Sobre la oración más rara

Jorge Luis Mederos Betancor
10/6/2020

En cierta ocasión coincidieron un psicólogo y un escritor en una tarea nada afín a sus profesiones: levantar una pared de ladrillos alicatados. No es de extrañar entonces que la conversación se moviera hacia temas más o menos espirituales, por ejemplo, lo ingratas que suelen ser las mujeres de todos los tiempos, la calidad desastrosa del ron estatal y toda una completa y detallada valoración ridiculizante de nuestros más cercanos conocidos.

Pero como todo lo que tiene fin es breve, y aquella maldita pared persistía en no dejarse levantar como Dios manda; eventualmente nos quedamos sin temas trascendentales. Entonces llegó el momento de divagar entre alguno que otro libro recién publicado y ciertas aproximaciones a la conciencia humana: nada que valiera la pena.

San Francisco de Asís. Fotos: Internet
 

De pronto saltó la liebre y el psicólogo enunció algo que me sonaba familiar al oído (imagino que a estas alturas mis presuntos lectores habrán descubierto que el albañil-escritor era yo):“¿Sabías que la más completa definición de la verdadera madurez no la escribió un psicólogo sino un poeta?” “Pues mira que no…” “Pues sí, Mario Benedetti (lo estudiamos en la carrera) escribió que un hombre maduro espiritualmente es aquel… ¡caramba ahora no recuerdo con exactitud!… que posee la serenidad para aceptar las cosas que no puede cambiar, timbales (o algo similar) para cambiar aquellas que puede y…” “¡Espera!, ¿no sería Serenidad para aceptar las cosas que no puede cambiar. Valor para cambiar aquellas que puede. Y Sabiduría para reconocer la diferencia?” “Eso mismo” “Pues se equivocó tu profesor, resulta que no fue Benedetti, sino una persona que vivió muchísimos años antes: un monje conocido más tarde en el mundo entero como San Francisco de Asís”.

Ahora no viene al caso aburrir con todos los equívocos que de un lado u otro se manejó en aquella memorable jornada constructiva.

Baste aclarar que no fue San Francisco de Asís —y mucho menos Mario Benedetti— el autor de la tercera oración más repetida en todo el orbe, a saber: El Padre Nuestro, el Avemaría y la Oración de la Serenidad, texto al que me refiero en este caso.

En mi descargo, solo pudiera argumentar que como acababa de iniciarme en la Fraternidad de los Alcohólicos Anónimos donde cada junta o terapia de grupo se inicia con la susodicha oración para mí desconocida hasta ese momento; cuando pregunté a un miembro más viejo por su autoría, me respondió que San Francisco de Asís. Luego no me preocupé más del asunto, aunque siempre la consideré una obra maestra de admonición para el buen vivir por su pragmatismo bien lejano a toda intención proselitista.

Tuvieron que pasar siete largos años para que una vez más se me despertara la curiosidad, me dedicase a husmear un poco en la web sobre el tema y conociera la verdad.

Logo de Alcohólicos Anónimos.
 

Resulta que nunca, y bajo ninguna circunstancia, el monje o el poeta asumieron la autoría del texto. Tampoco la Oficina de Servicios Generales (O.S.G.) de los Alcohólico Anónimos radicada en New York emitió información alguna al respecto. Y mucho menos se la adjudicaron William Bill Wilson o el Dr. Robert Bob Smith, cofundadores de dicha comunidad.

Todo parece apuntar hacia una de esas raras y accidentales coincidencias, muy comunes (valga la paradoja) que ocurren cuando un grupo de personas en igualdad de intereses descubre una frase identitaria y la asume sin preocuparse ni mucho ni poco, por quién, cuándo ni cómo fue generada.

Pero lo verdaderamente curioso del asunto es que dicha oración siempre fue enunciada de manera incompleta y así trasciende hasta nuestros días, sin que a ninguna de las tantas instituciones que la utilizan (que ya no son únicamente los Alcohólicos Anónimos) se le ocurriese recitarla en su totalidad.

El texto original, expresa:

Dios,

concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia; viviendo un día a la vez, disfrutando un momento a la vez; aceptando las adversidades como un camino hacia la paz; pidiendo, como lo hizo Dios, en este mundo pecador tal y como es, y no como me gustaría que fuera; creyendo que Tú harás que todas las cosas estén bien si yo me entrego a Tu voluntad; de modo que pueda ser razonablemente feliz en esta vida e increíblemente feliz Contigo en la siguiente. Amen.

Resulta evidente que el espléndido poder de síntesis, más la sabiduría condensada en los tres primeros periodos, dejan fuera de combate al resto de la plegaria. Por otra parte, como la intención de los alcohólicos anónimos siempre fue bloquear cualquier tipo de confrontación o proselitismo religioso dentro de sus filas, pues obviaron a propósito la otra parte del texto un tanto más comprometida con la doctrina cristiana. O (imagino sea lo más probable) desde que la encontraron ya venía incompleta. Otra explicación no se me ocurre.

