Sumar lo que resta

Ricardo Riverón Rojas
25/2/2020

Las cosas que perdí, muchas veces me reportan ganancia. Perdí cosas y personas, pero el tiempo en que las tuve lo contabilizo como rentabilidad, porque nutre, con sus caudales, mi esfera subjetiva. Sumar lo que se nos va no constituye un acto masoquista. Quien suma, incorpora. Hay tesoros que no mueren ni con la muerte —resta mayor, pero falible en el dominio memorioso.

Hay una edad de sufrir por lo que se anhela. Y en el afán por concretar posesiones podríamos acudir al sinsentido y al riesgo, a la aventura, a la apuesta irracional. El desenfreno por la acumulación de bienes oficia como mala brújula. Apuntamos la proa hacia un falso horizonte.

Pero hay otra etapa vital, ya rebasados los más crudos desasosiegos juveniles, de pulir los recuerdos y, tal un personaje de Proust, adicionarle nueva vida a cada persona o suceso que se nos fueron, para que trasciendan en la evocación productiva.

Ser un looser en Estados Unidos es casi tan malo como ser negro, latino o árabe (allá, insisto) como si todos no fuéramos a perderlo todo, aunque perdiéramos la vida ganándolo. He ahí el estigma de las sociedades pragmáticas. Lo que no podemos darnos el lujo de perder —lo tengo por cierto— es la riqueza espiritual; y menos aún la ética, la solidaridad, el sentido justiciero, la conciencia humanista.

Compartir lo que se posee con quien carece de todo no suma pérdidas sino ganancias. La sabiduría milenaria asiática antepone lo natural, la armonía del universo a las utilerías. La naturaleza, como ganancia absoluta, se alcanza con la contemplación.

Han Shan (China, 771-853), uno de los grandes poetas del Zen, nos dejó un texto ejemplar para que entendamos la relatividad entre lo que suma y lo que resta:

Han Shan, poeta chino que vivió entre los años 771 y 853. Foto: Internet
 

El que codicia la ganancia y la riqueza
es como un búho que adora a su criatura.
Una vez crecida el ave devorará a sus padres.
Del mismo modo la riqueza perjudica al rico.
Suprime la riqueza y la bendición será tuya.
Los ricos acumulan lo que trae la maldad.
Aléjate de los ricos y de las maldades,
entonces podrás volar libremente a través del cielo azul.[1]

Con la edad, bien lo sabemos, se pierden habilidades y la certeza de la vejez nos impone balances. Si de la piel para adentro no hemos incorporado nada, el mazazo de la pobreza nos devasta. Si somos, en esos dominios, ricos, y no supimos transformar la riqueza en acciones para el bien común, viviremos un final con sabor a derrota.

Entre los más angustiosos dilemas que vive el ser humano, la tirantez entre esencias y posesiones le corroe los días, de ahí que sea necesario elegir. Los bienes materiales, más allá de los que garantizan la supervivencia y el milagro de la comunicación, acaban siendo escenografía con obsolescencia programada; la cosecha interior, vertida como oferta generosa, aporta sentidos a la trama.

En Internet consulté, casi por casualidad, un curioso epitafio inscrito en un sepulcro castellano “Cuanto gané, lo perdí; lo que presté, no lo tengo. ¡Solo tengo lo que di!”[2] No sé si exista una cápsula más sintética para expresar el valor real y definitivo de la generosidad: sumar restando.

Cada minuto que transcurre perdemos una cuota de vida, pero si sabemos procesar esas minúsculas porciones de tiempo con la observación (como recomendaba Eliseo Diego) y metabolizar cada mínimo suceso con los jugos de la sensibilidad, todo puede devenir ganancia, poco importa que tal como la define Mario Benedetti en su poema “Pérdidas”, la conciencia de lo irremediable reste brillo a algunas cosas:

Mario Benedetti, poeta uruguayo que vivió entre 1920 y 2009. Foto: Internet
 

El pasado es una colección de silencios, pero hay partículas calladas, irrecuperables provincias de mutismo, albas y crepúsculos que quedaron ocultos, más allá de ese horizonte tan poco hospitalario; tallos que nunca más se expandirán en rosas, oscuras golondrinas que se aclararán en uno que otro vuelo.

Lo perdido tuvo color pero ahora es incoloro. Los latidos del gastado corazón invaden nuestra noche, pero el insomnio actual tiene otra partitura. Lo perdido es también un par o dos de labios que probaron el sabor de los míos, y que ahora tan sólo puedo besar en mi memoria.

Lo perdido es la luna redonda que yo hacía ovalada en mi retina y el firmamento con estrellas que ahora es apenas un cielo raso azul.[3]

Una implacable ecuación emocional nos conduce a sumar lo perdido en una arcadia donde las cosas, solo con el tiempo, cobran magnitud y mutan del dolor a la sensación inefable. De ahí que la evocación de la infancia dejada atrás, los amores idos, una felicidad de la que nunca se fue consciente, se erijan temas de elevada recurrencia para los poetas.

Las añoranzas constituyen también pérdidas que se suman (o ganancias que se restan, porque nunca llegan). Lo perdido, más que lo ganado, tiene mayor peso específico en la masa muscular de las utopías: realizaciones que nunca han sido y puede que nunca sean configuran el mundo donde nos vemos usuarios de beneficios en que lo material y lo espiritual se complementan.

Un poema de Julio Cortázar, ejemplifica algunas sensaciones de ese corte:

Vuelvo a mentir con gracia,
me inclino respetuoso ante el espejo
que refleja mi cuello y mi corbata.
Creo que soy ese señor que sale
todos los días a las nueve.
Los dioses están muertos uno a uno en largas filas
de papel y cartón.
No extraño nada, ni siquiera a ti
te extraño. Siento un hueco, pero es fácil
un tambor: piel a los dos lados.
A veces vuelves en la tarde, cuando leo
cosas que tranquilizan: boletines,
el dólar y la libra, los debates
de Naciones Unidas. Me parece
que tu mano me peina. ¡No te extraño!
Sólo cosas menudas de repente me faltan
y quisiera buscarlas: el contento,
y la sonrisa, ese animalito furtivo
que ya no vive entre mis labios[4].

Julio Cortázar, narrador y poeta de origen argentino, nacido en 1914 y fallecido en 1984. Foto: Cubasí
 

La poesía siempre le hace espacio a todas las problemáticas del ser humano. El tema de las ganancias (que suman y restan) y las pérdidas (que restan y suman) ha sido abordado desde diversos ángulos. A través del ejercicio poético podemos comprender que la actitud ante uno u otro resultado es lo que determina su verdadero valor. Razón tenía entonces Walt Whitman: “Las batallas se pierden con el mismo espíritu con que se ganan”.[5]

 

Notas:
 
[1] Han Shan: «22» en Poesía Zen (Antología  crítica de la poesía Zen de China Corea y Japón), compilación y prólogo de Juan W. Bahk, editorial Verbum, Madrid, 2001, p. 72
[3] Mario Benedetti: «Pérdidas», en Vivir adredeAlfaguara, Madrid, 2008, p. 20.
[4] Julio Cortázar: «Ganancias y pérdidas» [en línea], disponible en https://www.poeticous.com/julio-cortazar/ganancias-y-perdidas?locale=es [fecha de consulta, 16 de febrero de 2020].
[5] [en línea], disponible en: https://lamenteesmaravillosa.com/las-mejores-frases-de-walt-whitman-sobre-la-vida/ [fecha de consulta, 20 de febrero de 2020]