Semana de la Cultura italiana: mancuerna Zurlini & Pontecorvo

Joel del Río
18/11/2019

De los dorados años 60 y 70, la gran época del cine italiano, el periodo en que los productos de Cinecittá resultaban tanto o más válidos, artística y comercialmente, que los de Hollywood, proceden las películas programadas por la Cinemateca de Cuba para la actual Semana de la Cultura Italiana, concebida a manera de tributo a dos importantes realizadores: el combativo y antiesquemático Gillo Pontecorvo (1919-2006) y el romántico y sutil Valerio Zurlini (1926-1982). Uno y otro consiguieron aportar varios filmes inestimables en un paisaje regido por tríada de “monstruos”: Luchino Visconti, Michelangelo Antonioni y Federico Fellini.

Valerio Zurlini durante el rodaje de El desierto de los tártaros (1976). Fotos: Internet
 

Muchas veces se ha contado la historia de Visconti, Antonioni y Fellini. En varias ocasiones nuestra Cinemateca les ha rendido homenaje. Ahora se trata de dos cineastas contemporáneos con ellos y de menor relumbre. La Semana de la Cultura italiana inicia su tributo con el documental de 2012 Valerio Zurlini: Los años de las imágenes perdidas, que convierte vida y obra del cineasta en un relato cuyos puntos de giro se relacionan con la concepción de películas tan elogiadas en su momento como La muchacha de la valija (1961), Crónica familiar (1962) o El desierto de los tártaros (1976). En el documental ofrecen testimonio, como es usual en este tipo de biografías filmadas, sus colegas y amigos. Se refieren a Zurlini estrellas de la época como Jacques Perrin y Claudia Cardinale, y otros cineastas que también operaron “el milagro” del cine italiano en esta época: Giuliano Montaldo, Carlo Lizzani y Ermanno Olmi.

La primera película del ciclo, Verano violento (1959), fue la segunda que dirigió Zurlini; y cuenta una historia de amor complicada, al igual que su tercera película, la ya mencionada La muchacha de la valija, que dio su primer papel importante al actor francés Jacques Perrin, cuyo personaje de tímido adolescente está deslumbrado por la bailarina que encarna Claudia Cardinale, justo en el momento en que esta actriz comienza a devenir el más importante mito erótico italiano de los años 60. Verano violento se ambienta durante la Segunda Guerra Mundial, también está protagonizada por un actor francés, Jean Louis Trintignant (antes de que se consagrara en el cine italiano y mundial con El conformista) y narra los amores difíciles entre una viuda y un estudiante bastante menor que ella, ambos jóvenes escoltados por el leitmotiv musical del saxofonista Fausto Papetti en un tema que, en Cuba, sirvió de portada al programa radial Nocturno, en su emisión romántica.

El León de Oro en Venecia constituía uno de los lauros consagratorios para cualquier cineasta de los años 60, y Zurlini lo ganó con Cronaca familiare, que volvía a colocar al jovencito Jacques Perrin al frente del reparto, pero “lo calzaba” con la presencia de Marcello Mastroianni, para adaptar la novela semiautobiográfica de Vasco Pratolini. La novela, y su adaptación cinematográfica, cuentan la historia de dos hermanos cuyas vidas se bifurcaron por la muerte de la madre, y entonces uno de ellos queda al cuidado de una aristócrata mientras que el otro es criado por la abuela. Los diferentes entornos en que se desarrollan crearán diferencias notables entre ambos hermanos.

La siguiente película de Zurlini también se ambienta durante la Segunda Guerra Mundial, se titula Las mujeres soldado, y cuenta con un notable elenco femenino donde destacan Anna Karina, Lea Massari y Marie Laforêt. Su preferencia por los intérpretes franceses, y por las historias románticas y sensitivas, se pone de manifiesto otra vez en la última de sus películas que incluye el ciclo: La primera noche de quietud (1972), en la cual Alain Delon vuelve a hacer de italiano (como en Rocco y sus hermanos o El eclipse), en este caso un profesor de literatura poco ortodoxo, y se verá implicado, por supuesto, con una alumna bastante más joven que él.

