Sobre la exclusión de lo aborigen en la construcción de la nacionalidad cubana

Gretel Quintero Angulo
19/10/2017

Cuando Fernando Ortiz escribió que La verdadera historia de Cuba es la historia de sus intrincadísimas transculturaciones. No podría prever que las conclusiones derivadas de esta frase se convertirían en la definición tanto oficial como popular de lo cubano, y mucho menos que él llegaría a ser considerado, dentro y fuera de la Isla, como el inventor de Cuba.

A través de la diseminación de sus ideas, lo cubano comenzó a definirse como los resultados parciales del proceso continuo e inacabado de mezcla, síntesis y disociación de lo aportado por las diferentes culturas que han convivido en la Isla. Uno de los pilares fundamentales de esta narración de lo cubano y su rasgo más difundido —al punto de que es común tomar esta parte por el todo—, es la manera en que equipara los aportes hechos a lo cubano por europeos y africanos, dando a estos últimos una relevancia que nunca antes se le había reconocido y gracias a la cual múltiples expresiones culturales de raíz africana, que durante siglos fueron marginadas, constituyen hoy símbolos de cubanía.


Una nueva búsqueda de identidad ha llevado a algunos cubanos a recuperar su herencia indígena taína.
Foto: Internet

 

Sin embargo, si se sigue la idea de Fiol-Mata acerca de la forma necesariamente violenta en que se han construido las nacionalidades en Latinoamérica y de acuerdo a la cual “(…) para elaborar ese ´todos´ nacional, el estado —es decir, sus pensadores e intelectuales— también tendría que decidir quiénes serían de entre sus miembros, los que deberán morir.” No queda más remedio que identificar a los aborígenes cubanos con aquellos que al oficializarse la visión de la nacionalidad cubana derivada de los trabajos de Ortiz, fueron asesinados.

Pero sería injusto acusar a Ortiz y sus seguidores de un racismo hacia los indocubanos similar al que se descubre hacia los afrodescendientes. A inicios del siglo XX una serie de intelectuales intentaron fundamentar la identidad de las naciones latinoamericanas en una suerte de mestizaje conciliatorio entre la raza blanca de los colonizadores y las comunidades indias autóctonas, excluyendo al negro.

Basta leer la manera en que Ortiz explica el proceso de génesis de la nacionalidad cubana para comprender que la exclusión de lo indio no obedece al racismo:

Primero la transculturación del indio paleolítico al neolítico y la desaparición de éste por no acomodarse al impacto de la nueva cultura castellana.

Después, la transculturación de una corriente incesante de inmigrantes blancos. Españoles, pero de distintas culturas y ya ellos mismos desgarrados (…) y transplantados a un Nuevo Mundo (…) donde tenían a su vez que reajustarse a un nuevo sincretismo de culturas. Al mismo tiempo, la transculturación de una continua chorrera humana de negros africanos, de razas y culturas diversas, procedentes de todas las comarcas costeñas de África(…) Y todavía más culturas inmigratorias, en oleadas esporádicas o en manaderos continuos, siempre fluyentes e influyentes y de las más variadas oriundeces: indios continentales, judíos, lusitanos, anglosajones, franceses, norteamericanos y hasta amarillos mongoloides de Macao, Cantón y otras regiones del que fue Celeste Imperio (…).

De acuerdo a lo citado, la ruptura muy categórica, incluso formal con el punto y aparte, que marca Ortiz entre los procesos de transculturación internos de las comunidades aborígenes de Cuba y los de transculturación entre europeos, africanos y el resto de los inmigrantes que llegaron a la Isla a partir de la colonización, está justificada por la desaparición de la cultura india, que no pudo “acomodarse al impacto de la nueva cultura castellana”. Esto no es más que la expresión de una característica que ha marcado desde siempre nuestra historia y que algunos refieren como “la falsa leyenda de la extinción del indio en Cuba”.

