“Soy un hacedor de ideas”

Estrella Díaz
18/11/2019

Edén Habana es el regalo que el reconocido artista de la plástica Reynerio Tamayo (Niquero, 1968) hace a la capital en sus 500 años desde su particular mirada repleta de guiños y simbolismo: el carácter jocoso y atrevido que lo caracteriza, entre otros asideros, se asienta en la asimilación de lenguajes artísticos de la cultura occidental, pero puestos a dialogar con el convulso presente del contexto cubano. 

Cubano raigal en su hacer y en su hablar, Tamayo asegura en entrevista exclusiva concedida a esta publicación digital, que Edén Habana —incluye un total de 53 piezas— estará abierta al público en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam hasta el 11 de enero, y nació a propuesta del mencionado Centro y de la presidenta  del Consejo Nacional de las Artes Plásticas, Norma Rodríguez.

Tributo, técnica mixta sobre lienzo, 91 cm x 122 cm, 2019. Fotos: Cortesía del entrevistado
 

“La Habana ha sido tratada de muchas formas, con sus luces y sus sombras. Personalmente la siento como una especie de paraíso surrealista, la veo tan real como maravillosa que te sorprende constantemente, y repleta de contradicciones, costumbres, sueños, pesadillas… tiene de todo y el hecho de que esté poblada de habaneros, personas de otras provincias y extranjeros, le da una sazón especial”.

La exposición está dividida en tres grandes momentos…

Así es. La primera parte está dedicada a los habaneros ilustres a partir de retratos. Son serigrafías sobre lienzo —utilicé el acrílico— y son las maneras  en que veo a cada una de esas importantes personalidades. Faltan muchísimos, no obstante, he puesto a grandes de la música como Ignacio Villa (Bola de Nieve), Juan Formell, Chucho Valdés, Joseíto Fernández, Elena Burque, Omara Portuondo y Chano Pozo. También a personalidades de la literatura como Dulce María Loynaz, José Lezama Lima, Leonardo Padura; deportistas como José Raúl Capablanca, Adolfo Duque, Kid Chocolate y a la prima ballerina assoluta Alicia Alonso, recién fallecida. Incluí al bailarín y coreógrafo Carlos Acosta y a los historiadores Eusebio Leal y Emilio Roig —esta es una de las piezas que más me gusta de la exposición— e igualmente al doctor Don Fernando Ortiz, a quien vestí de diablito. Y por supuesto, al más grande de todos los cubanos, José Martí, con una pieza que se titula “Martí tiene la llave”. Aparece alguien que se ha convertido por derecho propio en ícono de La Habana: el Caballero de París, que es un símbolo de la capital, y la gran pintora Antonia Eiriz, entre otras personalidades.

Emilio Roig (de la serie Habaneros Ilustres), técnica mixta sobre lienzo, 70 cm x 50 cm, 2019.
 

Eres un artista que te caracterizas por tener una obra múltiple, que se ha movido en varias cuerdas. ¿Qué tiene de especial el retrato que te ha hecho inclinarte hacia estos personajes ilustres?

El retrato uno lo hereda desde la academia y tiene la fuerza del close up. No cabe duda de que utilicé el retrato porque quería acercarme y personificar el legado que, como habaneros, han dejado estas personas, es decir, significar la grandeza de la ciudad a través de su gente.

El Caballero de París (de la serie Habaneros Ilustres), técnica mixta sobre lienzo, 70 cm x 50 cm, 2019.
 

El retrato es una manifestación compleja y se dice que su secreto está en captar el espíritu, la personalidad, del retratado…

Si analizas cuidadosamente, te darás cuenta de que anteriormente he realizado una larga serie de retratos de jugadores de béisbol: ese fue el mejor ejercicio posible y, de alguna manera, ese intenso trabajo me llevó a la serie de los habaneros ilustres. Espero que el espectador encuentre la dimensión espiritual de esos grandes habaneros que dejaron una huella honda en la capital y en Cuba.

