Ser y sentirse cubano: esa religión que profesa Choco

Abel Prieto
28/12/2017

Foto: Racso Morejón
 

Quisiera empezar diciendo que hoy es un día muy feliz para mí y para mucha gente en Cuba y para todos los admiradores que tiene Choco fuera de Cuba, que deben ser muchísimos. Creo que el Premio Nacional de Artes Plásticas salda esta tarde una deuda que tenía desde hace ya tiempo con uno de nuestros más importantes pintores y grabadores.

Cuando se supo la noticia del premio de Choco, recuerdo la marea de alegría que recorrió el mundo de la cultura (y muchos otros mundos más allá del mundo de la cultura). Ese día habíamos reunido a más de cien músicos en el teatro del ministerio, de varias generaciones, de todos los géneros, para hablarles, con Abelito, de los proyectos inmediatos del Instituto de la Música, y de pronto compartimos la noticia con la gente, y todos aquellos músicos empezaron a aplaudir y a celebrar el acto de justicia que al fin se había consumado. Después pasé por casa de Choco y me encontré con Pelladito, ese gran percusionista nuestro, que le estaba contando a Choco lo que había pasado en la reunión de los músicos, y estaba realmente eufórico. A Choco lo conoce mucha gente, y nadie puede conocer a Choco sin admirarlo y sin quererlo. Pero incluso la gente que no lo conoce personalmente y solo lo ha visto por televisión o ha visto su obra en una galería o por la misma televisión, esa gente también quiere a Choco de un modo muy especial.

Acuérdense del efecto que tuvo a nivel popular la entrevista que le hizo Amaury Pérez a Choco en el programa Con 2 que se quieran… Y es que este pueblo tiene un olfato que no le falla para lo auténtico (igual que tiene mucho olfato para lo falso y lo retórico), y Choco es auténtico de la cabeza a los pies, en su obra, en su vida, en su amor por Fidel, por la Revolución y por Cuba, y eso la gente sabe detectarlo y apreciarlo.

Una confesión: ayer no tuve día feriado. Se lo dediqué a Choco; a revisar unos materiales que le pedí a Gloria: catálogos, recortes de prensa, crónicas, entrevistas, y el excelente libro de Nelson Herrera Ysla. No es la primera vez que les dedico los días feriados a Choco y a Gloria; en particular cuando me han hecho aquello que decía el Padrino, “una oferta que no se puede rechazar”, es decir, una oferta que incluye dominó, licores, golosinas y la compañía de unos anfitriones fuera de serie y de amigos cargados hasta los topes de energía positiva, que tanta falta nos hace.

Pero ayer, como ya dije, ni bebí ni jugué dominó y solo comí lo imprescindible. Volví a examinar reproducciones de piezas de Choco de distintos momentos de su trayectoria, releí textos que ya había leído y descubrí otros que no conocía. Entre ellos, uno de ese enorme poeta inolvidable, Eliseo Diego, fechado en 1977.

Un texto de Miguel Barnet explica con transparencia y agudeza algo que yo intuía en torno al tratamiento que da Choco a dioses y símbolos religiosos: “este alquimista moderno (dice Miguel), que vive en un rincón donde silba Elegguá y se aglomeran las sombras mundanas parecidas a orishas pero que realmente son seres únicos de auténtica factura y creación personal”. Otro texto muy hermoso de Nancy Morejón abunda en el modo personalísimo en que Choco se apropia en su obra de “la figura ancestral de Elegguá” y cómo “ha logrado convertirlo en un instintivo emblema de sus creaciones”. 
No olvidemos aquello que le dijo Choco a Amaury cuando abordaron los temas religiosos: “Ser cubano es una religión, y fuerte…”, le dijo, en el programa que ya mencioné.

Y es que Choco ha ido construyendo a lo largo de muchos años una obra mayor, única, inimitable, al margen de las modas y de los guiños del mercado. En ella, zonas de lo que llamamos “lo cubano” han aparecido iluminadas ante nuestros ojos con una densidad particular. Al margen, por supuesto, de todo folklorismo, de toda mirada banal, esquemática o costumbrista.