La idea de que los indocubanos desaparecieron en las primeras décadas de la colonización ha sido difundida en Cuba desde el siglo XVII, y apoyada por muchos historiadores e intelectuales, y por medios oficiales como las escuelas. En la actualidad esta creencia continúa siendo verdad absoluta para gran parte de la población cubana a pesar de que múltiples investigaciones realizadas a lo largo de los dos siglos anteriores demuestran la supervivencia tanto biológica como cultural de los aborígenes cubanos.

A la luz de este hecho, lo más probable es que para Ortiz y para aquellos de sus seguidores que convirtieron sus trabajos en los fundamentos de la nacionalidad cubana, no tener en cuenta lo indio, o considerarlo en un segundo plano haya sido algo sencillamente natural.

Para comprender esta naturalidad hay varios factores que se deben tener en cuenta. El primero de ellos y uno de los más importantes es que a pesar de que la presencia del hombre en Cuba data de hace aproximadamente unos 10 000 años, durante la mayor parte de los pasados cinco siglos las narraciones acerca de la historia de Cuba comenzaban con el arribo de Colón. La visión eurocéntrica de la historia nacional, en la cual se puede leer implícitamente la creencia de que antes de la llegada de los españoles en Cuba no pasó nada que valiera la pena contar, se mantiene aún con bastante fuerza. Aunque en la actualidad en los cursos de historia de las enseñanzas básicas se suelen dedicar algunas clases al estudio de los indocubanos, en estos mismos cursos de historia, más allá de la supervivencia de algunas palabras, —nombres geográficos, de frutas, etc— y de las narraciones de los dos ejemplos clásicos de la resistencia armada de los indocubanos al conquistador (las rebeliones dirigidas por los caciques Hatuey y Guamá). Los aborígenes se consideran tanto étnica como culturalmente extintos desde los primeros años de la colonización.

Cierto que una revisión superficial de ciertos datos históricos podría dar esta impresión. Por ejemplo, según los ofrecidos en, en 1510, al inicio del establecimiento colonial de los españoles en Cuba, se contabilizaron un total de 112 000 aborígenes, mientras que ya para 1542 el 99,21% de esta población aborigen había desaparecido. Aunque en este mismo año la Corona española había dictado la ley que convertía a los aborígenes cubanos en vasallos y por tanto en seres no esclavizables, el impacto del sistema de encomiendas (a través del cual se explotó la mano de obra india en condiciones similares a las de esclavitud) era ya irreversible.

A partir de estas estadísticas la extinción del indocubano parece irrebatible; sin embargo, de acuerdo a un estudio citado en y realizado en 2008, el 45% de las secuencias del ADNmt en la población cubana actual son de origen africano, el 22% del oeste de Europa  y el 33% de origen indoamericano, porciento nada despreciable para una población supuestamente extinta. A ello súmese que a lo largo del pasado siglo quedó probada la existencia en Cuba de comunidades para las que no solo ha sido posible demostrar genética y genealógicamente su ascendencia aborigen, sino que aún mantienen prácticas sociales y económicas —artes de pesca, instrumentos de agricultura, etc.— que pueden rastrearse hasta los albores de la colonización.

La contradicción es aparente y puede comprenderse si se considera lo siguiente. Primero, que no todos los indocubanos que estaban en la Isla a la llegada de los españoles fueron sometidos por estos. La mayoría  vivía en zonas intrincadas o al menos alejadas de los primeros asentamientos españoles, otros se trasladaron a estas huyendo de los colonizadores; en ambos casos estas comunidades indígenas solo establecieron contacto estable con los europeos luego de pasada la primera y más violenta etapa de la conquista.


“Los aborígenes se consideran tanto étnica como culturalmente extintos
desde los primeros años de la colonización”. Foto: ancient-origins.net

 

Segundo, el mestizaje entre amerindios, europeos y africanos ocurrido en las primeras décadas de la colonización. Este mestizaje fue facilitado, de una parte porque debido al papel exclusivamente doméstico que se le daba a la mujer en la España medieval los colonizadores eran casi todos hombres y solían amancebarse con sus siervas africanas e indias y tener descendencia con ellas; de otra, porque en su huida y enfrentamiento a un enemigo común los indios usaban establecerse en los palenques junto a los cimarrones de origen africano. Ambas mezclas, español-indio y africano-indio indican la existencia de dos procesos de transculturación que en Cuba rara vez son tenidos en cuenta a pesar de que de ellos provienen muchas de las huellas dejadas en la sociedad cubana por las culturas aborígenes.

