Sonando en Cuba, ¿el pollo del arroz sin pollo?

Oni Acosta Llerena
21/11/2016

Mucho se ha hablado de la recién finalizada segunda temporada —o ciclo— de Sonando en Cuba. He leído criterios, casi todos coincidentes, de la necesidad de una visualidad así en nuestra TV, donde se entretejen diversos resortes muy eficaces del reallity, del melodrama y hasta del videoclip. Pero de música quiero comentar aquí, pues pienso que así como muchos asisten anonadados a una manera distinta de contar una historia, no pocos han dejado sus mejores atributos de escuchar música de manera también distinta. ¿Y por qué distinta? No creo coquetear con el sacrílego morbo de la duda ni de la especulación musical, pero sabemos el enorme retroceso que ha marcado a nuestra sociedad en cuanto al consumo de música de calidad. Entendamos como calidad dos parámetros para este análisis: textos coherentes y música bien estructurada, los cuales nos harán entonces desechar desde ya a géneros como el reguetón, el merengue electrónico (tan envenenadamente de moda en Cuba), el timbatón y un gran porciento de la balada pop (no toda, evidentemente). Con este filtro nos quedan el bolero, la canción, la salsa, la timba, el son, el changüí, el nengón, el sucu suco, el songo, la guajira, la guaracha y el feeling, los cuales desde hace mucho tiempo han sido relegados —unos con peor suerte que otros— a distintos planos del gusto popular y, por ende, de promoción masiva en nuestros medios. Ya focalizando entonces las zonas y lagunas que de nuestra mejor música tiene por una gran parte del público, se gesta un proyecto como SC que intenta desde sus inicios revalorizar todo ese terreno perdido. La idea no es mala, es coherente, ¿pero se logra?


Fotos: Sonia Almaguer

Siempre, de cada acto, se pueden sacar cientos  de lecturas y experiencias, y SC es algo que debe estudiarse a fondo, con detenimiento, con criterios de peso y sin dar lugar a falsos triunfalismos para no caer —como suele hacerse— en el endiosamiento pasajero. Creo que la tesis fundacional de SC es excelente, de aplauso gigante, de darle todo nuestro apoyo y confianza, pero ello no la exonera de que sea perfectible o que sume miradas más plurales al cómo se implementa en estos tiempos. Por ejemplo, creo que la doble función de los mentores no aporta confianza, sino que los sitúa en una zona muy comprometida y que puede restar credibilidad. Un mentor no debe ser juez, no debe estar en sus manos la eliminación de competidores, no debe ser esa su razón de ser, de lo contrario, son víctimas de sus propias visiones, ya que saben como ninguno de nosotros las carencias o excesos de sus pupilos. El uso de estos extraordinarios mentores (Mayito, Haila y Paulo FG) debió tener su contrapeso en un jurado desde el inicio, que hiciera un papel más neutral y donde, en algún caso de confrontación o discrepancia, los mentores pudieran tener voz, pero no voto, o algún mecanismo —que los hay— para una estrategia a futuro con sus alumnos. No pienso que fuera fácil para ningún mentor ir eliminando concursantes desde el inicio, ni que recayera sobre ellos una responsabilidad tamaña desde las primeras luces de la competencia.

Otra cosa que no entendí de la competencia fue la manera de cantar de muchos de los concursantes, los cuales rozan una parte bien gastada de lo que hacen muchos artistas latinos. Hace unos días, en una entrevista del periodista Michel Hernández del diario Granma, Paulo FG hacía un análisis bien detallado y valiente de muchas aristas de SC, y me causó gran asombro leer la siguiente idea: “Cómo va a venir Marc Anthony a pegarse en el mundo entero con un tema que Polo Montañés tenía engavetado. Aquí hay muchos cantantes que lo hacen mejor o igual que él…”. Coincido plenamente con Paulo FG, y suscribo que mi criterio, como el suyo, no son dardos envenenados ni malintencionados hacia la figura del reconocido salsero, pero sí una crítica al hecho de que consumamos hasta el delirio lo que venga de “afuera”, edulcorado y con el mejor celofán, y de no mirarnos por dentro. Soy de los que cree que la mirada de muchos músicos jóvenes cubanos está más enfocada hacia íconos nada cubanos, contrariamente a que la mirada de muchos de esos mismos artistas latinos vuelve –cada día in crescendo– su brújula hacia nosotros. Recuerdo la versión de Gilberto Santa Rosa de "Tocan a la puerta", hace unos años, o de "Un montón de  estrellas", por ejemplo, pero sin perder su acento boricua ni su manera de feelinear. Andy Montañez versionó hace tiempo, junto a Voltio, "Locos por mi Habana", pero la rebautizó como "En mi puertorro", con su carisma y su visión propias, sin imitar a Ricardo Amaray. Y así, los ejemplos sobran, pues en resumen ningún artista foráneo que versiona nuestras canciones nos imita, sino que impone su lengua, su cadencia y su identidad. Ahora bien, ¿por qué entonces para nuestros jóvenes el referente de "Contigo en la distancia" está en Cristina Aguilera? ¿Por qué hay que imprimirle a la interpretación tanto uso desmedido de melismas innecesarios? ¿Por qué querer cantar como Toni Braxton o Tracy Chapman? ¿Por qué querer imitar también a Luis Enrique o al mismísimo Victor Manuelle? Muchos de los competidores de SC no buscaron claridad en nuestros referentes, ni siquiera en sus propios mentores, ¿acaso Haila no canta como una sonera de cuna? ¿Por qué no imitarla, si es una de las mejores voces femeninas que hay y ha habido en Cuba? ¿Acaso los tres mentores no son cantantes cubanos en pronunciación, estilo y soltura, sin imitar a nadie? No soy purista, ni ortodoxo, pero creo en las raíces y en tradiciones orales, y como músico y estudioso del tema me preocupa el rumbo de los jóvenes cantantes cubanos que interpretan con demasiadas carencias idiomáticas, cuando ello no los identifica ni los posiciona en ningún mercado de la música, más allá de espacios de poca monta en pequeños y limitados circuitos. En eso fueron muy cuidadosos los mentores de la competencia, aunque los estándares musicales de la juventud hoy día no estén en nuestras luces y glorias de siempre como las que pretende rescatar SC. Y ahí veo un desequilibro, un desfasaje entre la idea del rescate, la reevaluación y el repensar de nuestra música y las lagunas o distanciamientos de muchos jóvenes que cantan en spanglish o que ni siquiera conocen cómo sonear o cantar un bolero de victrola (esos de Luis Marquetti). Si no, pregúntele a Marc Anthony o a cualquier otro ídolo boricua, dominicano o neoyorquino cómo se canta una plena, un merengue, una bomba o una buena salsa.  


