de otra donde he vivido y hecho obra a lo largo de 46 años. Joya de lo real maravilloso.

Confieso que me gustaría ser Hijo Ilustre del poblado de Zulueta, donde solo viví 6 años, y Entenado (o hijastro) Distinguido de Santa Clara, pero esto último suena feo. Quizá Habitante Ilustre. O Hijo Ilustre Honoris Causa. O Habitante Poético. Huésped ya es mucho, pero me siento algo más entrañable.

Zulueta, Villa Clara. 
 

También, como ya me puse ambicioso, me gustaría que me consideraran Sobrino Amado de Camajuaní, donde hice la secundaria e inicié mi vida literaria, y Niño Feliz (o Nieto Entrañable) del Central Camita, donde viví, con gloria, el final de mi infancia y primera juventud en una época en que el 99,9% de las muchachas que enamoré me dijeron que no. Pero sé que pido demasiado, aunque más que reconocimiento para mí, quiero darle crédito a través de mi ejecutoria a esos sitios donde asimilé, con la cuota de deleites y golpes que me correspondían, la esencia vital de Cuba, que me dijo que sí.

Santa Clara me honra: ser su Huésped Distinguido sin pagar alquiler y recibiendo cariño y reconocimiento merece toda la dedicación, todo el verso. En esta ciudad terminé el preuniversitario y (como dice Pablo Armando Fernández que dijo don Miguel de Unamuno) uno es de donde hace el bachillerato. Tanta gloria y tanta página bella se han concretado en estas calles que siempre que las transito crezco y me dan ganas de hacerlo todo con más pasión.

Vista de la Cuidad de Santa Clara.
 

Santa Clara es mi ciudad; ha sido generosa conmigo y todos sus rincones me conversan. En su barrio del Condado viví, a finales de 1958, la batalla que puso fin a la guerra de liberación. Vi a los barbudos en la fiesta callejera de la victoria, a Fidel el 6 de enero de 1959. Empecé a soñar con el futuro, aprendí a leer y escribir en la escuela de La Pastora; empiné el primer papalote de mi vida, bailé el primer trompo, bateé el primer hit. Gracias, Santa Clara, mon amour, por hospedarme y quererme como a un hijo.

Ahora sueño con que un día se pueda ser Hijo Ilustre de un poblado, o Hijo Adoptivo (ilustre, distinguido, admirado o querido) de cualquier ciudad: tener dos madres no es un sueño baldío. Pero mientras ese día llega seguiré feliz, ocupando esta habitación enorme, del tamaño de un país, donde cada día trabajo y me postro, fértil, a los pies de la Poesía.

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