Durante la conquista y colonización de Cuba, los europeos no solo aprendieron de sus aborígenes el uso de múltiples plantas como alimentos y con fines curativos, sino que además utilizaron los conocimientos indocubanos de la geografía de la Isla en sus expediciones y para la selección de los lugares en donde fundarían las primeras villas.

El apalencamiento de africanos e indios en comunidades cuya subsistencia se basaba fundamentalmente en la agricultura y la creación por parte de los españoles, luego del fin del sistema de encomiendas, de pueblos destinados a recluir a los indios, convirtió a sus descendientes en los labradores por excelencia de la tierra, es decir, en nuestros primeros campesinos. De ellos los paisajes rurales cubanos adquirieron el conuco, el batey y el bohío; los guajiros su típico sombrero de yarey, heredero directo de la cestería taína; y el español alrededor de 400 palabras cuya importancia fundamental no radica en su número sino en su uso, pues sirven para denominar realidades y objetos intrínsecamente cubanos y americanos.

En el ámbito espiritual debemos además, a los indocubanos toda la cultura asociada al tabaco, incluido su uso ritual, que es común en la religiones afrocubanas; los cantos de cordón de ciertos grupos espiritistas del oriente cubanos, que se consideran sucesores de los areitos; y parte de la fortaleza que tiene en Cuba el culto a María en su advocación de Virgen de la Caridad del Cobre, pues al parecer los indocubanos equiparaban a la virgen católica con Atabeira, la madre del ser supremos taíno.

No obstante, si bien estas transculturaciones fueron fundamentales en la supervivencia tanto genética como cultural de los indocubanos, al mismo tiempo contribuyeron a desdibujar al indio de nuestra historia, al favorecer que las trazas dejadas por ellos en nuestra cultura, así como las características raciales de sus descendientes mestizos, se confundan en muchas ocasiones con las de africanos y españoles[1]. A este proceso de confusión de herencias contribuye la también extendida opinión de que las comunidades indocubanas estaban muy atrasadas con respecto a la civilización española y a otras culturas amerindias.

Es irónico que hayan sido los europeos quienes iniciaron la propagación de la imagen salvaje y primitiva del indio, cuando la realidad es que los colonizadores aprovecharon bastante de los conocimientos que acerca de geografía y la flora y fauna de América habían acumulado estos aborígenes para su supervivencia en el Nuevo Mundo. 

A lo dicho anteriormente hay que sumar, como causa igualmente determinante del papel secundario que lo aborigen tiene en la cubanidad, la ausencia en la Isla de movimientos sociales indígenas. Esto ha puesto al legado indocubano en una posición de menor importancia con respecto al africano, porque los afrodescendientes con su dominio económico en las artes liberales desde la colonia, su cultura y prácticas religiosas muy visibles en la sociedad cubana, y su participación decisiva en las guerras de independencia y otras luchas sociales, han sido considerados como punto de conflicto en todos los intentos de creación de una idea orgánica de lo cubano llevados a cabo por la cultura hegemónica blanca.

Desde este punto vista, la explicación de la cubanidad derivada de los trabajos de Ortiz es por un lado conciliatoria, pues hay en ella cierta libertad que depende de qué parte del ajiaco se tome la cucharada y que permite hasta cierto punto que cada cual vea de lo cubano lo que quiera o le convenga ver; y por otro restrictiva, ya que su interpretación de la heterogeneidad cubana se suele reducir cada vez más a una bipolaridad blanco-negro cuya máxima expresión cultural es lo mulato y que funciona como un límite en el sentido de que considera que solo lo mulato es verdaderamente cubano. En este sentido, la reincorporación de lo aborigen como parte determinante de nuestro imaginario nacional podrá no parecer urgente, pero es, sin lugar a dudas, necesaria. Con ella los cubanos pasaríamos de ser el producto de españoles y africanos más o menos mezclados según el gusto de cada uno, al resultado de la mezcla biológica y cultural entre europeos, amerindios y africanos que ofreció el sustrato inicial de la población cubana actual, población que se descubriría así ni más o menos negra o blanca, sino mestiza desde sus mismos inicios.