Leo Brouwer (de la serie Habaneros Ilustres), técnica mixta sobre lienzo, 70 cm x 50 cm, 2019.
 

¿Y el segundo momento?

Es como el surrealismo, el absurdo: son ideas relacionadas con La Habana, su arquitectura, costumbres y, en medio de todo eso, hay piezas que son universales que, entre comillas, no están relacionadas con La Habana, pero son hechas desde La Habana. Son reflexiones, descargas, que quería mostrarle al público. Siempre insisto en que mi trabajo es un poco loco a la hora de exhibir porque me encanta la idea de poder compartir con el espectador temas variados y es como la vida que se vive hoy. Te acercas a las redes sociales y accedes a múltiples informaciones, noticias diferentes de distintos países, etc. Realmente estamos llenos de mucha información. Así definiría este segundo momento: hay de todo. Por ejemplo, existe una obra dedicada a Alberto Yarini, el rey de San Isidro, y hay otra obra consagrada  al almendrón, es decir, a automóviles clásicos americanos que son como dinosaurios vivientes y, sin embargo, transitan por las calles de La Habana y se han convertido en parte de la ciudad, pero vistos a través de la pintura de un modo diferente.

¿Y la tercera sala?   

Son piezas relacionadas con las escuelas de arte: toda la belleza, la mística que tienen esas construcciones realizadas por el arquitecto cubano Ricardo Porro y los italianos Roberto Gottardi y Vittorio Garatti; es también un homenaje a ellos y a las distintas generaciones de estudiantes que pasamos por la Escuela Nacional de Arte (ENA) y el Instituto Superior de Arte (ISA). Es una deuda personal que, creo, he saldado.

Un pedazo de la arquitectura habanera en Edén Habana…

Es un homenaje al arte, a esa utopía, a ese sueño y a todo lo que le debemos a los profesores y a los que contribuyeron a hacer crecer las artes visuales en Cuba. Es otra manera de homenajear a La Habana, porque esas escuelas están enclavadas en la capital y son representativas de la arquitectura del siglo XX, muy reconocida internacionalmente. Esas edificaciones parecen de fantasía, sacadas de cuentos de ficción o de leyendas; es una de las construcciones más valiosas que tiene La Habana. En esas escuelas permanecí durante nueve años —cuatro en la ENA y cinco en el ISA—, allí tuve una parte importante de mi vida y muchas experiencias artísticas y humanas, y todo eso inmerso en esa arquitectura maravillosa.

¿Formatos…?

Los retratos son de 50 x 70 centímetros y hay formatos de 2,40 x 1,50 aproximadamente; todos son lienzos sobre bastidores, a la manera tradicional. Quería ofrecer pintura y no otro tipo de soporte o lenguaje y, por supuesto, hay técnicas mixtas, impresiones (serigrafías sobre lienzo utilizando el acrílico), pero es esencialmente una exposición típica de pintura.

Bola de nieve (de la serie Habaneros Ilustres), técnica mixta sobre lienzo, 70 cm x 50 cm, 2019.
 

Noto que en los últimos tiempos —a diferencia de momentos anteriores— la pintura se está nuevamente posicionando. ¿Es una apreciación desatinada?

Es cierto que por momentos ha habido otras tendencias y movimientos, pero no creo que se haya abandonado el disfrute de pintar. La gente ve el resultado final de una pintura, pero no te imaginas el placer de pintar y también cómo se sufre cuando no te sale lo que deseas. En lo personal siento el placer de la cantidad de minutos que uno emplea dibujando, dando pinceladas y mezclando colores, aunque a veces se vuelve agotador.

