Corría 1972. Nos recuperábamos aún de las gigantescas asimetrías económicas resultantes de una zafra que debió ser de diez millones de toneladas de azúcar y se quedó en ocho y medio. Se le llamó, a aquel, “Año de la emulación socialista”, y al precedente, “De la productividad”. A ambos los animaban estrategias de trabajo distintas a las de los dos precedentes.

Recordemos entonces que en 1968 se orquestó la Ofensiva Revolucionaria y se convirtieron en estatales todos los pequeños negocios que aún subsistían (bodegas, bares, restaurantes, cafeterías, barberías y otros); y que en 1969,  calificado como “Año del esfuerzo decisivo”, dimos inicio al “Año de los 18 meses”, de enero de 1969 a junio de 1970, todo con la mira puesta en la preparación y ejecución de la gran zafra. Fueron días en que se pensaba que el estímulo moral movía todos los resortes de la entrega humana, y se comentaba que construiríamos, de manera simultánea, el socialismo y el comunismo.

“Para los que entonces empezábamos a solazarnos con las realizaciones culturales, 1972 fue, sobre todo, el año en que se fundó oficialmente el Movimiento de la Nueva Trova”. Foto: Kaloian Santos Cabrera/ Juventud Rebelde

Rebasada la coyuntura poco feliz, en 1971, y con mayor énfasis en 1972, la economía se reorientó hacia la meta objetiva de recuperar todas las producciones y servicios preteridos por las prioridades de la campaña azucarera, a la par que se activaban mecanismos de estimulación, tanto material como moral, y se retomaban sistemas de control y contabilización de los procesos, también minimizados por la alta meta productiva.

Para los que entonces empezábamos a solazarnos con las realizaciones culturales, 1972 fue, sobre todo, el año en que se fundó oficialmente el Movimiento de la Nueva Trova. No obstante, me apresuro a aclarar que, pese a lo confirmado del dato, no registra el debut en nuestras vidas de esa manera de asumir la canción, pues desde 1967 ya veníamos escuchando, por la radio, números como “Qué se puede hacer con el amor”, “Fusil contra fusil”, “Es sed”, “Pobre del cantor”, “Para vivir”, “Yolanda”, y otros que recibieron el bautizo de canción política o canción protesta. Aquellas piezas nos avisaban de que algo nuevo se cocía con textos y sonidos ensamblados en el espíritu poético, que también íbamos descubriendo en una cotidianidad rebosante de certezas y contradicciones.

“La diversificación sonora que siguió a los días fundacionales solo hizo realidad lo que ya era potencial desde los primeros arpegios”.

Como pocas veces, el espíritu de una época, con su épica y su lírica, quedaba representado en la expresión musical, que no por gusto se declaró deudora de la trova tradicional, el filin, el rock y la poesía. Luego incorporaría, de manera orgánica y a tono con la hibridez que se venía imponiendo, otras sonoridades como el blues, lo afro, la música bailable y el jazz. La diversificación sonora que siguió a los días fundacionales solo hizo realidad lo que ya era potencial desde los primeros arpegios.

Los aportes del Grupo de Experimentación Sonora del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) también son anteriores a la fundación oficial del Movimiento. “Cuba va”, grabada en 1971, es uno de los ejemplos emblemáticos de cómo esas sonoridades, sobre todo el rock, se integraron a un discurso textual de reafirmación revolucionaria. No sé si sus integrantes lo sabían entonces, pero inauguraban un fenómeno artístico que despertó honda empatía en los que, jóvenes aún, sentíamos la necesidad de algo que fundiera la canción con el espíritu de rebeldía y transformación que no solo en Cuba se vivía. Entre otros variados ejemplos rememoremos la liberación de los pueblos de África y las guerrillas en América Latina, y también, en Estados Unidos, el movimiento hippie, la lucha por los derechos civiles y la oposición a la guerra de Vietnam.

En lo externo individual, se impuso en la juventud cubana el desaliño como estética: la botas rústicas, los pulóveres sencillos, los pantalones de mezclilla (no teníamos pitusas); los pelos largos, barbas y bigotes cobraron categoría de emblemas, aunque a decir verdad, se imponían a contracorriente, pues con lamentable reduccionismo se le empezó a considerar una desviación ideológica, inapropiada para la vestimenta del modelo de joven verticalmente diseñado para la Cuba revolucionaria.

Felizmente las figuras principales del movimiento vieron más lejos y no renunciaron a proyectar una imagen que —proceso auténtico al fin— solo cambió cuando dejó de ser expresiva de un discurso reivindicador de libertades no negociables, y porque el tiempo las hizo evolucionar. No olvidemos que muchos de los cultores de la nueva canción latinoamericana, dentro de la cual pudiéramos situar también, con sus particularidades, a la Nueva Trova, eran usuarios de indumentarias y pelambres nada ortodoxas.

Se ha dicho con insistencia que la actividad del Icaic en 1959 dio el testimonio más auténtico de los cambios en aquellos días inaugurales de la Revolución, y es cierto. Sin embargo —aunque en los días del Grupo de Experimentación Sonora del Icaic ambos fenómenos concertaran alianza—, esa función en la actualidad la veo más en el quehacer trovadoresco, pues hilvanó y sostuvo desde entonces hasta hoy una crónica más íntima, honda y preñada de fértiles afluentes.

“La actividad del Icaic en 1959 dio el testimonio más auténtico de los cambios en aquellos días inaugurales de la Revolución”.

Con perdón de los cineastas, la influencia social de la creación trovadoresca, incluso la de los fundadores, conserva su fuerza movilizadora de sensibilidades en mayor medida que cualquier otra expresión artística en Cuba. Conste que no devalúo los puntos destellantes de varias zonas del séptimo arte, pero hoy determinadas fragmentaciones y disensos —burocráticos, pero también artísticos—, aunque generan diversidad, impiden que el cine se estructure como voz testimonial colectiva, como hizo en otro momento, aunque el destaque de no pocas individualidades resulte inobjetable; la escasa producción del organismo da fe de flaquezas.

El fenómeno de la Nueva Trova, por su fusión de la poesía con las sonoridades de vanguardia, incluso desde la época en que solo se hacía acompañar de la guitarra, viene poniendo una página de oro en la tradición musical cubana. Podría ser considerado como la primera palabra de valor en el discurso musical de la Revolución triunfante, pese a la emergencia de ritmos como el mozambique, el pilón, o el pa’cá, aunque en el terreno de la música popular el nacimiento de los Van Van en 1969 sería punto y aparte.

“Te doy una canción y hago un discurso sobre mi derecho a hablar”. “Reviso, pues, la fecha de la prensa. Me pareció que ayer decía lo mismo”. “Cuando te encontré cada criatura era un sueño que debía llegar con los nuevos tiempos”. Son solo algunas expresiones de las muchas en las que reconocemos nuestro ideario lírico de reafirmación y cuestionamiento revolucionarios. Mirábamos afuera y adentro para no detenernos. Seguimos mirando. Nada, “ni la mayor riqueza arrancará una concesión a este clamor repartido”.La Nueva Trova nos hizo más de nuestro tiempo, más soñadores. Y aún seguimos en la búsqueda de una plenitud mayor.

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