Para Dagmar García y Francisco Durán

El 31 de diciembre de 2019 estaba en Las Tunas con mi princesa Deby. Ese día escuché por primera vez hablar del bicharraco, el asqueroso animalejo que se conoce como SARS-CoV-2, nuevo coronavirus o COVID-19. Se lo oí a Bertha Aguilera, madre de Dalgis Roman, nuestra anfitriona, que nos dijo que en China habían descubierto un virus que estaba matando a la gente “¡¿y si eso llega aquí?!”. Dalgis y yo, casi a coro le dijimos que eso era en Asia, que no llegaría a Cuba. Tres meses después la vida le dio la razón a Bertha, pero aquel día estuve en el asado del lechón, lo comí con casabe y lechuga, mi sándwich taino, para envidia de mi coterráneo Osvaldo Doimeadios, y Deby armó su muñeco para darle fuego a las 12 de la noche.

“Apostar por la ciencia cubana no fue un acto de nacionalismo ni de autosuficiencia sino una actitud tan lógica como humana”.

De todas formas, como sigo siendo ratona de biblioteca, aunque ahora con Internet, comenzó a preocuparme el bicharraco. El 30 de enero del 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya la declaraba “situación de emergencia internacional”, sin conocer medicamentos que pudieran contrarrestarla.

Ya Cuba para ese tiempo había diseñado y comenzado a implementar el Plan de Medidas para el Enfrentamiento de la COVID-19, y fue el 11 de marzo que se diagnosticaron con el bicharraco a tres turistas procedentes de la región italiana de Lombardía, un día después enfermó el primer cubano.

Por esa fecha debe haber empezado la conferencia del Dr Francisco Durán, un comunicador por excelencia, que primero se realizó en el Centro de Prensa Internacional, luego pasó a un estudio de televisión y casi no me he perdido ninguna.

El 31 marzo 2020 usé por primera vez un nasobuco inventando. Era una mascarilla que me armé de un pañuelo impermeable. Fui a la grabación de Vivir del cuento, donde mi amigo Manuel Calviño actuaba. Hasta hoy no me he quitado ese protector contra el luciferino animalejo.

“Es una batalla colosal la que libran nuestros científicos y médicos”. Foto: Tomada de la página web de la Universidad de Oriente

Aprendí a lavarme bien las manos, a tener hipoclorito para la entrada de la casa, y durante la época más crítica del 2020 nadie entraba a mi casa. Cuando salía a realizarme los análisis al Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular, ICCCV —porque estoy operada del corazón y desde el 17 de diciembre del 2010, tengo una válvula mitral artificial—, iba forrada hasta con guantes, cuando regresaba lavaba toda la ropa y yo lo hacía de la cabeza a los pies. Sí, soy una persona de alto riesgo, si el bicharraco me agarra (o agarraba) no hago el cuento.

Tengo que reconocer que para encerrarme y solo asistir a algunos encuentros (al aire y libre) he contado con la ayuda de Fide y Viena, él, un casi hijo, ella su compañera, que en medio de la escasez de todo me han suministrado lo que yo necesito, y también algunos amigos y vecinos han llegado con aportes de distintos tipos.

¿Y ahora qué?

El 12 de junio del pasado año escribí el texto. “¿Y ahora qué?… No es cuestión de suerte”. Había pasado lo peor del primer brote y les recordé a algunos amigos todos los mensajes alarmistas; que si tenían que cerrar las escuelas, los aeropuertos… en fin, cada uno tenía la solución. 

“La cura del bicharraco debe ser una vacuna. Esa no se sabe cuando se fabricará. Mientras, hay que cuidarse, mantener la higiene, acostumbrarse al nasobuco y mirar hacia atrás para alegrarnos de que en Cuba no hubo un hueco para apilar ataúdes, como en Nueva York, ni en Guayaquil, o en Madrid. Y si pensamos en eso intentemos buscar el por qué, supongo que a nadie se le ocurrirá decir que fue cuestión de suerte”, es el párrafo final de ese texto.

“Hasta que toda Cuba no esté vacunada seguiré protegiéndome porque no quiero ni un catarrito como dice el Dr. Vicente Vérez Bencomo, director del Instituto Finlay, que será la famosa COVID cuando todos estén vacunados”.

Entonces yo no tenía seguridad para nada que Cuba finalizaría el año con cinco candidatos vacunales, como lo hizo en poco tiempo en una heroicidad de los hombres y mujeres de ciencia formados en nuestro país.

Existe una tradición: Cuba vacuna contra trece enfermedades con once vacunas, ocho de las cuales se producen aquí y seis enfermedades se han erradicado con la vacunación.

Alcanzar la soberanía en este renglón, donde se juega la vida de once millones de personas, es vital para un país bloqueado por más de sesenta años. Un solo ejemplo: la simple Duralgina no se puede fabricar porque el proveedor de uno de sus componentes dejó de vender a Cuba debido a las amenazas de grandes multas de los yanquis.

Por otro lado, con la crisis económica mundial ¿Cómo Cuba iba a comprar vacunas? Nuestro gobierno dijo que no a la posibilidad del plan COVAX. Muy bien hecho: Venezuela depositó los dineros para unos cuantos millones y no llegan las vacunas. El grave problema es que cinco o seis países ricos han comprado el mayor por ciento de vacunas.

Apostar por la ciencia cubana no fue un acto de nacionalismo ni de autosuficiencia sino una actitud tan lógica como humana: producir las vacunas para inmunizar al país a finales de año, y no a una parte de la población. Alguien me dijo que escuchó a otra persona decir ¿Por qué no se compran vacunas y se les pone a quienes puedan pagarlas? ¿Será la fatiga pandémica lo que lleva a pensar esas cosas?

“La cura del bicharraco debe ser una vacuna”. Ilustración: Tomada de Granma

Sé que no es fácil vivir pendiente de las colas, o asistir al trabajo con la posibilidad de contagiarse, que hay crisis con los medicamentos, pero Biden es Trump con otro físico hasta ahora. 

En medio de la pandemia agudizar las medidas contra Cuba es un crimen de lesa humanidad, apuestan por esa soga en el cuello, más el bloqueo interno, que muchas veces no deja aflorar las mejores ideas en las distintas esferas de la sociedad.

Vivimos como todo el mundo una tercera ola del bicharraco. Estamos justamente en el pico pandémico, debido a las mutaciones y también a hombres y mujeres que, irresponsablemente, no entienden que debemos tener percepción de peligro. Donde quiera hay muertos y contagiados, pero muchos ya vacunados, y por tanto la enfermedad no llega a ser grave. Es una batalla colosal la que libran nuestros científicos y médicos. Pero este 8 de julio respiré tranquila. Tengo mi cuerpo tomado por la Soberana, incluso la Plus que me la puse el 24 de junio. Tiene el 92,1% de eficacia ante la enfermedad sintomática, el 100% de eficacia ante la enfermedad sintomática severa y la muerte, y el 75,7% de eficacia ante la infección.

Entonces ¡te gané bicharraco, incluso si me topo contigo! Claro, mis manos, como dice Chamaquili, están transparentes de tanto lavarlas y el nasobuco no lo suelto siempre que haya una persona cerca. Continúo lavando el dinero porque en el papel el bicho vive más tiempo que en las telas. En fin, hasta que toda Cuba no esté vacunada seguiré protegiéndome porque no quiero ni un catarrito como dice el Dr. Vicente Vérez Bencomo, director del Instituto Finlay, que será la famosa COVID cuando todos estén vacunados. Allá llegaremos, mejor y más rápido, si todos cooperamos.

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