Si el poeta eres tú… (I)

Emir García Meralla
17/2/2017

César Vallejo había muerto en París, una tarde con aguaceros. Pablo Neruda moría sin ver abrirse las alamedas por donde habrán de pasar los amantes; y Roque Dalton no tuvo tiempo de tomarse aquella aspirina del tamaño del sol con la que había soñado. Ellos, de alguna manera, son parte de los grandes poetas continentales que animaron la vida literaria de los años sesenta y comienzos de los setenta.

Había otros poetas, unos más conocidos que otros, unos más universales que otros; y habrá quienes encontrarán en la poesía el recurso para, una vez hilvanada con la música, llegar al corazón de muchas personas, de cientos de personas. Así ha de ocurrir con la chilena Violeta Parra, o con su compatriota Víctor Jara, que murió sabiendo que cinco minutos después de su muerte Amanda recorrería las calles mojadas.


Vallejo es, sin dudas uno de los mayores poetas de habla hispana. Foto: Internet

Estaban los españoles, lo mismo los de la generación del 95 que la del 27. Antonio Machado y Miguel Hernández, más allá de las historias y los estudios especializados, se colaron en nuestra cotidianidad gracias a la voz de un catalán nombrado Joan Manuel Serrat, que nos hablaba del Mediterráneo y de aquellas cosas comunes que, en estas tierras de Dios llegado a golpe de exterminio y evangelio sangrante y mitologías indias y africanas, eran el pan nuestro de cada día.

Los cubanos tenían también a sus poetas. Los de ayer, los obligados y los de estos tiempos. Hubo una generación que en los años sesenta tomó partido por el sueño y el riesgo del futuro, y que expresó sus inquietudes estéticas y compromiso social y cultural en el manifiesto “Nos pronunciamos”; documento que daba continuidad a una tradición dentro de la cultura cubana —en especial la literaria— y que tenía como antecedentes, entre otros, a la Sociedad Nuestro tiempo, o al grupo Orígenes, por solo citar dos movimientos culturales aún frescos en la memoria cubana del momento y que aglutinaron las vanguardias de aquellos años.

Paralelo a esto, la Casa de las Américas comenzaba a recopilar en formato de discos las voces de los poetas más importantes del continente, en lo fundamental los de habla hispana. Era la poesía leída y articulada por sus propios autores lo que le daba un mayor alcance a la obra literaria. Lo mismo hará con algunos novelistas.

Los poetas estaban de moda. La poesía toda; la coloquial, la militante, la amorosa y la existencialista comenzaban a permear la vida de los cubanos. Una poesía y unos poetas que con mayor o menor fortuna viajaban de la intimidad creativa a la socialización del verbo y del verso.

Para la cultura cubana esa relación era nueva. Tal vez la más conocida era la unión entre Gonzalo Sánchez Galarraga y los trovadores de su tiempo, que generó temas antológicos del patrimonio musical; pero existía también el antecedente de Julián Orbón con los poemas de José Martí y la Guajira Guantanamera de Joseíto Fernández.

Mas en esta segunda mitad del siglo las inquietudes eran otras, los sueños eran otros y la misma música también había cambiado.

Los trovadores, todos, desde siempre se han preciado de su capacidad para dar un alto vuelo poético a sus creaciones. Ejemplos los hay más que memorables y los de estos tiempos no eran menos que sus antecesores; y como complemento estaba la existencia del llamado “boom de la literatura latinoamericana”. El mundo editorial estaba sucumbiendo ante el influjo del realismo mágico; los escritores más leídos, premiados y vendidos habían nacido en estas tierras donde el Gran Almirante pensó haber encontrado las Indias.

Dentro de la Nueva Trova, ya articulada como movimiento y actores sociales, habrá quienes vayan en busca de los grandes poetas tanto cubanos como continentales; y aunque ellos eran la vanguardia, la poesía también hará bailar a más de uno. Y habrá quienes escribirán su propia poesía, nuestra poesía, y con ella habremos de convivir por muchos años.

Teníamos el verso, la guitarra y la voz. El tiempo de ser el poeta comenzaba.