Silvio y sus canciones de amor

Fidel Díaz Castro
15/1/2016

Silvio soltó al viento (perdón, quise decir al tiempo) el CD Amoríos, en la noche de este lunes 21 de diciembre, con un concierto íntimo —casi minimalista— en la salita teatro del Museo de Bellas Artes.

Una canción de amor esta noche,
es lo que yo te quiero entregar
para que sólo tú la retoces,
para romperla luego de amar.

Poco después de las siete de la noche, la guitarra del trovador irrumpió con suave paso; su voz la persigue susurrando cálida, en diálogo poético, como cantando en casa a un único ser amado: una mujer, un amigo, o un simple espíritu expectante. No parece haber nadie más que el trovador y yo.

Una canción de amor esta noche,
inesperada para mi voz,
una canción de amor y de goce,
una canción de amor de los dos.

Una canción.

Una canción de amor no es difícil,
cuando se viene de maldecir:
los dos idiomas viven felices
y hacen familia para vivir.

Los 14 temas de Amoríos fluyen mirando al tiempo desde aquellos viejos amores que han marcado la vida del trovador, o lo han traído, buscando, buscándose entre razones y pasiones.

Con melodía de adolescente
salgo y te entrego mi adiós para siempre,
la despedida, que fue nuestra amiga
más fundamental.

No veo la espera, no veo ese tiempo
de andar atados por un juramento
que, si se cumple,
es a fuerza de herrumbre
y mentira mortal.

El disco y el concierto, van con el piquete que viene acompañando a Silvio en los últimos tiempos, tan buenos músicos como seres: Jorgito Aragón (piano y orquestaciones), Jorge Reyes (contrabajo), Oliver Valdés (batería y percusión), Emilio Vega (vibráfono y percusión), Niurka González (flauta), y se suman en algún momento Maykel Elizarde (tres) y Tanmy Moreno (violín y voz).

Soy optimista: creo en las horas
que nos hicieron saltar sin demoras.
Creo en el beso
de lluvia nocturna que nos vio nacer.

Creo en palabras que nos dijimos,
en el lenguaje secreto que hicimos.
Creo en la estrella con prisa
que, amándonos, vimos caer.

Una mujer duerme desnuda ante un corazón herido, que intenta batir alas, pues la era le dispara flechas; bichejos, ratas, demonios acosan, pero ahí está la mujer hechicera, con los versos desplegados por su cuerpo, lo cual impide siquiera pensar en la fuga.

Es mi intento de describir o vivir el “dibrujo” de portada de otro entrañable ser humano, pintor, dibujante, ilustrador, quien va siempre con el alma en su pincel: José Luis Fariñas.

Mujeres que fueron parte de su historia personal, inspiradoras de versos que atraparon matices de la vida cotidiana, de la sociedad cubana, vagan ahora amando y amadas; llegan apasionadas, contradictorias, hasta desamoradas, para despertar discursos diversos, raigales, por esa suerte que tienen las canciones auténticas de convocar esencias humanas que habitan en presente eterno.

Hace años esta historia
me hubiera invitado a escupir
las sagradas costumbres,
la familia, la sopa,
a poner lazos blancos
en piel de la derrota,
pero ya sé que es duro
cambiar un claro amor
por otro oscuro.

Silvio dijo en el concierto, con aire de broma, que la canción “Haces bien” estaba dedicada a una microbrigadista, y sonreímos pensando en algo del pasado remoto, pero esta canción es para ahora mismo, para este instante en que danzan sobre nosotros fatuas tentaciones, banalidades, enfrentadas a lo sencillo y natural… encontronazos entre la existencia frívola, ostentosa, ensimismada y su reverso poético, solidario, creativo. No pudo la inteligencia —como soñamos una vez— extinguir las manquedades que se consideraban “rezagos de la vieja sociedad”, más bien todo lo contrario.

Haces bien en irte lejos,
a la Casa de las Novias,
al bufete colectivo,
al carro fúnebre tocando,
anunciando a la ciudad
la casi melodía
de tu primera noche de amor
a sangre fría,
amiga mía.

Haces bien este domingo
con irte y no aparecerte,
que el edificio está lleno
de sueños donde caerse.
Haces bien: déjate el pelo
como mejor te parece.

