Socio visita socio

La Jiribilla
22/12/2016


Rigoberto López, cineasta

Creo que Eugenio ha logrado algo que es muy caro al artista, al intelectual: su obra tiene una identidad propia, un sello. Cuando vemos una de sus obras inmediatamente descubrimos sus claves, pues nos remiten a Eugenio, a su modo de decir y de hacer, a sus constantes preocupaciones.

Él es, sobre todo, un gran autor cubano, cubanísimo. Indudablemente, hay  una zona de su teatro que se inscribe en la problemática racial y, en particular, del negro en la nación y en la sociedad cubana, que es absolutamente plausible y de agradecer. Creo también que es uno de los autores más comprometidos con los conflictos de la realidad, con los conflictos de la historia y de nuestra actualidad vigente (…). Todo esto lo hace entonces ese autor trascendente.

Como cineasta estoy obligado, además, a decir que en Eugenio Hernández hay una referencia obligada muy importante para el cine cubano. Es, quizá, el autor teatral más llevado al cine. Ha sido un compañero de viaje de nuestra cinematografía, que debe agradecer varios de sus títulos.

(Fragmento de entrevistas realizadas para el documental Un canto de recorrida, dirigido por Alina Morante Lima)

 


Nancy Morejón,  poetisa y ensayista

(…) En los años 80, Eugenio obtuvo el premio Casa de las Américas con una obra que se llamó La Simona. Es un logro con un presupuesto que va, sobre todo, a un lenguaje bien barroco que él buscó de una manera consciente. La Simona es un testimonio de un momento crucial de la historia chilena y latinoamericana. Su teatro parte del hecho cultural cubano, del hecho cultural caribeño y del hecho cultural latinoamericano. Creo que él tiene una alta versatilidad, que marca todo lo que hace.

(Fragmento de entrevistas realizadas para el documental Un canto de recorrida, dirigido por Alina Morante Lima)

 


Gerardo Fulleda León
, dramaturgo

Vi por primera vez a Eugenio Hernández en un Festival de Teatro de Aficionados en el Payret. Nunca me voy a olvidar; me llamó la atención porque tenía un lunar de canas y, para mí, eso era poco común. Era un joven robusto, alto y con mucha vitalidad. También recuerdo que en esa ocasión él estaba usando un pullover de ojal, que me dio una gran envidia. Me fijé en él y dije: “qué onda tiene ese joven”; me hubiera gustado parecerme a él. Siempre digo que cuando sea grande quiero ser como Eugenio, quiero escribir como él. La simpatía que siempre desborda, la facilidad que tiene para argumentar sus textos, para bailar bien —porque es un trompo, nadie lo sabe, pero él baila como los dioses, y pudo haber sido un rumbero de los Muñequitos de Matanzas—; también canta, entona, casi que lo tiene todo.

(…) Eugenio se siente muy orgulloso del Cerro; allí hay muchos caracteres que deambulan por su teatro, pero que tienen que ver con la esencia de lo que él es: un hombre afable, un camarada, muy ingenioso y con una capacidad increíble de entrega a un propósito. Él asegura  que era muy buen pelotero, pero creo que lo mejor que hizo fue dedicarse al teatro, porque como pelotero no iba a llegar nunca a los Industriales. Francamente, me siento muy feliz de ser contemporáneo con él, de ser su hermano menor….

Eugenio no es solamente un dramaturgo, es un poeta dramático, aunque no escriba poemas. Pero su teatro reinterpreta nuestra realidad, lo que somos, cómo somos, y deja ver los caminos hacia dónde vamos con una nitidez y un sentido tan creativo, tan esplendoroso, que a mí me deslumbra.

(Fragmento de entrevistas realizadas para el documental Un canto de recorrida, dirigido por Alina Morante Lima)

 


Nelson González, actor

Estudiaba en el Instituto Superior de Arte cuando fui a ver Calixta Comité al teatro Mella. La obra me impresionó; solo se hicieron tres funciones y yo asistí a una de ellas. Realmente me sentí fascinado por la realidad que Eugenio mostraba en aquella obra y descubrí que ese teatro me hacía feliz. Desde ese momento decidí que tenía que conocerlo. Mi primer acercamiento a él fue a través de su alumna Lira Campoamor, en un proceso de montaje de la obra Galaxia 0. Luego él me vio interpretando a un mendigo, el Chopa, en su obra María Antonia, dirigida por Roberto Blanco. Un día, a la entrada del Mella, le preguntó a Hilda Oates quién era yo, y se quedó asombrado de que alguien tan joven interpretara al Chopa.