Al mismo tiempo se abriría a la cubanidad un camino hacia una concepción multicultural de sí misma capaz de recuperar la heterogeneidad presente en las ideas originales de Ortiz y de evitar que olvidemos con tanta frecuencia que lo mejor de nuestro ajiaco nacional en cocción eterna es que admite a cada momento la incorporación de nuevos ingredientes.

Notas
[1] Un ejemplo ilustrativo de la confusión de lo indio con lo europeo lo constituyen las recreaciones visuales (pictóricas, escultóricas, etc.) del hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. La imagen que se encuentra actualmente en la Iglesia del Cobre, en la provincia de Santiago, fue encontrada en 1612, en la bahía de Nipe por tres trabajadores de las minas del Cobre, un negro y dos indios [5]. La escena de la “aparición” de la Virgen ante los trabajadores es de representación común en Cuba, pero la mayoría de las veces los dos indios son sustituidos por dos hombres blancos vestidos a la usanza de Europa.
 
 
Bibliografía
  1. Ortiz, Fernando. Del fenómeno social de la transculturación y de su importancia en Cuba, en Norma Suárez, Fernando Ortiz y la cubanidad. Ediciones Unión. Cuidad de La Habana, 1996, pp 36-43.
  2. Palmié, Stephan. Fernando Ortiz y la cocción de la historia en ISTOR Revista de historia internacional, año 10, número 40, 2010, pp 31-54. Disponible en http://www.istor.cide.edu, consultado en noviembre de 2016.
  3. Fiol-Mata, Licia. Reproducción y nación: raza y sexualidad en Gabriela Mistral en Revista Nomadías, número 3. Editorial Cuarto Propio. Santiago de Chile, 1998.
  4. Martínez Fuentes, Antonio y Leigh Radomski, Julia. “El pueblo originario de Cuba: ¿un legado olvidado o ignorado?” en Espacio Laical, año 9, número 3, 2013, pp 71-77.
  5. Torres-Cuevas, Eduardo y Loyola Vega, Oscar. Historia de Cuba. (“1492-1898. Formación y Liberación de la Nación”). Editorial Pueblo y Educación. Ciudad de La Habana, 2001.
  6. Martínez Fuentes, Antonio; Mendizábal, Isabel; Comas, David, Más sobre el poblamiento de Cuba. De Canímar Abajo a Caridad de los indios, en Felipe de Jesús Pérez Cruz, Los indoamericanos en Cuba. Estudios abiertos al presente. Editorial de Ciencia Sociales. La Habana, 2014.
  7. Matos Arévalo, José A. Devoción india y sincretismo en la Virgen de la Caridad, en Felipede Jesús Pérez Cruz, Los indoamericanos en Cuba. Estudios abiertos al presente. Editorial de Ciencia Sociales. La Habana, 2014.
  8. Guanche Pérez, Jesús. Legado aborigen a la cultura cubana,  en Felipe de Jesús Pérez Cruz, Los indoamericanos en Cuba. Estudios abiertos al presente. Editorial de Ciencia Sociales. La Habana, 2014. [Guanche 2]
  9. Heredia Noriega, Manuel de Jesús. “La dimensión intercultural como componente esencial del diálogo en Cuba” en Espacio Laical, año 9, número 2, 2013, pp 96-105.
  10. Hernández Ramírez, Griselda y Izquierdo Díaz, Gerardo. El caracol en las culturas aborígenes, en Felipe de Jesús Pérez Cruz, Los indoamericanos en Cuba. Estudios abiertos al presente. Editorial de Ciencia Sociales. La Habana, 2014.
  11. Couceiro Rodríguez, Avelino Víctor. Vigencia precolombina para la cultura cubana actual,  en Felipe de Jesús Pérez Cruz, Los indoamericanos en Cuba. Estudios abiertos al presente. Editorial de Ciencia Sociales. La Habana, 2014.