Han pasado muchos años desde que fueron creadas estas canciones, y que Silvio no incluyó en sus discos desde aquel Días y flores de 1975, lo que marca 40 años de discografía —sin tener en cuenta las primeras grabaciones de grabaciones colectivas con Casa de las Américas o el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC.

A la ventana le han salido dientes,
dientes de agua de lluvia en blanca red.
Más para allá se está mojando el lunes
para aliviarle al año su vieja sed.

Si no fuera tan descomunal la obra de este trovador uno podría pensar que está sacando los descartes de otro tiempo. En realidad son tantas las canciones que ha compuesto, que ha dejado sin grabar —y hasta más— que lo grabado; de ahí que queden tantas piezas fuera de la discografía a pesar de haber hecho álbumes como Érase que se era, donde también acudió a las canciones de sus primeros años.

Hoy mis ojos se van en el polvo del fondo
de un río que va a todo correr,
como si el amor, como todo en mí,
no fuera a pasar. Que distracción.

Mi guitarra, que está tras la vieja ventana
de palidecer, ve un pedazo de luz
y aleteando está desde su prisión.
Casi se me va. Que distracción

Qué distancia, mi amor, de mí a la vida,
qué callada canción me llama, vencida.
Soy un viejo que duerme entre sus losas,
soy un niño que sueña tantas cosas.

Algunas de estas canciones que componen ahora el disco Amoríos han sido retocadas por Silvio, especialmente en los textos; tras décadas de crecimiento, el poeta pule algún que otro verso, encontramos alguna variante en la melodía, pero asombrosamente son las mismas canciones, ajustadas a la voz actual, y con un toque jazzístico.

Voy por el mundo de un rayo de luz
que dispara una hendija que mira hacia el sol.
El polvo viaja y parece cristal
o pequeños planetas que saben bailar.
En mi galaxia sencilla hay un sol
que es mi uña tocando el hilillo de luz:
si agito el dedo, el sistema solar
enloquece, como un remolino del mar.

¿En cuál,
en cuál de esos planetas hay hermanos,
hermanos sobre bombas y vestidos,
hermanos sin jugar al enemigo?
¿En qué cosmicidad de un lindo juego
la hierba está pareja sobre cualquier lugar,
quemada o sin quemar, mas toda igual?
¿En qué mundo hay un pacto universal?
¿En cuál de esos planetas se halla el mundo?
¿En cuál, en cuál, en cuál?

Amoríos, se presta para escucharlo bien tarde en la noche, y si es bien acompañado, mejor. Es un disco asentado, pulido, cargado de detalles, con ese swing jazzístico. Por momentos afloran el son, el guaguancó, algún toque de cha cha cha o un aire danzonero; se  mueve por la canción “bluseada”, que por momentos tiene un aire trovadoresco o bolerístico.

Se cuenta de ti
que quieres hacer un vivo de mí.
Yo pienso de ti
que acaso es mejor que sigas allá,
jugando a hacerme soñar.

Quizás es mejor
que quedes así: lejana, irreal.
Me ha sido difícil
siempre continuar un sueño después
que lo he podido realizar.

Un momento especial del concierto fue cuando se pudo escuchar “Querer tener riendas”, una canción que Sara González hizo suya casi acabada de componer, y que rara vez faltaba en sus conciertos.

Cuando me enamores no me beses,
porque me han amado así mil veces.
Haz como si estuvieras en guerra:
báñame de rocas y de tierra.

Cuando me conduzcas no me apartes
del acantilado o el desastre:
déjame correr la misma suerte
del que caminara con la muerte.

Pero cuando subas a mi cuerpo,
asegura que ya esté despierto.
Amar es como rodar un coche

por el precipicio de la noche.
Y ante tal peligro es muy humano
querer tener riendas en las manos.

El CD Amoríos, contiene piezas compuestas por Silvio hace al menos tres décadas, teniendo como eje central “Exposición de mujer con sombrero”, cuatro canciones que llegan ahora hilvanadas en una especie de suite.

Ahora se supone y nada más.
Yo también quisiera suponer
que la cobardía no existió,
que es un viejo cuento de dormir.
Pero quedo yo, en medio de mí,
y en medio de las mismas paredes,
sonriendo a los amigos,
yendo allá, desayunando.
Pero quedo yo aquí,
aplaudiendo una vez más
a los fantasmas de las tres.