Con experiencia en el periodismo y el documental, Gillo Pontecorvo prefirió dedicarse a un tipo de cine muy distinto al de Zurlini. Y no estoy significando que Pontecorvo sea mejor o peor, sino que ambos son muy diferentes, pero supieron aplicar sus muy diversos talentos al moderar el relieve impresionante del cine italiano. Pontecorvo debutó, igual que Zurlini, hacia las postrimerías de los años 60, con El ancho camino azul (1957), que se estrena en Cuba, y muestra la temprana preocupación social y la perspectiva realista, documental, tan frecuente en su cine, a través de la historia de un pescador, que vive con su familia en una pequeña isla frente a la costa, y lucha con las dificultades cotidianas generadas por la escasez de peces en las aguas cercanas y la explotación del comerciante local.

Gillo Pontecorvo.
 

Notable sin llegar a ser extraordinaria, El ancho camino azul sentó las bases para una tetralogía de grandes películas: Kapó (1960), La batalla de Argel (1966), Quemada (1969) y Operación Ogro (1979). Todas pueden ser vistas en el ciclo menos La batalla de Argel, debido a que está programada en el próximo Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en la sección de clásicos restaurados. Antes de La decisión de Sofía y El hijo de Saúl, Pontecorvo trató en Kapó el horror de los campos de concentración nazi, a través de la historia de una joven judía deportada a Alemania, y ubicada en un campo de concentración donde se convierte en kapó, es decir, en guardia de los restantes reclusos.

Como tantos otros filmes italianos de estos años, Quemada dispuso de un famoso actor norteamericano en la cabeza del elenco. Se trataba de Marlon Brando, justo en los años previos a su glorioso come back a través de la primera parte de El Padrino. Era como si a uno de los más grandes actores norteamericanos le resultara insuficiente con el cine norteamericano, incluso el de primera clase, porque en la época de la segunda parte de El Padrino, Brando decidió alistarse otra vez en el cine italiano, esta vez para completar la mejor actuación de su carrera en El último tango en París, para Bernardo Bertolucci.

En Quemada, el actor norteamericano interpreta a un aventurero, contratado por Inglaterra para intentar organizar una revolución en una colonia portuguesa de las Antillas, con la intención de que la isla pase a manos británicas. Tanto Quemada, como su predecesora, La batalla de Argel, lidian de manera diferente con uno de los grandes temas de Pontecorvo: la naturaleza autodestructora del colonialismo. Esta es una de las pocas veces en que el filme se exhibe en colores, puesto que se estrenó en su momento, y la mayor parte de la crítica cubana la defenestró insistiendo en la supuesta debilidad ideológica del compañero Pontecorvo en cuanto a la inclusión de un astro norteamericano y en el empaque de superproducción de aventuras que el filme ostentaba.

Su título postrero, y el último que lógicamente incluye el ciclo, es Operación Ogro (1979), en el cual Pontecorvo regresaba a un cine evidentemente político y comprometido, pues relataba el atentado cometido por la ETA contra el sucesor del dictador español Franco, Luis Carrero Blanco, en 1973. El actor italiano, también progresista, Gian María Volonté, encabeza un elenco dominado por intérpretes españoles meritorios: José Sacristán, Ángela Molina y Eusebio Poncela.

Operación Ogro ostenta similares virtudes a las que exhibieran los mejores filmes de Gillo Pontecorvo: análisis dimensionado de complejas realidades políticas, sin empeños proselitistas ni filosofía doctrinaria y muy distante de la tendencia a dividir a los personajes en víctimas y victimarios. En cuanto a lo formal, predomina el mismo empeño por buscar la estética documental, los exteriores, las actuaciones naturalistas, el verismo. Pontecorvo nos entregó algunos de los más cumplidos paradigmas de cine político, tan frecuentemente confundido con panfleto, diatriba o exégesis.