Yo asistía al Verdún, y cuando comenzaron los festivales del monólogo Eugenio me pidió que trabajáramos juntos. Entonces escribió Masiguere, que se desprende de María Antonia; el personaje es Carlos, precisamente después de matarla y enloquecer. Yo había pensado en un monólogo normal, pero cuando leí aquello me di cuenta de que era una locura. Me aprendía una cuartilla diaria que él me daba escrita a mano y la montaba por la noche en el Verdún. Así hicimos aquel monólogo con pocos elementos: el vestuario era con un malló como para un entrenamiento, y se usaba una cesta con un hueco que yo me ponía en la cabeza y una paloma. El espectáculo recibió un premio de la Asociación Hermanos Saíz y una mención en el Festival Segismundo.

A partir de ahí comenzó una larga historia junto a Eugenio, de la que estoy muy agradecido. Vinieron giras internacionales y otro premio de actuación con Lagarto Pisabonito, con la que él obtuvo premio el primer Festival del Monólogo en Miami. El último monólogo que hice con él fue Cheo Malanga, que se desprende de la obra Mi socio Manolo. Me costó mucho trabajo por la longitud del texto y por todas las emociones por las que transita el personaje. Mario Balmaseda dijo en una ocasión que Eugenio mataba a los actores. En mi caso, fue terrible hacer Cheo Malanga. Me preguntaba si tendría aire para eso, si podría enfrentar todos los sentimientos del personaje y, al mismo tiempo, moverme físicamente. Es uno de los papeles más difíciles que he hecho. Creo que los personajes de Eugenio son viscerales, te desgarran.

También he dirigido obras suyas; la primera fue una obra infantil, Sapito Matraca, que hice con un colectivo de la Habana Vieja dirigido por Xiomara Calderón. Después realicé una reposición de Obba Yurú, una obra que él escribió para una actriz brasileña. Yo realicé una versión para tres actrices: una blanca, una mulata y una negra; montamos el espectáculo con danza y después le añadí a Changó. Luego dirigí la pieza Aedes aegypti, profundamente pero… Es una comedia que divirtió mucho al público, trata sobre la relación de una mujer aburguesada blanca con un joven negro fumigador.

Ahora estoy dirigiendo un monólogo con Estrella Borbón; su título es Eclíptica, figura para no ser tomada en cuenta. Es una obra muy difícil, que incluye refranes, trabalenguas… Tiene puntos en común con Lagarto Pisabonito y con Rosa La Coímbra. Es un personaje muy complejo, alienado, enajenado; tiene contacto con la realidad, pero pierde ese contacto. Parece que no dice nada y al mismo tiempo está diciendo muchas cosas. Hay que leerlo mucho para saber de qué está hablando dentro de esa aparente locura, y darse cuenta de que hay una lógica y un orden. Me pregunto cómo alguien puede escribir semejantes cosas. Esa es una característica de Eugenio. Sus personajes son humanos, tienen defectos y virtudes. 

Una vez dije en una entrevista que Eugenio es como un manantial que nunca se seca. Con 80 años tiene obras escritas, aún inéditas, que hay que montar y publicar. Una de ellas es Eclíptica…; también hay otra obra suya que se llama La negra underground, que la está montando una actriz del grupo Teatro Caribeño.

Yo soy graduado del ISA, participé con Roberto Blanco en Irrumpe, trabajé también con Nelson Dorr y otros directores, pero un 70 u 80 por ciento de mi carrera, en cuanto a experiencia y éxitos, se lo debo a Eugenio Hernández Espinosa. Siempre quise ser músico, cantante; sin embargo, la naturaleza no me dotó y me escapé para el teatro. En mis montajes me gusta que haya música, danza, eso también lo he heredado de Eugenio. Tengo planes de seguir dirigiendo obras suyas en Teatro Caribeño y continuar bajo la sombra de ese árbol que me parece excelente.

Nuestra relación es como la de una familia. Mi esposa hace potaje y no puede dejar de mandarle a Eugenio en unos pozuelos porque a él le gusta mucho. Además del teatro, le gusta la cocina, siempre está inventando. El día de su cumpleaños 80 trajo una ensalada de aguacate, pero a su manera, era como una pulpa de aguacate con arroz, atún y aceitunas; cuando lo probabas era una maravilla.

La gente se queda asombrada con Eugenio y se pregunta: ¿en qué horario escribe?; porque él no deja de vivir, va a las fiestas, participa en todo. Él duerme poco y escribe mucho. Lo he visto sufrir cuando ha tenido problemas con la computadora, y cuando los tiene, escribe a mano. Es asombroso cómo escribe, y cómo llega al City Hall y me comenta entusiasmado la escena que escribió en la noche. Él dice que no se jubila, que va a morir en la línea de combate. 