Oh, mujer:
ojalá que contigo se acabe el amor.
Ojalá hayas matado mi última hambre,
que el ridículo acaba, implacable, conmigo
y yo, de perro fiel, lo transformo en canción.

Muchos hemos esperado durante décadas el disco que contuviera esta tetralogía de canciones compuestas por Silvio casi de un tirón, en menos de una semana —según creo haberle escuchado decir en algún concierto—  e inspirado en una muchacha que conoció en los carnavales de 1970, que llevaba puesto un sombrero colorado o con una pluma roja, que le recordó un cuadro del pintor ruso Marc Chagall.

Una mujer con sombrero,
-como un cuadro del viejo Chagall-,
corrompiéndose al centro del miedo,
y yo, que no soy bueno, me puse a llorar.
Pero entonces lloraba por mí
y ahora lloro por verla morir.

“Oleo de mujer con sombrero” es la única de las cuatro piezas que ya estaba incluida en un disco, en Al final de este viaje, y es una de las más populares canciones de Silvio —lo cual no es poco decir. La tetralogía la venimos escuchando en grabaciones viejas, que llamamos inéditas y que oscilan, según quien las haya recopilado, entre cinco y seis CD con 25 canciones cada uno.

Me brotaron colonias, más tarde, repúblicas
y países enormes en revolución.
Nació quien me puso nombres y apellidos,
y profetas con pies de león.
Nací mucho antes y aún soy lo mismo que fui:
sueños armados, ideas preciosas,
mil enemigos con banderas atómicas,
elementales y viejas miserias
y el corazón de un fusil.

Pero qué joven soy:
¿qué me dará la vida?,
¿qué me dará el amor?

Por estos días el canto de Silvio es más sutil, detallista; hay quienes prefieren aquel trovador inicial explotando su voz al límite con notas que suben hasta donde se necesitan alas; por lo que aquí vale decir como el propio trovador:

Si les pregunto a los presentes
a cuál de los dos le van:
los despeinados al poeta
y los peinados al suicidio,
-y sólo yo le apuesto todo a la mujer.

Pues yo le voy a los dos Silvios, que a fin de cuentas o de esencias, es el mismo: ahora más sabio —o mejor aprendiz— y no por ello menos rebelde, revolucionario, hacedor de cosmos.

Hay un amor que da lo diario,
que te va a comprender,
y otro que canta y eterniza,
que te hace trascender.

Cada cual da de lo que tiene:
unos dan necesidad
y otros regalan las palabras.
Veremos que dura más.

El concierto de este lunes 21 de diciembre de 2015, contó con la magia de un público desbordando el teatro, necesariamente pequeño para que se ajustara a las características de la propuesta. Los temas compartidos no por añejos eran desconocidos, pero no nos atrevimos a más que susurrarlas con el trovador.

Hay silencios cómplices que expanden las canciones, las espesan, propician una atmósfera donde los sonidos y las ideas revolotean, estremecen. Así fue creciendo el tejido espiritual que vino a desembocar en la canción con la que cierra el disco, y estos apuntes. Gracias, Silvio, por este regalo de fin de año, y por esa rara virtud de haber hecho canciones hace casi medio siglo compuestas para hoy.

Qué poco es conocerte

Qué poco es conocerte
y haber hallado
un amor más en todo el mundo.

Qué poco es conocerte
y haber vivido
y hablar de todo lo pasado.

De niño siempre me gustó
pasear en un bote hecho de sueños
que tenía atracado entre el pelo,
en la parte en que queda el anhelo.

De niño confundía un tablón
con el velero increíble que amaba.
Y aquel río, para mí, era el océano,
y soltaba mis velas temprano
buscando el mar, buscando el mar.
Nunca me preocupó llegar o no llegar.
Y el viento que soplaba era la vida.
Así podría amarte,
así podría verte.
Así.

Qué poco es conocerte,
qué poco es todo,
sentirte tibia como el cielo.

Qué poco es conocerte,
saber que eres
un amor más en todo el mundo,
un nuevo amor, piedra con piedra,
hecho de sal y hecho de arena,
como son todos los amores

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