No obstante, es de gran regocijo ver cómo va naciendo la obra, cómo va resultando: es como un hijo, verle crecer, y es la inmensa sorpresa diaria. Hay obras en las que estás trabajando meses y durante ese tiempo se establece un diálogo íntimo. Ese proceso de dibujar, poner colores, tratamientos, aguadas, todo este proceso de creación lo disfruto más que el resultado final porque son horas y horas de tu vida —que como sabemos tiene un tiempo límite— creando una espiritualidad que conecte con el espectador. Es necesario seducir al público para que sienta y crea en lo que tú haces, es lo más difícil del arte.

Considero que el arte es un don: lo tienes o no lo tienes y no solo me refiero a las artes visuales, sino también a manifestaciones como la música, la danza, el cine y el teatro, entre otras. Provocar sentimientos en quienes se acerquen a ver tu obra es una sensación muy placentera, por eso nunca se dejó de pintar y el hecho de que haya una vuelta a la pintura significa que todo es por ciclos. Siempre se continuará pitando y dibujando: estas formas de hacer nunca van a morir, lo que sucede es que han surgido nuevos soportes, nuevas herramientas, nuevos lenguajes visuales contemporáneos. Por ejemplo, en Edén Habana hay impresiones a partir del trabajo realizado en la computadora, creo que está bien y es totalmente legítimo. No se pueden negar los nuevos medios ni las posibilidades del uso de la tecnología, pero en el sentido más tradicional sigo siendo pintor.

¿Paleta…?

Mucho color, pero el espectador va a encontrar el clásico cuadro por su composición, sus reglas, sus perspectivas, pero desde el prisma de cómo veo las cosas.

Eres un artista que te caracterizas por el humor, a veces más explícito y otras más enmascarado, pero siempre está. ¿El humor es, también, un hilo conductor en Edén Habana?

El humor es para mí una filosofía y una manera de concebir el mundo. No se puede olvidar que mis orígenes están en el humor gráfico, el cómic y la caricatura, que han sido puntales de mi trabajo. Lo que sucede es que tuve la suerte de estar en escuelas de arte con grandes maestros y todo ese arsenal, todo lo aprendido en las academias, lo he incorporado a la pintura para tratar de enriquecer ese universo relacionado con el humor y no dejarlo solamente en el dibujo, aunque no lo menosprecio. En otras palabras, no quedarme solo con la tinta sobre papel —que no desdeño—, pero he intentado ampliar mis horizontes y mi discurso porque uno vive influenciándose de muchas cosas. El humor también me sirve de puente de comunicación, aunque a veces las ideas sean felices y otras, incluso, puedan llegar a ser crueles, incisivas o provocadoras. No solo me interesa ofrecer formas y colores sino ideas: soy un hacedor de ideas que viene del ejercicio del humor gráfico y de la caricatura, y por eso mis temáticas son muy variadas. No tengo prejuicio con eso; me gusta mostrar muchas cosas y tocar variedad de temas, desde los más triviales hasta los más complejos.

El último vampiro, técnica mixta sobre lienzo, 150 cm x 120 cm, 2019.
 

Sé que durante más de un año has estado trabajando para esta exposición. ¿Qué sigue en los próximos meses?

En uno o dos años no me aventuraré a hacer más exposiciones personales porque implica un gran desgaste. El arte no es obligado, sino una necesidad y un sentimiento que nos facilita expresarnos. Mi gran proyecto es trabajar diariamente y de ahí emana todo. Tengo que pensar en nuevas ideas porque no se trata de repetir y repetir siempre lo mismo.

Sinceramente, ¿te sientes feliz con el resultado de Edén Habana?

Después que coloqué las piezas en las paredes, empecé a encontrarles defectos. En el momento que termino una pieza me parece interesante, pero luego me doy cuenta de que todo es parte de lo mismo; es la transformación constante que uno necesita. Estoy seguro de que al espectador le van a gustar unas ideas más que otras, pero eso es lo rico de hacer cosas disímiles. Esa pluralidad, creo, al final responde a las necesidades emotivas de cada espectador que vaya a disfrutar la obra.