Supreme, la copia de la copia de la copia

Mauricio Escuela
24/10/2018

Según el Diccionario Cambridge, el adjetivo inglés supreme significa “el más alto valor de algo”, también alude al tamaño “muy grande” de un objeto designado por un sustantivo. La marca comercial Supreme y su auge en la segunda década del siglo XXI, traen preguntas no solo asociadas al concepto, sino por el origen y el porqué del uso desmedido de la palabra en diseños tipográficos rojiblancos.


Fotos: Internet

 

Si se hace una búsqueda en “San Google”, aparecerán artículos que ensalzan la exclusividad de la marca, su carácter desenfadado y, faltara menos, el precio de las camisetas, los patines, los bolsos y cualquier objeto con el cuadrante de Supreme. En apariencia, todos hablan del milagro económico, del sentido del éxito que simboliza llevar una prenda de esta línea, de la mística. Uno de los trabajos periodísticos exalta el alto precio de Supreme y cómo adquirirla es, simplemente, una costumbre de ricos a la que tú (y se dirige al lector) no puedes llegar “porque no”.

Supreme nació en 1994, creada por James Jebbia, un inglés emigrado a Nueva York, quien abrió la primera tienda de estos artículos en la calle Lafayette. Cuentan las hagiografías que el autor quiso interpretar los gustos y comportamientos de la tribu urbana de los skaters (patinadores). De hecho, en un inicio se podía entrar al establecimiento comercial patinando y los propios dependientes hacían gala de pertenecer, en gestos y vestuario, a la tribu de los skaters.

La realidad es que Jebbia no inventó nada nuevo, más allá de adentrarse en el mercado de una masa de jóvenes bastante grande en la ciudad. De hecho, él mismo ha declarado que sus diseños “están inspirados” en las obras de la artista conceptual norteamericana Bárbara Kruger, cuando en verdad y a simple vista estamos ante un simple plagio. El fenómeno del “copia y pega” o el fake thing persigue hasta hoy el éxito de la marca, convirtiéndose en el lado negro de la leyenda.

Una prensa frívola se encarga de vendernos el milagro de Supreme y ha declarado que resulta “inexplicable” la fiebre de los fans por la marca, y que esa preferencia mística elevó los precios y transformó una tienda pequeña en un espacio exclusivo con sedes en Londres, París y Japón.

En realidad, el éxito se debe a dos mecanismos comerciales bien conocidos en el mundo del marketing: la escasez construida y la fusión con un grupo económico del establishment. En 2017, Supreme se vendió en un 50% a la firma Carlyle. Así, la marca se convirtió en una empresa de un billón de dólares y pudo hacer sustentable su sello, pasando de vender apenas 200 artículos a la semana, a venderlos durante unas pocas horas, con el objetivo de que se agoten pronto y se conviertan en exclusividades.

La marca, no obstante ese éxito, no logra registrarse ni en los Estados Unidos, ni en la Unión Europea, los dos grandes sitios de ventas, ello se debe al origen oscuro (un plagio a una artista de renombre) y a las constantes violaciones que hace de las normas del copyright mismo, al copiar otras firmas. Así, encontramos camisas Nike con los colores de Supreme y el rectángulo rojo, etc. Jebbia dice que él solo “cita” otras marcas, ha enfrentado la furia y la amenaza judicial de más de un grupo económico. Ya sabemos que el escándalo, el cotilleo, también venden.

Bárbara Kruger, quien guardaba silencio acerca del plagio, llamó banda de mediocres a los responsables del asunto e hizo una performance llamada “Compro, luego existo”, donde se burlaba de la “filosofía comercial” que respalda a la marca. Ella tampoco ha podido demandarles pues, al no estar registrados, no existen. Kruger tampoco recibe hasta la fecha un solo dólar por las ventas realizadas por los plagiadores.


Obra conceptualista de la artista norteamericana Barbara Kruger

 

Un producto Supreme ¿legítimo? no baja de los 7000 dólares en el mercado de segunda mano, donde se ha extendido la furia por adquirir un simple par de patines, un hacha, incluso una pistola de disparar billetes, muy popular entre los cantantes de música urbana. Estos altos precios y la ausencia de copyright, dispararon el fenómeno del fake (falso) Supreme. Así, la mayoría de los productos que se adquieren en terceros países en rebaja son reproducciones chinas o locales, ya que, además, es muy simple copiar el diseño de la marca.

Dicho en otras palabras, el secreto está en plagiar y dejar que te plagien, mientras más popular sea la marca más demanda habrá de los productos ¿originales? La oferta, en las tiendas exclusivas, tendrá siempre bajos inventarios y limitados horarios de venta. Los dueños se lo pueden permitir, gracias al consorcio con otras grandes firmas. La marca se ha llegado a denominar el Chanel de la calle o el Roll Roice de la ropa deportiva.

En la práctica, no hay cómo demostrar que un Supreme es falso o verdadero, pero se extendió la creencia entre las masas: llevar la marca supone un estatus de superioridad económica. Campañas publicitarias aparte, predomina el uso entre artistas de música urbana, por ejemplo, en Cuba, los reguetoneros Yomil y el Danny subieron fotos a Instagram con productos Supreme y ello conllevó a una “tiradera” con “El Taiger”, empeñados ambos contendientes en dilucidar quién habría usado primero las prendas.

La mayoría de quienes hoy llevan esa marca, no obstante, saben que se trata de una copia (de la copia), incluyendo a muchos cubanos que masivamente usan el logo. Pero imprimir un pulóver con la marca, plagiar, es parte del encanto de este fenómeno. Ocurre en todas partes, de manera que todos puedan llevarla, pero a la vez muy pocos en verdad la llevan. Si hay algo metafórico sobre la condición humana, es perseguir algo que nunca se alcanzará, porque nunca ha sido real. Eso es Supreme, la banalización de la utopía y esa es a la vez la causa de su inexplicable éxito.

Vestir así te da la sensación, que tú mismo sabes es un placebo, del millonario. Análisis sicológicos y sociales aparte, esta mercancía cuya marca no existe y a la vez se cotiza en los más altos estándares, genera enormes ganancias. El mecanismo funciona impecable y parece que nadie lo va a parar. A estas alturas, ni el mismo Jebbia está para nada interesado en el copyright, pues perdería la gallina de un peculiar huevo de oro que logra difuminar los límites entre exclusividad y uso extensivo.

Valdría la pena preguntarse qué valores puede transmitir como “filosofía de vida” una marca basada en el plagio y el elitismo económico. Si Supreme es, como se dice en todos sitios, un modo de vivir, habría la necesidad de plantearse por qué lo es. ¿Será que encontramos gusto en una falsa exclusividad, en el autoengaño? ¿O que aparentamos lo que nunca llegaremos alcanzar, dejando quizás de lado metas más reales y hasta necesarias?


Obra conceptualista de la artista norteamericana Barbara Kruger

 

Supreme esconde tras su logo la pérdida de significado de la palabra misma, a la vez que resignifica a quien lleva la marca. No hay nada en verdad supremo ni de máximo valor, sino que esas cualidades se atribuyen de forma artificial, inducida, al objeto vendido/comprado. Quienes van a la batalla por un pulóver o un hacha, quizás deban preguntarse mejor quiénes son en verdad y hacia dónde quieren ir.

Es más fácil usar una marca que vivir plenamente, pero lo segundo garantiza, eso sí, una experiencia suprema y única para cada sujeto. Ojalá y la mercadotecnia no consiga suplantar del todo, resignificar al vacío, la existencia de los seres humanos.