Me atrevería a decir que, de los dramaturgos vivos, él es el más importante. Los demás pueden ser brillantes, pero él es visceral.

 


Graziella Pogolotti
: La estrategia emancipadora de Eugenio Hernández Espinosa opera desde la cultura y la creación artística. El mundo sumergido emerge a partir de la apropiación transgresora de los recursos expresivos prestigiados por la herencia occidental dominante. Género noble por excelencia, la tragedia se modula con una temporalidad historicista. Los dioses bajan a la tierra y la “muerte anunciada” se inscribe en un contexto social preciso. Fiel a una tradición instaurada por la vanguardia cubana, por Guillén a través de la norma clásica del son entero, por Caturla y Roldán en el modelo sinfónico, Hernández Espinosa rompe los límites que separan lo culto de lo popular. Su mirada viene de abajo.

(Testimonio en La Pupila Negra, de Alberto Curbelo)

 


Jean-Jacques Préau
: Es el representante más brillante de la tendencia teatral que integra los elementos folklóricos y las raíces africanas. Creó un teatro mestizo cercano al mito, en el que los rituales contribuyen a renovar la labor con el coro y la tragedia, y en el que el lenguaje de los negros y los ritos de la santería están muy presentes.

(Testimonio en La Pupila Negra, de Alberto Curbelo)

 


Fernando Rodríguez Sosa
: Su obra se ha caracterizado por la búsqueda constante de un lenguaje netamente enraizado en los valores más profundos de nuestra identidad, partiendo de los elementos africanos y populares que conforman su idiosincrasia, lo que unido a un amplio dominio de los más diversos géneros literarios, le ha permitido “recrear un lenguaje dramático de gran originalidad y valor estético”.

(Testimonio en La Pupila Negra, de Alberto Curbelo)

 


Reinaldo Montero
María Antonia, con su eficaz condición de fijeza, estará para siempre en el repertorio vivo del teatro cubano, afianzando la memoria de unos años que podemos llamar vehementes, y mostrando que nada ha cambiado por completo. Pero Eugenio Hernández Espinoza no es reductible a una pieza precisa e imprescindible, lo sabíamos de sobra, lo ratifican estos dos tomos [de su Teatro Escogido] de Letras Cubanas. Leídos de principio a fin, la sucesión de obras tan distintas y a la vez de varios modos interrelacionadas, nos revela, entre otras muchas singularidades, lo que ha sido vida y destino del hombre cubano en medio siglo, incluyo al propio dramaturgo, y me incluyo.

(Testimonio en La Pupila Negra, de Alberto Curbelo)

 


Mario Balmaseda
: Sentimos que el autor conoce muy bien el tema. Lo conoce de cerca (a través de libros, anécdotas, conversaciones, documentos) y así lo hace suyo. Con esta honestidad emotiva y analítica a la vez, lo expresa. Lo conoce de lejos, porque no lo ha vivido como experiencia cercana, propia (aunque pueda conocer de situaciones en parte similares en Cuba antes del año 1959). Presiente, como nos sucedió leyéndolo, la dimensión de esto, y luego de investigaciones, análisis muy profundos, utilizando un lenguaje popular poético de apreciable calidad literaria, de giros a veces muy arriesgados (donde la magia y la poesía son de la acción más que de la palabra) inunda de belleza, de un aire mágico-real-humano la escena. Los personajes de La Simona, bien estructurados, cada uno desarrollado consecuentemente, de acuerdo a sus ideas e intereses, se mueven (palabra y gesto complementándose) dejando un recuerdo quizás del mejor Valle-Inclán.

(Testimonio en La Pupila Negra, de Alberto Curbelo)


Inés María Martiatu

María Antonia vino a llenar un vacío en la historia de nuestra dramaturgia. Con la presencia en el bufo del negrito lumpen, la mulata sandunguera y el gallego bruto, se pretendía da una imagen complaciente y superficial del pueblo cubano que cerraba las puertas a una concepción más compleja del mismo. Estos personajes estaban condenados siempre al choteo, a expresarse siempre en jarana y a no dejar entrever su verdadera problemática ni las causas económicas de su situación. En el mejor de los casos servían como arquetipos ejemplarizantes de conductas negativas. Como protagonista María Antonia se sitúa en esa galería de personajes femeninos paradigmáticos, encabezados entre nosotros por la Cecilia Valdés del novelista Cirilo Villaverde. No por casualidad son mulatas estas cubanas trágicas en cuya situación convergen las contradicciones sociales que se expresan bajo la circunstancia del drama pasional. La heroína de Eugenio Hernández Espinosa es una negra y en ella se plasma la identidad sin escapatoria.

(Fragmento de Una Carmen caribeña)