 

Pienso que una competencia como esta debió tener más tiempo de preparación para los muchachos y muchachas, que no les pasaran tan de prisa al trabajo de los cuartetos y que no fuera el poco tiempo del montaje y la repertorización la justificación del trabajo semilogrado, que además, requiere de más empaste y de no perder la línea melódica ni de sobresalir por encima de nadie. Es una fabulosa idea llevarlos a ese sitio tan cubano de la creación y la interpretación, pero se corre el riesgo de minimizar el hecho en sí mismo y que un logro a medias sea validado por el aplauso reconfortante y adulador, cuando de los cuartetos y ensembles vocales ha salido un importantísimo —y nada mediocre— grupo de cantantes cubanos de prestigio nacional e internacional, lo que habla de la calidad y exigencias del trabajo de voces. Debe trabajarse más en la integralidad, en el aspecto conceptual y en la historia de la música cubana, y hubiera sido interesante —aunque no determinante, quizá— probar o retar las propias inquietudes y aspectos que de nuestra música tenían los competidores; nada hacemos si no conocen, no leen o no investigan. No pueden hacer duetos ni ser acompañados por Los Embajadores si no saben quiénes fueron Tejedor y Luis, Clara y Mario o Piloto y Vera. Me hubiera sido grato un panel, algún modo de examen teórico o una constatación de qué saben, qué desean, qué ídolos y caminos quieren recorrer, tal vez eso nos hubiera dado un atisbo de cómo enmendar y enrumbar nuestro destino sonoro.

Un aspecto que dejó un mal sabor en mi modelo integral de concurso fue el constante hecho de demeritar, en muchas ocasiones, al sistema de empresas e instituciones de la música cubana. En varios momentos, los concursantes que en un pasado fueron rechazados a pertenecer o a ser evaluados por las mismas, hablaban desde una actitud de desprecio, como si ya hubiesen alcanzando el pináculo musical cubano, denotando una ausencia de modestia profesional y humana increíbles. Creo que si fueron rechazados en un momento pasado y ahora tienen la oportunidad de concursar aquí, ello habla más del tesón propio de cada uno en superarse, y no tiene lógica arremeter contra ninguna institución musical que no fuera justa en el pasado. Los que me conocen saben que las empresas y centros dedicados a la comercialización de la música no son de mi total aprobación, y que en varias ocasiones he sido muy crítico, pero desde el respeto y desde la aceptación del hecho de que son instituciones de la cultura cubana. ¿Cómo se puede digerir escuchar a un concursante que participa, en igualdad de condiciones, en el único programa de su tipo en Cuba, culpar a una empresa de rechazarlo, denigrando así al mismo sistema institucional que ha hecho posible el concurso? ¿No es un poco desmesurado que un muchacho o muchacha que concursa, que además afronta problemas de afinación, de ritmo y pronunciación, diga por la TV Nacional que una empresa de la música “no sirve” porque lo rechazó en el pasado? Temo por los precedentes que esto nos pueda traer en el futuro y la legitimación de un concurso por encima de un criterio cultural, cuando a su vez algunos mentores menospreciaron el hecho en sí y el mensaje —al menos para mí— fue algo como: la empresa no importa, el pasado no importa, estás “salvado” gracias a SC, has sido “tocado” por nuestra mano celestial, pues estamos más alto, estamos por encima de ese sistema. Y ese mensaje que se expande, que se multiplica y se dirige a los cientos de jóvenes que tratan de pertenecer a una empresa de la música en nuestro país, ¿es acaso un llamado a desconocer a una empresa, a una institución de la música cubana? ¿Es realmente SC la solución divina, eficaz y justa a los problemas que enfrenta nuestra música? ¿Puede estar un concurso facultado a demeritar procedimientos de ingreso a una empresa? Pretencioso, ¿no les parece?

SC une, no hace lo contrario. Buscar soluciones (y no divisiones), rescatar desde la identidad, criticar desde el respeto y aportarle al país los artistas que verdaderamente nos faltan (los integrales, aquellos que queremos sean un ícono, un paradigma, los verdaderos artistas) es su mayor premisa. Y por eso trabajó tan duro todo este tiempo. Que yo tenga este criterio no quiere decir que haya sido un fiasco, una fiambre. SC demuestra las flaquezas de muchos aspectos de nuestra vida musical, y de un sistema promocional de la música que tiene que ser más sólido, más coherente, más auténtico, lo cual compartimos como la cosmovisión del problema en sí mismo. Mi enfoque aquí no es pesimista. Créanme que les agradezco lo logrado y sé que la siguiente temporada traerá nuevos logros y, ¿por qué no?, nuevas polémicas.