Se baila aquí: vamos todos a cantar

Emir García Meralla
13/3/2020

Para bailar se había convertido en el programa estrella de la TV cubana desde el mismo comienzo de la década del ochenta, y su impacto social sobre el sistema de la música cubana superó las expectativas de sus creadores, por lo que los ejecutivos de ese ente en ese momento decidieron apostar a otra nueva propuesta de programa de participación de alto impacto, solo que esta vez el canto y los cantantes serían los protagonistas. Todo el mundo canta; así se denominó el proyecto que, desde su salida al aire los jueves, atrapó a todos los segmentos de públicos disponibles.

El grupo Sierra Maestra. Foto: Internet
 

Uno de los grandes orgullos de la historia musical cubana, y de su cultura en general, fue la existencia del programa La corte suprema del arte, que animaba y producía José Antonio Rivero. Aquel programa radial se erigió en la plataforma de lanzamiento para hombres y mujeres que lograron sus sueños artísticos y musicales. Pero el impacto de tal programa aún permanecía en el imaginario popular, y era motivo de orgullo para quienes ahí habían triunfado y que eran nombres imprescindibles de la canción cubana. De ello daban fe Elena Burke y, sobre todo, Rosita Fornes, la gran vedete de Cuba que había surgido en ese programa; entre otros nombres ilustres.

Treinta años después de su desaparición, la impronta de aquel acontecimiento aún gravitaba sobre la cultura nacional y el imaginario popular; sobre todo la frase definitoria del mismo: “te van a tocar la campana…”.

Lo mismo que su predecesor, Todo el mundo canta se enfocaba en la presencia de artistas aficionados como materia prima fundamental. Era una oportunidad para descubrir y potenciar talentos musicales; la gran diferencia estaba en que no había campana y que los participantes no recibían remuneración alguna por su victoria; y, por supuesto, en que los públicos habían cambiado.

Los ejecutivos de la televisión organizaron un jurado lo suficientemente competente y equilibrado como para evitar suspicacias, lo mismo por parte del público que de los participantes y sus familiares, y agregaron —igual que en Para bailar— el “premio de la popularidad”. Es decir; dejaron abierta las puertas de la simpatía personal para buscar las posibles contradicciones con la opinión del jurado. Eligieron como día de transmisión el jueves en el horario nocturno, después de la telenovela de turno.

Desde sus primeras emisiones, el programa atrapó la atención de los telespectadores que poco a poco fueron descubriendo los talentos de los concursantes. Un talento que se expresaba en el repertorio que escogían, donde combinaban canciones de moda con temas clásicos del repertorio cancionístico cubano; aunque, en honor a la verdad, el género más representado era el bolero.

Indiscutiblemente, el primer gran triunfador del programa fue el cantante aficionado Sergio Farias, quien residía en el poblado de Regla y que desde su primera aparición encandiló a público y jurados por igual. Su voz, y sobre todo su forma de decir las canciones de su repertorio, diferían de lo que hasta ese entonces se tenía como patrón. Fue tal su impacto que la compositora y pedagoga María Álvarez Ríos —que presidía el jurado y estaba pendiente de los más mínimos detalles técnicos de la ejecución— no ocultó su simpatía por el intérprete y ponderaba su “dominio del rubateo en la ejecución de cada tema”; un sambenito que perseguía a casi todos los que se presentaban, señalado como su talón de Aquiles, y que los seguidores del programa esperaban ansiosos. El juicio de la Ríos era emitido acompañado de una limpia sonrisa.

Pero, si Sergio Farias fue el “mimado” del público desde su primera presentación, no siempre las tuvo todas consigo con el resto de los competidores con los que coincidió, sobre todo con el pinareño Narciso Suárez, cuya voz era superior en muchos aspectos y al que el jurado le otorgó la segunda plaza en la primera disputa anual del programa.

La compositora y pedagoga María Álvarez Ríos.
 

Todo el mundo… fue la plataforma para que cantantes como Mayra Caridad Valdés, Anais Abreu y Maureen Iznaga se dieran a conocer. La primera con un dominio vocal dentro del jazz nunca antes visto y escuchado en Cuba; mientras que Anais mostraba la influencia que ejercían en ella dos de las grandes cantantes cubanas de siempre: Elena Burke y Omara Portuondo. En el caso de los cantantes masculinos habrían de destacarse Millán Zuasnabar y Gustavo Felipe Remedios, cuyas voces de amplio registro impresionaron a todos.

Sin embargo; los reales ganadores de todas las ediciones del programa fueron un grupo de estudiantes de ingeniería de la CUJAE que habían formado un septeto al que pusieron Sierra Maestra y que dirigía el tresero Juan de Marcos González. Su voz líder era un hombre negro, de baja estatura, delgado; pero con una voz impresionante, llamado José Antonio Rodríguez, pero conocido por todos como Maceo.

Nunca antes un premio otorgado por el público había tenido tan importante trascendencia en la TV cubana como el que recibieron estos músicos desde su primera presentación, en la que ejecutaron el tema de Ignacio Piñeiro El guanajo relleno.

Sierra Maestra, sin haber terminado su ciclo en el programa, se convirtió en todo un fenómeno social. Eran solicitados en cuanta presentación existiera, y la radio se apresuró a grabarles el tema, lo mismo que la EGREM, por lo que en el momento de la competencia anual eran los únicos con una estabilidad laboral dentro de la música, otorgada de antemano.

Todo el mundo canta, además de plataforma de lanzamiento para nuevos talentos, fue una suerte de caleidoscopio histórico que rescató a diversas figuras de la canción que en ese entonces eran perfectos desconocidos para varias generaciones; así ocurrió con Domingo Lugo y Rita Gil, quienes volvieron a estar en boca de quienes los conocieron en sus comienzos y ahora los veían peinando canas y gastados profesionalmente, sobre todo Domingo. Rita, por su parte, era figura del circuito de cabaret de la ciudad, principalmente del que se movía entre las playas del este.

La canción había sido el centro de una nueva aventura en la década de los ochenta. Un programa de TV se había convertido en la plataforma para mostrar que cantantes potenciales había en cualquier rincón de la república. Solo se debe decir que el gran triunfador —o los grandes triunfadores—fueron Juan de Marcos González y el Sierra Maestra.

Ellos serán los protagonistas importantes de la aventura musical más trascendente de la década siguiente. De todas formas, aún faltan acontecimientos por vivir y música por bailar y escuchar.

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