Hubiera querido estudiar con más tiempo, y el detenimiento que merece, el ensayo “Entre lienzo y papel: Chocolate” de Nelson Herrera Ysla, donde son evaluadas rigurosamente cada una de las etapas por las que ha transcurrido la obra de Choco. Me llamó la atención en particular (porque va mucho más allá de lo puramente temático) lo que dice de “la experiencia angolana” del artista, que “sirvió sobre todo para un primer encuentro (…) con tradiciones y raíces africanas. Las superposiciones y transparencias, dominantes en su obra hasta entonces, cedieron a una mayor sensualidad. Los contornos de las figuras se volvieron fuertes, a veces sin fondo, con el sentido de fijar en la retina del espectador un símbolo violento, imposible de olvidar”.

Por cierto, López Oliva habla en algún momento de “la vigorosa poesía” que logra Choco en sus colagrafías. En cambio, Nancy, a la que ya cité, no olvida referirse a la “ternura”. Creo que sí, que tienen razón Nelson, López Oliva y Nancy: hay una fuerza cortante, brusca, que se combina en Choco con el componente tierno, benévolo, amoroso. Es una mezcla agridulce, que pudiera compararse con la combinación de fe en la vida, de fe sin tregua, a toda prueba, en la vida, con una línea de sombra, de tristeza. Todas esas 
contradicciones Choco la resuelve con su obra misma, por supuesto, y con su sonrisa legendaria. Y con algo que es más expansivo y glorioso, la Risa Cubana, la que estalla cuando se pega en el dominó o por cualquier otro motivo, o por ningún motivo.

Recuerdo el tremendo impacto que me causó una exposición de Choco en La Acacia, en 1999. Particularmente piezas como El soplo de la vida y la trilogía Fin del milenio me hicieron pensar que Choco había dado un salto hacia otra dimensión más insondable y ambiciosa. Y lo había hecho, sin ninguna duda. Se lo atribuí, en unas palabras que escribí sobre esa muestra, a la huella de los años 90, a los derrumbes, a la incertidumbre y a la resistencia. Y a la necesidad de entender.

Choco ha formado parte de un modo u otro de la cultura de la resistencia, como los demás artistas nuestros. Entre los papeles que me pasó Gloria ayer, encontré una entrevista de Choco donde habla de cómo la técnica de la colagrafía y el empleo de tejidos, papeles, cartón, para crear las texturas buscadas, tienen que ver con la escasez de materiales en épocas muy anteriores al período especial.

De todos modos, no puede negarse que la obra de Choco ha estado acompañada siempre de un impulso, digamos, hacia la trascendencia, es decir, que nos empuja a buscar un extra, algo más allá de las figuras representadas. Sus rostros miran hacia la nada, hacia el vacío, o hacia un punto impreciso que queda detrás del espectador, y lo hacen desde el presente inmediato y también, al mismo tiempo, desde el territorio remoto de sus antepasados. O quizás desde la vida o desde la muerte o desde la frontera entre las dos. Una pieza memorable que redescubrí ayer, Camino al Rincón, está atravesada por un río rojo-sangre, vertical, como un tajo, que lleva espíritus desencarnados o encarnados hacia arriba, hacia el misterio. Y se podrían poner muchos otros ejemplos como esa figura enigmática de Condición humana que sostiene resignadamente una especie de piedra triangular, como una promesa o como un castigo o quizás como un don. 
Este tipo de búsquedas, tan hondas, ha permitido que la obra de Choco sea apreciada en Cuba, en Japón, en Brasil, en el resto de América Latina, en los Estados Unidos, en Europa. Su vibrante cubanía se articula naturalmente con lo universal. Y es por eso que hay que decir que hoy no estamos premiando solo a un gran artista cubano, sino a un gran artista de talla internacional, reconocido en muchas regiones del mundo.

Termino felicitando al jurado, al Consejo de la Plástica y, por supuesto, felicitando de nuevo a mi hermano Choco, a Gloria, a sus hijos, a toda su gran familia, a todos lo que han sentido la imantación de este gran artista y de este gran cubano, a los seguidores de esa religión tan fuerte que profesa Choco, la de ser y sentirse cubano.

Muchas gracias.

 

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