Lo cierto es que el único dato histórico que poseemos ahora mismo confirma que cierto miembro de la fraternidad, mientras consultaba un obituario, descubrió la susodicha oración y se la mostró a Bill Wilson, quien de inmediato la adoptó como lema o jaculatoria para abrir las reuniones de la incipiente comunidad. Aquellos vientecitos produjeron estos aguaceros y, en la actualidad, más de 3 millones de personas la repiten cada día al comenzar o terminar una junta de A.A. sin preocuparse apenas de su procedencia, o, (como ocurrió en mi momento) son absolutamente desinformados al respecto por otros miembros más veteranos. También es usual que la repitan varias veces al día, bien al tener que enfrentarse a situaciones estresantes o sencillamente a la hora de dormir, levantarse, etc.

Pero ahí no terminan los avatares de la Oración de la Serenidad; ahora mismo está siendo utilizada por miles de instituciones de salud en el mundo entero como una excelente herramienta terapéutica para orientar a sus pacientes en el camino hacia la adaptación social. Todas, o casi todas las congregaciones religiosas o fraternales la promueven e incluso la estudian y debaten sin distinción de credos y doctrinas. Se utiliza, como al principio vimos, en los centros de enseñanza superior, etc. Tal su universalidad.

Pero, finalmente, ¿quién, cómo, cuándo y dónde fue concebida la Oración de la Serenidad?… No pecan de acudir al absurdo total quienes la asocian con el conocido poeta uruguayo, puesto que como habrá podido advertirse, de la misma emana una suerte de aliento poético en nada reñido con el discurso que conocemos de Benedetti. Tampoco los que se la atribuyen a San Francisco de Asís, quien ya había escrito otra famosa plegaria que ha dado la vuelta al mundo por obra y gracia de la Orden Franciscana y que poco o nada desmerece la que ahora nos ocupa.

Reinhold Niebuhr.
 

Pero, definitivamente, el autor es un personaje muy lejano a ambos. Se trata del teólogo estadounidense Reinhold Niebuhr (1892-1971), como revela Elisabeth Sifton, hija de Niebuhr, en un libro recién publicado con el título Fe y política en tiempos de paz y de guerra.

La oración fue compuesta un domingo de 1943, durante las ansias de la Guerra Mundial. Reinhold Niebuhr fue un teólogo de izquierda, socialista en su juventud, antifascista y antiestalinista enconado. Observa su hija en una entrevista concedida al periodista Hugo Hiriart, que a Niebuhr no le molestó en lo absoluto que una versión abreviada de su oración fuera empleada por los alcohólicos anónimos, ni que se ignorara no solo que él era el autor, sino hasta que la Oración tenía un autor. Actitud, según manifiesta, que desde luego lo honra.

“Ya quisiera yo, Hugo —me dijo una vez Cardoza y Aragón— que quedara de mí, no un libro ni un poema, sino siquiera un verso. ¿Y qué más puede querer un teólogo? Y es lo de menos, pienso, que no se supiera que él era el autor de eso que ha sobrevivido con tanta vitalidad. sino que quede de él una oración?”

Su postura resulta coherente si la observamos con la frialdad que el distanciamiento nos proporciona. Pero recordemos que se trata de un hombre que vivió hasta el 1971, veintiocho años observando su oración recorrer el mundo de punta a punta cuando ya la comunidad de los A.A. no estaba compuesta por los cuatro gatos de su periodo fundacional; cuando otras instituciones la utilizaban igualmente de manera incompleta y se la adjudicaban a San Francisco y quien sabe a quien más o, sencillamente, no se preocupaban ni mucho ni poco por su creador. Quisiera por un minuto estar en su pellejo o imaginar a nuestros flamantes escritores de provincia, o a las “vaquitas sagradas” del país o de cualquier parte del planeta, víctimas de semejante estropicio u homenaje, según quiera tomarse. ¿Cuál sería la reacción? ¿Cuánto el escándalo?…

Definitivamente, Reinhold Niebuhr disfrutaba una humildad a prueba de balas, o nunca estuvo ni medianamente informado (lo cual dudo bastante) sobre la magnitud y trascendencia de sus líneas escritas aquel domingo de 1943. Por mucho que he intentado rastrearlo, solo tengo este esbozo de biografía y alguna que otra compilación de frases suyas en la red de red de redes. El resto son artículos en inglés o informaciones de muy poca importancia dados lo trascendente de su legado. Al parecer, nuestro hombre a la larga resultó más anónimo que los propios Alcohólicos Anónimos.

Ironías del destino que, bien visto, también le honran.