Hace solo unos días se cumplieron dos años de la desaparición física del Historiador de La Habana, doctor Eusebio Leal Spengler. Aunque fueron muchos los testimonios y las muestras de gratitud ofrecidas por los habaneros, nos quedamos con las declaraciones de tres especialistas y un trabajador de Servicios Comunales, recogidas durante un recorrido por la Habana Vieja, donde se encuentra buena parte de la inmensa obra de este hombre excepcional. A cada uno de los entrevistados preguntamos: ¿Cómo usted recuerda a Eusebio Leal? Y estas fueron sus respuestas.

“Yo no recuerdo a Eusebio Leal. Sencillamente sigo viéndolo todos los días en estos círculos infantiles y centros de enseñanza de diferentes niveles, construidos algunos de ellos desde sus propios cimientos o sometidos a intensos trabajos de restauración y embellecimiento. Instalaciones que cada mañana abren sus puertas para recibir a cientos de niños, jóvenes y adolescentes orgullosos de contar con un sitio confortable y hermoso.

“Yo no recuerdo a Eusebio Leal. Sencillamente sigo viéndolo todos los días”.

“Lo veo asimismo en hogares maternos y de ancianos, donde se encuentran a buen resguardo decenas de embarazadas y abuelos.

“Diariamente veo su presencia en todas las calles de la Habana Vieja, por las que ha andado tantas veces que ya las ha hecho suyas. Detenido ante un antiguo edificio escudriñando sus paredes y fachada, para determinar cuán acertados o desacertados estuvieron los trabajos de restauración.

“Lo veo en esa obra monumental que es el Capitolio. Permanentemente lo encuentro en la Casa de África, de la Obrapía, la de México, en la del pintor Oswaldo Guayasamín, en la del prestigioso escritor Víctor Hugo y en otras muchas instituciones culturales. Y también, conteniendo la emoción, reverenciando al Apóstol en su casita de la calle Paula.

Reverenciando al Apóstol.

“Eusebio es de esos hombres que desestiman la muerte, porque siempre estarán ahí, en sus obras, que se encargan cada día de traerlos de vuelta”, aseguró María Elena Torres Rondón, museóloga.

Por su lado, Celeste Díaz Prieto, bibliotecaria, dijo que recuerda Leal “como el hombre extraordinario que siempre fue. Dotado de una inteligencia, memoria y conocimientos inigualables.

“Estudió y llegó a conocer la historia y la cultura de nuestra nación como pocos cubanos y justo por esa razón las preservó y defendió como si en ello le fuera la vida.

“Hablaba de nuestros próceres, de los hombres y mujeres del pasado, protagonistas de grandes batallas, con admiración y respeto, y utilizando en cada frase esa oratoria ardorosa y apasionada que le caracterizaba.

“Sintió por La Habana y en general por toda su Patria un amor infinito, al igual que por la Revolución, por Fidel y Raúl”.

“Sintió por La Habana y en general por toda su Patria un amor infinito”.

Mientras el arquitecto Luis Enrique Salas, refirió: “recuerdo a Leal temerario, audaz, perseverante, defensor apasionado de una idea, de un proyecto.

Dándole tres vueltas a la ceiba.

“Llevo siempre conmigo sus valiosas y grandes enseñanzas, adquiridas no en un curso de superación, como tampoco en un taller o seminario, sino de su propio ejemplo sustentado en la sencillez y la humildad.

“Nunca le escuché decir: hay que hacer o voy a hacer. Y sí, por el contrario, en incontables ocasiones: vamos o tenemos que hacer, porque siempre concedió gran importancia al trabajo en equipo. Y con ese equipo recorría toda La Habana, emprendiendo difíciles y complejas obras. Obras que parecían imposibles de ejecutar, que parecían sueños inalcanzables. Pero nos contagiaba con su optimismo y sus inmensos deseos de hacer, que nunca tuvieron límite.

“No se conformó solamente con el cuidado, embellecimiento y salvaguarda del patrimonio de esta Habana que tanto amó. Trabajó sin descanso hasta que la noble labor que siempre abrazó, la conservación del patrimonio, se extendiera por todo el país.

“Recuerdo a Eusebio como un padre sabio que te da consejos y palabras de aliento. Pero al propio tiempo un padre exigente, que no obstante te va llevando de la mano, te va guiando hasta que seas capaz, integralmente, de estar a su altura”.

“Nunca le escuché decir: hay que hacer o voy a hacer. Y sí, por el contrario,
en incontables ocasiones: vamos o tenemos que hacer”.

Finalmente, Rafael Fernández Artiles, detuvo por unos minutos sus labores de limpieza en la Plaza de Armas, para afirmar que “siempre había visto al Historiador de la Habana de lejos o por la televisión. Sin embargo, una mañana, muy temprano, yo estaba barriendo aquí, en la Plaza, cuando él se me acercó. Me dijo buenos días y me extendió su mano. Me puse nervioso y no sabía qué hacer. Por fin reaccioné y lo saludé. Recuerdo que me habló de los instrumentos de limpieza con que yo trabajaba, de su procedencia y del valor que tenían.

“También de lo importante y necesaria que era nuestra labor comparándola, en ese sentido, con la que realizan los museólogos, arquitectos, restauradores, entre otros muchos especialistas.

“Al despedirse me extendió nuevamente su mano. Entonces sí percibí que estrechaba la mano de un gran amigo, de un amigo sincero, de un familiar cercano. Así recuerdo a nuestro Historiador”.

“Al despedirse me extendió nuevamente su mano. Entonces sí percibí que estrechaba la mano de un gran amigo”.

Se haría reiterativo este reportaje si reflejáramos en él los testimonios restantes. Tampoco serían necesarios porque todos, además de coincidir en la manera en que los capitalinos recuerdan a Eusebio Leal, dan fe de la labor realizada por el Historiador de La Habana, que multiplicado en cada obra erigida, en cada accionar altruista; fue dejando de pertenecer a esta ciudad para convertirse en gigantesco guardián del patrimonio nacional, a pesar de que solo se propuso en su vida “haber sido útil”, como él mismo asegurara en una ocasión.

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